lunes, 5 de agosto de 2013

LA CIENCIA DEL HOMBRE, Alexis Carrel

Obra del pintor Miguel J. Isgró B.

LA CIENCIA DEL HOMBRE

Dr. Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina


I


Necesidad de elección en la masa de datos heterogéneos que poseemos acerca de nosotros mismos.– El concepto operacional de Bridgman.– Su aplicación en el estudio de los seres vivos.– Conceptos biológicos.– La mezcla, de conceptos de las diferentes ciencias.– Eliminación de los sistemas filosóficos y científicos, de las ilusiones y de los errores – El papel de las conjeturas.

Nuestra ignorancia de nosotros mismos es de una naturaleza particular. No proviene ni de la dificultad de procurarnos las informaciones necesarias, ni de su inexactitud ni de su rareza. Es debida, al contrario, a la extrema abundancia y a la confusión de las nociones que la humanidad ha acumulado a su propio respecto, durante el curso de las edades. Y también a la división de nosotros mismos en un número casi infinito de fragmentos por las ciencias que se han dividido el estudio de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Este conocimiento ha permanecido en gran parte inutilizado. De hecho, es difícilmente utilizable. Su esterilidad se traduce por la pobreza de los esquemas clásicos que son la base de la medicina, de la higiene, de la pedagogía y de la vida social. política y económica. Sin embargo, existe una realidad viviente y rica en el gigantesco conjunto de definiciones, observaciones, doctrinas, deseos y sueños que representa el esfuerzo de los hombres hacia el conocimiento de ellos mismos. Al lado de los sistemas y de las conjeturas de los sabios y de los filósofos, se encuentran los sistemas positivos de la experiencia, de las generaciones pasadas y una multitud de observaciones conducidas con el espíritu y a veces con la técnica de la ciencia. Se trata únicamente de hacer, en estas cosas disparatadas, una elección juiciosa.
Entre los numerosos conceptos que se refieren al ser humano los unos son construcciones lógicas de nuestro espíritu. No se aplican a ningún ser observable por nosotros en el mundo. Los otros son la expresión pura y simple de la experiencia. A tales conceptos, Bridgman ha dado el nombre de conceptos operacionales. Un concepto operacional equivale a la operación o a una serie de operaciones, que deben hacerse para adquirirlos. En efecto, todo conocimiento positivo depende del empleo de cierta técnica. Cuando se dice que un objeto tiene la longitud de un metro, ello significa que el objeto tiene la misma longitud que una varilla de madera, o de metal cuya extensión fuera igual a la medida del metro conservada en París en la Oficina Internacional de pesos y medidas. Es evidente que sólo sabemos lo que podernos observar. En el caso precedente, el concepto de longitud es sinónimo de la medida de esta longitud, los conceptos que se relacionan con objetos colocados fuera del campo de la experiencia están, según Bridgman, desprovistos de sentido. Igualmente una pregunta carece absolutamente de significación, si es imposible encontrar las operaciones como acontece una, pregunta no posee significación alguna, si es imposible encontrar las operaciones que permiten darle una respuesta.
La precisión de un concepto cualquiera, depende la exactitud de las operaciones que sirven para adquirirlo. Si se define al hombre como compuesto de materia y de conciencia, se emite una proposición vacía de sentido. Porque las relaciones de la materia corporal y de la conciencia no han sido, hasta el presente, conducidas al campo de la experiencia. Pero se puede dar del hombre una definición operacional considerándolo como un todo indivisible que manifiesta actividades físico-químicas, fisiológicas y psicológicas. En biología como en física, los conceptos sobre los cuales es preciso edificar la, ciencia, aquellos que permanecerán siempre verdaderos, están ligados a ciertos procesos de observación. Por ejemplo el concepto que tenemos hoy día respecto de las células de la corteza cerebral, con sus cuerpos piramidales, sus prolongamientos dentríticos y su lisa enjundia, es el resultado de las técnicas de Ramón y Cajal. Es, pues, un concepto operacional y no cambiará sino con el progreso futuro de la técnica. Pero decir que las células cerebrales son el asiento de los procesos mentales, es una afirmación sin valor, porque no existe medio de observar la presencia de un proceso mental en el interior de las células cerebrales. Únicamente el empleo de los conceptos operacionales nos permite construir sobre terreno sólido. En el cúmulo inmenso de observaciones que poseemos sobre nosotros mismos debemos elegir los hechos positivos que corresponden a lo que existe, no sólo en nuestro espíritu, sino también en la naturaleza.
Sabemos que los conceptos operacionales que se relacionan con el hombre, los unos le son propios, los otros pertenecen a todos los seres vivientes; los otros, en fin, son aquellos de la química, de la física y de la mecánica. Hay tantos sistemas diferentes como capas diferentes en la organización de la materia viva. Al nivel de los edificios electrónicos, atómicos y moleculares, que existen en los tejidos del hombre como en los árboles o en las nubes, es preciso emplear los conceptos de «continuum» espacio-tiempo, de energía, de fuerza, de masa, y también aquellos de tensión osmótica, de carga eléctrica, de iones, de capilaridad, de permeabilidad, de difusión. Al nivel de los agregados más grandes que las moléculas, aparecen los conceptos de “micelle", de dispersión, de absorción, de floculación. Cuando las moléculas y sus combinaciones han edificado las células, y las células se han asociado en órganos y en organismos, es preciso agregar a los conceptos precedentes, los de cromosoma, de génesis, de herencia, de adaptación, de tiempos fisiológicos, de reflejos, de instintos, etc. Se trata de los conceptos fisiológicos propiamente dichos. Estos coexisten con los conceptos físico-químicos, pero no le son reductibles. En el estado más alto de su organización, existen, aparte de las moléculas, las células y los tejidos, un conjunto compuesto de órganos, de humores y de conciencia., Los conceptos físico-químicos y fisiológicos se hacen insuficientes. Hay que agregar los conceptos psicológicos, que son específicos del ser humano. Tales son la inteligencia, el sentido moral, el sentido estético, el sentido social. A las leyes de la termo-dinámica, y a las de la adaptación, por ejemplo, nos vemos obligados a sustituir los principios del mínimo de esfuerzo, por el máximo de goce o de rendimiento, la persecución de la libertad, de la igualdad, etc.
Cada sistema de conceptos no puede emplearse de manera legítima sino en el dominio de la ciencia a la cual pertenece. Los conceptos de la física, de la química, de la fisiología, son aplicables a las capas superpuestas de la organización corporal. Pero no es permitido confundir los conceptos propios de una capa determinada, con los que son específicos de otra. Por ejemplo, la segunda ley de la termo-dinámica indispensable al nivel molecular es inútil al nivel psicológico donde se aplica el principio del menor esfuerzo para el máximo de goce. El concepto de la capilaridad y el de la tensión osmótica, no alumbran lo suficiente los problemas de la conciencia. La aplicación de un fenómeno psicológico en términos de fisiología celular, o de mecánica electrónica, no es más que un juego verbal. Sin embargo, los fisiólogos, del siglo XlX y sus sucesores, que se perpetúan entre nosotros, han cometido ese error, procurando reducir al hombre entero a la físico-química. Esta generalización injustificada de nociones exactas, ha sido la obra de sabios excesivamente especializados. Es indispensable que cada sistema de conceptos conserve su rango propio en la jerarquía de las ciencias.
La confusión de los conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos, proviene sobre todo de la presencia, entre los hechos positivos, de residuos de sistemas científicos, filosóficos y religiosos. La adhesión de nuestro espíritu a un sistema cualquiera, cambia el aspecto y la significación de los fenómenos observados por nosotros. En todos los tiempos, la humanidad ha sido contemplada a través de cristales teñidos por las doctrinas, las creencias y las ilusiones. Son estas nociones falsas e inexactas las que importa suprimir. Como lo escribiera antes Claude Bernard, es preciso desembarazarse de los sistemas filosóficos y científicos, como podría arrancarse las cadenas a una esclavitud intelectual. Esta liberación no se ha realizado aun. Los biólogos, y sobre todo los educadores, los economistas y los sociólogos, se encuentran frente a problemas de una complicación extrema, cediendo a menudo a la tentación de construir hipótesis, para elaborar en seguida artículos de fe. Los sabios se han mantenido inmovilizados en fórmulas tan rígidas como los dogmas de una religión. En todas las ciencias encontramos el recuerdo embarazoso de semejantes errores. Uno de los más célebres, ha dado lugar a la gran querella de bis vitalistas y los mecanicistas cuya futilidad nos sorprende hoy día. Los vitalistas pensaban que el organismo era una máquina cuyas partes se integraban gracias a un factor no físico-químico. Después de ellos, los procesos responsables de la unidad del ser viviente, se dirigieron por un principio independiente, una entelequia, una idea análoga a la del ingeniero que construye una máquina. Este agente autónomo, no era una forma de energía y no creaba energía. No se ocupaba sino de la dirección del organismo. Evidentemente, la entelequia no es un concepto operacional. Es una pura construcción del espíritu. En suma, los vitalistas consideraban el cuerpo como una máquina dirigida por un ingeniero a quien llamaban entelequia. Y no se daban cuenta de que este ingeniero, esta entelequia, no era otra cosa que su propia inteligencia. En cuanto a los mecanicistas, creían que todos los fenómenos fisiológicos y psicológicos son explicables por las leyes de la física, de la química y de la mecánica. Construían también, de esa manera, una máquina de la cual ellos venían a ser el ingeniero. En seguida, como lo hace notar Woogger, olvidaban la existencia de este ingeniero. Este concepto no es operacional. Es evidente que el mecanicismo y el vitalismo deben ser dejados de lado por las mismas razones que debe dejarse de lado otro sistema cualquiera. Hace falta al mismo tiempo liberarnos de la masa de ilusiones, errores, observaciones mal hechas, falsos problemas perseguidos por los débiles de espíritu de la ciencia, los pseudo-descubrimientos de los charlatanes y los sabios celebrados por la prensa cotidiana. Y también, de aquellos trabajos tristemente inútiles, largos estudios de cosas sin significación, inextricable confusión que se levanta como una montaña, desde que la investigación científica se ha convertido en profesión, como la de los maestros de escuela, pastores y empleados de banco.
Hecha, ya esa eliminación, nos quedan los resultados de los pacientes esfuerzos de todas las ciencias que se ocupan del hombre, y el tesoro de observaciones y experiencias que ellas han acumulado. Basta con buscar en la historia de la humanidad, para encontrar la expresión más o menos neta de todas estas actividades fundamentales. Al lado de las observaciones positivas y de los hechos evidentes, hay una cantidad de cosas que no son ni positivas ni evidentes y que no deben ser, sin embargo, rechazadas. Ciertamente, los conceptos operacionales solos permiten colocar el conocimiento del hombre sobre una base sólida. Pero, únicamente también, la imaginación creadora puede inspirarnos las conjeturas y los ensueños de donde deberá nacer el plan de las construcciones futuras. Es preciso, pues, continuar haciéndonos preguntas que, desde el punto de vista de la sana crítica científica, no tienen sentido alguno. Por otra parte, aunque procuráramos prohibir a nuestro espíritu la investigación de lo imposible y de lo inconocible, no lo lograríamos. La curiosidad es una necesidad de nuestra naturaleza humana. Es un impulso ciego, que no obedece a regla alguna. Nuestro espíritu se infiltra en torno de las cosas del mundo exterior y en las profundidades de nosotros mismos, de manera tan irresistible y carente de razón, como explora un ratoncillo con ayuda, de sus patitas hábiles los menores detalles del sitio donde está encerrado. Es esta curiosidad quien nos fuerza a descubrir el universo. Nos arrastra irresistiblemente en su persecución por lo más desconocidos caminos. Y las montañas infranqueables se desvanecen ante ellas como el humo dispersado por el viento.

II
Es indispensable hacer un inventario completo.– Ningún aspecto del hombre debe parecernos privilegiado.– Evitar dar una importancia exagerada a alguna parte del mismo con perjuicio de las otras.– No limitarse a lo que es sencillo.– No suprimir lo que es inexplicable.– El método científico es aplicable a toda la extensión del ser humano.

Es indispensable hacer de nosotros mismos un examen completo. La pobreza de los esquemas clásicos proviene de que, a pesar de la extensión e nuestros conocimientos, jamás nos hemos observado de una manera general. En efecto, no se trata de coger el aspecto que presenta el hombre en cierta época o en ciertas condiciones de vida, sino de conocerlo en todas sus actividades, aquellas que se manifiestan ordinariamente y también aquellas que pueden permanecer virtuales. Una información tal no es obtenible sino por la investigación cuidadosa en el mundo presente y en el pasado, manifestaciones de nuestros poderes orgánicos y mentales, e igualmente, por un examen a la vez analítico y sintético de nuestra constitución y de nuestras relaciones físicas, químicas y psicológicas con el medio exterior. Es preciso seguir el sabio consejo de Descartes en el “Discurso del Método” dado a aquellos que buscan la verdad, y dividir nuestro sujeto en tantas partes corno sea necesario, para hacer de cada una de ellas un inventario completo. Pero debemos saber, al mismo tiempo, que esta división no es sino un artículo metodológico, que está creado por nosotros y que el hombre permanece siendo un todo indivisible.
No hay territorios privilegiados. En la inmensidad de nuestro mundo interior, todo tiene un significado. No podemos escoger únicamente lo que nos conviene a gusto de nuestros sentimientos; de nuestra fantasía, de la forma científica y filosófica de nuestro espíritu. La dificultad o la oscuridad de un objeto no es razón suficiente para abandonarle. Deben emplearse todos los métodos. Lo cualitativo es tan verdadero como lo cuantitativo. Las relaciones expresables en lenguaje matemático no poseen una realidad mayor que las que no lo son. Darwin, Claude Bernard y Pasteur que no pudieron describir sus descubrimientos con fórmulas algebraicas, fueron tan grandes sabios como Newton y Einstein. La realidad no es necesariamente clara, y sencilla. No podemos tener la seguridad de que sea siempre inteligible para nosotros. Por lo demás, se presenta bajo formas infinitamente variadas. Un estado de conciencia, el hueso húmero, una llaga, son cosas igualmente verdaderas. Un fenómeno no logra su interés por la facilidad con la cual nuestros técnicos se aplican a su estudio. Debe ser juzgado en función, no de observador y de sus métodos, sino de sujeto, de ser humano. El dolor de la madre que ha perdido a su hijo, la angustia del alma mística sumergida en la noche oscura, el sufrimiento del enfermo devorado por un cáncer, son de una evidente realidad, aunque no sean mensurables. No tenemos derecho mayor de abandonar el estudio de los fenómenos de clarividencia que los de la cronaxia de los nervios, bajo el pretexto de que la clarividencia no se produce a voluntad y no se mide, mientras que la cronaxia puede medirse con un método científico. Es preciso servirse en este inventario de todos los medios posibles y contentarse con observar, lo que no puede medirse.
Sucede a menudo que se da una importancia exagerada a cualquier parte a costa de las otras. Estamos obligados a considerar en el hombre sus . diferentes aspectos: físico-químico, anatómico, fisiológico, metapsíquico; intelectual, moral, artístico, espiritual, económico, social, etc. Cada sabio, gracias a una deformación social bien conocida, se imagina que conoce al ser humano mientras que, en realidad, no ha cogido de él sino una parte minúscula. Los aspectos más fragmentarios se consideran como capaces de expresar el todo. Y estos aspectos son tomados al azar de la moda que, de cuando en cuando, da más importancia, al individuo que a la sociedad, a los apetitos fisiológicos o a las actividades espirituales, a la potencia del músculo o a la del cerebro, a la, belleza o a la utilidad, etc. Es por ello que el hombre se nos aparece con múltiples facetas. Elegimos arbitrariamente entre éstas las que nos convienen y olvidamos a las otras.
Otros de los errores consiste en cercenar del inventario parte de la realidad. Y ello se debe a multitud de causas. Estudiamos con preferencia los sistemas fácilmente aislables, aquellos que son únicamente abordables por métodos sencillos. Abandonamos, en cambio, los más complejos. Nuestro espíritu gusta de la precisión y de la seguridad de las soluciones definitivas. Existe en él una tendencia casi irresistible a elegir los sujetos de estudio, más por su facilidad técnica y su claridad, que por su importancia. Por esta razón, los fisiólogos modernos se ocupan sobre todo de los fenómenos físico-químicos que se observan en los animales vivos y abandonan los procesos fisiológicos y la psicología. Lo mismo, los médicos se especializan en sujetos cuyas técnicas son sencillas y ya conocidas, mucho más que en el estudio de las enfermedades degenerativas, de las neurosis y las psicosis que exigirían la intervención de la imaginación y la creación de nuevos métodos. Cada cual sabe, sin embargo, que el descubrimiento de algunas leyes de la organización de la materia viva, sería más importante que, por ejemplo, la del ritmo de las pestañas vibrátiles de las células de la tráquea. Sin duda alguna valdría, mucho más emancipar a la humanidad del cáncer, de la tuberculosis, de la arterioesclerosis, de la sífilis y de los males innumerables aportados por las enfermedades mentales y nerviosas, que absorberse en el estudio minucioso de los fenómenos físico-químicos de importancia secundaria que se producen en el curso de las enfermedades. Las dificultades técnicas son las que nos conducen a veces a eliminar ciertos sujetos del dominio de la investigación científica y a rehusarles el derecho de hacerse conocer por nosotros.
A veces, los hechos más importantes son completamente suprimidos. Nuestro espíritu tiene una tendencia natural a arrojar a un lado, lo que no entra en el cuadro de las creencias científicas o filosóficas de nuestra época. Los sabios, después de todo, son hombres. Están impregnados, por lo tanto, por los prejuicios de su medio y de su tiempo. Creen de buena fe que lo que no es explicable por las teorías corrientes, no existe. Durante el período en que la fisiología se encontraba identificada a la físico-química, el período de Jacques Loeb y de Bayliss, el estudio de los fenómenos mentales se abandonó. Nadie se interesaba en la psicología y en las enfermedades del espíritu. Aun hoy día, la telepatía y los otros fenómenos metapsíquicos se consideran como ilusiones por los sabios que se interesan únicamente en el aspecto físico-químico de los procesos fisiológicos. Los hechos más evidentes son ignorados cuando tienen una apariencia heterodoxa. Por todas estas razones el inventario de las cosas capaces de conducirnos a una concepción mejor del ser humano ha permanecido incompleto. Es preciso, pues, volver a la observación ingenua de nosotros mismos bajo todos nuestros aspectos, no abandonar ningún detalle, y describir sencillamente lo que vemos.
En principio, el método científico no parece aplicable al estudio de la totalidad de nuestras actividades. Es evidente que nosotros, los observadores, no somos capaces de penetrar en todas la regiones en que se prolonga la persona humana. Nuestras técnicas no cogen lo que no tienen dimensiones ni peso. No alcanzan sino las cosas colocadas en el espacio y el tiempo. Son impotentes para medir la, vanidad, el odio, el amor, la belleza, la elevación hacia Dios del alma religiosa, el ensueño del sabio y el del artista. Pero registran con facilidad el aspecto fisiológico y los resultados materiales de esos estados psicológicos. El juego frecuente de las actividades mentales y espirituales, se expresa por cierto comportamiento, ciertos actos, cierta actitud hacia nuestros semejantes. De este modo es como las actividad moral, estética, mística, pueden ser exploradas por nosotros, Tenemos también a nuestra disposición los relatos de aquellos que han viajado en esas regiones desconocidas. Pero la expresión verbal de sus experiencias es, en general, desconcertante. Aparte del dominio intelectual, nada es definible de manera clara. Ciertamente, la imposibilidad de medir una cosa no significa su no existencia. Cuando se navega en la niebla, las rocas invisibles no están por ello menos presentes. De cuando en cuando, sus contornos amenazantes aparecen de súbito. En seguida la nube se cierra sobre ellas. Lo mismo ocurre con la realidad evanescente de las visiones de los artistas y sobre todo de los grandes místicos. Estas cosas, inasibles por medio de nuestras técnicas, dejan sin embargo sobre los iniciados una visible huella. De esta manera indirecta es como la ciencia conoce el mundo espiritual donde, por definición, no puede penetrar. El ser humano se encuentra, pues, entero, en la jurisdicción de las técnicas científicas.

III

Es preciso desarrollar una ciencia verdadera del hombre.– esta es más necesaria que las ciencias mecánicas, físicas y químicas.– Su carácter analítico y sintético.

En suma, la critica de los conocimientos que poseemos nos proporciona nociones positivas y numerosas. Gracias a estas nociones, podemos hacer un inventario completo de nuestras actividades. Este inventario nos permitirá construir esquemas más ricos que los esquemas clásicos.
Pero el progreso así obtenido no será muy grande. Es preciso ir más lejos y edificar una ciencia verdadera del hombre. Una ciencia que, con ayuda de todas las técnicas conocidas, haga una exploración más profunda de nuestro mundo interior, y realice también la necesidad de estudiar cada parte en función del conjunto. Para desarrollar una ciencia tal, sería necesario, durante algún tiempo, alejar nuestra atención de los progresos mecánicos, y aun en cierta medida, de la higiene clásica, de la medicina, y del aspecto puramente material de nuestra existencia. Cada cual se interesa en lo que aumenta la riqueza y el confort, pero nadie se da cuenta de que es indispensable mejorar la calidad estructural, funcional y mental de cada uno de nosotros. La salud de la inteligencia y de los sentimientos afectivos, la disciplina moral y el desarrollo espiritual son tan necesarios como la salud orgánica y la prevención de las enfermedades infecciosas.
No existe ninguna ventaja en aumentar el número de las invenciones mecánicas. Quizás, incluso. sería conveniente dar menos importancia a los descubrimientos de la física, d e la astronomía y de la química. Ciertamente, la ciencia pura no nos aporta jamás directamente el mal. Pero se torna peligrosa cuando, por su belleza fascinadora, encierra por completo nuestra inteligencia en la materia inanimada. La humanidad debe hoy día concentrar su atención sobre sí misma y sobre las causas de su incapacidad moral e intelectual. ¿A qué aumentar el confort, el lujo, la belleza, la grandeza y la complicación de nuestra civilización si nuestra, debilidad no nos permite dirigirla? – Es realmente inútil continuar la elaboración de un modo de existencia que trae consigo la desmoralización y la desaparición de los elementos más nobles de las grandes razas. Valdría más ocuparnos de nosotros mismos que construir enormes telescopios para explicar la estructura de las nebulosas, fabricar barcos rapidísimos, automóviles de un confort supremo, radios maravillosas. ¿Cuál será el progreso verdadero que lleguemos a obtener cuando los aviones nos transporten en escasas horas a Europa o a la China? ¿Es acaso necesario aumentar sin cesar la producción, a fin de que los hombres consuman una cantidad más y más grande de cosas inútiles? No son las ciencias mecánicas, físicas y químicas las que nos aportarán la moralidad, la inteligencia, la salud, el equilibrio nervioso, la, seguridad, la paz.
Hace falta que nuestra curiosidad se encamine por rutas diferentes a aquellas por donde hasta ahora ha marchado. Debe dirigirse de lo físico y de lo fisiológico hacia lo mental y lo espiritual. Hasta el presente, las ciencias de las cuales se, ocupan los seres humanos, han limitado su actividad sólo a, ciertos aspectos de ellas mismas. No han logrado sustraerse a la influencia del dualismo cartesiano. Han estado dominadas por el mecanicismo. En filosofía, en higiene, en medicina, lo mismo que en el estudio de la pedagogía o de la economía política y social, la atención de los investigadores ha sido atraída sobre todo por el aspecto orgánico, humoral o intelectual del hombre. No se ha detenido en su forma afectiva y moral, en su vida interior, en su carácter, en sus necesidades estéticas y religiosas, en el “substratum” común de los fenómenos orgánicos y psicológicos, en las relaciones profundas del individuo y de su medio mental y espiritual. Hace falta, pues, un cambio radical de orientación. Ese cambio exige, a la vez, especialistas dedicados a las ciencias particulares que se han dividido nuestro cuerpo y nuestro espíritu, y sabios capaces de reunir, en conjunto, los descubrimientos de los especialistas. La ciencia nueva debe progresar, por un doble esfuerzo de análisis y de síntesis, hacia una concepción del hombre bastante completa y simple para servir de base a nuestra acción.

IV
Para analizar al hombre hacen falta multitud de técnicas.– Son las técnicas las que han creado la división del hombre en partes.– Los especialistas.– Sus peligros.– Fragmentación indefinida del sujeto.– La necesidad de sabios no especializados.– Cómo mejorar los resultados de las investigaciones.– Disminución del número de sabios y establecimiento de condiciones propias a la creación intelectual.

El hombre no es divisible en partes. Si se aislasen sus órganos unos de otros, dejaría de existir. Aunque indivisible, presenta aspectos diversos. Sus aspectos son la manifestación heterogénea de su unidad a nuestros órganos de los sentidos. Puede compararse a una lámpara eléctrica que se muestra bajo formas diferentes a un termómetro, a un voltímetro y a una placa fotográfica. No somos capaces de tomarlo entero directamente en su sencillez. Le asimos por medio de nuestros sentidos y de nuestros aparatos científicos. Siguiendo. nuestros medios de investigación, su actividad nos aparece como física, química, fisiológica o psicológica. A causa de su propia riqueza, exige ser analizado por técnicas variadas. Al expresarse a nosotros por intermedió de estas técnicas adquiere naturalmente la apariencia de la multiplicidad.
La ciencia del hombre se sirve de todas las otras ciencias. Es una de las razones de su dificultad. Para estudiar, por ejemplo, la influencia de un factor psicológico sobre un individuo sensible, hace falta, emplear los procedimientos de la medicina, de la fisiología, de la física y de la química. Supongamos, por ejemplo, que una mala noticia se le anuncie a alguien. Este suceso psicológico puede traducirse a la vez por un sufrimiento moral, por trastornos nerviosos, por desórdenes de la circulación sanguínea, por modificaciones físico-químicas de la sangre, etc. En el hombre, la más sencilla de las experiencias exige el uso de métodos y de conceptos de muchas ciencias a la vez. Si se desea examinar el efecto de cierto alimento animal o vegetal sobre un grupo de individuos, es preciso conocer primero la composición química de este alimento. Y en seguida, el estado fisiológico y psicológico de los individuos sobre los cuales deben conducirse estos estudios, y sus caracteres ancestrales. En fin, en el curso de la experiencia se registran las modificaciones de peso, de la talla, de la forma del esqueleto, de la fuerza muscular, de la susceptibilidad a las enfermedades, de los caracteres físicos, químicos y anatómicos de la sangre, de equilibrio nervioso, de la inteligencia, del valor, de la fecundidad, de la longevidad, etc.
Es evidente que ningún sabio es capaz, por sí solo, de alcanzar la maestría en las técnicas necesarias para el estudio de un solo problema humano. Asimismo, el progreso del conocimiento de nosotros mismos exige especialistas variados. Cada, especialista se, absorbe en el estudio de una parte del cuerpo o de la conciencia, o de sus relaciones con el medio. Es anatomista, fisiólogo, químico, psicólogo, médico, higienista, educador, sacerdote, sociólogo, economista. Y cada especialidad se divide en trozos más y más pequeños. Existen especialistas para la fisiología de las glándulas, para las vitaminas, para las enfermedades del recto, para la educación de los niños pequeños, para la de los adultos, para la higiene de las fábrica, para la de las prisiones, para la psicología de todas las categorías de individuos, para la economía doméstica, para la economía rural, etc. etc. Y gracias a, la división del trabajo, se han desarrollado las ciencias particulares, la especialización de los sabios es indispensable. Le resulta imposible a un especialista, engolfado activamente en la prosecución de su propia tarea, conocer el conjunto del ser humano. Esta situación se ha hecho necesaria por la enorme extensión de cada ciencia. Pero ofrece ciertos peligros. Por ejemplo, Calmette, que se había, especializado en la bacteriología, quiso impedir la propagación de la tuberculosis entre la población de Francia. Naturalmente, prescribió el empleo de la vacuna que había inventado. Si, en lugar de ser un especialista, hubiese tenido conocimientos más generales de higiene y de medicina, habría aconsejado medidas que interesaran, a la vez, a la habitación, la alimentación, el modo de trabajo y los hábitos de vida de las gente. Un hecho análogo se produjo en Estados Unidos en la organización de las escuelas primarias. John Dewey, que es un filósofo, emprendió la tarea de mejorar la educación de los niños. Pero sus métodos se dirigieron únicamente al esquema, niño que su deformación profesional le representaba. ¿Cómo una educación tal podría convenir al niño concreto?
La especialización extrema de los médicos es más peligrosa aún. El ser humano enfermo, ha sido dividido en pequeñas regiones. Cada región tiene su especialista. Cuando aquél se dedica, desde el principio de su carrera, a una parte minúscula del cuerpo, permanece hasta tal punto ignorante del resto, que no es capaz de conocer bien esta parte. Fenómenos análogos se producen en los educadores, los sacerdotes, los economistas y los sociólogos que se niegan a iniciarse en un conocimiento general del hombre, antes de limitarse a su campo particular. La eminencia misma de un especialista lo vuelve más peligroso. A menudo los sabios que se han distinguido de modo extraordinario por grandes descubrimientos, o por invenciones útiles, llegan a creer que sus conocimientos acerca de un objeto, se extienden a todos los otros. Edison, por ejemplo, no dudaba en dar parte al público de sus puntos de vista sobre filosofía y religión. Y el público acogía su palabra con respeto, figurándose que tenía, sobre estos nuevos asuntos, la misma autoridad que sobre los antiguos. Y así es como, grandes hombres, al ponerse a enseñar cosas que ignoran, retardan en alguno de sus dominios el progreso humano, al cual han contribuido en otro. La prensa cotidiana nos obsequia a menudo con lucubraciones sociológicas, económicas y científicas, de industriales, banqueros, abogados, profesores, médicos, etc. cuyo espíritu demasiado especializado es incapaz de coger, en toda su amplitud, los grandes problemas de la hora presente. Ciertamente, los especialistas son necesarios. La ciencia no puede progresar sin ellos, pero la aplicación al hombre del resultado de sus esfuerzos, exige la síntesis previa de los conocimientos dispersos del análisis.
Tal síntesis no puede lograrse por la simple reunión de un grupo de especialistas en torno de una mesa. Reclama el esfuerzo, no de un grupo sino de un hombre. Jamás una obra de arte ha sido hecha por un comité de artistas, ni un gran descubrimiento por un comité de sabios. Las síntesis de que tenemos necesidad para el progreso del conocimiento de nosotros mismos deben elaborarse en un cerebro único. Hoy día, los conocimientos acumulados por los especialistas permanecen inutilizables. Porque nadie coordina las nociones adquiridas, ni se enfrenta con el ser humano en su conjunto total. Poseemos muchos trabajadores científicos pero pocos sabios verdaderos. Esta situación singular no proviene de la ausencia de individuos capaces de un gran esfuerzo intelectual. Ciertamente, las vastas síntesis exigen mucho poder mental y una resistencia física a toda prueba. Los espíritus amplios y fuertes son más raros que los precisos y estrechos. Es fácil llegar a ser un gran químico, un buen físico, un buen biólogo, o un buen psicólogo. Pero, exclusivamente, los hombres excepcionales son capaces de adquirir un conocimiento que se pueda utilizar en numerosas ciencias a la vez. Sin embargo, existen tales hombres. Entre los que nuestras instituciones científicas y universitarias han forzado a especializarse con excesiva estrechez, algunos serían capaces de asir un objeto importante en su conjunto al mismo tiempo que en sus partes. Hasta el presente, se ha favorecido siempre a los trabajadores científicos que se aíslan en estrecho campo, entregándose al estudio prolongado de un detalle, a veces insignificante. A un trabajo original sin importancia se lo considera de un valor superior al del conocimiento profundo de toda una ciencia. Los presidentes de universidades y sus consejeros, no comprenden que los espíritus sintéticos son tan indispensables como los espíritus analíticos. Si la superioridad de este tipo intelectual fuere reconocida y se favoreciese su desarrollo, los especialistas dejarían de ser peligrosos. Porque la significación de las partes en la construcción del conjunto podría ser evaluada justamente.
En los comienzos de su historia, más que en su apogeo, tiene una ciencia necesidad de espíritus superiores. Por ejemplo, hace falta más imaginación, juicio e inteligencia para convertirse en un gran médico que para llegar a ser un gran químico. En estos momentos, el conocimiento del hombre no puede progresar si no es atrayendo hacia su estudio una poderosa “élite” intelectual. Debemos exigir altas capacidades mentales a los jóvenes que desean consagrarse a la biología. Parece que el exceso de la especialización, el aumento del número de trabajadores científicos, y su disgregación en sociedades limitadas al estudio de un sujeto pequeño, han conducido a un retroceso de la inteligencia. Es verdad que la calidad de un grupo humano disminuye cuando su volumen aumenta más allá de ciertos límites. La Corte Suprema de los Estados Unidos so compone de nueve hombres verdaderamente eminentes por su habilidad profesional y por su carácter. Pero si se compusiera de novecientos juristas en lugar de nueve, el público perdería, en seguida y con razón, el respeto que siente por ella.
El mejor medio de aumentar la inteligencia de los sabios sería disminuir su número. Bastaría con un grupo muy pequeño de hombres de esta especie para desarrollar los conocimientos de los cuales tenemos necesidad, si estos hombres estuviesen dotados de imaginación, y dispusieran de potentes medios de trabajo. Cada año derrochamos grandes sumas de dinero en investigaciones científicas porque aquellos a quienes estas investigaciones les son confiadas no poseen en grado bastante alto las cualidades indispensables a los conquistadores de nuevos mundos. Y también, porque los raros hombres que poseen estas cualidades se encuentran situados en condiciones de vida en que la creación intelectual es imposible. Ni los laboratorios, ni los aparatos científicos, ni la excelencia de la organización del trabajo, procuran, ellos solos, al sabio el medio que le es necesario. La vida moderna se contrapone a la vida del espíritu. Los hombres de ciencia se encuentran sumidos en una muchedumbre cuyos apetitos son puramente materiales y cuyas costumbres son enteramente diferentes a las suyas. Desgastan sus fuerzas inútilmente y pierden gran parte de su tiempo en la persecución de las condiciones indispensables para el trabajo del pensamiento. Ninguno de ellos es bastante rico para procurarse el aislamiento y el silencio que cada cual podía obtener antes y de manera gratuita, aún en las grandes ciudades. No se ha ensayado hasta el presente crear, en medio de la agitación de la ciudad moderna, islotes de soledad donde sea posible la meditación. Sin embargo la innovación se impone. Las altas construcciones sintéticas están fuera del alcance de aquellos cuyo espíritu se dispersa cada día en la confusión de los modos de vida actuales. El desarrollo de la ciencia del hombre, más aun que el de otras ciencias, depende de un inmenso esfuerzo intelectual. Reclama una revisión, no sólo de nuestra concepción del sabio, sino también de las condiciones en las cuales se efectúa la investigación científica.

V
La observación y la experiencia en la ciencia del hombre.– La dificultad de las experiencias comparativas.– La lentitud de los resultados.– Utilización de los animales.– Las experiencias hechas sobre animales de inteligencia superior.– La organización de las experiencias de larga duración.

Los seres humanos se prestan mal a la observación y a la experiencia. No se encuentra fácilmente entre ellos testimonios idénticos a la materia a tratar y a quienes puedan referirse los resultados finales. Supongamos, por ejemplo, que se pretende comparar dos métodos de educación. Se elegirán, para este estudio, grupos de niños tan semejantes como sea posible. Si estos niños, aunque de la misma edad y de la misma talla, pertenecen a medios sociales diferentes, si no se alimentan de la misma manera, si no viven en la misma atmósfera psicológica, los resultados no serán comparables. De igual modo, el estudio de los efectos de dos formas de vida sobre los niños de una misma familia tiene escaso valor, porque no siendo puras las razas humanas, los productos de los mismos padres difieren a menudo los unos de los otros de una manera profunda. Por el contrario, los resultados serán convincentes si los niños, cuyo comportamiento se compara, bajo la influencia de condiciones diferentes, son gemelos que provienen del mismo huevo. Se está, pues, en general, obligado a contentarse con resultados vagos o relativos. Esta es una de las razones por lo cual la ciencia del hombre ha progresado tan lentamente.
En las investigaciones que se refieren a la física o a la química, y también a la fisiología, se procura siempre aislar sistemas relativamente sencillos cuyas condiciones se conocen con exactitud. Pero, cuando se procura estudiar al hombre en su conjunto, y en las relaciones con su medio, esto es imposible. También debe el observador estar provisto de gran sagacidad a fin de no perderse en la complejidad de los fenómenos. Las dificultades resultan casi infranqueables en los estudios retrospectivos. Estas investigaciones exigen un espíritu muy alerta. Por cierto, hace falta recurrir rara vez a la ciencia de la conjetura que es la historia. Pero han habido, en el pasado, ciertos sucesos q e revelan la existencia en el hombre de potencias extraordinarias. Sería importante conocer su génesis. ¿Cuáles son, por ejemplo, los factores que determinaron en la época de Pericles la aparición simultánea de tantos genios? Un fenómeno análogo se produjo durante el Renacimiento. ¿A qué causas es preciso atribuir el florecimiento inmenso, no sólo de la inteligencia, de la imaginación científica y de la intuición estética, sino también del vigor físico, de la audacia, y del espíritu de aventura, de los hombres de esa época? ¿Por qué nacieron dotados de tan poderosas actividades fisiológicas y mentales? Se concibe cuán útil resultaría conocer los detalles del modo de vivir, de la alimentación, de la educación, del medio intelectual, moral, estético y religioso de las épocas que precedieron inmediatamente a la aparición de pléyades de grandes hombres.
Otra de las dificultades de las experiencias hechas sobre seres humanos proviene de que el observador y el objeto observado viven al mismo ritmo. Los efectos de una clase de alimentación determinada, de una disciplina intelectual o moral, de un cambio político o social son tardíos. Sólo al cabo de treinta o cuarenta años se puede apreciar el valor de un método educacional. La influencia de un factor dado sobre las actividades fisiológicas y mentales de un grupo humano no se hacen manifiestas sino después del paso de una generación. Los éxitos atribuidos a su propia invención por los autores de sistemas de alimentación nuevas, de cultura física, de higiene, de educación, de moral, de economía social, se publican siempre con excesiva premura. Sólo hoy podrían analizarse con fruto los resultados del sistema Montessori, o de los procedimientos educacionales de John Dewey. Hay que esperar veinticinco años para conocer la significación de los “intelligence-tests”, hechos estos últimos años en las escuelas por los psicólogos. Solamente siguiendo a un gran número de individuos a través de las vicisitudes de su vida y hasta. su muerte podría conocerse, y aun de manera groseramente aproximada, el efecto ejercido sobre ellos por ciertos factores.
La marcha de la humanidad nos parece muy lenta puesto que nosotros, los observadores, formamos parte del rebaño. Cada uno de nosotros no puede hacer por sí mismo sino escasas observaciones. Nuestra vida es demasiado corta. Y existen experiencias que deberían ser prolongadas a lo menos durante un siglo. Sería necesario crear instituciones tales que las observaciones y experiencias no fueran interrumpidas por la muerte del sabio que los comenzó. Y tales organizaciones son desconocidas aun en el dominio científico. Sin embargo revisten ya para otro género de disciplinas. En el monasterio de Solesmes, tres generaciones sucesivas de monjes benedictinos, en el curso de más o menos cincuenta y cinco años, se han ocupado en reconstituir el canto gregoriano. Un método análogo podría ser aplicable al estudio de los problemas de la biología humana. Es preciso suplir la duración excesivamente corta de la vida de cada observador, por medio de instituciones, en cierta forma inmortales, que permitan la continuidad, tan prolongada como fuese necesario, de una experiencia. A la verdad, ciertas nociones de necesidad urgente pueden adquirirse con ayuda de animales cuya vida es corta. Para este objeto se han empleado particularmente ratas y cuyes. Colonias compuestas de muchos millares de estos animales han servido para el estudio de los alimentes, de su influencia sobre la rapidez del desarrollo, la talla, las enfermedades, la longevidad. Desgraciadamente, los cuyes y las ratas no presentan sino analogías lejanas con el hombre. Es peligroso, por ejemplo, aplicar a los niños las conclusiones de investigaciones hechas sobre otros animales cuya constitución es demasiado diferente a la suya. Por lo demás, no es posible estudiar de esta manera, las modificaciones fisiológicas que acompañan los cambios anatómicos y funcionales sufridos por el esqueleto, los tejidos y los humores bajo la influencia del alimento, del género de vida, etc. Al contrario, los animales más inteligentes, tales como los monos y los perros, nos permitirían analizar los factores de la formación mental.
Los monos, a despecho de su desarrollo cerebral, no resultan materia buena de experiencia. En efecto, no se conoce el “pedigree” de los individuos de los cuales se sirve. No se les puede educar fácilmente ni en número suficientemente grande. Son difíciles de manejar. Al contrario, es fácil procurarse perros muy inteligentes, cuyos caracteres ancestrales son exactamente conocidos. Estos animales se reproducen con rapidez. Son adultos al cabo de un año. La duración total de su vida no se prolonga, en general, más allá de quince años. Pueden hacerse en ellos observaciones psicológicas muy detalladas, sobre todo en los perros pastores, que son sensibles, inteligentes, alertas y atentos. Gracias a animales de este tipo, de pura raza y en suficiente número, sería posible dilucidar el problema tan complejo de la influencia del medio sobre el individuo. Por ejemplo, debemos buscar la manera de obtener el desarrollo óptimo de individuos que pertenezcan a una raza dada, averiguar cuál es su talla normal, qué aspecto es preciso imprimirles. Tenemos que descubrir cómo el modo de vida y la alimentación moderna operan sobre la resistencia nerviosa de los niños, sobre su inteligencia, su actividad, su audacia. Una vasta experiencia conducida durante veinte años con muchos centenares de perros pastores nos informaría sobre estas materias tan importantes. Esta experiencia nos indicaría, con más rapidez que la observación sobre seres humanos, en qué dirección es preciso modificar la alimentación y el género de vida. Reemplazaría de manera ventajosa las experiencias fragmentarias y de demasiado corta duración con que se contentan hoy día los especialistas de la nutrición. Seguramente no podría substituirse del todo a las observaciones hechas sobre los hombres. Para el desarrollo de un conocimiento definitivo, haría falta establecer sobre grupos humanos experiencias capaces de prolongarse durante muchas generaciones de sabios.

VI
Reconstitución del ser humano.– Cada fragmento debe ser considerado en sus relaciones con el todo.– Los caracteres de una síntesis utilizable.

Para adquirir un conocimiento mejor de nosotros mismos no basta con elegir en la masa de los conocimientos que ya poseemos aquellos que son positivos, y hacer con su ayuda un inventario completo de las actividades humanas. No basta tampoco con precisar de antemano por medio de nuevas observaciones y experiencias y edificar así una verdadera ciencia del hombre. Hace falta, sobre todo, gracias a estos documentos, construir una síntesis que pueda utilizarse.
En efecto, el fin de este conocimiento no es satisfacer nuestra curiosidad sino reconstruirnos a nosotros mismos y modificar nuestro medio en un sentido que nos sea favorable. Este fin es, en cierto modo, práctico. No nos serviría, pues, para nada, acumular una cantidad de conocimientos nuevos, si estos conocimientos habrían de permanecer dispersos en el cerebro y en los libros de los especialistas. La posesión de un diccionario, no da a su propietario la cultura literaria o filosófica. Es preciso que nuestras ideas se reúnan en un todo viviente en la inteligencia y la memoria de algunos individuos. Así, los esfuerzos que la humanidad ha hecho y hará todavía para conocerse mejor, resultarán fecundos. La ciencia de nosotros mismos vendrá a ser la ciencia del porvenir. Por e! momento, debemos contentarnos con una iniciación a la vez analítica y sintética en los caracteres del ser humano que la crítica científica nos da a conocer como reales. En las páginas siguientes, el hombre se nos presentará, tan ingenuamente como se presenta al observador y a sus técnicas. Le veremos en forma de fragmentos recortados por estas técnicas. Como sea posible, estos fragmentos volverán a ser colocados en el conjunto. Por supuesto, un conocimiento tal es muy insuficiente, pero es seguro. No contiene elementos metafísicos. Es igualmente empírico, porque la elección y el orden de las observaciones, no son guiadas por principio alguno. No tratamos de probar o negar ninguna teoría. Los diferentes aspectos del hombre están considerados tan ingenuamente como, en el curso de ascensión de una montaña, se miran las rocas, los torrentes, las praderas o los pinos, y aun desde el fondo del valle mismo, la claridad de las cimas. Al azar del camino en ambos casos, se hacen las observaciones. Sin embargo, estas observaciones son científicas. Constituyen un cuerpo más o menos sistematizado de conocimientos. Evidentemente no poseen la precisión de las de los astrónomos o de las de los físicos. Pero son tan exactas como lo permiten las técnicas empleadas y la naturaleza del objetivo al cual se aplican estas técnicas. Se sabe, por ejemplo, que los hombres están provistos de memoria y de sentido estético y también que el páncreas secreta insulina; que ciertas enfermedades dependen de lesiones del cerebro, que ciertos individuos manifiestas fenómenos de clarividencia. Se pueden medir la memoria y la actividad de la insulina, pero no la emoción estética y el sentido moral. Las relaciones de las enfermedades mentales y del cerebro, las características de la clarividencia, no son susceptibles de un estudio exacto. Sin embargo, todos estos conocimientos, aunque aproximados, son efectivos.
Se puede reprochar a este conocimiento el ser trivial e incompleto. Es trivial, porque el cuerpo y la conciencia, la duración, la adaptación, la individualidad, son bien conocidos por los especialistas de la anatomía, de la fisiología, de la psicología, de la metapsíquica, de la higiene, de la medicina, de la educación, de la religión y de la sociología. Es incompleto, porque en el número inmenso de los hechos estamos obligados a elegir, y esta elección es necesariamente arbitraria. Se limita a lo que nos parece más importante. Descuida el resto, porque la síntesis debe ser corta y susceptible de ser cogida con una sola mirada. Parece, pues, que, para ser útil, nuestro conocimiento debe ser incompleto. Por lo demás, es la seducción de los detalles, y no su número, lo que da a un retrato su parecido. El carácter de un individuo puede ser expresado con mucha más fuerza por un dibujo que por una fotografía. No trataremos de nosotros mismos, sino groseros bocetos, como esas figuras anatómicas trazadas con tiza en una pizarra. A pesar de la supresión intencional de los detalles, tales diseños resultarán exactos. Estarán inspirados en conocimientos positivos y no sólo en teorías y esperanzas. Ignorarán el vitalismo y el mecanicismo, el realismo y el nominalismo, el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia. Pero contendrán, en cambio, todo lo que es observable y los hechos inexplicables que las concepciones clásicas dejan en la oscuridad. En efecto, no descuidaremos los fenómenos que rehúsan entrar en los límites de nuestro pensamiento habitual, pues nos conducirán tal vez a regiones hasta el momento ignoradas por nosotros. Comprenderemos en nuestro inventario todas las actividades manifestadas y manifestables por el individuo humano.


Nos iniciaremos así en el conocimiento de nosotros mismos que es únicamente descriptivo y aun muy próximo a lo concreto. Este conocimiento no tiene sino pretensiones modestas. Será por una parte empírico, aproximativo, trivial e incompleto, pero por otra parte, positivo e inteligible para, cada uno de nosotros.

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EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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lunes, 5 de agosto de 2013

LA CIENCIA DEL HOMBRE, Alexis Carrel

Obra del pintor Miguel J. Isgró B.

LA CIENCIA DEL HOMBRE

Dr. Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina


I


Necesidad de elección en la masa de datos heterogéneos que poseemos acerca de nosotros mismos.– El concepto operacional de Bridgman.– Su aplicación en el estudio de los seres vivos.– Conceptos biológicos.– La mezcla, de conceptos de las diferentes ciencias.– Eliminación de los sistemas filosóficos y científicos, de las ilusiones y de los errores – El papel de las conjeturas.

Nuestra ignorancia de nosotros mismos es de una naturaleza particular. No proviene ni de la dificultad de procurarnos las informaciones necesarias, ni de su inexactitud ni de su rareza. Es debida, al contrario, a la extrema abundancia y a la confusión de las nociones que la humanidad ha acumulado a su propio respecto, durante el curso de las edades. Y también a la división de nosotros mismos en un número casi infinito de fragmentos por las ciencias que se han dividido el estudio de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Este conocimiento ha permanecido en gran parte inutilizado. De hecho, es difícilmente utilizable. Su esterilidad se traduce por la pobreza de los esquemas clásicos que son la base de la medicina, de la higiene, de la pedagogía y de la vida social. política y económica. Sin embargo, existe una realidad viviente y rica en el gigantesco conjunto de definiciones, observaciones, doctrinas, deseos y sueños que representa el esfuerzo de los hombres hacia el conocimiento de ellos mismos. Al lado de los sistemas y de las conjeturas de los sabios y de los filósofos, se encuentran los sistemas positivos de la experiencia, de las generaciones pasadas y una multitud de observaciones conducidas con el espíritu y a veces con la técnica de la ciencia. Se trata únicamente de hacer, en estas cosas disparatadas, una elección juiciosa.
Entre los numerosos conceptos que se refieren al ser humano los unos son construcciones lógicas de nuestro espíritu. No se aplican a ningún ser observable por nosotros en el mundo. Los otros son la expresión pura y simple de la experiencia. A tales conceptos, Bridgman ha dado el nombre de conceptos operacionales. Un concepto operacional equivale a la operación o a una serie de operaciones, que deben hacerse para adquirirlos. En efecto, todo conocimiento positivo depende del empleo de cierta técnica. Cuando se dice que un objeto tiene la longitud de un metro, ello significa que el objeto tiene la misma longitud que una varilla de madera, o de metal cuya extensión fuera igual a la medida del metro conservada en París en la Oficina Internacional de pesos y medidas. Es evidente que sólo sabemos lo que podernos observar. En el caso precedente, el concepto de longitud es sinónimo de la medida de esta longitud, los conceptos que se relacionan con objetos colocados fuera del campo de la experiencia están, según Bridgman, desprovistos de sentido. Igualmente una pregunta carece absolutamente de significación, si es imposible encontrar las operaciones como acontece una, pregunta no posee significación alguna, si es imposible encontrar las operaciones que permiten darle una respuesta.
La precisión de un concepto cualquiera, depende la exactitud de las operaciones que sirven para adquirirlo. Si se define al hombre como compuesto de materia y de conciencia, se emite una proposición vacía de sentido. Porque las relaciones de la materia corporal y de la conciencia no han sido, hasta el presente, conducidas al campo de la experiencia. Pero se puede dar del hombre una definición operacional considerándolo como un todo indivisible que manifiesta actividades físico-químicas, fisiológicas y psicológicas. En biología como en física, los conceptos sobre los cuales es preciso edificar la, ciencia, aquellos que permanecerán siempre verdaderos, están ligados a ciertos procesos de observación. Por ejemplo el concepto que tenemos hoy día respecto de las células de la corteza cerebral, con sus cuerpos piramidales, sus prolongamientos dentríticos y su lisa enjundia, es el resultado de las técnicas de Ramón y Cajal. Es, pues, un concepto operacional y no cambiará sino con el progreso futuro de la técnica. Pero decir que las células cerebrales son el asiento de los procesos mentales, es una afirmación sin valor, porque no existe medio de observar la presencia de un proceso mental en el interior de las células cerebrales. Únicamente el empleo de los conceptos operacionales nos permite construir sobre terreno sólido. En el cúmulo inmenso de observaciones que poseemos sobre nosotros mismos debemos elegir los hechos positivos que corresponden a lo que existe, no sólo en nuestro espíritu, sino también en la naturaleza.
Sabemos que los conceptos operacionales que se relacionan con el hombre, los unos le son propios, los otros pertenecen a todos los seres vivientes; los otros, en fin, son aquellos de la química, de la física y de la mecánica. Hay tantos sistemas diferentes como capas diferentes en la organización de la materia viva. Al nivel de los edificios electrónicos, atómicos y moleculares, que existen en los tejidos del hombre como en los árboles o en las nubes, es preciso emplear los conceptos de «continuum» espacio-tiempo, de energía, de fuerza, de masa, y también aquellos de tensión osmótica, de carga eléctrica, de iones, de capilaridad, de permeabilidad, de difusión. Al nivel de los agregados más grandes que las moléculas, aparecen los conceptos de “micelle", de dispersión, de absorción, de floculación. Cuando las moléculas y sus combinaciones han edificado las células, y las células se han asociado en órganos y en organismos, es preciso agregar a los conceptos precedentes, los de cromosoma, de génesis, de herencia, de adaptación, de tiempos fisiológicos, de reflejos, de instintos, etc. Se trata de los conceptos fisiológicos propiamente dichos. Estos coexisten con los conceptos físico-químicos, pero no le son reductibles. En el estado más alto de su organización, existen, aparte de las moléculas, las células y los tejidos, un conjunto compuesto de órganos, de humores y de conciencia., Los conceptos físico-químicos y fisiológicos se hacen insuficientes. Hay que agregar los conceptos psicológicos, que son específicos del ser humano. Tales son la inteligencia, el sentido moral, el sentido estético, el sentido social. A las leyes de la termo-dinámica, y a las de la adaptación, por ejemplo, nos vemos obligados a sustituir los principios del mínimo de esfuerzo, por el máximo de goce o de rendimiento, la persecución de la libertad, de la igualdad, etc.
Cada sistema de conceptos no puede emplearse de manera legítima sino en el dominio de la ciencia a la cual pertenece. Los conceptos de la física, de la química, de la fisiología, son aplicables a las capas superpuestas de la organización corporal. Pero no es permitido confundir los conceptos propios de una capa determinada, con los que son específicos de otra. Por ejemplo, la segunda ley de la termo-dinámica indispensable al nivel molecular es inútil al nivel psicológico donde se aplica el principio del menor esfuerzo para el máximo de goce. El concepto de la capilaridad y el de la tensión osmótica, no alumbran lo suficiente los problemas de la conciencia. La aplicación de un fenómeno psicológico en términos de fisiología celular, o de mecánica electrónica, no es más que un juego verbal. Sin embargo, los fisiólogos, del siglo XlX y sus sucesores, que se perpetúan entre nosotros, han cometido ese error, procurando reducir al hombre entero a la físico-química. Esta generalización injustificada de nociones exactas, ha sido la obra de sabios excesivamente especializados. Es indispensable que cada sistema de conceptos conserve su rango propio en la jerarquía de las ciencias.
La confusión de los conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos, proviene sobre todo de la presencia, entre los hechos positivos, de residuos de sistemas científicos, filosóficos y religiosos. La adhesión de nuestro espíritu a un sistema cualquiera, cambia el aspecto y la significación de los fenómenos observados por nosotros. En todos los tiempos, la humanidad ha sido contemplada a través de cristales teñidos por las doctrinas, las creencias y las ilusiones. Son estas nociones falsas e inexactas las que importa suprimir. Como lo escribiera antes Claude Bernard, es preciso desembarazarse de los sistemas filosóficos y científicos, como podría arrancarse las cadenas a una esclavitud intelectual. Esta liberación no se ha realizado aun. Los biólogos, y sobre todo los educadores, los economistas y los sociólogos, se encuentran frente a problemas de una complicación extrema, cediendo a menudo a la tentación de construir hipótesis, para elaborar en seguida artículos de fe. Los sabios se han mantenido inmovilizados en fórmulas tan rígidas como los dogmas de una religión. En todas las ciencias encontramos el recuerdo embarazoso de semejantes errores. Uno de los más célebres, ha dado lugar a la gran querella de bis vitalistas y los mecanicistas cuya futilidad nos sorprende hoy día. Los vitalistas pensaban que el organismo era una máquina cuyas partes se integraban gracias a un factor no físico-químico. Después de ellos, los procesos responsables de la unidad del ser viviente, se dirigieron por un principio independiente, una entelequia, una idea análoga a la del ingeniero que construye una máquina. Este agente autónomo, no era una forma de energía y no creaba energía. No se ocupaba sino de la dirección del organismo. Evidentemente, la entelequia no es un concepto operacional. Es una pura construcción del espíritu. En suma, los vitalistas consideraban el cuerpo como una máquina dirigida por un ingeniero a quien llamaban entelequia. Y no se daban cuenta de que este ingeniero, esta entelequia, no era otra cosa que su propia inteligencia. En cuanto a los mecanicistas, creían que todos los fenómenos fisiológicos y psicológicos son explicables por las leyes de la física, de la química y de la mecánica. Construían también, de esa manera, una máquina de la cual ellos venían a ser el ingeniero. En seguida, como lo hace notar Woogger, olvidaban la existencia de este ingeniero. Este concepto no es operacional. Es evidente que el mecanicismo y el vitalismo deben ser dejados de lado por las mismas razones que debe dejarse de lado otro sistema cualquiera. Hace falta al mismo tiempo liberarnos de la masa de ilusiones, errores, observaciones mal hechas, falsos problemas perseguidos por los débiles de espíritu de la ciencia, los pseudo-descubrimientos de los charlatanes y los sabios celebrados por la prensa cotidiana. Y también, de aquellos trabajos tristemente inútiles, largos estudios de cosas sin significación, inextricable confusión que se levanta como una montaña, desde que la investigación científica se ha convertido en profesión, como la de los maestros de escuela, pastores y empleados de banco.
Hecha, ya esa eliminación, nos quedan los resultados de los pacientes esfuerzos de todas las ciencias que se ocupan del hombre, y el tesoro de observaciones y experiencias que ellas han acumulado. Basta con buscar en la historia de la humanidad, para encontrar la expresión más o menos neta de todas estas actividades fundamentales. Al lado de las observaciones positivas y de los hechos evidentes, hay una cantidad de cosas que no son ni positivas ni evidentes y que no deben ser, sin embargo, rechazadas. Ciertamente, los conceptos operacionales solos permiten colocar el conocimiento del hombre sobre una base sólida. Pero, únicamente también, la imaginación creadora puede inspirarnos las conjeturas y los ensueños de donde deberá nacer el plan de las construcciones futuras. Es preciso, pues, continuar haciéndonos preguntas que, desde el punto de vista de la sana crítica científica, no tienen sentido alguno. Por otra parte, aunque procuráramos prohibir a nuestro espíritu la investigación de lo imposible y de lo inconocible, no lo lograríamos. La curiosidad es una necesidad de nuestra naturaleza humana. Es un impulso ciego, que no obedece a regla alguna. Nuestro espíritu se infiltra en torno de las cosas del mundo exterior y en las profundidades de nosotros mismos, de manera tan irresistible y carente de razón, como explora un ratoncillo con ayuda, de sus patitas hábiles los menores detalles del sitio donde está encerrado. Es esta curiosidad quien nos fuerza a descubrir el universo. Nos arrastra irresistiblemente en su persecución por lo más desconocidos caminos. Y las montañas infranqueables se desvanecen ante ellas como el humo dispersado por el viento.

II
Es indispensable hacer un inventario completo.– Ningún aspecto del hombre debe parecernos privilegiado.– Evitar dar una importancia exagerada a alguna parte del mismo con perjuicio de las otras.– No limitarse a lo que es sencillo.– No suprimir lo que es inexplicable.– El método científico es aplicable a toda la extensión del ser humano.

Es indispensable hacer de nosotros mismos un examen completo. La pobreza de los esquemas clásicos proviene de que, a pesar de la extensión e nuestros conocimientos, jamás nos hemos observado de una manera general. En efecto, no se trata de coger el aspecto que presenta el hombre en cierta época o en ciertas condiciones de vida, sino de conocerlo en todas sus actividades, aquellas que se manifiestan ordinariamente y también aquellas que pueden permanecer virtuales. Una información tal no es obtenible sino por la investigación cuidadosa en el mundo presente y en el pasado, manifestaciones de nuestros poderes orgánicos y mentales, e igualmente, por un examen a la vez analítico y sintético de nuestra constitución y de nuestras relaciones físicas, químicas y psicológicas con el medio exterior. Es preciso seguir el sabio consejo de Descartes en el “Discurso del Método” dado a aquellos que buscan la verdad, y dividir nuestro sujeto en tantas partes corno sea necesario, para hacer de cada una de ellas un inventario completo. Pero debemos saber, al mismo tiempo, que esta división no es sino un artículo metodológico, que está creado por nosotros y que el hombre permanece siendo un todo indivisible.
No hay territorios privilegiados. En la inmensidad de nuestro mundo interior, todo tiene un significado. No podemos escoger únicamente lo que nos conviene a gusto de nuestros sentimientos; de nuestra fantasía, de la forma científica y filosófica de nuestro espíritu. La dificultad o la oscuridad de un objeto no es razón suficiente para abandonarle. Deben emplearse todos los métodos. Lo cualitativo es tan verdadero como lo cuantitativo. Las relaciones expresables en lenguaje matemático no poseen una realidad mayor que las que no lo son. Darwin, Claude Bernard y Pasteur que no pudieron describir sus descubrimientos con fórmulas algebraicas, fueron tan grandes sabios como Newton y Einstein. La realidad no es necesariamente clara, y sencilla. No podemos tener la seguridad de que sea siempre inteligible para nosotros. Por lo demás, se presenta bajo formas infinitamente variadas. Un estado de conciencia, el hueso húmero, una llaga, son cosas igualmente verdaderas. Un fenómeno no logra su interés por la facilidad con la cual nuestros técnicos se aplican a su estudio. Debe ser juzgado en función, no de observador y de sus métodos, sino de sujeto, de ser humano. El dolor de la madre que ha perdido a su hijo, la angustia del alma mística sumergida en la noche oscura, el sufrimiento del enfermo devorado por un cáncer, son de una evidente realidad, aunque no sean mensurables. No tenemos derecho mayor de abandonar el estudio de los fenómenos de clarividencia que los de la cronaxia de los nervios, bajo el pretexto de que la clarividencia no se produce a voluntad y no se mide, mientras que la cronaxia puede medirse con un método científico. Es preciso servirse en este inventario de todos los medios posibles y contentarse con observar, lo que no puede medirse.
Sucede a menudo que se da una importancia exagerada a cualquier parte a costa de las otras. Estamos obligados a considerar en el hombre sus . diferentes aspectos: físico-químico, anatómico, fisiológico, metapsíquico; intelectual, moral, artístico, espiritual, económico, social, etc. Cada sabio, gracias a una deformación social bien conocida, se imagina que conoce al ser humano mientras que, en realidad, no ha cogido de él sino una parte minúscula. Los aspectos más fragmentarios se consideran como capaces de expresar el todo. Y estos aspectos son tomados al azar de la moda que, de cuando en cuando, da más importancia, al individuo que a la sociedad, a los apetitos fisiológicos o a las actividades espirituales, a la potencia del músculo o a la del cerebro, a la, belleza o a la utilidad, etc. Es por ello que el hombre se nos aparece con múltiples facetas. Elegimos arbitrariamente entre éstas las que nos convienen y olvidamos a las otras.
Otros de los errores consiste en cercenar del inventario parte de la realidad. Y ello se debe a multitud de causas. Estudiamos con preferencia los sistemas fácilmente aislables, aquellos que son únicamente abordables por métodos sencillos. Abandonamos, en cambio, los más complejos. Nuestro espíritu gusta de la precisión y de la seguridad de las soluciones definitivas. Existe en él una tendencia casi irresistible a elegir los sujetos de estudio, más por su facilidad técnica y su claridad, que por su importancia. Por esta razón, los fisiólogos modernos se ocupan sobre todo de los fenómenos físico-químicos que se observan en los animales vivos y abandonan los procesos fisiológicos y la psicología. Lo mismo, los médicos se especializan en sujetos cuyas técnicas son sencillas y ya conocidas, mucho más que en el estudio de las enfermedades degenerativas, de las neurosis y las psicosis que exigirían la intervención de la imaginación y la creación de nuevos métodos. Cada cual sabe, sin embargo, que el descubrimiento de algunas leyes de la organización de la materia viva, sería más importante que, por ejemplo, la del ritmo de las pestañas vibrátiles de las células de la tráquea. Sin duda alguna valdría, mucho más emancipar a la humanidad del cáncer, de la tuberculosis, de la arterioesclerosis, de la sífilis y de los males innumerables aportados por las enfermedades mentales y nerviosas, que absorberse en el estudio minucioso de los fenómenos físico-químicos de importancia secundaria que se producen en el curso de las enfermedades. Las dificultades técnicas son las que nos conducen a veces a eliminar ciertos sujetos del dominio de la investigación científica y a rehusarles el derecho de hacerse conocer por nosotros.
A veces, los hechos más importantes son completamente suprimidos. Nuestro espíritu tiene una tendencia natural a arrojar a un lado, lo que no entra en el cuadro de las creencias científicas o filosóficas de nuestra época. Los sabios, después de todo, son hombres. Están impregnados, por lo tanto, por los prejuicios de su medio y de su tiempo. Creen de buena fe que lo que no es explicable por las teorías corrientes, no existe. Durante el período en que la fisiología se encontraba identificada a la físico-química, el período de Jacques Loeb y de Bayliss, el estudio de los fenómenos mentales se abandonó. Nadie se interesaba en la psicología y en las enfermedades del espíritu. Aun hoy día, la telepatía y los otros fenómenos metapsíquicos se consideran como ilusiones por los sabios que se interesan únicamente en el aspecto físico-químico de los procesos fisiológicos. Los hechos más evidentes son ignorados cuando tienen una apariencia heterodoxa. Por todas estas razones el inventario de las cosas capaces de conducirnos a una concepción mejor del ser humano ha permanecido incompleto. Es preciso, pues, volver a la observación ingenua de nosotros mismos bajo todos nuestros aspectos, no abandonar ningún detalle, y describir sencillamente lo que vemos.
En principio, el método científico no parece aplicable al estudio de la totalidad de nuestras actividades. Es evidente que nosotros, los observadores, no somos capaces de penetrar en todas la regiones en que se prolonga la persona humana. Nuestras técnicas no cogen lo que no tienen dimensiones ni peso. No alcanzan sino las cosas colocadas en el espacio y el tiempo. Son impotentes para medir la, vanidad, el odio, el amor, la belleza, la elevación hacia Dios del alma religiosa, el ensueño del sabio y el del artista. Pero registran con facilidad el aspecto fisiológico y los resultados materiales de esos estados psicológicos. El juego frecuente de las actividades mentales y espirituales, se expresa por cierto comportamiento, ciertos actos, cierta actitud hacia nuestros semejantes. De este modo es como las actividad moral, estética, mística, pueden ser exploradas por nosotros, Tenemos también a nuestra disposición los relatos de aquellos que han viajado en esas regiones desconocidas. Pero la expresión verbal de sus experiencias es, en general, desconcertante. Aparte del dominio intelectual, nada es definible de manera clara. Ciertamente, la imposibilidad de medir una cosa no significa su no existencia. Cuando se navega en la niebla, las rocas invisibles no están por ello menos presentes. De cuando en cuando, sus contornos amenazantes aparecen de súbito. En seguida la nube se cierra sobre ellas. Lo mismo ocurre con la realidad evanescente de las visiones de los artistas y sobre todo de los grandes místicos. Estas cosas, inasibles por medio de nuestras técnicas, dejan sin embargo sobre los iniciados una visible huella. De esta manera indirecta es como la ciencia conoce el mundo espiritual donde, por definición, no puede penetrar. El ser humano se encuentra, pues, entero, en la jurisdicción de las técnicas científicas.

III

Es preciso desarrollar una ciencia verdadera del hombre.– esta es más necesaria que las ciencias mecánicas, físicas y químicas.– Su carácter analítico y sintético.

En suma, la critica de los conocimientos que poseemos nos proporciona nociones positivas y numerosas. Gracias a estas nociones, podemos hacer un inventario completo de nuestras actividades. Este inventario nos permitirá construir esquemas más ricos que los esquemas clásicos.
Pero el progreso así obtenido no será muy grande. Es preciso ir más lejos y edificar una ciencia verdadera del hombre. Una ciencia que, con ayuda de todas las técnicas conocidas, haga una exploración más profunda de nuestro mundo interior, y realice también la necesidad de estudiar cada parte en función del conjunto. Para desarrollar una ciencia tal, sería necesario, durante algún tiempo, alejar nuestra atención de los progresos mecánicos, y aun en cierta medida, de la higiene clásica, de la medicina, y del aspecto puramente material de nuestra existencia. Cada cual se interesa en lo que aumenta la riqueza y el confort, pero nadie se da cuenta de que es indispensable mejorar la calidad estructural, funcional y mental de cada uno de nosotros. La salud de la inteligencia y de los sentimientos afectivos, la disciplina moral y el desarrollo espiritual son tan necesarios como la salud orgánica y la prevención de las enfermedades infecciosas.
No existe ninguna ventaja en aumentar el número de las invenciones mecánicas. Quizás, incluso. sería conveniente dar menos importancia a los descubrimientos de la física, d e la astronomía y de la química. Ciertamente, la ciencia pura no nos aporta jamás directamente el mal. Pero se torna peligrosa cuando, por su belleza fascinadora, encierra por completo nuestra inteligencia en la materia inanimada. La humanidad debe hoy día concentrar su atención sobre sí misma y sobre las causas de su incapacidad moral e intelectual. ¿A qué aumentar el confort, el lujo, la belleza, la grandeza y la complicación de nuestra civilización si nuestra, debilidad no nos permite dirigirla? – Es realmente inútil continuar la elaboración de un modo de existencia que trae consigo la desmoralización y la desaparición de los elementos más nobles de las grandes razas. Valdría más ocuparnos de nosotros mismos que construir enormes telescopios para explicar la estructura de las nebulosas, fabricar barcos rapidísimos, automóviles de un confort supremo, radios maravillosas. ¿Cuál será el progreso verdadero que lleguemos a obtener cuando los aviones nos transporten en escasas horas a Europa o a la China? ¿Es acaso necesario aumentar sin cesar la producción, a fin de que los hombres consuman una cantidad más y más grande de cosas inútiles? No son las ciencias mecánicas, físicas y químicas las que nos aportarán la moralidad, la inteligencia, la salud, el equilibrio nervioso, la, seguridad, la paz.
Hace falta que nuestra curiosidad se encamine por rutas diferentes a aquellas por donde hasta ahora ha marchado. Debe dirigirse de lo físico y de lo fisiológico hacia lo mental y lo espiritual. Hasta el presente, las ciencias de las cuales se, ocupan los seres humanos, han limitado su actividad sólo a, ciertos aspectos de ellas mismas. No han logrado sustraerse a la influencia del dualismo cartesiano. Han estado dominadas por el mecanicismo. En filosofía, en higiene, en medicina, lo mismo que en el estudio de la pedagogía o de la economía política y social, la atención de los investigadores ha sido atraída sobre todo por el aspecto orgánico, humoral o intelectual del hombre. No se ha detenido en su forma afectiva y moral, en su vida interior, en su carácter, en sus necesidades estéticas y religiosas, en el “substratum” común de los fenómenos orgánicos y psicológicos, en las relaciones profundas del individuo y de su medio mental y espiritual. Hace falta, pues, un cambio radical de orientación. Ese cambio exige, a la vez, especialistas dedicados a las ciencias particulares que se han dividido nuestro cuerpo y nuestro espíritu, y sabios capaces de reunir, en conjunto, los descubrimientos de los especialistas. La ciencia nueva debe progresar, por un doble esfuerzo de análisis y de síntesis, hacia una concepción del hombre bastante completa y simple para servir de base a nuestra acción.

IV
Para analizar al hombre hacen falta multitud de técnicas.– Son las técnicas las que han creado la división del hombre en partes.– Los especialistas.– Sus peligros.– Fragmentación indefinida del sujeto.– La necesidad de sabios no especializados.– Cómo mejorar los resultados de las investigaciones.– Disminución del número de sabios y establecimiento de condiciones propias a la creación intelectual.

El hombre no es divisible en partes. Si se aislasen sus órganos unos de otros, dejaría de existir. Aunque indivisible, presenta aspectos diversos. Sus aspectos son la manifestación heterogénea de su unidad a nuestros órganos de los sentidos. Puede compararse a una lámpara eléctrica que se muestra bajo formas diferentes a un termómetro, a un voltímetro y a una placa fotográfica. No somos capaces de tomarlo entero directamente en su sencillez. Le asimos por medio de nuestros sentidos y de nuestros aparatos científicos. Siguiendo. nuestros medios de investigación, su actividad nos aparece como física, química, fisiológica o psicológica. A causa de su propia riqueza, exige ser analizado por técnicas variadas. Al expresarse a nosotros por intermedió de estas técnicas adquiere naturalmente la apariencia de la multiplicidad.
La ciencia del hombre se sirve de todas las otras ciencias. Es una de las razones de su dificultad. Para estudiar, por ejemplo, la influencia de un factor psicológico sobre un individuo sensible, hace falta, emplear los procedimientos de la medicina, de la fisiología, de la física y de la química. Supongamos, por ejemplo, que una mala noticia se le anuncie a alguien. Este suceso psicológico puede traducirse a la vez por un sufrimiento moral, por trastornos nerviosos, por desórdenes de la circulación sanguínea, por modificaciones físico-químicas de la sangre, etc. En el hombre, la más sencilla de las experiencias exige el uso de métodos y de conceptos de muchas ciencias a la vez. Si se desea examinar el efecto de cierto alimento animal o vegetal sobre un grupo de individuos, es preciso conocer primero la composición química de este alimento. Y en seguida, el estado fisiológico y psicológico de los individuos sobre los cuales deben conducirse estos estudios, y sus caracteres ancestrales. En fin, en el curso de la experiencia se registran las modificaciones de peso, de la talla, de la forma del esqueleto, de la fuerza muscular, de la susceptibilidad a las enfermedades, de los caracteres físicos, químicos y anatómicos de la sangre, de equilibrio nervioso, de la inteligencia, del valor, de la fecundidad, de la longevidad, etc.
Es evidente que ningún sabio es capaz, por sí solo, de alcanzar la maestría en las técnicas necesarias para el estudio de un solo problema humano. Asimismo, el progreso del conocimiento de nosotros mismos exige especialistas variados. Cada, especialista se, absorbe en el estudio de una parte del cuerpo o de la conciencia, o de sus relaciones con el medio. Es anatomista, fisiólogo, químico, psicólogo, médico, higienista, educador, sacerdote, sociólogo, economista. Y cada especialidad se divide en trozos más y más pequeños. Existen especialistas para la fisiología de las glándulas, para las vitaminas, para las enfermedades del recto, para la educación de los niños pequeños, para la de los adultos, para la higiene de las fábrica, para la de las prisiones, para la psicología de todas las categorías de individuos, para la economía doméstica, para la economía rural, etc. etc. Y gracias a, la división del trabajo, se han desarrollado las ciencias particulares, la especialización de los sabios es indispensable. Le resulta imposible a un especialista, engolfado activamente en la prosecución de su propia tarea, conocer el conjunto del ser humano. Esta situación se ha hecho necesaria por la enorme extensión de cada ciencia. Pero ofrece ciertos peligros. Por ejemplo, Calmette, que se había, especializado en la bacteriología, quiso impedir la propagación de la tuberculosis entre la población de Francia. Naturalmente, prescribió el empleo de la vacuna que había inventado. Si, en lugar de ser un especialista, hubiese tenido conocimientos más generales de higiene y de medicina, habría aconsejado medidas que interesaran, a la vez, a la habitación, la alimentación, el modo de trabajo y los hábitos de vida de las gente. Un hecho análogo se produjo en Estados Unidos en la organización de las escuelas primarias. John Dewey, que es un filósofo, emprendió la tarea de mejorar la educación de los niños. Pero sus métodos se dirigieron únicamente al esquema, niño que su deformación profesional le representaba. ¿Cómo una educación tal podría convenir al niño concreto?
La especialización extrema de los médicos es más peligrosa aún. El ser humano enfermo, ha sido dividido en pequeñas regiones. Cada región tiene su especialista. Cuando aquél se dedica, desde el principio de su carrera, a una parte minúscula del cuerpo, permanece hasta tal punto ignorante del resto, que no es capaz de conocer bien esta parte. Fenómenos análogos se producen en los educadores, los sacerdotes, los economistas y los sociólogos que se niegan a iniciarse en un conocimiento general del hombre, antes de limitarse a su campo particular. La eminencia misma de un especialista lo vuelve más peligroso. A menudo los sabios que se han distinguido de modo extraordinario por grandes descubrimientos, o por invenciones útiles, llegan a creer que sus conocimientos acerca de un objeto, se extienden a todos los otros. Edison, por ejemplo, no dudaba en dar parte al público de sus puntos de vista sobre filosofía y religión. Y el público acogía su palabra con respeto, figurándose que tenía, sobre estos nuevos asuntos, la misma autoridad que sobre los antiguos. Y así es como, grandes hombres, al ponerse a enseñar cosas que ignoran, retardan en alguno de sus dominios el progreso humano, al cual han contribuido en otro. La prensa cotidiana nos obsequia a menudo con lucubraciones sociológicas, económicas y científicas, de industriales, banqueros, abogados, profesores, médicos, etc. cuyo espíritu demasiado especializado es incapaz de coger, en toda su amplitud, los grandes problemas de la hora presente. Ciertamente, los especialistas son necesarios. La ciencia no puede progresar sin ellos, pero la aplicación al hombre del resultado de sus esfuerzos, exige la síntesis previa de los conocimientos dispersos del análisis.
Tal síntesis no puede lograrse por la simple reunión de un grupo de especialistas en torno de una mesa. Reclama el esfuerzo, no de un grupo sino de un hombre. Jamás una obra de arte ha sido hecha por un comité de artistas, ni un gran descubrimiento por un comité de sabios. Las síntesis de que tenemos necesidad para el progreso del conocimiento de nosotros mismos deben elaborarse en un cerebro único. Hoy día, los conocimientos acumulados por los especialistas permanecen inutilizables. Porque nadie coordina las nociones adquiridas, ni se enfrenta con el ser humano en su conjunto total. Poseemos muchos trabajadores científicos pero pocos sabios verdaderos. Esta situación singular no proviene de la ausencia de individuos capaces de un gran esfuerzo intelectual. Ciertamente, las vastas síntesis exigen mucho poder mental y una resistencia física a toda prueba. Los espíritus amplios y fuertes son más raros que los precisos y estrechos. Es fácil llegar a ser un gran químico, un buen físico, un buen biólogo, o un buen psicólogo. Pero, exclusivamente, los hombres excepcionales son capaces de adquirir un conocimiento que se pueda utilizar en numerosas ciencias a la vez. Sin embargo, existen tales hombres. Entre los que nuestras instituciones científicas y universitarias han forzado a especializarse con excesiva estrechez, algunos serían capaces de asir un objeto importante en su conjunto al mismo tiempo que en sus partes. Hasta el presente, se ha favorecido siempre a los trabajadores científicos que se aíslan en estrecho campo, entregándose al estudio prolongado de un detalle, a veces insignificante. A un trabajo original sin importancia se lo considera de un valor superior al del conocimiento profundo de toda una ciencia. Los presidentes de universidades y sus consejeros, no comprenden que los espíritus sintéticos son tan indispensables como los espíritus analíticos. Si la superioridad de este tipo intelectual fuere reconocida y se favoreciese su desarrollo, los especialistas dejarían de ser peligrosos. Porque la significación de las partes en la construcción del conjunto podría ser evaluada justamente.
En los comienzos de su historia, más que en su apogeo, tiene una ciencia necesidad de espíritus superiores. Por ejemplo, hace falta más imaginación, juicio e inteligencia para convertirse en un gran médico que para llegar a ser un gran químico. En estos momentos, el conocimiento del hombre no puede progresar si no es atrayendo hacia su estudio una poderosa “élite” intelectual. Debemos exigir altas capacidades mentales a los jóvenes que desean consagrarse a la biología. Parece que el exceso de la especialización, el aumento del número de trabajadores científicos, y su disgregación en sociedades limitadas al estudio de un sujeto pequeño, han conducido a un retroceso de la inteligencia. Es verdad que la calidad de un grupo humano disminuye cuando su volumen aumenta más allá de ciertos límites. La Corte Suprema de los Estados Unidos so compone de nueve hombres verdaderamente eminentes por su habilidad profesional y por su carácter. Pero si se compusiera de novecientos juristas en lugar de nueve, el público perdería, en seguida y con razón, el respeto que siente por ella.
El mejor medio de aumentar la inteligencia de los sabios sería disminuir su número. Bastaría con un grupo muy pequeño de hombres de esta especie para desarrollar los conocimientos de los cuales tenemos necesidad, si estos hombres estuviesen dotados de imaginación, y dispusieran de potentes medios de trabajo. Cada año derrochamos grandes sumas de dinero en investigaciones científicas porque aquellos a quienes estas investigaciones les son confiadas no poseen en grado bastante alto las cualidades indispensables a los conquistadores de nuevos mundos. Y también, porque los raros hombres que poseen estas cualidades se encuentran situados en condiciones de vida en que la creación intelectual es imposible. Ni los laboratorios, ni los aparatos científicos, ni la excelencia de la organización del trabajo, procuran, ellos solos, al sabio el medio que le es necesario. La vida moderna se contrapone a la vida del espíritu. Los hombres de ciencia se encuentran sumidos en una muchedumbre cuyos apetitos son puramente materiales y cuyas costumbres son enteramente diferentes a las suyas. Desgastan sus fuerzas inútilmente y pierden gran parte de su tiempo en la persecución de las condiciones indispensables para el trabajo del pensamiento. Ninguno de ellos es bastante rico para procurarse el aislamiento y el silencio que cada cual podía obtener antes y de manera gratuita, aún en las grandes ciudades. No se ha ensayado hasta el presente crear, en medio de la agitación de la ciudad moderna, islotes de soledad donde sea posible la meditación. Sin embargo la innovación se impone. Las altas construcciones sintéticas están fuera del alcance de aquellos cuyo espíritu se dispersa cada día en la confusión de los modos de vida actuales. El desarrollo de la ciencia del hombre, más aun que el de otras ciencias, depende de un inmenso esfuerzo intelectual. Reclama una revisión, no sólo de nuestra concepción del sabio, sino también de las condiciones en las cuales se efectúa la investigación científica.

V
La observación y la experiencia en la ciencia del hombre.– La dificultad de las experiencias comparativas.– La lentitud de los resultados.– Utilización de los animales.– Las experiencias hechas sobre animales de inteligencia superior.– La organización de las experiencias de larga duración.

Los seres humanos se prestan mal a la observación y a la experiencia. No se encuentra fácilmente entre ellos testimonios idénticos a la materia a tratar y a quienes puedan referirse los resultados finales. Supongamos, por ejemplo, que se pretende comparar dos métodos de educación. Se elegirán, para este estudio, grupos de niños tan semejantes como sea posible. Si estos niños, aunque de la misma edad y de la misma talla, pertenecen a medios sociales diferentes, si no se alimentan de la misma manera, si no viven en la misma atmósfera psicológica, los resultados no serán comparables. De igual modo, el estudio de los efectos de dos formas de vida sobre los niños de una misma familia tiene escaso valor, porque no siendo puras las razas humanas, los productos de los mismos padres difieren a menudo los unos de los otros de una manera profunda. Por el contrario, los resultados serán convincentes si los niños, cuyo comportamiento se compara, bajo la influencia de condiciones diferentes, son gemelos que provienen del mismo huevo. Se está, pues, en general, obligado a contentarse con resultados vagos o relativos. Esta es una de las razones por lo cual la ciencia del hombre ha progresado tan lentamente.
En las investigaciones que se refieren a la física o a la química, y también a la fisiología, se procura siempre aislar sistemas relativamente sencillos cuyas condiciones se conocen con exactitud. Pero, cuando se procura estudiar al hombre en su conjunto, y en las relaciones con su medio, esto es imposible. También debe el observador estar provisto de gran sagacidad a fin de no perderse en la complejidad de los fenómenos. Las dificultades resultan casi infranqueables en los estudios retrospectivos. Estas investigaciones exigen un espíritu muy alerta. Por cierto, hace falta recurrir rara vez a la ciencia de la conjetura que es la historia. Pero han habido, en el pasado, ciertos sucesos q e revelan la existencia en el hombre de potencias extraordinarias. Sería importante conocer su génesis. ¿Cuáles son, por ejemplo, los factores que determinaron en la época de Pericles la aparición simultánea de tantos genios? Un fenómeno análogo se produjo durante el Renacimiento. ¿A qué causas es preciso atribuir el florecimiento inmenso, no sólo de la inteligencia, de la imaginación científica y de la intuición estética, sino también del vigor físico, de la audacia, y del espíritu de aventura, de los hombres de esa época? ¿Por qué nacieron dotados de tan poderosas actividades fisiológicas y mentales? Se concibe cuán útil resultaría conocer los detalles del modo de vivir, de la alimentación, de la educación, del medio intelectual, moral, estético y religioso de las épocas que precedieron inmediatamente a la aparición de pléyades de grandes hombres.
Otra de las dificultades de las experiencias hechas sobre seres humanos proviene de que el observador y el objeto observado viven al mismo ritmo. Los efectos de una clase de alimentación determinada, de una disciplina intelectual o moral, de un cambio político o social son tardíos. Sólo al cabo de treinta o cuarenta años se puede apreciar el valor de un método educacional. La influencia de un factor dado sobre las actividades fisiológicas y mentales de un grupo humano no se hacen manifiestas sino después del paso de una generación. Los éxitos atribuidos a su propia invención por los autores de sistemas de alimentación nuevas, de cultura física, de higiene, de educación, de moral, de economía social, se publican siempre con excesiva premura. Sólo hoy podrían analizarse con fruto los resultados del sistema Montessori, o de los procedimientos educacionales de John Dewey. Hay que esperar veinticinco años para conocer la significación de los “intelligence-tests”, hechos estos últimos años en las escuelas por los psicólogos. Solamente siguiendo a un gran número de individuos a través de las vicisitudes de su vida y hasta. su muerte podría conocerse, y aun de manera groseramente aproximada, el efecto ejercido sobre ellos por ciertos factores.
La marcha de la humanidad nos parece muy lenta puesto que nosotros, los observadores, formamos parte del rebaño. Cada uno de nosotros no puede hacer por sí mismo sino escasas observaciones. Nuestra vida es demasiado corta. Y existen experiencias que deberían ser prolongadas a lo menos durante un siglo. Sería necesario crear instituciones tales que las observaciones y experiencias no fueran interrumpidas por la muerte del sabio que los comenzó. Y tales organizaciones son desconocidas aun en el dominio científico. Sin embargo revisten ya para otro género de disciplinas. En el monasterio de Solesmes, tres generaciones sucesivas de monjes benedictinos, en el curso de más o menos cincuenta y cinco años, se han ocupado en reconstituir el canto gregoriano. Un método análogo podría ser aplicable al estudio de los problemas de la biología humana. Es preciso suplir la duración excesivamente corta de la vida de cada observador, por medio de instituciones, en cierta forma inmortales, que permitan la continuidad, tan prolongada como fuese necesario, de una experiencia. A la verdad, ciertas nociones de necesidad urgente pueden adquirirse con ayuda de animales cuya vida es corta. Para este objeto se han empleado particularmente ratas y cuyes. Colonias compuestas de muchos millares de estos animales han servido para el estudio de los alimentes, de su influencia sobre la rapidez del desarrollo, la talla, las enfermedades, la longevidad. Desgraciadamente, los cuyes y las ratas no presentan sino analogías lejanas con el hombre. Es peligroso, por ejemplo, aplicar a los niños las conclusiones de investigaciones hechas sobre otros animales cuya constitución es demasiado diferente a la suya. Por lo demás, no es posible estudiar de esta manera, las modificaciones fisiológicas que acompañan los cambios anatómicos y funcionales sufridos por el esqueleto, los tejidos y los humores bajo la influencia del alimento, del género de vida, etc. Al contrario, los animales más inteligentes, tales como los monos y los perros, nos permitirían analizar los factores de la formación mental.
Los monos, a despecho de su desarrollo cerebral, no resultan materia buena de experiencia. En efecto, no se conoce el “pedigree” de los individuos de los cuales se sirve. No se les puede educar fácilmente ni en número suficientemente grande. Son difíciles de manejar. Al contrario, es fácil procurarse perros muy inteligentes, cuyos caracteres ancestrales son exactamente conocidos. Estos animales se reproducen con rapidez. Son adultos al cabo de un año. La duración total de su vida no se prolonga, en general, más allá de quince años. Pueden hacerse en ellos observaciones psicológicas muy detalladas, sobre todo en los perros pastores, que son sensibles, inteligentes, alertas y atentos. Gracias a animales de este tipo, de pura raza y en suficiente número, sería posible dilucidar el problema tan complejo de la influencia del medio sobre el individuo. Por ejemplo, debemos buscar la manera de obtener el desarrollo óptimo de individuos que pertenezcan a una raza dada, averiguar cuál es su talla normal, qué aspecto es preciso imprimirles. Tenemos que descubrir cómo el modo de vida y la alimentación moderna operan sobre la resistencia nerviosa de los niños, sobre su inteligencia, su actividad, su audacia. Una vasta experiencia conducida durante veinte años con muchos centenares de perros pastores nos informaría sobre estas materias tan importantes. Esta experiencia nos indicaría, con más rapidez que la observación sobre seres humanos, en qué dirección es preciso modificar la alimentación y el género de vida. Reemplazaría de manera ventajosa las experiencias fragmentarias y de demasiado corta duración con que se contentan hoy día los especialistas de la nutrición. Seguramente no podría substituirse del todo a las observaciones hechas sobre los hombres. Para el desarrollo de un conocimiento definitivo, haría falta establecer sobre grupos humanos experiencias capaces de prolongarse durante muchas generaciones de sabios.

VI
Reconstitución del ser humano.– Cada fragmento debe ser considerado en sus relaciones con el todo.– Los caracteres de una síntesis utilizable.

Para adquirir un conocimiento mejor de nosotros mismos no basta con elegir en la masa de los conocimientos que ya poseemos aquellos que son positivos, y hacer con su ayuda un inventario completo de las actividades humanas. No basta tampoco con precisar de antemano por medio de nuevas observaciones y experiencias y edificar así una verdadera ciencia del hombre. Hace falta, sobre todo, gracias a estos documentos, construir una síntesis que pueda utilizarse.
En efecto, el fin de este conocimiento no es satisfacer nuestra curiosidad sino reconstruirnos a nosotros mismos y modificar nuestro medio en un sentido que nos sea favorable. Este fin es, en cierto modo, práctico. No nos serviría, pues, para nada, acumular una cantidad de conocimientos nuevos, si estos conocimientos habrían de permanecer dispersos en el cerebro y en los libros de los especialistas. La posesión de un diccionario, no da a su propietario la cultura literaria o filosófica. Es preciso que nuestras ideas se reúnan en un todo viviente en la inteligencia y la memoria de algunos individuos. Así, los esfuerzos que la humanidad ha hecho y hará todavía para conocerse mejor, resultarán fecundos. La ciencia de nosotros mismos vendrá a ser la ciencia del porvenir. Por e! momento, debemos contentarnos con una iniciación a la vez analítica y sintética en los caracteres del ser humano que la crítica científica nos da a conocer como reales. En las páginas siguientes, el hombre se nos presentará, tan ingenuamente como se presenta al observador y a sus técnicas. Le veremos en forma de fragmentos recortados por estas técnicas. Como sea posible, estos fragmentos volverán a ser colocados en el conjunto. Por supuesto, un conocimiento tal es muy insuficiente, pero es seguro. No contiene elementos metafísicos. Es igualmente empírico, porque la elección y el orden de las observaciones, no son guiadas por principio alguno. No tratamos de probar o negar ninguna teoría. Los diferentes aspectos del hombre están considerados tan ingenuamente como, en el curso de ascensión de una montaña, se miran las rocas, los torrentes, las praderas o los pinos, y aun desde el fondo del valle mismo, la claridad de las cimas. Al azar del camino en ambos casos, se hacen las observaciones. Sin embargo, estas observaciones son científicas. Constituyen un cuerpo más o menos sistematizado de conocimientos. Evidentemente no poseen la precisión de las de los astrónomos o de las de los físicos. Pero son tan exactas como lo permiten las técnicas empleadas y la naturaleza del objetivo al cual se aplican estas técnicas. Se sabe, por ejemplo, que los hombres están provistos de memoria y de sentido estético y también que el páncreas secreta insulina; que ciertas enfermedades dependen de lesiones del cerebro, que ciertos individuos manifiestas fenómenos de clarividencia. Se pueden medir la memoria y la actividad de la insulina, pero no la emoción estética y el sentido moral. Las relaciones de las enfermedades mentales y del cerebro, las características de la clarividencia, no son susceptibles de un estudio exacto. Sin embargo, todos estos conocimientos, aunque aproximados, son efectivos.
Se puede reprochar a este conocimiento el ser trivial e incompleto. Es trivial, porque el cuerpo y la conciencia, la duración, la adaptación, la individualidad, son bien conocidos por los especialistas de la anatomía, de la fisiología, de la psicología, de la metapsíquica, de la higiene, de la medicina, de la educación, de la religión y de la sociología. Es incompleto, porque en el número inmenso de los hechos estamos obligados a elegir, y esta elección es necesariamente arbitraria. Se limita a lo que nos parece más importante. Descuida el resto, porque la síntesis debe ser corta y susceptible de ser cogida con una sola mirada. Parece, pues, que, para ser útil, nuestro conocimiento debe ser incompleto. Por lo demás, es la seducción de los detalles, y no su número, lo que da a un retrato su parecido. El carácter de un individuo puede ser expresado con mucha más fuerza por un dibujo que por una fotografía. No trataremos de nosotros mismos, sino groseros bocetos, como esas figuras anatómicas trazadas con tiza en una pizarra. A pesar de la supresión intencional de los detalles, tales diseños resultarán exactos. Estarán inspirados en conocimientos positivos y no sólo en teorías y esperanzas. Ignorarán el vitalismo y el mecanicismo, el realismo y el nominalismo, el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia. Pero contendrán, en cambio, todo lo que es observable y los hechos inexplicables que las concepciones clásicas dejan en la oscuridad. En efecto, no descuidaremos los fenómenos que rehúsan entrar en los límites de nuestro pensamiento habitual, pues nos conducirán tal vez a regiones hasta el momento ignoradas por nosotros. Comprenderemos en nuestro inventario todas las actividades manifestadas y manifestables por el individuo humano.


Nos iniciaremos así en el conocimiento de nosotros mismos que es únicamente descriptivo y aun muy próximo a lo concreto. Este conocimiento no tiene sino pretensiones modestas. Será por una parte empírico, aproximativo, trivial e incompleto, pero por otra parte, positivo e inteligible para, cada uno de nosotros.

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