sábado, 30 de marzo de 2019

DE QUÉ SIRVE LA ÉTICA?




DE QUÉ SIRVE LA ÉTICA?

©Giuseppe Isgró C.



El término ética deriva del griego ethos, cuyo significado es “modos de ser”, o “carácter” de una persona, e inclusive, por extensión, de otros seres en los restantes reinos naturales, como son el animal, el vegetal y el mineral, como lo demuestran incontables estudios de la Etología, la Biología y la Física Cuántica. Por qué?

Por “modos de ser”, dentro del marco del ethos, o ética, vendría a significar que cada persona enmarca su conducta dentro de los parámetros de los valores universales, o atributos divinos, como son: el amor, la prudencia, o sabiduría, la justicia, la fortaleza, la templanza y la belleza, que son los valores esenciales en los cuales se sustentan las virtudes clásicas a las que hacía referencia Aristóteles, en el siglo de oro griego, hace un poco más de 2.300 años, tal como lo menciona en sus diversas obras como la Ética Nicomaquea, la Gran Ética y la Ética Eudemia, sobre las cuales se sustentan todos los estudios posteriores.

Aristóteles refería, entre otras cosas, que: mientras menos fáciles sean las situaciones a las cuales se enfrenta una persona, más requiere arte y virtud, es decir: conducta ética y carácter aquilatado que le permitan ver las cosas más allá de las apariencias, es decir: percibirlas tal como son, comprenderlas y realizar las acciones precisas y necesarias tendientes a resolver la situaciones que restablezcan el equilibrio preexistente, o alcanzar los resultados que faciliten el logro del cambio anhelado. Esas virtudes esenciales son:

Visión, comprensión, sentido de la medida, o de la justicia, que es lo mismo, asumiendo la propia responsabilidad, y riesgos, cumpliendo las propias obligaciones en el sentido estricto de la palabra, y usufructuando los derechos que les son inherentes. Aristóteles señalaba que la justicia podía ser distribuitiva, equivalente a equidad, y la justicia correctiva, para compensar un daño causado, o recibido. No siempre la justicia y la equidad son equivalentes, ya que, muchas veces, la equidad podría no corresponder a lo justo y perfecto: por ejemplo, distribuir los gastos extraordinarios de un condominio en forma equitativa, o en partes iguales, contrariamente al inherente porcentaje previsto en los respectivos documentos de condominio y de propiedad. La forma equitativa significaría que unos, que deberían pagar más, pagaran menos, y otros que deberían pagar menos, pagaran más. Esto, aunque pareciera un exabrupto en pleno siglo XXI, suele ocurrir y es poco fácil hacerlo entender a las personas que, realmente, no están interesadas de comprenderlo, por las razones que fueren, o porque, aún, su entendimiento no alcanza para eso, o su ética, que también ocurre, por observarse ocasionalmente este fenómeno. Según el estagirita justicia es el justo medio "entre incurrir en injusticia y su polo opuesto, ser objeto de ella". En el primer caso la persona sería deudora, en el segundo, acreedora a una compensación. 

Además la visión permite ver a lo lejos y ser prudente calibrando hasta donde debe arriesgarse cada quien. La fortaleza, dando el primer paso hacia la solución, o el logro. La templanza, asumiendo la austeridad necesaria, el autodominio esencial, la calma imperturbable y la impasibilidad a prueba de todo, lo cual otorga la confianza de que la meta será alcanzada respetando los derechos ajenos, por encima de todo. El respeto, el amor, la tolerancia, la amistad, la cortesía, la dignidad, la honradez, el honor, el sentido del deber y la dignidad personal, el patriotismo puro, el sentido filial, o ciudadano, o profesional, constituyen valores de la ética.

Decía Aristóteles: -“Cuando existe amistad no hace falta justicia”. Para que exista amistad genuina, deben aplicarse los valores, y esto, hasta en aquellos casos de grupos de personas cuya conducta pudiese estar reñida con la ética, y a pesar de ello, en su respectivo mundo, hay unos principios o valores "ético", de rectitud, que deben ser cumplidos, so penas severas, tal como lo demuestra Miguel de Cervantes y Saavedra, en su genial obra Rinconete y Cortadillo, que retrata a la sociedad sevillana del siglo XVI, con su magistral genio plasmado en el Quijote, que es la suma de la aplicación práctica de la Ética para todos los tiempos en grado excelso. Pero, en toda la obra cervantina se observa la misma aplicación elevado de los valores éticos en sus múltiples personajes, que indican el estado avanzado de conciencia del primer novelista de la lengua castellana. 

Aristóteles, al inicio de su Ética Nocomaquea, mencionaba: -“Cada arte, y cada búsqueda, e igualmente cada acción y todo propósito, siempre buscan un bien; por esto, con razón se definió el bien: aquello a lo cual toda cosa tiende”. Luego añade: -“Todavía pareciera existir una diferencia entre los fines: alguna vez ellos equivalen a actividades, en cambio, otras, trascendiendo a éstas, obras definidas”. Al final, lo que determina el valor ético de toda acción, u obras realizadas, son los resultados, positivos o negativos, es decir: éticos o no éticos. Con valores o con ausencias de los mismos.

En uno u otro caso se genera una distinción entre moral y derecho.

En la moral, que es una variante subjetiva de ética, generalmente no trasciende la manifestación de los pensamientos y sentimientos; se piensan o sienten, pero no se transforman en actos, ni en expresión verbal, o de otra índole. Por lo cual, la ausencia de moral, en los pensamientos y sentimientos, no puestos en práctica como palabras o acciones, que afecten, o afectaran a las personas involucradas, por la ley de atracción, perjudican, únicamente, a quien cultiva ese género de pensamientos y sentimientos, pero que, el sentido de la vergüenza, u otros valores éticos que se imponen, como el deber, el respeto y cualesquiera otras razones, u advertencias coercitivas, evitan que se expresen mediantes actos y perjudiquen a terceras personas, de lo cual tendría que responder por sus efectos nocivos, por la acción coactiva de la Legislación vigente.

Los principios éticos sustentados por los valores que representan estados de conciencia frente a las diferentes variantes o realidades afrontadas en el día a día, permiten vivir una vida, como decían los antiguos, en armonía con la naturaleza, que era el fin último de los estoicos, lo cual aporta un estado de felicidad.

Aún antes de Aristóteles, Platón, su maestro, reflejó la mayor suma de valores aplicables a la ética, en todos sus diálogos, desde el Eutifron, que es el primero de todos, donde el mismo Eutifron acude a los Tribunales de Justicia para acusar a su padre, por haber aplicado un castigo a un empleado suyo, a quien dejó aislado, pasando a desencarnar por efectos de la ausencia de alimentos. En una época en que los amos eran dueños y señores de la vida de los esclavos, para todos no dejada de ser una conducta ética la del padre de Eutifron; sin embargo éste, estimaba que se había excedido y que debía responder por la desencarnación del esclavo. Sin duda, un estado de conciencia elevado el de Eutifron, y aún más el de Platón, que sigue siendo el maestro por excelencia de la filosofía y, por ende, de los valores ético, o axiología.

Pero, el mayor pensador que plasmó un pensamiento ético por excelencia, inspirando a Sócrates, y a Platón, que conocía a fondo sus dos obras clásicas, fue Homero, en la Ilíada y la Odisea, sobre todo esta última, la más relevante de la literatura universal, sobre todo en el mundo occidental.

Alejandro Magno, discípulo de Aristóteles, que aplicó sus enseñanzas en la difusión de los valores éticos griegos a los pueblos conquistados, con profundo respeto, alcanzando elevado nivel de Estadista, en un diálogo con su padre, Felipe de Macedonia, sobre quién era el maestro de líderes por excelencia, entre Hesiodo y Homero, Alejandro termina por convencer a su ilustre progenitor de que no era Hesiodo, ya que este era maestro de artesanos, al enseñarle como debían realizar sus cultivos y los mejores días para ir al mercado, para vender las cosechas inherentes, como lo refleja en su obra: Los trabajos y Los días, sino Homero, que ensañaba, a través de la Ilíada, y sobre todo, en la Odisea, las virtudes heróicas en acción, magistralmente expuestas en sus dos inmortales obras maestras que han inspirado a los pensadores más relevantes de la historia, a partir del siglo XII antes de nuestra era, que es cuando realmente vivió Homero.

Al explicar Homero las virtudes heroicas en acción, reflejadas por todos los personajes homéricos, contribuyó a forjar la edad de oro griega, que en sentido estricto representa el siglo IV ante de nuestra era, pero que, en sentido lato, desde el siglo XII antes de nuestra era hasta el siglo III, cuando en la Biblioteca de Alejandría, grandes filósofos escriben sus magistrales obras, entre ellos Eratóstenes, Euclides, su director: Demetrio Falereo, entre tantos otros.

Más recientemente, a caballo del siglo I y II, Plutarco representa el mayor maestro de Ética, al comparar sus cincuenta y cuatro personajes, entre griegos y latinos, exaltado sus virtudes, y reflejando la enseñanza ejemplar, modeladora de los grandes caracteres. Con razón se le considera a Plutarco, en los últimos XVIII siglos, el mayor educador de los grandes estadistas y líderes del mundo occidental. Es una obra de enseñanzas éticas incomparable la del maestro de Queronea, antigua ciudad de Esparta. Suele destacar aquellos actos de profundo contenido ético con fines pedagógico. 

El valor de la ética se verifica en forma excelente, cuando al gran discípulo de Platón, y amigo de Aristóteles, Xenócrates, que después de Espeusipo, sobrino de Platón, dirigió durante 25 años la Escuela Platónica de Atenas, al prestar testimonio público, en cualquier lugar de Grecia, jamás se le pedía juramento previo. La fama de honradez que caracterizaba a Xenócrates, de que jamás dejaba de decir la verdad era tan proverbial, que su palabra era tomada con absoluta certeza de verdad.

Catón, en Roma, gozaba de igual credibilidad frente a sus amigos y enemigos. Cuando a sus enemigos daba su palabra, la cumplía aún a costa, y a conciencia de que, acto seguido sería ejecutado.

Esos tipos de caracteres son los que templan la ética, mediante el cultivo de los valores universales.

La Ética de Baruch Spinoza, contempla un estudio muy denso sobre los atributos divinos, o valores universales, y sobre la Divinidad, que acaparan la atención de profundos pensadores, pero que, con el tiempo, será una obra de estudio obligado de líderes en general.

Los grandes utopistas, como Henry Poicaré, Aldous Huxley, H. G. Well, Georges Bernard Shaw, entre otros, estiman que, las humanidades del futuro, enmarcadas alrededor del siglo 30.000 de nuestra era, dedicarán su mayor tiempo de ocio, al estudio de la ética y de los valores.

Max Scheler, máximo expositor de los valores en el siglo XX, junto con Nicolai Hartmann, con su obra Ontología, en cinco tomos, José Ortega y Gasset, profundo expositor de los valores, María Zambrano, con su obra El Hombre y lo divino, Baltazar Gracián, con su Arte de la Prudencia y otras obras de orientación de líderes y pensadores trascendentales, como Arthur Shopenhauer, José Ingenieros, con sus obras: Las Fuerzas Morales, El Hombre Mediocre y la Simulación en la Lucha por la Vida, entre otras Michel de Montaigne, en sus Ensayos; Benjamín Franklin, con su Autobiografía, El hombre de bien vivir y el Imperio de la Vergüenza; Napoleón Hill, con sus Leyes del Éxito, entre otros, son grandes expositores de los valores universales que sustentan los principios fundamentales de la Ética. En España, dos grandes mujeres han sido expositores de valores éticos por excelencia, además de María Zambrano: Concepción Arenal, gallega universal, al humanizar el derecho pela, y estimular la emancipación de la mujer, y la andaluza Amalia Domingo Soler, cuyas obras exponen como nadie más los valore éticos en la formación de los grandes caracteres, y como afecta su ausencia, en las vidas de las personas. En el siglo XX, el universal mexicano: Amado Nervo, en todas sus obras, y en especial, en PLENITUD, tan admirado por Alfonso Reyes, que fue el primero en recibir un ejemplar, tan pronto saliera de la imprenta, plasma los valores éticos de manera realmente estimulante y edificante en la forja de los caracteres excelsos. Otros dos eminentes expositores de la ética, mexicano, el primero: Eduardo García Máynez, y el segundo, que realizara su amplia labor en México, Luís Recasens Siches, discípulo de Ortega y Gasset, que realiza en el Nuevo Mundo, o Hispano América, el más amplio estudio sobre los valores, y por supuesto, la ética, con una voluminosa obra sobre Filosofía del Derecho, y una densa obra intitulada: Experiencia Jurídica, Naturaleza de la cosa y Lógica “razonable”.

También de México, una excelente obra sobre Ética: Ética y Derechos Humanos, con ensayos de autores diversos, que resumen los principios esenciales de tan valiosa disciplina, cuya coordinadora es Edith Mariana Zaragoza Martínez.

Abraham Lincoln fue un proverbial ejemplo en la aplicación de la ética, o valores universales: sentido amplio de la justicia, el respecto y la consideración hacia las personas, en todos sus actos públicos y privados, demostrando una auténtica autenticidad, y credibilidad. Su fuente para fortalecer su carácter fueron las Fábulas de Esopo, que había estudiado a fondo. La obra de Dale Carnegie: Lincoln, ese desconocido, presenta esa faceta de eticidad avanzada de uno de los líderes fundamentales del siglo XIX.

Por supuesto: Confucio, Lao Tse, Lie Tzi, Mo Ti, Chuang Tse, entre otros, en Chinas, son grandes expositores de los principios Éticos.

En la India, aparte del Bagavad Gita, que es el sexto capítulo del Mahabharata, El Ramayana, los Aforismos de Pantajali, y las Cuatro Nobles Verdades o el Noble Sendero Óctuple, de Sidharta Gautama, ésta última que es uno de los monumentos éticos más sobresalientes de la historia, todas estas obras de la India son fuentes indiscutibles del Recto camino ético. Mas recientemente, todas las obras de Jiddu Krisnhamurti, tienen un amplio y profundo contenido de los valores universales para el desarrollo de la conciencia ética de la humanidad.

José Enrique Rodó, con sus Motivos de Proteo, plasma una de las obras más trascendentales sobre la Aptitud ética de Latinoamérica, en el siglo XX, y en igual grado, con antelación a él, le precedió, en Ecuador, Juan Montalvo, con sus Siete Tratados y las Catilinarias, obras muy densas que denotan como el Nuevo Mundo tiene algo más que decir, por su visión universal, a la humanidad del futuro, en el desarrollo de la conciencia ética. 

Los tratados Morales de Séneca y Cicerón, son otros monumentos de lectura obligada. Incluiré, para concluir, los Versos de Oro Pitagóricos, en una versión castellana realizada por mí, que constituyen la base sobre la cual han cultivado su carácter ético los principales expositores del pensamiento universal del mundo occidental:

LOS VERSOS DE ORO PITÁGORICOS
Versión castellana de Giuseppe Isgró C.

PREPARACIÓN:

I.   La práctica espiritual:
Antes, honra a los Dioses inmortales, de acuerdo con su jerarquía.
II.  –“Respeta tu promesa, y reverencia a los héroes ilustres, y a los genios, ejecutando las prácticas en uso”.

PURIFICACIÓN:

III. El culto a la familia:
Rinde honor a tus padres, y a los más cercanos parientes.
IV. El culto de la amistad:
De los demás, del más virtuoso, por mérito, hazte amigo; con serenas palabras y útiles acciones, sigue su ejemplo. Por leve falta no te irrites con el amigo, de acuerdo con tus fuerzas. Al lado del poder, convence la Necesidad.    
V.   La cultura personal.
 A: La cultura mental:
Por lo tanto, tales cosas conozcas, y sepas, también, refrenar estas otras: El estómago, antes de todo; igualmente el sueño, el sexo y la ira.
VI. Ser honrado, franco y justo:
Se irreprochable con todos y en todo; ejecuta, únicamente, actos dignos, tanto en compañía de otros como a solas. Como prioridad, ten pudor contigo, respetándote. Después, siempre, en palabras y en actos, ejercítate en la práctica de la justicia.
VII. Ser reflexivo:
-“Fórjate el hábito de regir tu conducta por la razón. Recuerda, en suma, que la desencarnación es un destino común. Por lo tanto, las riquezas, hoy buscas de adquirirlas; mañana, puedes perderlas”-.
VIII.    Trabajar con toda confianza:
Cuantos, por acción de la ley cósmica, experimentan pruebas adversas. Las que a ti te correspondan, sopórtalas con calma, sosegadamente. Superarlas, satisfactoriamente, sí, te conviene, con toda tu potencia creadora. Piensa, que, después de todo, a la gente buena, no son tantas las adversidades que les toca afrontar.
IX. Ser tolerante y paciente:
Discursos varios oirás, con frecuencia, unos con nobles contenidos, otros indignos; tú, no permitas que los unos te turben, ni de los otros te vuelvas para no oírlos. Y si una mentira es dicha, sopórtala con calma.
X.   Crearse un juicio sano y firme:
En todo cumple cuanto ahora te digo. Ni uno, con palabras u obras, te induzca jamás a decir o a hacer cosa alguna que después no resulte lo mejor para ti. Antes de actuar, reflexiona, para no cometer errores; que actuar o hablar con discernimiento es de gente prudente.
XI. Estar prevenido:
Pero, tú las cosas harás, que después no te perjudiquen.
XII.     Aprende lo que es necesario:
Ni una cosa, harás, por lo tanto, en la cual, tú, experiencia no tengas. Empero, cuanto, en verdad, te sea necesario, aprende, y vida agradable tendrás.
XIII.    La cultura personal.
B: Seguir un régimen puro y fisiológico.
 Hacer ejercicio.
Es preciso ocuparse de la higiene del cuerpo; pero en las bebidas, en los alimentos y en el ejercicio, la justa medida observa. Recuerda, utiliza el sentido de la justa medida en todo; que nada te proporcione perjuicio.
XIV.     Ser reservado:
Por lo tanto, habitúate a una vida sana, sin molicie; abstente en realizar todo acto que suscite envidia.
XV. Ser ponderado:
De esta manera, más de lo necesario no gastes, como hacen quienes ignoran lo que es la honradez; pero, no por ello dejes de ser generoso: La justa medida en todo, es en verdad, la virtud de la nobleza. No hagas, en resumen, lo que pueda dañarte, y pondera bien las cosas antes de actuar.

PERFECCIÓN:

XVI.     Los medios de perfeccionamiento.
Antes de todo, tan pronto como despiertes, aprovecha  para elevar tu Espíritu; enseguida ocúpate de cuanto en ese día quieres hacer”-.
XVII.    Examen de sí mismo:
Antes de dormirte, cada noche, por mucho cansancio que tengas, tres veces examina cada uno de tus actos:
    –“Dónde he estado?”
    –“Qué he realizado?”
    –“Cuál obligación dejé de cumplir?”
Partiendo desde el inicio, recorre, también, el después del después. Has incurrido en bajezas? Recrimínate! Has realizado justas acciones? Alégrate. De las primeras, proponte enmendarte; estas últimas, tenlas como modelo a seguir, con fervor. Esto es lo que a ti te pondrá en la horma de la virtud divina.
XVIII.   La meditación. La fe. La vida virtuosa. La ciencia del Universo.
Sí, sí: Por Aquel que a nuestros Espíritus ha transmitido la Tetratkis, fuente de la eterna-fluente Naturaleza. Esto es lo que hay que hacer. Estas cosas hay que empeñarse en practicar, y amar. Por ellas ingresarás en la divina senda de la perfección.
XIX.     La oración:
Pero, al cumplimiento de la obra cíñete, tú, no sin antes solicitar asistencia a los Espíritus protectores que la conduzcan a la perfección.
XX. La iniciación:
Conocerás el orden divino que rige a los Espíritus, a los seres humanos y a todas las cosas, y percibirás la unidad que penetra la obra toda. Entonces, sabrás que la Naturaleza es una e idéntica en todas partes; a no esperar lo inesperable, y, a no dejar nada sin explicación.
XXI.     La clarividencia:
Sabrás, que los seres humanos soportan pruebas por ellos mismos generadas. Insensatos: A su lado se encuentra el bien, y no lo ven, ni lo oyen; y, también, la liberación de los males la descubren pocos. Tal es la condición que opaca el juicio a los humanos! Son desplazados de un lado para otro, como lo hacen las infantiles cuentas, después de incesantes sacudidas. La discordia es su natural y triste compañera, a la que no hay que provocar, sino cederle el paso y huir de ella.
XXII.    La verdad oculta:
Oh, Dios! De cuántos males librarías a los humanos, si tan solo te dignases en desvelarles a que daimón obedecen! Pero, tú, ten confianza. El origen de los seres humanos es divino. La Naturaleza le va abriendo el acceso a las arcanas virtudes, que ella misma les explica.
XXIII.  La recompensa.  La sabiduría:
Si de ellos en ti hay algo, verás hasta allí, donde te exhorto, reintegrado y silente, y con el Espíritu inmune de todo mal. Pero, deja los alimentos que te prohibí, en los días en que, en hacer puro y libre el Espíritu buscas. Observa, discierne y valúa todo, y a la Inteligencia soberana erige en auriga de lo Alto. De esta manera, dejando el cuerpo, en el eter, libre, irás, como Espíritu divino e inmortal; no más vulnerable serás.

CONCLUSIÓN:

La lectura del resumen de la obra de la  Dra. Cortina, PARA QUÉ SIRVE LA ÉTICA, refleja un enfoque práctico en todos los ámbitos de la vida humana, a nivel personal, social y profesional.
Toda conducta humana debe ser enmarcada dentro de los parámetros de los valores esenciales de la justicia, del amor, del respeto, de la dignidad, de la honradez, de la prudencia, del cumplimiento del deber, del servicio efectivo y justo, del trabajo productivo bien realizado, de la cortesía, del decoro, de la fidelidad, de la cordialidad, de la alegría y buen humor, de la serenidad, del altruismo y generosidad.
Para ello, es preciso construir una auto-estima sólida, y una auto-imagen positiva, sin complejos de ninguna naturaleza.
Es preciso vivir una vida donde se cumpla: valor por valor, brindando el mejor servicio al prójimo, a la sociedad, a la propia familia y a sí mismo, con un profundo amor a la vida, a la naturaleza, a la Divinidad, y a sí mismo, ya que alguien que no se ama a si mismo, no podrá amar a nadie, o por lo menos, en un grado exento de desapego: cumpliendo el aserto: valor por valor, donde, dando se recibe acrecentado lo que se da.


miércoles, 27 de marzo de 2019

SENTENZE: Porfirio




SENTENZE

Porfirio


SENTENZA I
Ogni corpo è nello spazio, ma nessuno degli incorporei in sé è, in quanto tale, nello
spazio.

SENTENZA II
Gli incorporei in sé, per la ragione stessa che sono superiori a ogni corpo e allo spazio, sono ovunque; e non in modo estensivo, ma indivisibile.

SENTENZA III
Gli incorporei in sé, dato che non sono spazialmente presenti nei corpi, vi sono presenti quando lo vogliono, nel senso che si abbassano fino ad essi per quanto sta nella loro natura di abbassarsi. E, non presenti spazialmente, lo sono nella conformazione dei corpi.

SENTENZA IV
Gli incorporei in sé non sono presenti nei corpi né come ipostasi né per essenza, né si mischiano ad essi. Ma attraverso l'ipostasi che scaturisce dalla discesa, trasmettono una certa potenza che è vicina ai corpi. È la discesa infatti che dà ipostasi a una seconda potenza prossima ai corpi.
SENTENZA V
L'anima è un termine medio tra l'essenza indivisibile e quella che è divisa nei corpi, la mente è solo essenza indivisibile, i corpi sono solo divisibili, le qualità e le forme materializzate sono divise nei corpi.

SENTENZA VI
Non tutto ciò che agisce in altro agisce per prossimità e per contatto; piuttosto anche ciò che agisce per prossimità e contatto usa la prossimità per occidente.

SENTENZA VII
Le ipostasi incorporee, quando scendono, si dividono e si moltiplicano nell'individuale per un rilassamento della potenza. Quando invece salgono, si unificano e spaziano in senso opposto verso l'insieme per la sovrabbondanza della potenza.

SENTENZA VIII
Tutto ciò che genera per propria essenza, genera qualcosa di inferiore e tutto ciò che nasce si volge per natura a chi l'ha fatto nascere. Tra i generanti alcuni non si volgono affatto ai loro generati, altri si volgono a quelli e a se stessi, altri ancora si volgono soltanto alla loro progenie, ma non a se stessi.

SENTENZA IX
Ogni cosa che nasce ha da altro la causa del proprio nascere, ovvero nulla nasce senza causa. Ma tra le cose che nascono quelle che acquistano l'essere in seguito a composizione sono disgregabili e per ciò stesso corruttibili. Tutti gli esseri semplici e non composti, che acquistano l'essere nella semplicità dell'ipostasi, in quanto non disgregabili sono invece incorruttibili e si dicono generati non perché composti, ma perché dipendono da una qualche causa. Dunque i corpi sono generati nel doppio significato che dipendono da una causa produttrice e sono composti, mentre l'anima e la mente sono generate solo nel senso che dipendono da una causa, non certo perché composte. Pertanto i corpi sono generati, disgregabili e corruttibili; gli altri esseri, in quanto non composti, sono ingenerati, e perciò indissolubili e incorruttibili, ma anche generati, nel senso che dipendono da una causa.

SENTENZA X
Nelle vite degli incorporei le progressioni si verificano in condizione di stabilità e saldezza dei termini precedenti, che non corrompono né mutano qualcosa di sé nel produrre l'ipostasi dei conseguenti. Così anche quelli che prendono ipostasi, la prendono senza che nulla si corrompa o muti, e per questa ragione neppure si generano, se la generazione partecipa di corruzione e mutamento: ingenerati e incorruttibili e, per questo, generati ingenerativamente e incorruttibilmente.
SENTENZA XI
Tra le ipostasi integrali e perfette nessuna sta rivolta alla propria progenie, ma tutte sono fatte risalire alle cause che le hanno generate, fino al corpo dell'universo. Poiché esso è perfetto, viene ricondotto all'anima, che è intuitiva, e pertanto si muove di moto circolare. La sua anima poi è volta alla mente e la mente al primo principio. Così ogni ipostasi si espande verso il primo principio, a cominciare dall'ultima e secondo le possibilità di ciascuna; il ritorno al primo principio si compie tuttavia o da vicino o da lontano. Si direbbe perciò non solo che tutte aspirano al dio ma anche che ne godono a seconda della potenza.
Le ipostasi divisibili, dotate della facoltà di abbassarsi al molteplice, hanno invece la possibilità di volgersi anche alla propria progenie. È in queste ipostasi pertanto che hanno avuto origine la colpa e l'infedeltà biasimevole. In loro il male è la materia, perché scelgono di volgersi ad essa, mentre potevano rimanere rivolte al divino. Così la perfezione fa nascere le realtà seconde dalle prime e ha cura che rimangano volte alle prime, ma l'imperfezione volge persino le prime verso le realtà posteriori e fa sì che amino cose che prima di loro si sono allontanate.

SENTENZA XII
La denominazione di incorporei non viene attribuita a oggetti che abbiano in comune uno e un medesimo genere, come i corpi, ma secondo la pura e semplice privazione delle proprietà corporee. Per questa ragione nulla impedisce che alcuni di essi siano esseri e altri non esseri, che alcuni esistano prima dei corpi, altri con i corpi, che alcuni siano separati dai corpi, altri non separati, che alcuni prendano ipostasi in se stessi e altri siano bisognosi di altro per esistere, che alcuni esistano da sé con azioni e forme di vita che si muovano da sole, altri con forme di vita che sussistono solo in funzione di azioni di un certo tipo. Si denominano infatti in base alla negazione di ciò che non sono, non in base all'affermazione di ciò che sono.

SENTENZA XIII
Alcuni incorporei si chiamano così e si concepiscono in quanto privi di corpo: tali, secondo gli antichi, sono la materia, la forma che è nella materia - quando la si pensa astratta dalla materia - e ancora le nature e le potenze. Così pure lo spazio, il tempo e i limiti. Tutti questi vengono chiamati incorporei perché sono privi di corpo. Ma vi erano già altri incorporei così chiamati impropriamente, non perché privi di corpo, ma perché la loro natura non può assolutamente generare un corpo. Perciò gli incorporei nel primo significato prendono ipostasi in rapporto ai corpi e quelli nel secondo sono perfettamente separati dai corpi e dagli incorporei in relazione coi corpi. I corpi infatti sono nello spazio e i limiti sono in un corpo, ma la mente e la ragione intuitiva non hanno ipostasi nello spazio né in un corpo, non danno immediatamente ipostasi a corpi, non sussistono né in funzione dei corpi né in funzione degli incorporei così chiamati perché privi di corpo. E dunque neanche se si concepisse l'incorporeo come qualcosa di vuoto, la mente potrebbe essere nel vuoto. Il vuoto sarebbe piuttosto il contenitore del corpo, impotente a far spaziare l'attività della mente e a darle un luogo.
Benché questa duplicità di genere appaia manifesta, i seguaci di Zenone non l'hanno capita affatto, perché accettano il primo significato, mentre l'altro, poiché constatano che non è uguale, lo eliminano. Dovevano invece sospettare l'esistenza dell'altro genere e non concludere che, poiché il primo non ha un'esistenza reale, neppure può averla il secondo.

SENTENZA XIV
Le proprietà della materia secondo gli antichi sono queste: incorporea – perché diversa dai corpi - senza vita - perché non vivendo di per sé non è mente né anima - informe, irrazionale, illimitata, impotente. Perciò non è "essere", ma "non essere". E "non essere" non nel modo in cui il movimento è "non essere" e "non essere" è la quiete.
È il vero "non essere": immagine riflessa e fantastica della massa corporea, in quanto della massa è il costitutivo primario, impotenza e desiderio di ipostasi. È l'immobile che non sta in quiete, ciò che di per sé viene immaginato sempre nei contrari: piccolo e grande, meno e più, insufficiente ed eccessivo. E sempre in divenire e non permane ma non può fuggire: è mancanza totale dell'essere. Per questo tutto quel che promette è menzognero e quando lo si immagina grande è piccolo. È come un gioco che fugge nel non essere, perché non è fuga attraverso lo spazio, ma per allontanamento dall'essere.
Ragion per cui anche le immagini riflesse in essa stanno dentro a un'immagine peggiore, come in uno specchio, dove una cosa posta da una parte la si immagina dall'altra e dà l'impressione di essere piena; e non ha nulla, mentre pareva avere tutto.

SENTENZA XV
Altra è la passività dei corpi, altra quella degli incorporei: il patire dei corpi è accompagnato da mutazione, ma le proprietà e le passioni dell'anima sono stati attivi, in nulla simili al riscaldarsi e al raffreddarsi dei corpi. Perciò se la passività si accompagna in ogni caso alla mutazione, si deve dire che gli incorporei sono tutti impassibili. Infatti le realtà separate dalla materia e dai corpi sono in atto [sempre] le stesse, quelle poi che si avvicinano alla materia e ai corpi sono impassibili, quelle infine in cui esse si danno a vedere, patiscono. Perché, quando un essere vivente ha una sensazione, la sua anima somiglia a un'armonia separata che di per sé metta in vibrazione delle corde intonate dall'armonia inseparabile. La causa del movimento, ossia il vivente in quanto dotato di anima, è l'analogo del musico nel suo essere dotato di armonia, e i corpi percossi, col loro patimento sensibile, corrispondono alle corde intonate. Nella musica infatti non è l'armonia separata che patisce, ma la corda; e il musico la mette in vibrazione in virtù dell'armonia che è in lui. La corda non produrrebbe un moto musicale, posto che il musico volesse, se l'armonia non lo ordinasse.

SENTENZA XVI
Non c'è passività che là dove c'è corruzione, perché accogliere passione è la via verso la corruzione, e il corrompersi è proprio di colui che patisce. Nessun incorporeo si corrompe; o è o non è, in modo da non patire nulla. Il paziente non può essere così, ma deve alterarsi e corrompersi sotto l'azione delle qualità degli oggetti che gli si insinuano dentro e ne provocano la passione. Per la qualità interna l'alterazione non è casuale: [il calore interno è alterato da ciò che lo raffredda, l'umidità da ciò che la dissecca, e diciamo che il soggetto ha subìto un'alterazione quando da caldo diviene freddo e da secco umido]. Così la materia non patisce - in quanto è di per sé senza qualità – né patiscono le forme che vi entrano e ne escono. La passione riguarda il composto e qualunque cosa il cui essere consista in una composizione. E il composto si dà appunto a vedere nelle contraddittorie potenze e qualità degli oggetti che si insinuano. Per questo le cose che hanno la vita dall'esterno e non da loro stesse, possono essere affette tanto dal vivere che dal non vivere. Ma quelle che esistono in una vita impassibile è necessario che permangano in modo vitale, così come il privo di vita, nella misura in cui ne è privo, necessariamente non patisce. Come la mutevolezza e il patimento sono nel composto di materia e forma, ossia nel corpo, e non nella materia, così il vivere, il morire e il patire per questo si danno a vedere nel composto di anima e corpo. Di patire per questo non accade all'anima, perché essa non è composta di vita e non vita, ma è vita soltanto. Ciò intendeva Platone, quando diceva che essenza e definizione dell'anima è: «colei che muove se stessa».

SENTENZA XVII
Un incorporeo che si trovi dentro un corpo non ha bisogno di esservi rinchiuso come una bestia in un serraglio, perché nessun corpo ha il potere di rinchiuderlo e di stringerlo così, né di aspirarlo come un mantice aspira un liquido o dell'aria. Bisogna che sia l'incorporeo stesso a dare ipostasi a quelle potenze che lo fanno declinare dall'unità con se stesso fin verso l'esterno e gli permettono di scendere e unirsi al corpo.
Proprio il suo ineffabile espandersi fa sì che si ritrovi congiunto a un corpo. Perciò null'altri che se stesso lo lega e non lo sciolgono la rovina o la corruzione del corpo: può sciogliersi solo da sé deviando dalla simpatia per le passioni.

SENTENZA XVIII
L'anima si lega al corpo perché si volge alle passioni di quello, ma se ne scioglie di nuovo mediante l'impassibilità.

SENTENZA XIX
Ciò che natura legò natura scioglie, ciò che l'anima legò l'anima scioglie. La natura ha legato un corpo a un'anima e l'anima ha legato se stessa a un corpo. La natura quindi scioglie il corpo dall'anima, l'anima scioglie se stessa dal corpo.

SENTENZA XX
Di certo vi sono due specie di morte: l'una, ben nota, del corpo che si scioglie dall'anima, l'altra - propria dei filosofi - dell'anima che si scioglie dal corpo. E non sempre l'una consegue dall'altra.

SENTENZA XXI
L'anima è un'essenza priva di grandezza e materia, incorruttibile, che arriba all'essere in una vita che possiede di per se stessa il vivere.

SENTENZA XXII
Per quell'essenza il cui essere consiste nella vita e le cui passioni sono vita, per essa anche la morte è in qualche modo un momento della vita, non una definitiva privazione.
Per essa infatti neppure la passione è una via che conduce all'assoluto non vivere.
SENTENZA XXIII
Non soltanto negli incorporei c'è ambiguità di termini; della vita stessa si parla in molti sensi. Altra è infatti la vita del vegetale, altra quella dell'essere animato e altra quella dell'intuitivo, altra poi è la vita della natura, altra quella dell'anima e altra quella della mente; altra infine la vita di ciò che è al di là. Vive infatti anch'esso, benché nessuno degli esseri che ne conseguono possieda una vita paragonabile alla sua.

SENTENZA XXIV
Tutto è in tutto, ma compatibilmente all'essenza di ciascuna cosa. Nella mente tutto è intuitivamente, nell'anima lo è razionalmente, nelle piante seminalmente, nei corpi sotto forma di immagini riflesse, in ciò che è al di là in modo inintuitivo e superessenziale.

SENTENZA XXV
L'essenza intuitiva è formata di parti simili l'una all'altra, di modo che gli stessi esseri si trovano sia nella mente particolare quanto in quella perfetta. Ma nella mente universale persino le parti sono comprese universalmente; in quella particolare tanto gli universali che i particolari sono compresi parzialmente.

SENTENZA XXVI
Su ciò che è al di là della mente si dicono molte cose basandosi sull'intuizione, ma lo si contempla in uno stato di non-conoscenza superiore all'intuizione, così come sul dormiente si parla molto nello stato di veglia, ma di cose conosciute e sperimentate durante il sonno. Il Simile infatti si conosce col simile, in quanto ogni conoscenza è somiglianza col conosciuto.

SENTENZA XXVII
Il non essere, in un senso lo generiamo quando ci siamo separati dall'essere, in un altro, lo pre-intuiamo quando stiamo congiunti all'essere. Così, se ci separiamo dall'essere, non pre-intuiamo il non essere che sta sopra l'essere, ma generiamo un non essere che è una falsa impressione, come capita a chi è uscito fuori di sé. Del non essere infatti è autore chiunque può realmente risalire da sé al non essere che è sopra l'essere o discendere al non-essere che è la caduta dell'essere.

SENTENZA XXVIII
Gli antichi che per quanto possibile volevano spiegare con un discorso razionale le proprietà dell'essere incorporeo, quando lo chiamarono "uno", subito aggiunsero "tutto", conformandosi a ciò che in qualche modo rappresentava l'unità delle cose conosciute per sensazione. Ma quando si accorsero che tale unità era qualcosa di diverso, giacché questa entità complessiva "uno-tutto" non la vedevano nel sensibile, congiunsero all'"uno-tutto" l'"uno in quanto uno", perché capissimo che nell'essere l'"esser tutto" non è qualcosa di composto e ci astenessimo dall'idea di una somma. E quando dissero che è lo stesso ovunque, aggiunsero che non è in alcun luogo. E quando dissero che è in tutte le cose e in ognuna di esse, nella misura in cui una cosa parziale può adeguatamente accoglierlo, aggiunsero che è un "tutto intero in un tutto intero". Insomma ce l'hanno mostrato attraverso le massime contraddizioni prese insieme, affinché ne bandissimo le rappresentazioni immaginifiche che derivano dai corpi e oscurano le proprietà conoscitive dell'essere.

SENTENZA XXIX
Il dio è ovunque perché in nessun luogo, la mente è ovunque perché in nessun luogo, anche l'anima è ovunque perché in nessun luogo. Ma il dio è ovunque e in nessun luogo rispetto a tutte le realtà che da lui conseguono (rispetto a se stesso è soltanto come è e come vuole); la mente, che è in dio, è anch'essa ovunque e in nessun luogo rispetto alle realtà che ne conseguono; l'anima, che è nella mente e in dio, è ovunque e in nessun luogo rispetto al corpo; il corpo infìne è nell'anima, nella mente e in dio. E come tutte le cose, esseri e non esseri, vengono da dio e sono in dio, senza tuttavia che egli sia essere o non essere né si identifichi in esse (se infatti il dio fosse soltanto ovunque, sarebbe tutte le cose e in tutte le cose, invece poiché è anche in nessun luogo, le cose nascono attraverso di lui e sono in lui, dato che è ovunque, ma restano diverse, perché egli è in nessun luogo), così la mente stessa, che è ovunque e in nessun luogo, è causa delle anime e delle realtà ad esse conseguenti, ma non si identifica con l'anima né con le realtà che ne conseguono, e neppure è in esse, dato che rispetto ai suoi conseguenti non soltanto è ovunque, ma anche in nessun luogo. Così l'anima non è corpo né dentro il corpo, bensì è causa del corpo e, pur diffusa ovunque nel corpo, non è in nessun luogo.
La progressione dell'universo si arresta appunto in ciò che non può essere contemporaneamente ovunque e in nessun luogo, ma partecipa parzialmente di entrambi.

SENTENZA XXX
Ogni cosa secondo la sua propria natura è da qualche parte; e se è interamente da qualche parte, non è certo contro natura. Per il corpo, che ha preso ipostasi nella materia e nel volume, essere da qualche parte significa essere nello spazio; anche nel caso del corpo dell'universo, quindi, che è materiale e voluminoso, l'"essere ovunque" si fonda sull'estensione e sullo spazio esteso. Per il mondo intuitivo, invece, e in generale per l'[essere] immateriale e incorporeo in sé, che non ha volume né estensione, non c'è neanche la possibilità di essere in un luogo. Nel caso di un incorporeo l'"essere ovunque" non va quindi inteso in senso spaziale.
Né dell'incorporeo vi sarà una parte qui e una altrove, perché non sarebbe più inesteso né estraneo allo spazio. Esso è invece tutto intero, dovunque sia. Neppure sarà qui mentre altrove non è: sarebbe infatti dentro questo luogo e fuori da quello. Né sarà lontano da qualcosa, vicino a qualcos'altro, in quanto lontananza e vicinanza si predicano delle cose che per natura sono nello spazio, in base alla misura dei loro intervalli. Ne consegue che l'universo è presente all'intuitivo per estensione, mentre l'incorporeo sta nell'universo indivisibilmente e inestensivamente.
L'indivisibile si mostra in un oggetto esteso tutto intero in qualunque parte, perché è uno in numero e il medesimo. Se anche incontrasse l'oggetto esteso in un numero infinito di parti, poiché è presente tutto intero, non si presenterebbe dividendosi e dando una parte di sé a ogni parte [dell'altro], e neppure moltiplicandosi e offrendosi moltiplicato alla molteplicità; ma sarà tutto intero in tutte le parti del volume e in tutti i punti, uno per uno, del molteplice. Godere di esso in modo parziale e diviso è proprio di quelle cose che si disperdono nella particolarità di potenze diverse; ad esse accade spesso di attribuire ingannevolmente alla natura inestesa la loro imperfezione e di trovarsi in difficoltà riguardo all'essere, quando passano dalla loro abituale forma di esistenza a quella dell'inesteso. E allora l'indivisibile e non molteplice si ingrandisce e si moltiplica grazie a ciò che per natura è molteplice e dotato di grandezza, e così gli è presente; e per contro grazie a ciò che per natura è indivisibile e non molteplice il divisibile e moltiplicabile diventa indivisibile e non moltiplicabile, e così gode di quello nei limiti della sua propria natura e non come quello è in realtà. Questo significa che l'indivisibile è presente in modo indivisibile, non molteplice e non spaziale, secondo la propria natura, a ciò che invece è per natura divisibile, moltiplicabile ed esistente nello spazio; a sua volta il divisibile, il moltiplicabile, lo spaziale è presente all'altro, che non
ha rapporto con tali attributi, in modo divisibile, moltiplicabile e spaziale.
È necessario, in queste speculazioni, dominare bene le proprietà di ciascuno dei due e non confonderne le nature, e più ancora le caratteristiche dei corpi come tali non immaginarle o opinarle a proposito dell'incorporeo, perché nessuno ascriverebbe ai corpi le proprietà del puro incorporeo. Infatti, mentre ognuno ha familiarità con i corpi, alla conoscenza degli incorporei arriva a stento; e benché provenga dall'incorporeo stesso, sugli incorporei rimane incerto, finché lo domina l'immaginazione.
Dirai dunque così: se ciò che è nello spazio è anche fuori di sé, dato che è progredito nel volume corporeo, allora l'intuitivo non è nello spazio ma in se stesso, perché non è progredito nel volume; e se l'uno è immagine e l'altro modello, quello acquista esistenza volgendosi all'intuitivo, questo invece in se stesso: ogni immagine è infatti un'immagine della mente.
Se si ricordano le proprietà di entrambi, non c'è da stupirsi dello scambio che si verifica nella loro congiunzione, ammesso che di congiunzione si debba parlare. In effetti non stiamo esaminando una congiunzione di corpi, ma di cose perfettamente trascendenti l'un l'altra secondo la proprietà dell'ipostasi. Ed è una congiunzione che esula dalle abituali considerazioni su cose della stessa essenza. Non si tratta di fusione, di mescolanza, di congiunzione   di avvicinamento, ma di una condizione diversa che si manifesta al di là delle relazioni che in vario modo uniscono cose di pari essenza e che è estranea a tutto ciò che cade sotto il senso.

SENTENZA XXXI
Il puro essere non è né grande né piccolo, perché grande e piccolo sono propriamente caratteristiche del volume. Trascesi il grande e il piccolo, al di sopra del grande e del piccolo e al di sotto del massimo e del minimo, è uno in numero e il medesimo, anche se lo si trova partecipato da ogni massimo e insieme da ogni minimo.
Non lo puoi pensare come massimo - altrimenti saresti in difficoltà a capire come il massimo può essere presente nei volumi minimi senza essere rimpicciolito o contratto - ma neanche lo puoi pensare come minimo, perché saresti in difficoltà a capire come il minimo è presente nei volumi massimi senza venir moltiplicato, ingrandito, esteso. Se invece considererai contemporaneamente ciò che supera il volume massimo per un intervallo massimo e il minimo per un intervallo minimo, capirai come nella prima cosa che capita e in ogni altra, nelle infinite moltitudini e masse, esso si dà a vedere come l'"identico che permane in se stesso". Sta infatti in relazione con la grandeza dell'universo come vuole la sua proprietà fondamentale, ossia indivisibilmente e senza grandezza. E precede il volume dell'universo, perché abbraccia con la propia indivisibilità ogni parte di quello, così come l'universo, con la sua molteplice divisibilità e per quanto ne è capace, sta in relazione con l'essere in modo molteplicemente divisibile e non può abbracciarlo interamente né in tutta la sua potenza, bensì lo incontra in ogni cosa come infinito e impenetrabile, per altri aspetti e nella misura in cui si purifica d'ogni volume.

SENTENZA XXXII
Ciò che è maggiore in volume è minore in potenza, se confrontato non con le cose a esso simili in genere, ma con quelle che ne differiscono in forma o per diversa essenza.
Il volume è infatti paragonabile a un uscire da sé e a una frantumazione della potenza. E allora tutto quel che eccelle in potenza è incompatibile col volume, perché la potenza è piena di sé se sta concentrata in sé, acquista la forza che le è peculiare quando potenzia se stessa. Per questa ragione il corpo, col progredire nel volume e col depotenziamento che ne deriva, si è allontanato dalla potenza del puro essere incorporeo, tanto quanto il puro essere non si è vanificato in un volume ed è rimasto, poiché non ha volume, nella grandezza della sua potenza. E come l'essere è senza grandezza e volume, se confrontato al corporeo, così il corporeo è debole e depotenziato, se confrontato all'essere: giacché il più grande in potenza è incompatibile col volume e il più grande in volume è senza potenza. Così l'universo, che è ovunque, e che incontra l'essere che è ovunque - nel senso in cui si dice essere ovunque - non può abbracciarne la grandeza della potenza e lo incontra non parte contro parte, ma indipendentemente dalla grandezza e dal volume. Si tratta di una presenza non spaziale ma fondata sulla somiglianza: per quanto cioè il corpo è capace di somigliare all'incorporeo e l'incorporeo può venir contemplato nel corpo che gli somiglia. L'incorporeo sarà assente, nella misura in cui il materiale non è in grado di somigliare alla pura immaterialità; sarà presente per quanto il corpo può somigliare all'incorporeo. Tuttavia non si uniscono con una relazione di contenente-contenuto, perché rovinerebbero entrambi: il materiale che ha accolto l'immaterialità per il suo tramutarsi in essa, l'immateriale perché divenuto materiale. Relazioni di somiglianza e partecipazione in realtà transitano vicendevolmente tra potenze e impotenze e i loro opposti in essenza.
Perciò mentre l'universo dista di molto dalla potenza dell'essere e l'essere dall'impotenza del materiale, ciò che sta in mezzo, ossia il somigliante-somigliato che congiunge i due estremi, diventa la causa dell'inganno riguardo agli estremi [stessi], giacché per il
tramite della somiglianza aggiunge all'uno le proprietà dell'altro.

SENTENZA XXXIII
Il puro essere viene detto molteplice non per la diversità degli spazi occupati, per misure di volume o per somma, non per separazioni o delimitazioni scomponibili di parti, ma perché un'alterità immateriale, priva di volume e non moltiplicabile, lo divide in molteplicità.
Per questo è anche uno; e non uno come un corpo, un oggetto nello spazio, un volume, ma "uno-molti". Nel senso che è "altro" in quanto è uno.
La sua alterità si divide e si riunisce, perché non è qualcosa di avventizio o accessorio. Né esso è "molti" in quanto partecipi di qualcos'altro: lo è di per sé.
Così è in azione in tutte le attività, eppure rimane ciò che è, nel senso che dà ipostasi a tutta la sua alterità attraverso l'identità, e l'alterità non si dà a vedere nella differenza di qualcosa da qualcos'altro, come avviene nei corpi. Nei corpi infatti la relazione è
rovesciata e v'è "unità nell'alterità", quasi che in loro l'alterità venisse per prima e l'identità sopraggiungesse dall'esterno e fosse accessoria. Nell'essere unità e identità precedono, e l'alterità nasce dalla tendenza all'azione propria dell'unità. Per questo l'essere si moltiplica nell'indivisibile, il corpo invece si unifica nel molteplice en el volume. Il primo dimora in se stesso, perché è unitariamente in sé e non esce; l'altro non è mai in se stesso ed è come se prendesse ipostasi nell'uscire. L'essere è appunto l'uno nel dispiego di tutta la sua azione, il corpo è una molteplicità che si sta unificando.
Si deve quindi concludere così: il primo è l'"uno-altro", il secondo è il "moltepliceuno" e non confondere le proprietà di quello con le caratteristiche di questo.

SENTENZA XXXIV
I predicati del sensibile e del materiale sono in verità questi: essere trascinato da ogni parte, essere in mutamento, prendere ipostasi nell'alterità, essere composto, di per sé disgregabile, esistere nello spazio, mostrarsi in un volume, e quanti altri assomigliano a questi. Del puro essere, che prende ipostasi di per sé ed è immateriale, i predicati sono questi: essere sempre ciò che dimora in se stesso, trovarsi allo stesso modo rispetto alle stesse cose, essenziarsi nell'identità, essere per essenza immutabile e non composto, non esistere nello spazio e non essere disperso nel volume, non essere qualcosa che nasce né qualcosa che muore, e quanti altri sono simili a questi.
Attenendoci ad essi, bisogna dire noi stessi né ascoltare da altri nulla che ne confonda la differente natura.

SENTENZA XXXV

Non bisogna pensare che la molteplicità delle anime nasca dalla molteplicità dei corpi, perché prima dei corpi esistono le anime molteplici e l'anima unica, senza che quella unica e intera impedisca alle altre di esistere in essa né che le molte dividano quella unica tra loro. Infatti si distinguono ma non si scindono e non frantumano quella intera tra loro; sono presenti le une alle altre senza confondersi o fare una somma che è l'anima totale. Perché non sono divise da confini ma nemmeno confuse tutte insieme, al modo stesso che molte scienze non si confondono dentro un'anima sola e nemmeno vi si trovano per essenza eterogenea come i corpi, ma costituiscono determinate attività dell'anima.
La natura dell'anima ha invero una potenza infinita: una qualunque delle sue parti è un'anima, eppure tutte le anime sono un'anima sola e, all'inverso, l'anima intera è diversa da tutte le altre. Come i corpi, pur divisi all'infinito, non arrivano all'incorporeo, perché continuano a differirne per il volume dei segmenti, così l'anima, che è una forma vivente, si divide all'infinito secondo le forme e ne assume le differenze, ma rimane intera con esse o senza di esse: l'alterità è in lei paragonabile al prodursi di una scissione in una perdurante identità. Se persino nei corpi, dove domina l'alterità più che l'identità, neppure il sopraggiungere di un incorporeo riesce a spezzare l'unità e tutti restano uniti quanto all'essenza, anche se divisi per le qualità e le altre forme, cosa si dovrà dire e supporre circa la vita formale di un incorporeo, dove l'identità domina sull'alterità e non v'è altro che la forma (da questa vita viene anche ai corpi l'unità) e dove il sopraggiungere di un corpo non spezza l'unità, benché in molti casi ostacoli le azioni?
L'identità stessa dell'anima crea e scopre tutte le cose con un'azione che si specifica in forme all'infinito, perché una qualunque delle sue parti può tutto, quando si sia purificata dal corpo, al modo stesso che una qualsiasi parte del seme ha la potenza del seme intero.
Come un seme, nella materia, è dominato secondo ciascuna delle ragioni seminali con cui aveva potuto dominare la materia e, ricondotto che sia alla potenza di seme, riottiene per ognuna di quelle parti la sua potenza complessiva, così quella che consideriamo una parte dell'anima immateriale ha la potenza dell'anima intera. E la parte che si abbassa verso la materia è dominata in quella forma secondo la quale si era abbassata e aveva familiarizzato con l'oggetto materiale, ma riottiene la potenza dell'anima intera e la ritrova dentro di sé, non appena abbandona la materia e rientra in se stessa. Poiché poi l'anima che si è abbassata nella materia manca di tutto ed è svuotata della sua potenza, mentre quella che sale alla mente ritrova la pienezza di sé nel possesso della potenza dell'anima totale, così i primi che conobbero la passione dell'anima chiamarono enigmaticamente, ma a ragion veduta, l'una Penìa, l'altra Pòros.

SENTENZA XXXVI
L'ipostasi corporea non ostacola in nulla l'incorporeo in sé nel suo essere dove vuole e come vuole. Come infatti il senzavolume è inafferrabile per il corpo e non ha relazione con esso, così il voluminoso è per l'incorporeo qualcosa che non fa schermo e sta come un non essere. Non è in senso spaziale che l'incorporeo si dirige dove vuole - perché lo spazio prende ipostasi insieme al volume - e non è compresso dai corpi esistenti. Perché la cosa che occupa in qualche modo un volume può essere compressa e opera mutamenti per traslazione spaziale, ma chi è perfettamente privo di volume e di grandezza non può venir dominato da ciò che ha volume né ha parte al movimiento spaziale. Lo si trova là dove per una certa disposizione inclina, ma spazialmente è ovunque e in nessun luogo. Così, a seconda di una determinata disposizione, viene dominato al di là del cielo o in una qualche parte dell'universo; e se mai sia dominato in una parte dell'universo, non lo si vede con gli occhi, ma la sua presenza si fa manifesta per i suoi effetti.

SENTENZA XXXVII

Come è propria dell'anima un'esistenza terrena - non muoversi a terra al modo dei corpi, ma guidare il corpo che a terra si muove - così può anche trovarsi nell'Ade, quando dirige un'immagine riflessa che ha la natura di essere in un luogo ma prende ipostasi nella tenebra. Se l'Ade sotterraneo è un luogo tenebroso, l'anima che atrae l'immagine si trova nell'Ade, benché non si sia separata dall'essere. Quando esce dal corpo rigido, è accompagnata infatti dal soffio vitale che aveva ricevuto dalle sfere. E poiché conserva dalla sua inclinazione per il corpo quella ragione particolare proiettata, secondo la quale aveva preso in vita la conformazione di un corpo determinato, per questa inclinazione l'anima imprime un'immagine fantastica sul soffio, e così atrae l'immagine. Si dice che è nell'Ade [Aides], nel senso che il soffio vitale viene a contatto con una natura invisibile e tenebrosa.
Dato poi che il soffio pesante e umido penetra fino nei luoghi sotterranei, si dice che anche l'anima discende sotto terra; non perché la sua essenza passi di luogo in luogo ed esista nello spazio, ma in quanto assorbe le conformazioni dei corpi destinati per natura a mutar luogo e ad avere in sorte uno spazio assegnato, giacché la ricevono quel genere di corpi le cui proprietà corrispondono a una certa sua determinata disposizione.
A seconda di come è disposta, l'anima trova infatti un corpo ben delimitato nel rango e nei luoghi che gli competono. Così all'anima che è in una disposizione più pura è connaturato il corpo più vicino all'immaterialità, che è il corpo etereo, a quella che è progredita dal pensiero razionale alla proiezione dell'immaginazione il corpo solare, a quella che è diventata femmina ed è appassionatamente protesa verso la forma il corpo lunare. Ma per l'anima caduta nei corpi composti di esalazioni umide - quando si trovi nella sua forma più indeterminata - conseguono perfetta ignoranza dell'essere, oscuramento, puerilità.
E allora nel momento dell'uscita, quando ha ancora un soffio torbido per l'esalazione umida, attrae l'ombra e si appesantisce, dato che un soffio del genere cerca per natura di ritrarsi nei recessi della terra, se un'altra causa non lo trae in direzione opposta. Ebbene,
come è necessario che l'anima che si cinge di un guscio terroso stia aggrappata alla terra, del pari è necessario che si cinga di un'immagine riflessa quella che attrae il soffio umido. E attrae l'umido quando non abbia altro pensiero che dimorare di continuo nella natura, la cui azione avviene nell'umido ed è per lo più sotterranea; quando invece si cura di separarsi dalla natura, diventa fulgóre secco, senz'ombra e senza nube. Infatti nell'aria l'umidità si condensa nella nube, ma la secchezza trasforma il vapore in splendore secco.

SENTENZA XXXVIII
Quando afferri l'essenza eterna e in sé infinita in potenza, quando cominci a intuire l'ipostasi infaticabile e inesauribile, che non manca di nulla ma eccelle per una vita purissima, piena di sé, fissata in sé e di sé sazia (una vita che non è alla ricerca di nulla, neppure di sé), bene, se vi aggiungi il "dove" o il "riguardo a cosa", subito, con la diminuzione che deriva dall'insufficienza di luogo e relazione, non sminuisci quella ma confondi te stesso, perché cogli un'immaginazione che si insinua nel tuo congetturare e ti fa velo.
Infatti non potrai varcarne i confini e oltrepassarla, né d'altra parte arrestarla, separarla o ridurla a piccole proporzioni, come se non avesse più nulla da dare in quel venir meno per piccolezza; perché è inesauribile anche più, se pensi, del flusso perenne e inesauribile di tutte le fonti. Così, o sei capace di muoverti in armonia con lei, di farti simile alla totalità dell'essere, di non cercare più nulla, oppure cercherai e devierai nella visione di qualcos'altro. Se non cerchi nulla, sta in te stesso e nella tua essenza: ti sei fatto simile al tutto e non sei rimasto impigliato in una delle cose che ne derivano. Non hai detto neppure: "tanto io sono", perché hai lasciato il "tanto" e sei divenuto tutto.
Certo eri tutto anche prima, ma oltre al tutto vi era in te qualcos'altro e questa aggiunta ti faceva piccolo, perché non veniva dall'essere - all'essere invero non si aggiunge nulla.
Perciò chi è nato anche dal non essere, non è tutto: è compagno della povertà e bisognoso d'ogni cosa; e dunque abbandonato che abbia il non-essere, allora è tutto: è lui medesimo sazietà di se stesso. Così lascia le cose che umiliano e sminuiscono e ritrova se stesso, soprattutto quando credeva che quelle cose piccole per natura fossero il suo "io" e non sapeva chi fosse in verità: infatti era lontano da sé e insieme era lontano dall'essere. Chi sta in se stesso ed è presente a sé presente, sta anche in presenza dell'essere che è ovunque; ma chi è lontano da sé, è anche lontano da quello. Tale è infatti la norma che ricevette: essere presente a ciò che è presente, essere assente da ciò che è fuori di lui. Se l'essere ci è presente, è assente il non essere, e se non è presente fìnché stiamo con le altre cose, non occorre che venga perché sia presente: siamo noi che ce ne siamo andati, quando non è presente. Che c'è di strano? Tu stesso, presente,non sei assente da lui; ma non sei presente a te e, benché presente [in apparenza], sei "il presente-assente", quando guardi le altre cose e non ti curi di guardare te stesso. Così sei presente e non-presente a te stesso, e per questa ragione ti ignori e trovi tutte le cose lontane da te piuttosto che il "te stesso", che ti è presente per natura: perché ti meravigli se il non-presente ti è lontano, tu che te ne sei allontanato allontanandoti da te? E dunque nella misura in cui sei congiunto a te stesso come a una presenza da cui non puoi sottrarti, e nella misura in cui lui è congiunto a te, tu sei congiunto a lui, che in tal modo è inseparabile da te per essenza come tu da te stesso. Così puoi avere una conoscenza universale di ciò che sta nella presenza dell'essere e di ciò che è assente dall'essere, il quale è presente dappertutto e inversamente non è in nessun luogo. Coloro infatti che sono capaci di spaziare intuitivamente verso la loro propria essenza e di conoscerla, mediante questa conoscenza e la consapevolezza di tale conoscenza, si recuperano nell'unità di conoscente e conosciuto: presenti a se stessi, a loro è presente anche l'essere. Ma quelli che dal proprio essere digradano verso le altre cose, sono assenti da sé e a loro è assente anche l'essere.
Se fu nella nostra natura di risiedere stabilmente nella medesima essenza, di arricchirci di noi stessi, non discendere in ciò che non siamo, non impoverirci di noi né pertanto congiungerci di nuovo alla povertà pur in presenza dell'abbondanza, se noi che non siamo separati dall'essere per luogo o per essenza, né da lui recisi per qualcos'altro, ce ne separiamo perché ci volgiamo al non essere, ebbene espiamo la colpa della lontananza dall'essere con la lontananza da noi stessi e con l'ignoranza, benché poi di nuovo, grazie all'amore per noi, recuperiamo noi stessi e ci riannodiamo al dio. Pertanto giustamente fu detto che l'uomo che diserta dagli dèi si trova necesariamente incatenato in una specie di carcere e si sforza di sciogliersi dai lacci, come uno che, rivoltosi alle cose di quaggiù e abbandonata la condizione di essere divino, è, come dice [Empedocle], "in fuga dagli dèi e ramingo". Tanto che ogni esistenza meschina è piena di schiavitù e di empietà, e per questa ragione è anche priva di divinità e di giustizia, in quanto un soffio vitale pieno di empietà e per ciò stesso di ingiustizia vi prende consistenza. Così ancora giustamente fu detto che il giusto lo si trova nell'agire che corrisponde a quel che si è, e che il simulacro e l'immagine riflessa della vera giustizia consistono nella distribuzione del dovuto a ciascuno di coloro coi quali viviamo.

SENTENZA XXXIX
Altre sono le virtù del politico, altre quelle di chi tende alla contemplazione e che per questa ragione è chiamato contemplativo, altre poi quelle di chi ha già compiuto la contemplazione ed è ormai visionario, altre ancora quelle della mente in quanto tale e pura dall'anima.
Le virtù del politico consistono nella misura delle passioni, nel seguire la ragione e nell'obbedirle riguardo ai doveri attinenti alle azioni pratiche. Sono dette politiche per il loro carattere socievole e comunitario, in quanto mirano alla sicurezza del prossimo nella comunità. La saggezza è propria della parte razionale, il coraggio di quella animosa, la temperanza consiste in un accordo e in una armonia tra la parte concupiscibile e la razionale, la giustizia è il compito specifico di ognuna di queste parti prese insieme, relativo al comando e all'obbedienza.
Ma le virtù del contemplativo che progredisce nella contemplazione consistono in un allontanamento dalle cose di questo mondo. Si chiamano anche purificazioni appunto perché vengono considerate come astinenza dalle azioni che si fanno col corpo e dai legami di simpatia con esso. Appartengono all'anima che si innalza al puro ente, mentre quelle politiche abbelliscono l'uomo mortale e aprono la via alle purificazioni: infatti, una volta abbelliti, bisogna principalmente astenersi dal fare qualcosa col corpo.
Per questo nelle virtù catartiche la saggezza prende ipostasi se l'anima non si fa complice delle opinioni del corpo, ma se agisce da sola - scopo che è raggiunto grazie alla purezza della facoltà intuitiva -, la temperanza consiste nel non aderire alle passioni, il coraggio nel non temere il distacco dal corpo quasi fosse una caduta nel vuoto en el nulla, la giustizia nel predominio della ragione e della mente, senza che nulla si opponga. Dunque l'abito acquisito con le virtù politiche viene identificato nella misura delle passioni e lo scopo è che l'uomo viva secondo natura; ma le virtù contemplative abituano all'impassibilità, il cui scopo è la somiglianza a un dio.
Poiché "purificazione" significa per un verso ciò che purifica e per l'altro ciò che appartiene a chi si è purificato, le virtù di questo genere sono considerate in entrambi i sensi della parola "purificazione". Esse infatti purificano l'anima e insieme la accompagnano una volta purificata, dato che scopo della purificazione è divenire puri.
Ma poiché tanto il purificarsi quanto l'esser divenuti puri consistono nella soppressione di ogni elemento estraneo, il bene sarà [qualcosa di] diverso da chi si purifica. Pertanto, se prima dell'impurità chi si purifica era buono, la purificazione è sufficiente. Ma, sia pure sufficiente, ciò che resta sarà il bene, non la purificazione. La natura dell'anima non era però il bene; stava piuttosto nella possibilità di partecipare del bene ed essere conforme al bene - altrimenti non sarebbe entrata nel male. Suo bene sarà quindi congiungersi al generante, suo male stare insieme alle cose posteriori. Il male appunto è doppio: star congiunti alle cose posteriori e sopportare l'eccesso delle passioni. Per questo le virtù politiche, che liberano l'anima da un solo male, furono giudicate degne del nome di virtù e venerabili, ma più venerabili le virtù catartiche, che la liberano da tutto il male.
Così l'anima purificata deve congiungersi al generante e la sua virtù, dopo la conversione, consiste nel conoscere e comprendere l'essere; non perché non abbia in sé questa conoscenza, ma perché senza ciò che la precede essa non vede le cose che possiede. Vi è dunque, dopo le catartiche e le politiche, un terzo genere di virtù: quelle dell'anima intuitivamente attiva. Sapienza e saggezza consistono nella contemplazione degli oggetti appartenenti alla mente, giustizia è provvedere al proprio compito nel conformarsi alla mente e nell'agire verso la mente, temperanza è volgersi interiormente alla mente, e coraggio è impassibilità, a somiglianza della mente a cui l'anima guarda, che è impassibile per natura. Tra queste virtù vi è quindi la stessa connessione che tra le altre.
Una quarta specie è quella delle virtù paradigmatiche. Queste risiedono nella mente, perché sono superiori alle virtù dell'anima e loro esemplari di cui quelle dell'anima sono imitazioni. Mente è ciò in cui esistono [tutte] in qualità di esemplari, saggezza è la scienza, sapienza è la mente che conosce, temperanza è il suo volgersi a se stessa, provvedere al compito specifico è l'opera propria [della mente], coraggio è la sua identità e il permanere pura in se stessa per sovrabbondanza di potenza.
Quattro dunque appaiono i generi di virtù: le prime appartengono alla mente e sono le paradigmatiche e costitutive della stessa essenza mentale, le seconde appartengono all'anima che ormai guarda alla mente ed è piena di essa, le terze appartengono all'anima umana che si purifica o si è già purificata dal corpo e dalle passioni irrazionali, le quarte appartengono all'anima umana che abbellisce l'uomo perché fissa una misura all'irrazionalità e ne stimola la moderazione nelle passioni. E chi possiede le virtù superiori possiede di necessità anche le inferiori, ma non viceversa. E peraltro il possessore delle virtù superiori non agirà più secondo le inferiori, per la prevalente ragione che ha anche queste, ma solo a seconda delle circostanze del divenire. Infatti gli scopi, come si è detto, sono diversi e variano col variare dei generi. Lo scopo delle virtù politiche è imporre una misura alle passioni nelle attività di chi ha a che fare con la natura, delle catartiche è allontanarsi perfettamente dalle passioni che fino allora si erano misurate, delle altre è agire verso la mente, senza neppure avere il pensiero di liberarsi dalle passioni, delle ultime non è più neanche quello di rivolgere l'attività alla mente, ma di giungere a incontrarsi con la sua stessa essenza. Per questo chi agisce secondo le virtù pratiche è un uomo onesto, chi secondo le catartiche un uomo demonico o anche un demone buono, chi solo secondo le virtù rivolte alla mente è un dio, e chi secondo le paradigmatiche è il padre degli dèi.
Preoccupiamoci soprattutto di esaminare le virtù catartiche, giacché sono quelle che si possono raggiungere in questa vita e rappresentano i mezzi per risalire alle più venerabili. Bisogna perciò vedere fino a che punto e in che misura la purificazione può essere raggiunta; si tratta infatti dell'allontanamento dal corpo e dal movimiento passionale della parte irrazionale. Diciamo come si raggiunge e fino a che punto. Prima cosa, base e, per così dire, seggio della purificazione è conoscere se stessi come un'anima legata a una cosa straniera e di diversa essenza. Secondo è lo slancio che consegue da tale persuasione a rimettere insieme se stessi dal corpo e quasi da luoghi diversi, in una disposizione di perfetta impassibilità nei suoi confronti. Perché chi agisce di continuo conforme al senso, anche se non lo fa per vera attrazione o perché vi trovi una soddisfazione al piacere, nondimeno si disperde nel corpo, dato che vi si è congiunto attraverso il senso e nutre passione per i piaceri e i dolori propri degli oggetti sensibili con assenso e inclinazione simpatica. È soprattutto da simile disposizione che bisogna purificarlo. Ciò accadrà se accoglierà le sensazioni ineliminabili dei piaceri a solo scopo di cura e di alleggerimento dalle fatiche, al fine di non esserne ostacolato.
Bisognerà poi eliminare le sofferenze e, ove non sia possibile, sopportarle con calma e sminuirle con la non partecipazione simpatica. L'animosità andrà soppressa per quanto possibile e in nessun modo curata con meditato consiglio; altrimenti non si mischi ad essa la volontà consapevole, ma la si faccia essere un moto irriflesso che appartiene a un altro - e sarà un moto irriflesso debole e di poca importanza. La paura andrà eliminata del tutto, perché non ci sarà motivo di temere di nulla, benché anche qui vi siano dei moti irriflessi. Animosità e paura andranno semmai usate come strumenti di ammonimento. Si rimuoverà poi ogni genere di desideri vani. Desideri di cibi e bevande ne avremo, ma non per noi stessi in quanto noi stessi. Di piaceri d'amore, sia pure naturali, non dev'esservi neppure il moto irriflesso, o almeno non più di una di quelle fuggevoli fantasie che si hanno nel sonno. Insomma, l'anima intuitiva di chi si è purificato si mantenga pura da tutto questo. E voglia che la parte di noi che si muove incontro all'irrazionalità delle passioni corporee, si muova senza simpatia e sbadatamente, in modo che anche quei movimenti siano subito dissolti dalla vicinanza della ragione. Così non vi sarà battaglia sulla via della purificazione. Quanto al resto basterà la presenza della ragione a far vergognare la parte inferiore, tanto che essa stessa disapproverà, quando è in completa balìa del movimento, di non saper stare tranquilla mentre il suo signore è presente, e si rimprovererà per la debolezza. E queste sono ancora forme di misura delle passioni che acquistano tensione in vista dell'impassibilità; ma quando il legame simpatico è perfettamente purificato, ad esso subentra l'impassibilità, giacché la passione aveva cominciato a muoversi quando la parte razionale, con la sua discesa, aveva dato il segnale.
SENTENZA XL

La mente non è l'origine di tutte le cose, perché è molteplice e prima del molteplice è necessario che vi sia l'uno. Che sia molteplice è chiaro, dato che le intuizioni che intuisce di continuo non sono una ma molte, e dato che non sono diverse da lei. Così se la mente sta con le intuizioni e quelle sono molteplici, anche la mente sarà molteplice.
Che la mente stia con gli intuitivi si dimostra così: se essa contempla qualcosa, evidentemente lo contemplerà o perché lo possiede in sé o perché posto in altro. E che contempli è chiaro: la mente deve infatti accompagnarsi all'atto di intuire, e sottratta all'intuire è sottratta alla sua essenza. Occorre quindi mettersi sulle tracce della sua contemplazione e soffermarsi sulle passioni che accompagnano le conoscenze. In noi le potenze conoscitive consistono complessivamente in senso, immaginazione, mente. Chi si serve esclusivamente del senso contempla attingendo all'esterno e non si unisce con le cose che contempla: riceve soltanto un'impronta dal contatto con esse. Così, quando l'occhio guarda l'oggetto visibile, è impossibile che vi si identifichi, perché non vedrebbe nulla, se non si trovasse a distanza. Allo stesso modo l'oggetto del tatto si distruggerebbe, se si identificasse con chi tocca. Risulta quindi chiaro che sia il senso sia chi se ne serve sono sempre condotti all'esterno, se vogliono cogliere l'oggetto sensibile. Similmente anche l'immaginazione si porta sempre all'esterno e col suo
espandersi da una realtà funzionale a un'immagine. [È chiaro dunque che anche chi si serve dell'immaginazione è condotto all'esterno,] tanto se l'oggetto dell'immagine lo costruisce realmente dal di fuori, quanto se è la sua stessa espansione all'esterno che gli fa immaginare l'esistenza di un oggetto al di fuori. Tale è la percezione di queste [potenze]; poiché nessuna delle due può tornare in se stessa e riunirsi, non può nemmeno incontrare una forma sensibile o sovrasensibile. Ma la mente non percepisce in questo modo, perché essa torna a sé e si contempla. Se infatti si distogliesse dalla contemplazione delle proprie attività, dall'essere l'occhio delle proprie attività, non
sarebbe più visione di sé e non vedrebbe nulla. Come dunque il senso stava in relazione al sensibile, così la mente è in relazione all'intuitivo. Ma mentre il senso contempla perché si estende al di fuori e trova un sensibile che sta nella materia, la mente contempla perché si raccoglie in se stessa. E se non si estende al di fuori...... Il che parve giusto anche ad alcuni, per i quali tra l'ipostasi della mente e quella dell'immaginazione vi era soltanto una differenza di nome. Essi infatti credevano che l'intuizione fosse l'immaginazione nell'animale razionale. Dato poi che facevano dipendere tutto dalla materia e dalla natura corporea, concludevano che anche la mente doveva dipenderne. Ma poiché la nostra mente contempla essenze diverse dai corpi, dove le troverà e dove le percepirà? In quanto estranee alla materia non dovrebbero essere da nessuna parte. È chiaro allora che, in quanto intuitive, andranno congiunte all'intuizione e ancora, se intuitivi, alla mente e all'intuitivo...... [Se non si estende al di fuori,] la mente, quando intuisce gli intuitivi, contemplerà anche se stessa, e quando si ritrae in sé, intuisce perché si ritrae tra gli intuitivi. Se poi gli intuitivi sono molteplici - perché la mente intuisce i molti e non l'uno - di necessità sarà molteplice anch'essa. Ma prima dei molti c'è l'uno; così è necessario che prima della mente sia l'uno.

SENTENZA XLI

Ciò che ha l'essere in altro e non è essenziato in sé né separatamente da altro, qualora torni in se stesso per conoscersi, ma torni senza ciò in cui è essenziato, si corrompe, perché, abbandonando l'altro, si separa dal proprio essere. Chi invece può conoscersi indipendentemente dalla cosa in cui è, e anzi la abbandona ed è capace di far questo senza rovina sua, non può essere essenziato in ciò da cui ha potuto distogliersi e senza il quale ha potuto conoscersi. Ora, se la vista e ogni altra potenza sensibile non possono avere sensazione di sé, né, separate che siano dal corpo, percepirsi o conservarsi, e se la mente, al contrario, soprattutto quando si separa dal corpo intuisce, torna a sé e non si corrompe, è chiaro che le potenze sensibili diventano attive grazie al corpo e la mente non nel corpo ma in sé acquista l'agire e l'essere.

SENTENZA XLII
L'anima possiede le ragioni di tutte le cose e secondo tali ragioni agisce, o perché qualcos'altro la chiama a metterle in opera o perché essa stessa si rivolge interiormente ad esse. E quand'è chiamata da altro e per così dire verso l'esterno, produce sensazioni, quando invece si inoltra nel profondo di sé e verso la mente, viene a trovarsi tra le intuizioni. Dunque le sensazioni non vengono dall'esterno e l'intuizione non è estranea all'anima. E ancora, come per il vivente non si danno sensazioni senza modificazioni
degli organi di senso, così non c'è intuizione senza immaginazione. Per rispettare la proporzione: come l'impronta è una conseguenza del [l'organo] sensibile del vivente, così l'immagine fantastica è nell'anima del vivente una conseguenza dell'intuizione.

SENTENZA XLIII
Memoria non significa conservare le immaginazioni, ma proiettare di nuovo cose di cui ci occupammo.

SENTENZA XLIV
Altro sono la mente e l'intuitivo, altro il senso e il sensibile. L'intuitivo è congiunto alla mente, il sensibile al senso. Ma il senso di per sé non può comprendersi e neppure il sensibile può; d'altra parte l'intuitivo che è congiunto alla mente e da essa intuibile, non cade in alcun modo sotto il senso. Ma la mente è un intuibile per la mente. E se la mente è un intuibile per la mente, essa sarà per se stessa intuibile. Quindi da un lato, se la mente è l'intuibile e non il sensibile, sarà oggetto intuìto; dall'altro, se è l'intuibile per la mente e non per il senso, sarà il soggetto che intuisce. Essa è appunto soggetto che tutto intero intuisce e oggetto che tutto intero è intuìto: intuente e intuìta tutta intera in tutta se stessa, [e non come il consumatore e il consumato]. Non v'è dunque una parte che venga intuìta e un'altra che intuisca, perché la mente non ha parti, è tutta intera intuibile ed è con tutta intera se stessa mente dappertutto, senza avere in sé nozione alcuna di inintuibilità. Per questo non è vero neppure che intuisca un aspetto di sé e un altro non lo intuisca, giacché, nella misura in cui non intuisse, sarebbe inintuitiva.
Né si allontana da qualcosa per passare in qualcos'altro, dato che, non intuendo ciò da cui si allontana, diverrebbe rispetto ad esso inintuitiva. Se invece in essa l'una cosa non accade di seguito all'altra, allora intuirà insieme tutte le cose; e dunque, poiché intuisce insieme tutte le cose, non ora l'una e l'altra poi, essa è tutte le cose insieme, sia nel momento presente che nell'eternità. Ma se in lei c'è il presente, sono sottratti il passato e il futuro, in un presente inesteso e nel momento senza tempo. Vi è in lei pertanto simultaneità sia riguardo al molteplice che all'estensione nel tempo. Perciò tutte le cose saranno unitariamente in un'unità inestesa e atemporale. Se è così, non v'è nella mente un "donde" o un "verso dove", né dunque movimento; c'è un'attività unitaria nell'uno che dilegua l'incremento, il mutamento, ogni specie di trapasso. Se poi la mente è molteplicità unitaria e insieme attività, se è fuori dal tempo, è necessario che in funzione di siffatta essenza esista quell'essere che ha la proprietà di rimanere perennemente nell'uno. Tale essere è l'eternità. L'eternità esiste pertanto in funzione della mente.
Il tempo esiste invece in funzione di ciò che non intuisce unitariamente nell'uno, bensì mutevolmente e nel movimento, ossia intuisce nel lasciare un oggetto e prenderne un altro, nel dividere in parti e passare di cosa in cosa. Futuro e passato esistono appunto in funzione di un movimento del genere. Ed è l'anima che passa da un oggetto all'altro, perché scambia alternativamente le intuizioni: non nel senso che alcune svaniscano e altre sopraggiungano da qualche parte, piuttosto in quanto alcune le intuisce come se fossero passate, benché continuino a rimanere dentro di lei, altre come se venissero da altrove, mentre non vengono da altrove ma da essa stessa e dal medesimo punto, da essa cioè che si muove verso di sé e volge l'occhio sulle cose che ha partitamente. Somiglia infatti a una fonte che non scorre, ma che circolarmente fa zampillare in sé le cose che possiede.
Mentre il tempo esiste in funzione di tale movimento, l'eternità esiste in funzione della permanenza della mente in se stessa, non divisa dalla mente come il tempo non è diviso dall'anima, giacché anche le realtà funzionali lassù sono unite.
Ciò che è in movimento si attribuisce ingannevolmente l'eternità, perché concepisce l'eternità come un movimento infinito; d'altra parte ciò che permane mentre l'altro si muove, si attribuisce ingannevolmente il tempo, come se percorresse e moltiplicasse il suo "ora" secondo il transitare del tempo. Per cui alcuni pensavano che il tempo si dia a vedere nella quiete non meno che nel movimento e che l'eternità, come dicevamo, sia un tempo infinito. Ognuno dei due aggiunge le sue proprietà a quelle dell'altro, e ciò che è in perenne movimento imita dall'immobile l'eternità, per identità col proprio perpetuo muoversi, mentre quel che rimane immobile nell'identità dell'azione congiunge, con l'azione, il tempo al proprio permanere.
Del resto nelle cose sensibili il tempo diviso è diverso in ciascuna di esse; per esempio diverso è il tempo del sole, diverso quello della luna, diverso quello della stella del mattino, diverso quello di ciascuno degli altri astri. Per cui ogni astro ha anche un anno diverso; e l'anno che li include tutti fa capo al movimento dell'anima. Se poi gli astri si muovono a imitazione dell'anima e il moto dell'una è diverso dal moto degli altri, diverso è anche il tempo dell'anima da quello degli astri. Quest'ultimo a intervalli e per movimenti e spostamenti spaziali ...

EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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sábado, 30 de marzo de 2019

DE QUÉ SIRVE LA ÉTICA?




DE QUÉ SIRVE LA ÉTICA?

©Giuseppe Isgró C.



El término ética deriva del griego ethos, cuyo significado es “modos de ser”, o “carácter” de una persona, e inclusive, por extensión, de otros seres en los restantes reinos naturales, como son el animal, el vegetal y el mineral, como lo demuestran incontables estudios de la Etología, la Biología y la Física Cuántica. Por qué?

Por “modos de ser”, dentro del marco del ethos, o ética, vendría a significar que cada persona enmarca su conducta dentro de los parámetros de los valores universales, o atributos divinos, como son: el amor, la prudencia, o sabiduría, la justicia, la fortaleza, la templanza y la belleza, que son los valores esenciales en los cuales se sustentan las virtudes clásicas a las que hacía referencia Aristóteles, en el siglo de oro griego, hace un poco más de 2.300 años, tal como lo menciona en sus diversas obras como la Ética Nicomaquea, la Gran Ética y la Ética Eudemia, sobre las cuales se sustentan todos los estudios posteriores.

Aristóteles refería, entre otras cosas, que: mientras menos fáciles sean las situaciones a las cuales se enfrenta una persona, más requiere arte y virtud, es decir: conducta ética y carácter aquilatado que le permitan ver las cosas más allá de las apariencias, es decir: percibirlas tal como son, comprenderlas y realizar las acciones precisas y necesarias tendientes a resolver la situaciones que restablezcan el equilibrio preexistente, o alcanzar los resultados que faciliten el logro del cambio anhelado. Esas virtudes esenciales son:

Visión, comprensión, sentido de la medida, o de la justicia, que es lo mismo, asumiendo la propia responsabilidad, y riesgos, cumpliendo las propias obligaciones en el sentido estricto de la palabra, y usufructuando los derechos que les son inherentes. Aristóteles señalaba que la justicia podía ser distribuitiva, equivalente a equidad, y la justicia correctiva, para compensar un daño causado, o recibido. No siempre la justicia y la equidad son equivalentes, ya que, muchas veces, la equidad podría no corresponder a lo justo y perfecto: por ejemplo, distribuir los gastos extraordinarios de un condominio en forma equitativa, o en partes iguales, contrariamente al inherente porcentaje previsto en los respectivos documentos de condominio y de propiedad. La forma equitativa significaría que unos, que deberían pagar más, pagaran menos, y otros que deberían pagar menos, pagaran más. Esto, aunque pareciera un exabrupto en pleno siglo XXI, suele ocurrir y es poco fácil hacerlo entender a las personas que, realmente, no están interesadas de comprenderlo, por las razones que fueren, o porque, aún, su entendimiento no alcanza para eso, o su ética, que también ocurre, por observarse ocasionalmente este fenómeno. Según el estagirita justicia es el justo medio "entre incurrir en injusticia y su polo opuesto, ser objeto de ella". En el primer caso la persona sería deudora, en el segundo, acreedora a una compensación. 

Además la visión permite ver a lo lejos y ser prudente calibrando hasta donde debe arriesgarse cada quien. La fortaleza, dando el primer paso hacia la solución, o el logro. La templanza, asumiendo la austeridad necesaria, el autodominio esencial, la calma imperturbable y la impasibilidad a prueba de todo, lo cual otorga la confianza de que la meta será alcanzada respetando los derechos ajenos, por encima de todo. El respeto, el amor, la tolerancia, la amistad, la cortesía, la dignidad, la honradez, el honor, el sentido del deber y la dignidad personal, el patriotismo puro, el sentido filial, o ciudadano, o profesional, constituyen valores de la ética.

Decía Aristóteles: -“Cuando existe amistad no hace falta justicia”. Para que exista amistad genuina, deben aplicarse los valores, y esto, hasta en aquellos casos de grupos de personas cuya conducta pudiese estar reñida con la ética, y a pesar de ello, en su respectivo mundo, hay unos principios o valores "ético", de rectitud, que deben ser cumplidos, so penas severas, tal como lo demuestra Miguel de Cervantes y Saavedra, en su genial obra Rinconete y Cortadillo, que retrata a la sociedad sevillana del siglo XVI, con su magistral genio plasmado en el Quijote, que es la suma de la aplicación práctica de la Ética para todos los tiempos en grado excelso. Pero, en toda la obra cervantina se observa la misma aplicación elevado de los valores éticos en sus múltiples personajes, que indican el estado avanzado de conciencia del primer novelista de la lengua castellana. 

Aristóteles, al inicio de su Ética Nocomaquea, mencionaba: -“Cada arte, y cada búsqueda, e igualmente cada acción y todo propósito, siempre buscan un bien; por esto, con razón se definió el bien: aquello a lo cual toda cosa tiende”. Luego añade: -“Todavía pareciera existir una diferencia entre los fines: alguna vez ellos equivalen a actividades, en cambio, otras, trascendiendo a éstas, obras definidas”. Al final, lo que determina el valor ético de toda acción, u obras realizadas, son los resultados, positivos o negativos, es decir: éticos o no éticos. Con valores o con ausencias de los mismos.

En uno u otro caso se genera una distinción entre moral y derecho.

En la moral, que es una variante subjetiva de ética, generalmente no trasciende la manifestación de los pensamientos y sentimientos; se piensan o sienten, pero no se transforman en actos, ni en expresión verbal, o de otra índole. Por lo cual, la ausencia de moral, en los pensamientos y sentimientos, no puestos en práctica como palabras o acciones, que afecten, o afectaran a las personas involucradas, por la ley de atracción, perjudican, únicamente, a quien cultiva ese género de pensamientos y sentimientos, pero que, el sentido de la vergüenza, u otros valores éticos que se imponen, como el deber, el respeto y cualesquiera otras razones, u advertencias coercitivas, evitan que se expresen mediantes actos y perjudiquen a terceras personas, de lo cual tendría que responder por sus efectos nocivos, por la acción coactiva de la Legislación vigente.

Los principios éticos sustentados por los valores que representan estados de conciencia frente a las diferentes variantes o realidades afrontadas en el día a día, permiten vivir una vida, como decían los antiguos, en armonía con la naturaleza, que era el fin último de los estoicos, lo cual aporta un estado de felicidad.

Aún antes de Aristóteles, Platón, su maestro, reflejó la mayor suma de valores aplicables a la ética, en todos sus diálogos, desde el Eutifron, que es el primero de todos, donde el mismo Eutifron acude a los Tribunales de Justicia para acusar a su padre, por haber aplicado un castigo a un empleado suyo, a quien dejó aislado, pasando a desencarnar por efectos de la ausencia de alimentos. En una época en que los amos eran dueños y señores de la vida de los esclavos, para todos no dejada de ser una conducta ética la del padre de Eutifron; sin embargo éste, estimaba que se había excedido y que debía responder por la desencarnación del esclavo. Sin duda, un estado de conciencia elevado el de Eutifron, y aún más el de Platón, que sigue siendo el maestro por excelencia de la filosofía y, por ende, de los valores ético, o axiología.

Pero, el mayor pensador que plasmó un pensamiento ético por excelencia, inspirando a Sócrates, y a Platón, que conocía a fondo sus dos obras clásicas, fue Homero, en la Ilíada y la Odisea, sobre todo esta última, la más relevante de la literatura universal, sobre todo en el mundo occidental.

Alejandro Magno, discípulo de Aristóteles, que aplicó sus enseñanzas en la difusión de los valores éticos griegos a los pueblos conquistados, con profundo respeto, alcanzando elevado nivel de Estadista, en un diálogo con su padre, Felipe de Macedonia, sobre quién era el maestro de líderes por excelencia, entre Hesiodo y Homero, Alejandro termina por convencer a su ilustre progenitor de que no era Hesiodo, ya que este era maestro de artesanos, al enseñarle como debían realizar sus cultivos y los mejores días para ir al mercado, para vender las cosechas inherentes, como lo refleja en su obra: Los trabajos y Los días, sino Homero, que ensañaba, a través de la Ilíada, y sobre todo, en la Odisea, las virtudes heróicas en acción, magistralmente expuestas en sus dos inmortales obras maestras que han inspirado a los pensadores más relevantes de la historia, a partir del siglo XII antes de nuestra era, que es cuando realmente vivió Homero.

Al explicar Homero las virtudes heroicas en acción, reflejadas por todos los personajes homéricos, contribuyó a forjar la edad de oro griega, que en sentido estricto representa el siglo IV ante de nuestra era, pero que, en sentido lato, desde el siglo XII antes de nuestra era hasta el siglo III, cuando en la Biblioteca de Alejandría, grandes filósofos escriben sus magistrales obras, entre ellos Eratóstenes, Euclides, su director: Demetrio Falereo, entre tantos otros.

Más recientemente, a caballo del siglo I y II, Plutarco representa el mayor maestro de Ética, al comparar sus cincuenta y cuatro personajes, entre griegos y latinos, exaltado sus virtudes, y reflejando la enseñanza ejemplar, modeladora de los grandes caracteres. Con razón se le considera a Plutarco, en los últimos XVIII siglos, el mayor educador de los grandes estadistas y líderes del mundo occidental. Es una obra de enseñanzas éticas incomparable la del maestro de Queronea, antigua ciudad de Esparta. Suele destacar aquellos actos de profundo contenido ético con fines pedagógico. 

El valor de la ética se verifica en forma excelente, cuando al gran discípulo de Platón, y amigo de Aristóteles, Xenócrates, que después de Espeusipo, sobrino de Platón, dirigió durante 25 años la Escuela Platónica de Atenas, al prestar testimonio público, en cualquier lugar de Grecia, jamás se le pedía juramento previo. La fama de honradez que caracterizaba a Xenócrates, de que jamás dejaba de decir la verdad era tan proverbial, que su palabra era tomada con absoluta certeza de verdad.

Catón, en Roma, gozaba de igual credibilidad frente a sus amigos y enemigos. Cuando a sus enemigos daba su palabra, la cumplía aún a costa, y a conciencia de que, acto seguido sería ejecutado.

Esos tipos de caracteres son los que templan la ética, mediante el cultivo de los valores universales.

La Ética de Baruch Spinoza, contempla un estudio muy denso sobre los atributos divinos, o valores universales, y sobre la Divinidad, que acaparan la atención de profundos pensadores, pero que, con el tiempo, será una obra de estudio obligado de líderes en general.

Los grandes utopistas, como Henry Poicaré, Aldous Huxley, H. G. Well, Georges Bernard Shaw, entre otros, estiman que, las humanidades del futuro, enmarcadas alrededor del siglo 30.000 de nuestra era, dedicarán su mayor tiempo de ocio, al estudio de la ética y de los valores.

Max Scheler, máximo expositor de los valores en el siglo XX, junto con Nicolai Hartmann, con su obra Ontología, en cinco tomos, José Ortega y Gasset, profundo expositor de los valores, María Zambrano, con su obra El Hombre y lo divino, Baltazar Gracián, con su Arte de la Prudencia y otras obras de orientación de líderes y pensadores trascendentales, como Arthur Shopenhauer, José Ingenieros, con sus obras: Las Fuerzas Morales, El Hombre Mediocre y la Simulación en la Lucha por la Vida, entre otras Michel de Montaigne, en sus Ensayos; Benjamín Franklin, con su Autobiografía, El hombre de bien vivir y el Imperio de la Vergüenza; Napoleón Hill, con sus Leyes del Éxito, entre otros, son grandes expositores de los valores universales que sustentan los principios fundamentales de la Ética. En España, dos grandes mujeres han sido expositores de valores éticos por excelencia, además de María Zambrano: Concepción Arenal, gallega universal, al humanizar el derecho pela, y estimular la emancipación de la mujer, y la andaluza Amalia Domingo Soler, cuyas obras exponen como nadie más los valore éticos en la formación de los grandes caracteres, y como afecta su ausencia, en las vidas de las personas. En el siglo XX, el universal mexicano: Amado Nervo, en todas sus obras, y en especial, en PLENITUD, tan admirado por Alfonso Reyes, que fue el primero en recibir un ejemplar, tan pronto saliera de la imprenta, plasma los valores éticos de manera realmente estimulante y edificante en la forja de los caracteres excelsos. Otros dos eminentes expositores de la ética, mexicano, el primero: Eduardo García Máynez, y el segundo, que realizara su amplia labor en México, Luís Recasens Siches, discípulo de Ortega y Gasset, que realiza en el Nuevo Mundo, o Hispano América, el más amplio estudio sobre los valores, y por supuesto, la ética, con una voluminosa obra sobre Filosofía del Derecho, y una densa obra intitulada: Experiencia Jurídica, Naturaleza de la cosa y Lógica “razonable”.

También de México, una excelente obra sobre Ética: Ética y Derechos Humanos, con ensayos de autores diversos, que resumen los principios esenciales de tan valiosa disciplina, cuya coordinadora es Edith Mariana Zaragoza Martínez.

Abraham Lincoln fue un proverbial ejemplo en la aplicación de la ética, o valores universales: sentido amplio de la justicia, el respecto y la consideración hacia las personas, en todos sus actos públicos y privados, demostrando una auténtica autenticidad, y credibilidad. Su fuente para fortalecer su carácter fueron las Fábulas de Esopo, que había estudiado a fondo. La obra de Dale Carnegie: Lincoln, ese desconocido, presenta esa faceta de eticidad avanzada de uno de los líderes fundamentales del siglo XIX.

Por supuesto: Confucio, Lao Tse, Lie Tzi, Mo Ti, Chuang Tse, entre otros, en Chinas, son grandes expositores de los principios Éticos.

En la India, aparte del Bagavad Gita, que es el sexto capítulo del Mahabharata, El Ramayana, los Aforismos de Pantajali, y las Cuatro Nobles Verdades o el Noble Sendero Óctuple, de Sidharta Gautama, ésta última que es uno de los monumentos éticos más sobresalientes de la historia, todas estas obras de la India son fuentes indiscutibles del Recto camino ético. Mas recientemente, todas las obras de Jiddu Krisnhamurti, tienen un amplio y profundo contenido de los valores universales para el desarrollo de la conciencia ética de la humanidad.

José Enrique Rodó, con sus Motivos de Proteo, plasma una de las obras más trascendentales sobre la Aptitud ética de Latinoamérica, en el siglo XX, y en igual grado, con antelación a él, le precedió, en Ecuador, Juan Montalvo, con sus Siete Tratados y las Catilinarias, obras muy densas que denotan como el Nuevo Mundo tiene algo más que decir, por su visión universal, a la humanidad del futuro, en el desarrollo de la conciencia ética. 

Los tratados Morales de Séneca y Cicerón, son otros monumentos de lectura obligada. Incluiré, para concluir, los Versos de Oro Pitagóricos, en una versión castellana realizada por mí, que constituyen la base sobre la cual han cultivado su carácter ético los principales expositores del pensamiento universal del mundo occidental:

LOS VERSOS DE ORO PITÁGORICOS
Versión castellana de Giuseppe Isgró C.

PREPARACIÓN:

I.   La práctica espiritual:
Antes, honra a los Dioses inmortales, de acuerdo con su jerarquía.
II.  –“Respeta tu promesa, y reverencia a los héroes ilustres, y a los genios, ejecutando las prácticas en uso”.

PURIFICACIÓN:

III. El culto a la familia:
Rinde honor a tus padres, y a los más cercanos parientes.
IV. El culto de la amistad:
De los demás, del más virtuoso, por mérito, hazte amigo; con serenas palabras y útiles acciones, sigue su ejemplo. Por leve falta no te irrites con el amigo, de acuerdo con tus fuerzas. Al lado del poder, convence la Necesidad.    
V.   La cultura personal.
 A: La cultura mental:
Por lo tanto, tales cosas conozcas, y sepas, también, refrenar estas otras: El estómago, antes de todo; igualmente el sueño, el sexo y la ira.
VI. Ser honrado, franco y justo:
Se irreprochable con todos y en todo; ejecuta, únicamente, actos dignos, tanto en compañía de otros como a solas. Como prioridad, ten pudor contigo, respetándote. Después, siempre, en palabras y en actos, ejercítate en la práctica de la justicia.
VII. Ser reflexivo:
-“Fórjate el hábito de regir tu conducta por la razón. Recuerda, en suma, que la desencarnación es un destino común. Por lo tanto, las riquezas, hoy buscas de adquirirlas; mañana, puedes perderlas”-.
VIII.    Trabajar con toda confianza:
Cuantos, por acción de la ley cósmica, experimentan pruebas adversas. Las que a ti te correspondan, sopórtalas con calma, sosegadamente. Superarlas, satisfactoriamente, sí, te conviene, con toda tu potencia creadora. Piensa, que, después de todo, a la gente buena, no son tantas las adversidades que les toca afrontar.
IX. Ser tolerante y paciente:
Discursos varios oirás, con frecuencia, unos con nobles contenidos, otros indignos; tú, no permitas que los unos te turben, ni de los otros te vuelvas para no oírlos. Y si una mentira es dicha, sopórtala con calma.
X.   Crearse un juicio sano y firme:
En todo cumple cuanto ahora te digo. Ni uno, con palabras u obras, te induzca jamás a decir o a hacer cosa alguna que después no resulte lo mejor para ti. Antes de actuar, reflexiona, para no cometer errores; que actuar o hablar con discernimiento es de gente prudente.
XI. Estar prevenido:
Pero, tú las cosas harás, que después no te perjudiquen.
XII.     Aprende lo que es necesario:
Ni una cosa, harás, por lo tanto, en la cual, tú, experiencia no tengas. Empero, cuanto, en verdad, te sea necesario, aprende, y vida agradable tendrás.
XIII.    La cultura personal.
B: Seguir un régimen puro y fisiológico.
 Hacer ejercicio.
Es preciso ocuparse de la higiene del cuerpo; pero en las bebidas, en los alimentos y en el ejercicio, la justa medida observa. Recuerda, utiliza el sentido de la justa medida en todo; que nada te proporcione perjuicio.
XIV.     Ser reservado:
Por lo tanto, habitúate a una vida sana, sin molicie; abstente en realizar todo acto que suscite envidia.
XV. Ser ponderado:
De esta manera, más de lo necesario no gastes, como hacen quienes ignoran lo que es la honradez; pero, no por ello dejes de ser generoso: La justa medida en todo, es en verdad, la virtud de la nobleza. No hagas, en resumen, lo que pueda dañarte, y pondera bien las cosas antes de actuar.

PERFECCIÓN:

XVI.     Los medios de perfeccionamiento.
Antes de todo, tan pronto como despiertes, aprovecha  para elevar tu Espíritu; enseguida ocúpate de cuanto en ese día quieres hacer”-.
XVII.    Examen de sí mismo:
Antes de dormirte, cada noche, por mucho cansancio que tengas, tres veces examina cada uno de tus actos:
    –“Dónde he estado?”
    –“Qué he realizado?”
    –“Cuál obligación dejé de cumplir?”
Partiendo desde el inicio, recorre, también, el después del después. Has incurrido en bajezas? Recrimínate! Has realizado justas acciones? Alégrate. De las primeras, proponte enmendarte; estas últimas, tenlas como modelo a seguir, con fervor. Esto es lo que a ti te pondrá en la horma de la virtud divina.
XVIII.   La meditación. La fe. La vida virtuosa. La ciencia del Universo.
Sí, sí: Por Aquel que a nuestros Espíritus ha transmitido la Tetratkis, fuente de la eterna-fluente Naturaleza. Esto es lo que hay que hacer. Estas cosas hay que empeñarse en practicar, y amar. Por ellas ingresarás en la divina senda de la perfección.
XIX.     La oración:
Pero, al cumplimiento de la obra cíñete, tú, no sin antes solicitar asistencia a los Espíritus protectores que la conduzcan a la perfección.
XX. La iniciación:
Conocerás el orden divino que rige a los Espíritus, a los seres humanos y a todas las cosas, y percibirás la unidad que penetra la obra toda. Entonces, sabrás que la Naturaleza es una e idéntica en todas partes; a no esperar lo inesperable, y, a no dejar nada sin explicación.
XXI.     La clarividencia:
Sabrás, que los seres humanos soportan pruebas por ellos mismos generadas. Insensatos: A su lado se encuentra el bien, y no lo ven, ni lo oyen; y, también, la liberación de los males la descubren pocos. Tal es la condición que opaca el juicio a los humanos! Son desplazados de un lado para otro, como lo hacen las infantiles cuentas, después de incesantes sacudidas. La discordia es su natural y triste compañera, a la que no hay que provocar, sino cederle el paso y huir de ella.
XXII.    La verdad oculta:
Oh, Dios! De cuántos males librarías a los humanos, si tan solo te dignases en desvelarles a que daimón obedecen! Pero, tú, ten confianza. El origen de los seres humanos es divino. La Naturaleza le va abriendo el acceso a las arcanas virtudes, que ella misma les explica.
XXIII.  La recompensa.  La sabiduría:
Si de ellos en ti hay algo, verás hasta allí, donde te exhorto, reintegrado y silente, y con el Espíritu inmune de todo mal. Pero, deja los alimentos que te prohibí, en los días en que, en hacer puro y libre el Espíritu buscas. Observa, discierne y valúa todo, y a la Inteligencia soberana erige en auriga de lo Alto. De esta manera, dejando el cuerpo, en el eter, libre, irás, como Espíritu divino e inmortal; no más vulnerable serás.

CONCLUSIÓN:

La lectura del resumen de la obra de la  Dra. Cortina, PARA QUÉ SIRVE LA ÉTICA, refleja un enfoque práctico en todos los ámbitos de la vida humana, a nivel personal, social y profesional.
Toda conducta humana debe ser enmarcada dentro de los parámetros de los valores esenciales de la justicia, del amor, del respeto, de la dignidad, de la honradez, de la prudencia, del cumplimiento del deber, del servicio efectivo y justo, del trabajo productivo bien realizado, de la cortesía, del decoro, de la fidelidad, de la cordialidad, de la alegría y buen humor, de la serenidad, del altruismo y generosidad.
Para ello, es preciso construir una auto-estima sólida, y una auto-imagen positiva, sin complejos de ninguna naturaleza.
Es preciso vivir una vida donde se cumpla: valor por valor, brindando el mejor servicio al prójimo, a la sociedad, a la propia familia y a sí mismo, con un profundo amor a la vida, a la naturaleza, a la Divinidad, y a sí mismo, ya que alguien que no se ama a si mismo, no podrá amar a nadie, o por lo menos, en un grado exento de desapego: cumpliendo el aserto: valor por valor, donde, dando se recibe acrecentado lo que se da.


miércoles, 27 de marzo de 2019

SENTENZE: Porfirio




SENTENZE

Porfirio


SENTENZA I
Ogni corpo è nello spazio, ma nessuno degli incorporei in sé è, in quanto tale, nello
spazio.

SENTENZA II
Gli incorporei in sé, per la ragione stessa che sono superiori a ogni corpo e allo spazio, sono ovunque; e non in modo estensivo, ma indivisibile.

SENTENZA III
Gli incorporei in sé, dato che non sono spazialmente presenti nei corpi, vi sono presenti quando lo vogliono, nel senso che si abbassano fino ad essi per quanto sta nella loro natura di abbassarsi. E, non presenti spazialmente, lo sono nella conformazione dei corpi.

SENTENZA IV
Gli incorporei in sé non sono presenti nei corpi né come ipostasi né per essenza, né si mischiano ad essi. Ma attraverso l'ipostasi che scaturisce dalla discesa, trasmettono una certa potenza che è vicina ai corpi. È la discesa infatti che dà ipostasi a una seconda potenza prossima ai corpi.
SENTENZA V
L'anima è un termine medio tra l'essenza indivisibile e quella che è divisa nei corpi, la mente è solo essenza indivisibile, i corpi sono solo divisibili, le qualità e le forme materializzate sono divise nei corpi.

SENTENZA VI
Non tutto ciò che agisce in altro agisce per prossimità e per contatto; piuttosto anche ciò che agisce per prossimità e contatto usa la prossimità per occidente.

SENTENZA VII
Le ipostasi incorporee, quando scendono, si dividono e si moltiplicano nell'individuale per un rilassamento della potenza. Quando invece salgono, si unificano e spaziano in senso opposto verso l'insieme per la sovrabbondanza della potenza.

SENTENZA VIII
Tutto ciò che genera per propria essenza, genera qualcosa di inferiore e tutto ciò che nasce si volge per natura a chi l'ha fatto nascere. Tra i generanti alcuni non si volgono affatto ai loro generati, altri si volgono a quelli e a se stessi, altri ancora si volgono soltanto alla loro progenie, ma non a se stessi.

SENTENZA IX
Ogni cosa che nasce ha da altro la causa del proprio nascere, ovvero nulla nasce senza causa. Ma tra le cose che nascono quelle che acquistano l'essere in seguito a composizione sono disgregabili e per ciò stesso corruttibili. Tutti gli esseri semplici e non composti, che acquistano l'essere nella semplicità dell'ipostasi, in quanto non disgregabili sono invece incorruttibili e si dicono generati non perché composti, ma perché dipendono da una qualche causa. Dunque i corpi sono generati nel doppio significato che dipendono da una causa produttrice e sono composti, mentre l'anima e la mente sono generate solo nel senso che dipendono da una causa, non certo perché composte. Pertanto i corpi sono generati, disgregabili e corruttibili; gli altri esseri, in quanto non composti, sono ingenerati, e perciò indissolubili e incorruttibili, ma anche generati, nel senso che dipendono da una causa.

SENTENZA X
Nelle vite degli incorporei le progressioni si verificano in condizione di stabilità e saldezza dei termini precedenti, che non corrompono né mutano qualcosa di sé nel produrre l'ipostasi dei conseguenti. Così anche quelli che prendono ipostasi, la prendono senza che nulla si corrompa o muti, e per questa ragione neppure si generano, se la generazione partecipa di corruzione e mutamento: ingenerati e incorruttibili e, per questo, generati ingenerativamente e incorruttibilmente.
SENTENZA XI
Tra le ipostasi integrali e perfette nessuna sta rivolta alla propria progenie, ma tutte sono fatte risalire alle cause che le hanno generate, fino al corpo dell'universo. Poiché esso è perfetto, viene ricondotto all'anima, che è intuitiva, e pertanto si muove di moto circolare. La sua anima poi è volta alla mente e la mente al primo principio. Così ogni ipostasi si espande verso il primo principio, a cominciare dall'ultima e secondo le possibilità di ciascuna; il ritorno al primo principio si compie tuttavia o da vicino o da lontano. Si direbbe perciò non solo che tutte aspirano al dio ma anche che ne godono a seconda della potenza.
Le ipostasi divisibili, dotate della facoltà di abbassarsi al molteplice, hanno invece la possibilità di volgersi anche alla propria progenie. È in queste ipostasi pertanto che hanno avuto origine la colpa e l'infedeltà biasimevole. In loro il male è la materia, perché scelgono di volgersi ad essa, mentre potevano rimanere rivolte al divino. Così la perfezione fa nascere le realtà seconde dalle prime e ha cura che rimangano volte alle prime, ma l'imperfezione volge persino le prime verso le realtà posteriori e fa sì che amino cose che prima di loro si sono allontanate.

SENTENZA XII
La denominazione di incorporei non viene attribuita a oggetti che abbiano in comune uno e un medesimo genere, come i corpi, ma secondo la pura e semplice privazione delle proprietà corporee. Per questa ragione nulla impedisce che alcuni di essi siano esseri e altri non esseri, che alcuni esistano prima dei corpi, altri con i corpi, che alcuni siano separati dai corpi, altri non separati, che alcuni prendano ipostasi in se stessi e altri siano bisognosi di altro per esistere, che alcuni esistano da sé con azioni e forme di vita che si muovano da sole, altri con forme di vita che sussistono solo in funzione di azioni di un certo tipo. Si denominano infatti in base alla negazione di ciò che non sono, non in base all'affermazione di ciò che sono.

SENTENZA XIII
Alcuni incorporei si chiamano così e si concepiscono in quanto privi di corpo: tali, secondo gli antichi, sono la materia, la forma che è nella materia - quando la si pensa astratta dalla materia - e ancora le nature e le potenze. Così pure lo spazio, il tempo e i limiti. Tutti questi vengono chiamati incorporei perché sono privi di corpo. Ma vi erano già altri incorporei così chiamati impropriamente, non perché privi di corpo, ma perché la loro natura non può assolutamente generare un corpo. Perciò gli incorporei nel primo significato prendono ipostasi in rapporto ai corpi e quelli nel secondo sono perfettamente separati dai corpi e dagli incorporei in relazione coi corpi. I corpi infatti sono nello spazio e i limiti sono in un corpo, ma la mente e la ragione intuitiva non hanno ipostasi nello spazio né in un corpo, non danno immediatamente ipostasi a corpi, non sussistono né in funzione dei corpi né in funzione degli incorporei così chiamati perché privi di corpo. E dunque neanche se si concepisse l'incorporeo come qualcosa di vuoto, la mente potrebbe essere nel vuoto. Il vuoto sarebbe piuttosto il contenitore del corpo, impotente a far spaziare l'attività della mente e a darle un luogo.
Benché questa duplicità di genere appaia manifesta, i seguaci di Zenone non l'hanno capita affatto, perché accettano il primo significato, mentre l'altro, poiché constatano che non è uguale, lo eliminano. Dovevano invece sospettare l'esistenza dell'altro genere e non concludere che, poiché il primo non ha un'esistenza reale, neppure può averla il secondo.

SENTENZA XIV
Le proprietà della materia secondo gli antichi sono queste: incorporea – perché diversa dai corpi - senza vita - perché non vivendo di per sé non è mente né anima - informe, irrazionale, illimitata, impotente. Perciò non è "essere", ma "non essere". E "non essere" non nel modo in cui il movimento è "non essere" e "non essere" è la quiete.
È il vero "non essere": immagine riflessa e fantastica della massa corporea, in quanto della massa è il costitutivo primario, impotenza e desiderio di ipostasi. È l'immobile che non sta in quiete, ciò che di per sé viene immaginato sempre nei contrari: piccolo e grande, meno e più, insufficiente ed eccessivo. E sempre in divenire e non permane ma non può fuggire: è mancanza totale dell'essere. Per questo tutto quel che promette è menzognero e quando lo si immagina grande è piccolo. È come un gioco che fugge nel non essere, perché non è fuga attraverso lo spazio, ma per allontanamento dall'essere.
Ragion per cui anche le immagini riflesse in essa stanno dentro a un'immagine peggiore, come in uno specchio, dove una cosa posta da una parte la si immagina dall'altra e dà l'impressione di essere piena; e non ha nulla, mentre pareva avere tutto.

SENTENZA XV
Altra è la passività dei corpi, altra quella degli incorporei: il patire dei corpi è accompagnato da mutazione, ma le proprietà e le passioni dell'anima sono stati attivi, in nulla simili al riscaldarsi e al raffreddarsi dei corpi. Perciò se la passività si accompagna in ogni caso alla mutazione, si deve dire che gli incorporei sono tutti impassibili. Infatti le realtà separate dalla materia e dai corpi sono in atto [sempre] le stesse, quelle poi che si avvicinano alla materia e ai corpi sono impassibili, quelle infine in cui esse si danno a vedere, patiscono. Perché, quando un essere vivente ha una sensazione, la sua anima somiglia a un'armonia separata che di per sé metta in vibrazione delle corde intonate dall'armonia inseparabile. La causa del movimento, ossia il vivente in quanto dotato di anima, è l'analogo del musico nel suo essere dotato di armonia, e i corpi percossi, col loro patimento sensibile, corrispondono alle corde intonate. Nella musica infatti non è l'armonia separata che patisce, ma la corda; e il musico la mette in vibrazione in virtù dell'armonia che è in lui. La corda non produrrebbe un moto musicale, posto che il musico volesse, se l'armonia non lo ordinasse.

SENTENZA XVI
Non c'è passività che là dove c'è corruzione, perché accogliere passione è la via verso la corruzione, e il corrompersi è proprio di colui che patisce. Nessun incorporeo si corrompe; o è o non è, in modo da non patire nulla. Il paziente non può essere così, ma deve alterarsi e corrompersi sotto l'azione delle qualità degli oggetti che gli si insinuano dentro e ne provocano la passione. Per la qualità interna l'alterazione non è casuale: [il calore interno è alterato da ciò che lo raffredda, l'umidità da ciò che la dissecca, e diciamo che il soggetto ha subìto un'alterazione quando da caldo diviene freddo e da secco umido]. Così la materia non patisce - in quanto è di per sé senza qualità – né patiscono le forme che vi entrano e ne escono. La passione riguarda il composto e qualunque cosa il cui essere consista in una composizione. E il composto si dà appunto a vedere nelle contraddittorie potenze e qualità degli oggetti che si insinuano. Per questo le cose che hanno la vita dall'esterno e non da loro stesse, possono essere affette tanto dal vivere che dal non vivere. Ma quelle che esistono in una vita impassibile è necessario che permangano in modo vitale, così come il privo di vita, nella misura in cui ne è privo, necessariamente non patisce. Come la mutevolezza e il patimento sono nel composto di materia e forma, ossia nel corpo, e non nella materia, così il vivere, il morire e il patire per questo si danno a vedere nel composto di anima e corpo. Di patire per questo non accade all'anima, perché essa non è composta di vita e non vita, ma è vita soltanto. Ciò intendeva Platone, quando diceva che essenza e definizione dell'anima è: «colei che muove se stessa».

SENTENZA XVII
Un incorporeo che si trovi dentro un corpo non ha bisogno di esservi rinchiuso come una bestia in un serraglio, perché nessun corpo ha il potere di rinchiuderlo e di stringerlo così, né di aspirarlo come un mantice aspira un liquido o dell'aria. Bisogna che sia l'incorporeo stesso a dare ipostasi a quelle potenze che lo fanno declinare dall'unità con se stesso fin verso l'esterno e gli permettono di scendere e unirsi al corpo.
Proprio il suo ineffabile espandersi fa sì che si ritrovi congiunto a un corpo. Perciò null'altri che se stesso lo lega e non lo sciolgono la rovina o la corruzione del corpo: può sciogliersi solo da sé deviando dalla simpatia per le passioni.

SENTENZA XVIII
L'anima si lega al corpo perché si volge alle passioni di quello, ma se ne scioglie di nuovo mediante l'impassibilità.

SENTENZA XIX
Ciò che natura legò natura scioglie, ciò che l'anima legò l'anima scioglie. La natura ha legato un corpo a un'anima e l'anima ha legato se stessa a un corpo. La natura quindi scioglie il corpo dall'anima, l'anima scioglie se stessa dal corpo.

SENTENZA XX
Di certo vi sono due specie di morte: l'una, ben nota, del corpo che si scioglie dall'anima, l'altra - propria dei filosofi - dell'anima che si scioglie dal corpo. E non sempre l'una consegue dall'altra.

SENTENZA XXI
L'anima è un'essenza priva di grandezza e materia, incorruttibile, che arriba all'essere in una vita che possiede di per se stessa il vivere.

SENTENZA XXII
Per quell'essenza il cui essere consiste nella vita e le cui passioni sono vita, per essa anche la morte è in qualche modo un momento della vita, non una definitiva privazione.
Per essa infatti neppure la passione è una via che conduce all'assoluto non vivere.
SENTENZA XXIII
Non soltanto negli incorporei c'è ambiguità di termini; della vita stessa si parla in molti sensi. Altra è infatti la vita del vegetale, altra quella dell'essere animato e altra quella dell'intuitivo, altra poi è la vita della natura, altra quella dell'anima e altra quella della mente; altra infine la vita di ciò che è al di là. Vive infatti anch'esso, benché nessuno degli esseri che ne conseguono possieda una vita paragonabile alla sua.

SENTENZA XXIV
Tutto è in tutto, ma compatibilmente all'essenza di ciascuna cosa. Nella mente tutto è intuitivamente, nell'anima lo è razionalmente, nelle piante seminalmente, nei corpi sotto forma di immagini riflesse, in ciò che è al di là in modo inintuitivo e superessenziale.

SENTENZA XXV
L'essenza intuitiva è formata di parti simili l'una all'altra, di modo che gli stessi esseri si trovano sia nella mente particolare quanto in quella perfetta. Ma nella mente universale persino le parti sono comprese universalmente; in quella particolare tanto gli universali che i particolari sono compresi parzialmente.

SENTENZA XXVI
Su ciò che è al di là della mente si dicono molte cose basandosi sull'intuizione, ma lo si contempla in uno stato di non-conoscenza superiore all'intuizione, così come sul dormiente si parla molto nello stato di veglia, ma di cose conosciute e sperimentate durante il sonno. Il Simile infatti si conosce col simile, in quanto ogni conoscenza è somiglianza col conosciuto.

SENTENZA XXVII
Il non essere, in un senso lo generiamo quando ci siamo separati dall'essere, in un altro, lo pre-intuiamo quando stiamo congiunti all'essere. Così, se ci separiamo dall'essere, non pre-intuiamo il non essere che sta sopra l'essere, ma generiamo un non essere che è una falsa impressione, come capita a chi è uscito fuori di sé. Del non essere infatti è autore chiunque può realmente risalire da sé al non essere che è sopra l'essere o discendere al non-essere che è la caduta dell'essere.

SENTENZA XXVIII
Gli antichi che per quanto possibile volevano spiegare con un discorso razionale le proprietà dell'essere incorporeo, quando lo chiamarono "uno", subito aggiunsero "tutto", conformandosi a ciò che in qualche modo rappresentava l'unità delle cose conosciute per sensazione. Ma quando si accorsero che tale unità era qualcosa di diverso, giacché questa entità complessiva "uno-tutto" non la vedevano nel sensibile, congiunsero all'"uno-tutto" l'"uno in quanto uno", perché capissimo che nell'essere l'"esser tutto" non è qualcosa di composto e ci astenessimo dall'idea di una somma. E quando dissero che è lo stesso ovunque, aggiunsero che non è in alcun luogo. E quando dissero che è in tutte le cose e in ognuna di esse, nella misura in cui una cosa parziale può adeguatamente accoglierlo, aggiunsero che è un "tutto intero in un tutto intero". Insomma ce l'hanno mostrato attraverso le massime contraddizioni prese insieme, affinché ne bandissimo le rappresentazioni immaginifiche che derivano dai corpi e oscurano le proprietà conoscitive dell'essere.

SENTENZA XXIX
Il dio è ovunque perché in nessun luogo, la mente è ovunque perché in nessun luogo, anche l'anima è ovunque perché in nessun luogo. Ma il dio è ovunque e in nessun luogo rispetto a tutte le realtà che da lui conseguono (rispetto a se stesso è soltanto come è e come vuole); la mente, che è in dio, è anch'essa ovunque e in nessun luogo rispetto alle realtà che ne conseguono; l'anima, che è nella mente e in dio, è ovunque e in nessun luogo rispetto al corpo; il corpo infìne è nell'anima, nella mente e in dio. E come tutte le cose, esseri e non esseri, vengono da dio e sono in dio, senza tuttavia che egli sia essere o non essere né si identifichi in esse (se infatti il dio fosse soltanto ovunque, sarebbe tutte le cose e in tutte le cose, invece poiché è anche in nessun luogo, le cose nascono attraverso di lui e sono in lui, dato che è ovunque, ma restano diverse, perché egli è in nessun luogo), così la mente stessa, che è ovunque e in nessun luogo, è causa delle anime e delle realtà ad esse conseguenti, ma non si identifica con l'anima né con le realtà che ne conseguono, e neppure è in esse, dato che rispetto ai suoi conseguenti non soltanto è ovunque, ma anche in nessun luogo. Così l'anima non è corpo né dentro il corpo, bensì è causa del corpo e, pur diffusa ovunque nel corpo, non è in nessun luogo.
La progressione dell'universo si arresta appunto in ciò che non può essere contemporaneamente ovunque e in nessun luogo, ma partecipa parzialmente di entrambi.

SENTENZA XXX
Ogni cosa secondo la sua propria natura è da qualche parte; e se è interamente da qualche parte, non è certo contro natura. Per il corpo, che ha preso ipostasi nella materia e nel volume, essere da qualche parte significa essere nello spazio; anche nel caso del corpo dell'universo, quindi, che è materiale e voluminoso, l'"essere ovunque" si fonda sull'estensione e sullo spazio esteso. Per il mondo intuitivo, invece, e in generale per l'[essere] immateriale e incorporeo in sé, che non ha volume né estensione, non c'è neanche la possibilità di essere in un luogo. Nel caso di un incorporeo l'"essere ovunque" non va quindi inteso in senso spaziale.
Né dell'incorporeo vi sarà una parte qui e una altrove, perché non sarebbe più inesteso né estraneo allo spazio. Esso è invece tutto intero, dovunque sia. Neppure sarà qui mentre altrove non è: sarebbe infatti dentro questo luogo e fuori da quello. Né sarà lontano da qualcosa, vicino a qualcos'altro, in quanto lontananza e vicinanza si predicano delle cose che per natura sono nello spazio, in base alla misura dei loro intervalli. Ne consegue che l'universo è presente all'intuitivo per estensione, mentre l'incorporeo sta nell'universo indivisibilmente e inestensivamente.
L'indivisibile si mostra in un oggetto esteso tutto intero in qualunque parte, perché è uno in numero e il medesimo. Se anche incontrasse l'oggetto esteso in un numero infinito di parti, poiché è presente tutto intero, non si presenterebbe dividendosi e dando una parte di sé a ogni parte [dell'altro], e neppure moltiplicandosi e offrendosi moltiplicato alla molteplicità; ma sarà tutto intero in tutte le parti del volume e in tutti i punti, uno per uno, del molteplice. Godere di esso in modo parziale e diviso è proprio di quelle cose che si disperdono nella particolarità di potenze diverse; ad esse accade spesso di attribuire ingannevolmente alla natura inestesa la loro imperfezione e di trovarsi in difficoltà riguardo all'essere, quando passano dalla loro abituale forma di esistenza a quella dell'inesteso. E allora l'indivisibile e non molteplice si ingrandisce e si moltiplica grazie a ciò che per natura è molteplice e dotato di grandezza, e così gli è presente; e per contro grazie a ciò che per natura è indivisibile e non molteplice il divisibile e moltiplicabile diventa indivisibile e non moltiplicabile, e così gode di quello nei limiti della sua propria natura e non come quello è in realtà. Questo significa che l'indivisibile è presente in modo indivisibile, non molteplice e non spaziale, secondo la propria natura, a ciò che invece è per natura divisibile, moltiplicabile ed esistente nello spazio; a sua volta il divisibile, il moltiplicabile, lo spaziale è presente all'altro, che non
ha rapporto con tali attributi, in modo divisibile, moltiplicabile e spaziale.
È necessario, in queste speculazioni, dominare bene le proprietà di ciascuno dei due e non confonderne le nature, e più ancora le caratteristiche dei corpi come tali non immaginarle o opinarle a proposito dell'incorporeo, perché nessuno ascriverebbe ai corpi le proprietà del puro incorporeo. Infatti, mentre ognuno ha familiarità con i corpi, alla conoscenza degli incorporei arriva a stento; e benché provenga dall'incorporeo stesso, sugli incorporei rimane incerto, finché lo domina l'immaginazione.
Dirai dunque così: se ciò che è nello spazio è anche fuori di sé, dato che è progredito nel volume corporeo, allora l'intuitivo non è nello spazio ma in se stesso, perché non è progredito nel volume; e se l'uno è immagine e l'altro modello, quello acquista esistenza volgendosi all'intuitivo, questo invece in se stesso: ogni immagine è infatti un'immagine della mente.
Se si ricordano le proprietà di entrambi, non c'è da stupirsi dello scambio che si verifica nella loro congiunzione, ammesso che di congiunzione si debba parlare. In effetti non stiamo esaminando una congiunzione di corpi, ma di cose perfettamente trascendenti l'un l'altra secondo la proprietà dell'ipostasi. Ed è una congiunzione che esula dalle abituali considerazioni su cose della stessa essenza. Non si tratta di fusione, di mescolanza, di congiunzione   di avvicinamento, ma di una condizione diversa che si manifesta al di là delle relazioni che in vario modo uniscono cose di pari essenza e che è estranea a tutto ciò che cade sotto il senso.

SENTENZA XXXI
Il puro essere non è né grande né piccolo, perché grande e piccolo sono propriamente caratteristiche del volume. Trascesi il grande e il piccolo, al di sopra del grande e del piccolo e al di sotto del massimo e del minimo, è uno in numero e il medesimo, anche se lo si trova partecipato da ogni massimo e insieme da ogni minimo.
Non lo puoi pensare come massimo - altrimenti saresti in difficoltà a capire come il massimo può essere presente nei volumi minimi senza essere rimpicciolito o contratto - ma neanche lo puoi pensare come minimo, perché saresti in difficoltà a capire come il minimo è presente nei volumi massimi senza venir moltiplicato, ingrandito, esteso. Se invece considererai contemporaneamente ciò che supera il volume massimo per un intervallo massimo e il minimo per un intervallo minimo, capirai come nella prima cosa che capita e in ogni altra, nelle infinite moltitudini e masse, esso si dà a vedere come l'"identico che permane in se stesso". Sta infatti in relazione con la grandeza dell'universo come vuole la sua proprietà fondamentale, ossia indivisibilmente e senza grandezza. E precede il volume dell'universo, perché abbraccia con la propia indivisibilità ogni parte di quello, così come l'universo, con la sua molteplice divisibilità e per quanto ne è capace, sta in relazione con l'essere in modo molteplicemente divisibile e non può abbracciarlo interamente né in tutta la sua potenza, bensì lo incontra in ogni cosa come infinito e impenetrabile, per altri aspetti e nella misura in cui si purifica d'ogni volume.

SENTENZA XXXII
Ciò che è maggiore in volume è minore in potenza, se confrontato non con le cose a esso simili in genere, ma con quelle che ne differiscono in forma o per diversa essenza.
Il volume è infatti paragonabile a un uscire da sé e a una frantumazione della potenza. E allora tutto quel che eccelle in potenza è incompatibile col volume, perché la potenza è piena di sé se sta concentrata in sé, acquista la forza che le è peculiare quando potenzia se stessa. Per questa ragione il corpo, col progredire nel volume e col depotenziamento che ne deriva, si è allontanato dalla potenza del puro essere incorporeo, tanto quanto il puro essere non si è vanificato in un volume ed è rimasto, poiché non ha volume, nella grandezza della sua potenza. E come l'essere è senza grandezza e volume, se confrontato al corporeo, così il corporeo è debole e depotenziato, se confrontato all'essere: giacché il più grande in potenza è incompatibile col volume e il più grande in volume è senza potenza. Così l'universo, che è ovunque, e che incontra l'essere che è ovunque - nel senso in cui si dice essere ovunque - non può abbracciarne la grandeza della potenza e lo incontra non parte contro parte, ma indipendentemente dalla grandezza e dal volume. Si tratta di una presenza non spaziale ma fondata sulla somiglianza: per quanto cioè il corpo è capace di somigliare all'incorporeo e l'incorporeo può venir contemplato nel corpo che gli somiglia. L'incorporeo sarà assente, nella misura in cui il materiale non è in grado di somigliare alla pura immaterialità; sarà presente per quanto il corpo può somigliare all'incorporeo. Tuttavia non si uniscono con una relazione di contenente-contenuto, perché rovinerebbero entrambi: il materiale che ha accolto l'immaterialità per il suo tramutarsi in essa, l'immateriale perché divenuto materiale. Relazioni di somiglianza e partecipazione in realtà transitano vicendevolmente tra potenze e impotenze e i loro opposti in essenza.
Perciò mentre l'universo dista di molto dalla potenza dell'essere e l'essere dall'impotenza del materiale, ciò che sta in mezzo, ossia il somigliante-somigliato che congiunge i due estremi, diventa la causa dell'inganno riguardo agli estremi [stessi], giacché per il
tramite della somiglianza aggiunge all'uno le proprietà dell'altro.

SENTENZA XXXIII
Il puro essere viene detto molteplice non per la diversità degli spazi occupati, per misure di volume o per somma, non per separazioni o delimitazioni scomponibili di parti, ma perché un'alterità immateriale, priva di volume e non moltiplicabile, lo divide in molteplicità.
Per questo è anche uno; e non uno come un corpo, un oggetto nello spazio, un volume, ma "uno-molti". Nel senso che è "altro" in quanto è uno.
La sua alterità si divide e si riunisce, perché non è qualcosa di avventizio o accessorio. Né esso è "molti" in quanto partecipi di qualcos'altro: lo è di per sé.
Così è in azione in tutte le attività, eppure rimane ciò che è, nel senso che dà ipostasi a tutta la sua alterità attraverso l'identità, e l'alterità non si dà a vedere nella differenza di qualcosa da qualcos'altro, come avviene nei corpi. Nei corpi infatti la relazione è
rovesciata e v'è "unità nell'alterità", quasi che in loro l'alterità venisse per prima e l'identità sopraggiungesse dall'esterno e fosse accessoria. Nell'essere unità e identità precedono, e l'alterità nasce dalla tendenza all'azione propria dell'unità. Per questo l'essere si moltiplica nell'indivisibile, il corpo invece si unifica nel molteplice en el volume. Il primo dimora in se stesso, perché è unitariamente in sé e non esce; l'altro non è mai in se stesso ed è come se prendesse ipostasi nell'uscire. L'essere è appunto l'uno nel dispiego di tutta la sua azione, il corpo è una molteplicità che si sta unificando.
Si deve quindi concludere così: il primo è l'"uno-altro", il secondo è il "moltepliceuno" e non confondere le proprietà di quello con le caratteristiche di questo.

SENTENZA XXXIV
I predicati del sensibile e del materiale sono in verità questi: essere trascinato da ogni parte, essere in mutamento, prendere ipostasi nell'alterità, essere composto, di per sé disgregabile, esistere nello spazio, mostrarsi in un volume, e quanti altri assomigliano a questi. Del puro essere, che prende ipostasi di per sé ed è immateriale, i predicati sono questi: essere sempre ciò che dimora in se stesso, trovarsi allo stesso modo rispetto alle stesse cose, essenziarsi nell'identità, essere per essenza immutabile e non composto, non esistere nello spazio e non essere disperso nel volume, non essere qualcosa che nasce né qualcosa che muore, e quanti altri sono simili a questi.
Attenendoci ad essi, bisogna dire noi stessi né ascoltare da altri nulla che ne confonda la differente natura.

SENTENZA XXXV

Non bisogna pensare che la molteplicità delle anime nasca dalla molteplicità dei corpi, perché prima dei corpi esistono le anime molteplici e l'anima unica, senza che quella unica e intera impedisca alle altre di esistere in essa né che le molte dividano quella unica tra loro. Infatti si distinguono ma non si scindono e non frantumano quella intera tra loro; sono presenti le une alle altre senza confondersi o fare una somma che è l'anima totale. Perché non sono divise da confini ma nemmeno confuse tutte insieme, al modo stesso che molte scienze non si confondono dentro un'anima sola e nemmeno vi si trovano per essenza eterogenea come i corpi, ma costituiscono determinate attività dell'anima.
La natura dell'anima ha invero una potenza infinita: una qualunque delle sue parti è un'anima, eppure tutte le anime sono un'anima sola e, all'inverso, l'anima intera è diversa da tutte le altre. Come i corpi, pur divisi all'infinito, non arrivano all'incorporeo, perché continuano a differirne per il volume dei segmenti, così l'anima, che è una forma vivente, si divide all'infinito secondo le forme e ne assume le differenze, ma rimane intera con esse o senza di esse: l'alterità è in lei paragonabile al prodursi di una scissione in una perdurante identità. Se persino nei corpi, dove domina l'alterità più che l'identità, neppure il sopraggiungere di un incorporeo riesce a spezzare l'unità e tutti restano uniti quanto all'essenza, anche se divisi per le qualità e le altre forme, cosa si dovrà dire e supporre circa la vita formale di un incorporeo, dove l'identità domina sull'alterità e non v'è altro che la forma (da questa vita viene anche ai corpi l'unità) e dove il sopraggiungere di un corpo non spezza l'unità, benché in molti casi ostacoli le azioni?
L'identità stessa dell'anima crea e scopre tutte le cose con un'azione che si specifica in forme all'infinito, perché una qualunque delle sue parti può tutto, quando si sia purificata dal corpo, al modo stesso che una qualsiasi parte del seme ha la potenza del seme intero.
Come un seme, nella materia, è dominato secondo ciascuna delle ragioni seminali con cui aveva potuto dominare la materia e, ricondotto che sia alla potenza di seme, riottiene per ognuna di quelle parti la sua potenza complessiva, così quella che consideriamo una parte dell'anima immateriale ha la potenza dell'anima intera. E la parte che si abbassa verso la materia è dominata in quella forma secondo la quale si era abbassata e aveva familiarizzato con l'oggetto materiale, ma riottiene la potenza dell'anima intera e la ritrova dentro di sé, non appena abbandona la materia e rientra in se stessa. Poiché poi l'anima che si è abbassata nella materia manca di tutto ed è svuotata della sua potenza, mentre quella che sale alla mente ritrova la pienezza di sé nel possesso della potenza dell'anima totale, così i primi che conobbero la passione dell'anima chiamarono enigmaticamente, ma a ragion veduta, l'una Penìa, l'altra Pòros.

SENTENZA XXXVI
L'ipostasi corporea non ostacola in nulla l'incorporeo in sé nel suo essere dove vuole e come vuole. Come infatti il senzavolume è inafferrabile per il corpo e non ha relazione con esso, così il voluminoso è per l'incorporeo qualcosa che non fa schermo e sta come un non essere. Non è in senso spaziale che l'incorporeo si dirige dove vuole - perché lo spazio prende ipostasi insieme al volume - e non è compresso dai corpi esistenti. Perché la cosa che occupa in qualche modo un volume può essere compressa e opera mutamenti per traslazione spaziale, ma chi è perfettamente privo di volume e di grandezza non può venir dominato da ciò che ha volume né ha parte al movimiento spaziale. Lo si trova là dove per una certa disposizione inclina, ma spazialmente è ovunque e in nessun luogo. Così, a seconda di una determinata disposizione, viene dominato al di là del cielo o in una qualche parte dell'universo; e se mai sia dominato in una parte dell'universo, non lo si vede con gli occhi, ma la sua presenza si fa manifesta per i suoi effetti.

SENTENZA XXXVII

Come è propria dell'anima un'esistenza terrena - non muoversi a terra al modo dei corpi, ma guidare il corpo che a terra si muove - così può anche trovarsi nell'Ade, quando dirige un'immagine riflessa che ha la natura di essere in un luogo ma prende ipostasi nella tenebra. Se l'Ade sotterraneo è un luogo tenebroso, l'anima che atrae l'immagine si trova nell'Ade, benché non si sia separata dall'essere. Quando esce dal corpo rigido, è accompagnata infatti dal soffio vitale che aveva ricevuto dalle sfere. E poiché conserva dalla sua inclinazione per il corpo quella ragione particolare proiettata, secondo la quale aveva preso in vita la conformazione di un corpo determinato, per questa inclinazione l'anima imprime un'immagine fantastica sul soffio, e così atrae l'immagine. Si dice che è nell'Ade [Aides], nel senso che il soffio vitale viene a contatto con una natura invisibile e tenebrosa.
Dato poi che il soffio pesante e umido penetra fino nei luoghi sotterranei, si dice che anche l'anima discende sotto terra; non perché la sua essenza passi di luogo in luogo ed esista nello spazio, ma in quanto assorbe le conformazioni dei corpi destinati per natura a mutar luogo e ad avere in sorte uno spazio assegnato, giacché la ricevono quel genere di corpi le cui proprietà corrispondono a una certa sua determinata disposizione.
A seconda di come è disposta, l'anima trova infatti un corpo ben delimitato nel rango e nei luoghi che gli competono. Così all'anima che è in una disposizione più pura è connaturato il corpo più vicino all'immaterialità, che è il corpo etereo, a quella che è progredita dal pensiero razionale alla proiezione dell'immaginazione il corpo solare, a quella che è diventata femmina ed è appassionatamente protesa verso la forma il corpo lunare. Ma per l'anima caduta nei corpi composti di esalazioni umide - quando si trovi nella sua forma più indeterminata - conseguono perfetta ignoranza dell'essere, oscuramento, puerilità.
E allora nel momento dell'uscita, quando ha ancora un soffio torbido per l'esalazione umida, attrae l'ombra e si appesantisce, dato che un soffio del genere cerca per natura di ritrarsi nei recessi della terra, se un'altra causa non lo trae in direzione opposta. Ebbene,
come è necessario che l'anima che si cinge di un guscio terroso stia aggrappata alla terra, del pari è necessario che si cinga di un'immagine riflessa quella che attrae il soffio umido. E attrae l'umido quando non abbia altro pensiero che dimorare di continuo nella natura, la cui azione avviene nell'umido ed è per lo più sotterranea; quando invece si cura di separarsi dalla natura, diventa fulgóre secco, senz'ombra e senza nube. Infatti nell'aria l'umidità si condensa nella nube, ma la secchezza trasforma il vapore in splendore secco.

SENTENZA XXXVIII
Quando afferri l'essenza eterna e in sé infinita in potenza, quando cominci a intuire l'ipostasi infaticabile e inesauribile, che non manca di nulla ma eccelle per una vita purissima, piena di sé, fissata in sé e di sé sazia (una vita che non è alla ricerca di nulla, neppure di sé), bene, se vi aggiungi il "dove" o il "riguardo a cosa", subito, con la diminuzione che deriva dall'insufficienza di luogo e relazione, non sminuisci quella ma confondi te stesso, perché cogli un'immaginazione che si insinua nel tuo congetturare e ti fa velo.
Infatti non potrai varcarne i confini e oltrepassarla, né d'altra parte arrestarla, separarla o ridurla a piccole proporzioni, come se non avesse più nulla da dare in quel venir meno per piccolezza; perché è inesauribile anche più, se pensi, del flusso perenne e inesauribile di tutte le fonti. Così, o sei capace di muoverti in armonia con lei, di farti simile alla totalità dell'essere, di non cercare più nulla, oppure cercherai e devierai nella visione di qualcos'altro. Se non cerchi nulla, sta in te stesso e nella tua essenza: ti sei fatto simile al tutto e non sei rimasto impigliato in una delle cose che ne derivano. Non hai detto neppure: "tanto io sono", perché hai lasciato il "tanto" e sei divenuto tutto.
Certo eri tutto anche prima, ma oltre al tutto vi era in te qualcos'altro e questa aggiunta ti faceva piccolo, perché non veniva dall'essere - all'essere invero non si aggiunge nulla.
Perciò chi è nato anche dal non essere, non è tutto: è compagno della povertà e bisognoso d'ogni cosa; e dunque abbandonato che abbia il non-essere, allora è tutto: è lui medesimo sazietà di se stesso. Così lascia le cose che umiliano e sminuiscono e ritrova se stesso, soprattutto quando credeva che quelle cose piccole per natura fossero il suo "io" e non sapeva chi fosse in verità: infatti era lontano da sé e insieme era lontano dall'essere. Chi sta in se stesso ed è presente a sé presente, sta anche in presenza dell'essere che è ovunque; ma chi è lontano da sé, è anche lontano da quello. Tale è infatti la norma che ricevette: essere presente a ciò che è presente, essere assente da ciò che è fuori di lui. Se l'essere ci è presente, è assente il non essere, e se non è presente fìnché stiamo con le altre cose, non occorre che venga perché sia presente: siamo noi che ce ne siamo andati, quando non è presente. Che c'è di strano? Tu stesso, presente,non sei assente da lui; ma non sei presente a te e, benché presente [in apparenza], sei "il presente-assente", quando guardi le altre cose e non ti curi di guardare te stesso. Così sei presente e non-presente a te stesso, e per questa ragione ti ignori e trovi tutte le cose lontane da te piuttosto che il "te stesso", che ti è presente per natura: perché ti meravigli se il non-presente ti è lontano, tu che te ne sei allontanato allontanandoti da te? E dunque nella misura in cui sei congiunto a te stesso come a una presenza da cui non puoi sottrarti, e nella misura in cui lui è congiunto a te, tu sei congiunto a lui, che in tal modo è inseparabile da te per essenza come tu da te stesso. Così puoi avere una conoscenza universale di ciò che sta nella presenza dell'essere e di ciò che è assente dall'essere, il quale è presente dappertutto e inversamente non è in nessun luogo. Coloro infatti che sono capaci di spaziare intuitivamente verso la loro propria essenza e di conoscerla, mediante questa conoscenza e la consapevolezza di tale conoscenza, si recuperano nell'unità di conoscente e conosciuto: presenti a se stessi, a loro è presente anche l'essere. Ma quelli che dal proprio essere digradano verso le altre cose, sono assenti da sé e a loro è assente anche l'essere.
Se fu nella nostra natura di risiedere stabilmente nella medesima essenza, di arricchirci di noi stessi, non discendere in ciò che non siamo, non impoverirci di noi né pertanto congiungerci di nuovo alla povertà pur in presenza dell'abbondanza, se noi che non siamo separati dall'essere per luogo o per essenza, né da lui recisi per qualcos'altro, ce ne separiamo perché ci volgiamo al non essere, ebbene espiamo la colpa della lontananza dall'essere con la lontananza da noi stessi e con l'ignoranza, benché poi di nuovo, grazie all'amore per noi, recuperiamo noi stessi e ci riannodiamo al dio. Pertanto giustamente fu detto che l'uomo che diserta dagli dèi si trova necesariamente incatenato in una specie di carcere e si sforza di sciogliersi dai lacci, come uno che, rivoltosi alle cose di quaggiù e abbandonata la condizione di essere divino, è, come dice [Empedocle], "in fuga dagli dèi e ramingo". Tanto che ogni esistenza meschina è piena di schiavitù e di empietà, e per questa ragione è anche priva di divinità e di giustizia, in quanto un soffio vitale pieno di empietà e per ciò stesso di ingiustizia vi prende consistenza. Così ancora giustamente fu detto che il giusto lo si trova nell'agire che corrisponde a quel che si è, e che il simulacro e l'immagine riflessa della vera giustizia consistono nella distribuzione del dovuto a ciascuno di coloro coi quali viviamo.

SENTENZA XXXIX
Altre sono le virtù del politico, altre quelle di chi tende alla contemplazione e che per questa ragione è chiamato contemplativo, altre poi quelle di chi ha già compiuto la contemplazione ed è ormai visionario, altre ancora quelle della mente in quanto tale e pura dall'anima.
Le virtù del politico consistono nella misura delle passioni, nel seguire la ragione e nell'obbedirle riguardo ai doveri attinenti alle azioni pratiche. Sono dette politiche per il loro carattere socievole e comunitario, in quanto mirano alla sicurezza del prossimo nella comunità. La saggezza è propria della parte razionale, il coraggio di quella animosa, la temperanza consiste in un accordo e in una armonia tra la parte concupiscibile e la razionale, la giustizia è il compito specifico di ognuna di queste parti prese insieme, relativo al comando e all'obbedienza.
Ma le virtù del contemplativo che progredisce nella contemplazione consistono in un allontanamento dalle cose di questo mondo. Si chiamano anche purificazioni appunto perché vengono considerate come astinenza dalle azioni che si fanno col corpo e dai legami di simpatia con esso. Appartengono all'anima che si innalza al puro ente, mentre quelle politiche abbelliscono l'uomo mortale e aprono la via alle purificazioni: infatti, una volta abbelliti, bisogna principalmente astenersi dal fare qualcosa col corpo.
Per questo nelle virtù catartiche la saggezza prende ipostasi se l'anima non si fa complice delle opinioni del corpo, ma se agisce da sola - scopo che è raggiunto grazie alla purezza della facoltà intuitiva -, la temperanza consiste nel non aderire alle passioni, il coraggio nel non temere il distacco dal corpo quasi fosse una caduta nel vuoto en el nulla, la giustizia nel predominio della ragione e della mente, senza che nulla si opponga. Dunque l'abito acquisito con le virtù politiche viene identificato nella misura delle passioni e lo scopo è che l'uomo viva secondo natura; ma le virtù contemplative abituano all'impassibilità, il cui scopo è la somiglianza a un dio.
Poiché "purificazione" significa per un verso ciò che purifica e per l'altro ciò che appartiene a chi si è purificato, le virtù di questo genere sono considerate in entrambi i sensi della parola "purificazione". Esse infatti purificano l'anima e insieme la accompagnano una volta purificata, dato che scopo della purificazione è divenire puri.
Ma poiché tanto il purificarsi quanto l'esser divenuti puri consistono nella soppressione di ogni elemento estraneo, il bene sarà [qualcosa di] diverso da chi si purifica. Pertanto, se prima dell'impurità chi si purifica era buono, la purificazione è sufficiente. Ma, sia pure sufficiente, ciò che resta sarà il bene, non la purificazione. La natura dell'anima non era però il bene; stava piuttosto nella possibilità di partecipare del bene ed essere conforme al bene - altrimenti non sarebbe entrata nel male. Suo bene sarà quindi congiungersi al generante, suo male stare insieme alle cose posteriori. Il male appunto è doppio: star congiunti alle cose posteriori e sopportare l'eccesso delle passioni. Per questo le virtù politiche, che liberano l'anima da un solo male, furono giudicate degne del nome di virtù e venerabili, ma più venerabili le virtù catartiche, che la liberano da tutto il male.
Così l'anima purificata deve congiungersi al generante e la sua virtù, dopo la conversione, consiste nel conoscere e comprendere l'essere; non perché non abbia in sé questa conoscenza, ma perché senza ciò che la precede essa non vede le cose che possiede. Vi è dunque, dopo le catartiche e le politiche, un terzo genere di virtù: quelle dell'anima intuitivamente attiva. Sapienza e saggezza consistono nella contemplazione degli oggetti appartenenti alla mente, giustizia è provvedere al proprio compito nel conformarsi alla mente e nell'agire verso la mente, temperanza è volgersi interiormente alla mente, e coraggio è impassibilità, a somiglianza della mente a cui l'anima guarda, che è impassibile per natura. Tra queste virtù vi è quindi la stessa connessione che tra le altre.
Una quarta specie è quella delle virtù paradigmatiche. Queste risiedono nella mente, perché sono superiori alle virtù dell'anima e loro esemplari di cui quelle dell'anima sono imitazioni. Mente è ciò in cui esistono [tutte] in qualità di esemplari, saggezza è la scienza, sapienza è la mente che conosce, temperanza è il suo volgersi a se stessa, provvedere al compito specifico è l'opera propria [della mente], coraggio è la sua identità e il permanere pura in se stessa per sovrabbondanza di potenza.
Quattro dunque appaiono i generi di virtù: le prime appartengono alla mente e sono le paradigmatiche e costitutive della stessa essenza mentale, le seconde appartengono all'anima che ormai guarda alla mente ed è piena di essa, le terze appartengono all'anima umana che si purifica o si è già purificata dal corpo e dalle passioni irrazionali, le quarte appartengono all'anima umana che abbellisce l'uomo perché fissa una misura all'irrazionalità e ne stimola la moderazione nelle passioni. E chi possiede le virtù superiori possiede di necessità anche le inferiori, ma non viceversa. E peraltro il possessore delle virtù superiori non agirà più secondo le inferiori, per la prevalente ragione che ha anche queste, ma solo a seconda delle circostanze del divenire. Infatti gli scopi, come si è detto, sono diversi e variano col variare dei generi. Lo scopo delle virtù politiche è imporre una misura alle passioni nelle attività di chi ha a che fare con la natura, delle catartiche è allontanarsi perfettamente dalle passioni che fino allora si erano misurate, delle altre è agire verso la mente, senza neppure avere il pensiero di liberarsi dalle passioni, delle ultime non è più neanche quello di rivolgere l'attività alla mente, ma di giungere a incontrarsi con la sua stessa essenza. Per questo chi agisce secondo le virtù pratiche è un uomo onesto, chi secondo le catartiche un uomo demonico o anche un demone buono, chi solo secondo le virtù rivolte alla mente è un dio, e chi secondo le paradigmatiche è il padre degli dèi.
Preoccupiamoci soprattutto di esaminare le virtù catartiche, giacché sono quelle che si possono raggiungere in questa vita e rappresentano i mezzi per risalire alle più venerabili. Bisogna perciò vedere fino a che punto e in che misura la purificazione può essere raggiunta; si tratta infatti dell'allontanamento dal corpo e dal movimiento passionale della parte irrazionale. Diciamo come si raggiunge e fino a che punto. Prima cosa, base e, per così dire, seggio della purificazione è conoscere se stessi come un'anima legata a una cosa straniera e di diversa essenza. Secondo è lo slancio che consegue da tale persuasione a rimettere insieme se stessi dal corpo e quasi da luoghi diversi, in una disposizione di perfetta impassibilità nei suoi confronti. Perché chi agisce di continuo conforme al senso, anche se non lo fa per vera attrazione o perché vi trovi una soddisfazione al piacere, nondimeno si disperde nel corpo, dato che vi si è congiunto attraverso il senso e nutre passione per i piaceri e i dolori propri degli oggetti sensibili con assenso e inclinazione simpatica. È soprattutto da simile disposizione che bisogna purificarlo. Ciò accadrà se accoglierà le sensazioni ineliminabili dei piaceri a solo scopo di cura e di alleggerimento dalle fatiche, al fine di non esserne ostacolato.
Bisognerà poi eliminare le sofferenze e, ove non sia possibile, sopportarle con calma e sminuirle con la non partecipazione simpatica. L'animosità andrà soppressa per quanto possibile e in nessun modo curata con meditato consiglio; altrimenti non si mischi ad essa la volontà consapevole, ma la si faccia essere un moto irriflesso che appartiene a un altro - e sarà un moto irriflesso debole e di poca importanza. La paura andrà eliminata del tutto, perché non ci sarà motivo di temere di nulla, benché anche qui vi siano dei moti irriflessi. Animosità e paura andranno semmai usate come strumenti di ammonimento. Si rimuoverà poi ogni genere di desideri vani. Desideri di cibi e bevande ne avremo, ma non per noi stessi in quanto noi stessi. Di piaceri d'amore, sia pure naturali, non dev'esservi neppure il moto irriflesso, o almeno non più di una di quelle fuggevoli fantasie che si hanno nel sonno. Insomma, l'anima intuitiva di chi si è purificato si mantenga pura da tutto questo. E voglia che la parte di noi che si muove incontro all'irrazionalità delle passioni corporee, si muova senza simpatia e sbadatamente, in modo che anche quei movimenti siano subito dissolti dalla vicinanza della ragione. Così non vi sarà battaglia sulla via della purificazione. Quanto al resto basterà la presenza della ragione a far vergognare la parte inferiore, tanto che essa stessa disapproverà, quando è in completa balìa del movimento, di non saper stare tranquilla mentre il suo signore è presente, e si rimprovererà per la debolezza. E queste sono ancora forme di misura delle passioni che acquistano tensione in vista dell'impassibilità; ma quando il legame simpatico è perfettamente purificato, ad esso subentra l'impassibilità, giacché la passione aveva cominciato a muoversi quando la parte razionale, con la sua discesa, aveva dato il segnale.
SENTENZA XL

La mente non è l'origine di tutte le cose, perché è molteplice e prima del molteplice è necessario che vi sia l'uno. Che sia molteplice è chiaro, dato che le intuizioni che intuisce di continuo non sono una ma molte, e dato che non sono diverse da lei. Così se la mente sta con le intuizioni e quelle sono molteplici, anche la mente sarà molteplice.
Che la mente stia con gli intuitivi si dimostra così: se essa contempla qualcosa, evidentemente lo contemplerà o perché lo possiede in sé o perché posto in altro. E che contempli è chiaro: la mente deve infatti accompagnarsi all'atto di intuire, e sottratta all'intuire è sottratta alla sua essenza. Occorre quindi mettersi sulle tracce della sua contemplazione e soffermarsi sulle passioni che accompagnano le conoscenze. In noi le potenze conoscitive consistono complessivamente in senso, immaginazione, mente. Chi si serve esclusivamente del senso contempla attingendo all'esterno e non si unisce con le cose che contempla: riceve soltanto un'impronta dal contatto con esse. Così, quando l'occhio guarda l'oggetto visibile, è impossibile che vi si identifichi, perché non vedrebbe nulla, se non si trovasse a distanza. Allo stesso modo l'oggetto del tatto si distruggerebbe, se si identificasse con chi tocca. Risulta quindi chiaro che sia il senso sia chi se ne serve sono sempre condotti all'esterno, se vogliono cogliere l'oggetto sensibile. Similmente anche l'immaginazione si porta sempre all'esterno e col suo
espandersi da una realtà funzionale a un'immagine. [È chiaro dunque che anche chi si serve dell'immaginazione è condotto all'esterno,] tanto se l'oggetto dell'immagine lo costruisce realmente dal di fuori, quanto se è la sua stessa espansione all'esterno che gli fa immaginare l'esistenza di un oggetto al di fuori. Tale è la percezione di queste [potenze]; poiché nessuna delle due può tornare in se stessa e riunirsi, non può nemmeno incontrare una forma sensibile o sovrasensibile. Ma la mente non percepisce in questo modo, perché essa torna a sé e si contempla. Se infatti si distogliesse dalla contemplazione delle proprie attività, dall'essere l'occhio delle proprie attività, non
sarebbe più visione di sé e non vedrebbe nulla. Come dunque il senso stava in relazione al sensibile, così la mente è in relazione all'intuitivo. Ma mentre il senso contempla perché si estende al di fuori e trova un sensibile che sta nella materia, la mente contempla perché si raccoglie in se stessa. E se non si estende al di fuori...... Il che parve giusto anche ad alcuni, per i quali tra l'ipostasi della mente e quella dell'immaginazione vi era soltanto una differenza di nome. Essi infatti credevano che l'intuizione fosse l'immaginazione nell'animale razionale. Dato poi che facevano dipendere tutto dalla materia e dalla natura corporea, concludevano che anche la mente doveva dipenderne. Ma poiché la nostra mente contempla essenze diverse dai corpi, dove le troverà e dove le percepirà? In quanto estranee alla materia non dovrebbero essere da nessuna parte. È chiaro allora che, in quanto intuitive, andranno congiunte all'intuizione e ancora, se intuitivi, alla mente e all'intuitivo...... [Se non si estende al di fuori,] la mente, quando intuisce gli intuitivi, contemplerà anche se stessa, e quando si ritrae in sé, intuisce perché si ritrae tra gli intuitivi. Se poi gli intuitivi sono molteplici - perché la mente intuisce i molti e non l'uno - di necessità sarà molteplice anch'essa. Ma prima dei molti c'è l'uno; così è necessario che prima della mente sia l'uno.

SENTENZA XLI

Ciò che ha l'essere in altro e non è essenziato in sé né separatamente da altro, qualora torni in se stesso per conoscersi, ma torni senza ciò in cui è essenziato, si corrompe, perché, abbandonando l'altro, si separa dal proprio essere. Chi invece può conoscersi indipendentemente dalla cosa in cui è, e anzi la abbandona ed è capace di far questo senza rovina sua, non può essere essenziato in ciò da cui ha potuto distogliersi e senza il quale ha potuto conoscersi. Ora, se la vista e ogni altra potenza sensibile non possono avere sensazione di sé, né, separate che siano dal corpo, percepirsi o conservarsi, e se la mente, al contrario, soprattutto quando si separa dal corpo intuisce, torna a sé e non si corrompe, è chiaro che le potenze sensibili diventano attive grazie al corpo e la mente non nel corpo ma in sé acquista l'agire e l'essere.

SENTENZA XLII
L'anima possiede le ragioni di tutte le cose e secondo tali ragioni agisce, o perché qualcos'altro la chiama a metterle in opera o perché essa stessa si rivolge interiormente ad esse. E quand'è chiamata da altro e per così dire verso l'esterno, produce sensazioni, quando invece si inoltra nel profondo di sé e verso la mente, viene a trovarsi tra le intuizioni. Dunque le sensazioni non vengono dall'esterno e l'intuizione non è estranea all'anima. E ancora, come per il vivente non si danno sensazioni senza modificazioni
degli organi di senso, così non c'è intuizione senza immaginazione. Per rispettare la proporzione: come l'impronta è una conseguenza del [l'organo] sensibile del vivente, così l'immagine fantastica è nell'anima del vivente una conseguenza dell'intuizione.

SENTENZA XLIII
Memoria non significa conservare le immaginazioni, ma proiettare di nuovo cose di cui ci occupammo.

SENTENZA XLIV
Altro sono la mente e l'intuitivo, altro il senso e il sensibile. L'intuitivo è congiunto alla mente, il sensibile al senso. Ma il senso di per sé non può comprendersi e neppure il sensibile può; d'altra parte l'intuitivo che è congiunto alla mente e da essa intuibile, non cade in alcun modo sotto il senso. Ma la mente è un intuibile per la mente. E se la mente è un intuibile per la mente, essa sarà per se stessa intuibile. Quindi da un lato, se la mente è l'intuibile e non il sensibile, sarà oggetto intuìto; dall'altro, se è l'intuibile per la mente e non per il senso, sarà il soggetto che intuisce. Essa è appunto soggetto che tutto intero intuisce e oggetto che tutto intero è intuìto: intuente e intuìta tutta intera in tutta se stessa, [e non come il consumatore e il consumato]. Non v'è dunque una parte che venga intuìta e un'altra che intuisca, perché la mente non ha parti, è tutta intera intuibile ed è con tutta intera se stessa mente dappertutto, senza avere in sé nozione alcuna di inintuibilità. Per questo non è vero neppure che intuisca un aspetto di sé e un altro non lo intuisca, giacché, nella misura in cui non intuisse, sarebbe inintuitiva.
Né si allontana da qualcosa per passare in qualcos'altro, dato che, non intuendo ciò da cui si allontana, diverrebbe rispetto ad esso inintuitiva. Se invece in essa l'una cosa non accade di seguito all'altra, allora intuirà insieme tutte le cose; e dunque, poiché intuisce insieme tutte le cose, non ora l'una e l'altra poi, essa è tutte le cose insieme, sia nel momento presente che nell'eternità. Ma se in lei c'è il presente, sono sottratti il passato e il futuro, in un presente inesteso e nel momento senza tempo. Vi è in lei pertanto simultaneità sia riguardo al molteplice che all'estensione nel tempo. Perciò tutte le cose saranno unitariamente in un'unità inestesa e atemporale. Se è così, non v'è nella mente un "donde" o un "verso dove", né dunque movimento; c'è un'attività unitaria nell'uno che dilegua l'incremento, il mutamento, ogni specie di trapasso. Se poi la mente è molteplicità unitaria e insieme attività, se è fuori dal tempo, è necessario che in funzione di siffatta essenza esista quell'essere che ha la proprietà di rimanere perennemente nell'uno. Tale essere è l'eternità. L'eternità esiste pertanto in funzione della mente.
Il tempo esiste invece in funzione di ciò che non intuisce unitariamente nell'uno, bensì mutevolmente e nel movimento, ossia intuisce nel lasciare un oggetto e prenderne un altro, nel dividere in parti e passare di cosa in cosa. Futuro e passato esistono appunto in funzione di un movimento del genere. Ed è l'anima che passa da un oggetto all'altro, perché scambia alternativamente le intuizioni: non nel senso che alcune svaniscano e altre sopraggiungano da qualche parte, piuttosto in quanto alcune le intuisce come se fossero passate, benché continuino a rimanere dentro di lei, altre come se venissero da altrove, mentre non vengono da altrove ma da essa stessa e dal medesimo punto, da essa cioè che si muove verso di sé e volge l'occhio sulle cose che ha partitamente. Somiglia infatti a una fonte che non scorre, ma che circolarmente fa zampillare in sé le cose che possiede.
Mentre il tempo esiste in funzione di tale movimento, l'eternità esiste in funzione della permanenza della mente in se stessa, non divisa dalla mente come il tempo non è diviso dall'anima, giacché anche le realtà funzionali lassù sono unite.
Ciò che è in movimento si attribuisce ingannevolmente l'eternità, perché concepisce l'eternità come un movimento infinito; d'altra parte ciò che permane mentre l'altro si muove, si attribuisce ingannevolmente il tempo, come se percorresse e moltiplicasse il suo "ora" secondo il transitare del tempo. Per cui alcuni pensavano che il tempo si dia a vedere nella quiete non meno che nel movimento e che l'eternità, come dicevamo, sia un tempo infinito. Ognuno dei due aggiunge le sue proprietà a quelle dell'altro, e ciò che è in perenne movimento imita dall'immobile l'eternità, per identità col proprio perpetuo muoversi, mentre quel che rimane immobile nell'identità dell'azione congiunge, con l'azione, il tempo al proprio permanere.
Del resto nelle cose sensibili il tempo diviso è diverso in ciascuna di esse; per esempio diverso è il tempo del sole, diverso quello della luna, diverso quello della stella del mattino, diverso quello di ciascuno degli altri astri. Per cui ogni astro ha anche un anno diverso; e l'anno che li include tutti fa capo al movimento dell'anima. Se poi gli astri si muovono a imitazione dell'anima e il moto dell'una è diverso dal moto degli altri, diverso è anche il tempo dell'anima da quello degli astri. Quest'ultimo a intervalli e per movimenti e spostamenti spaziali ...