Obra del pintor Miguel J. Isgró B.
LA CIENCIA
DEL HOMBRE
Dr. Alexis Carrel
I
Necesidad de
elección en la masa de datos heterogéneos que poseemos acerca de nosotros
mismos.– El concepto operacional de Bridgman.– Su aplicación en el estudio de
los seres vivos.– Conceptos biológicos.– La mezcla, de conceptos de las
diferentes ciencias.– Eliminación de los sistemas filosóficos y científicos, de
las ilusiones y de los errores – El papel de las conjeturas.
Nuestra
ignorancia de nosotros mismos es de una naturaleza particular. No proviene ni
de la dificultad de procurarnos las informaciones necesarias, ni de su
inexactitud ni de su rareza. Es debida, al contrario, a la extrema abundancia y
a la confusión de las nociones que la humanidad ha acumulado a su propio
respecto, durante el curso de las edades. Y también a la división de nosotros mismos
en un número casi infinito de fragmentos por las ciencias que se han dividido
el estudio de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Este conocimiento ha
permanecido en gran parte inutilizado. De hecho, es difícilmente utilizable. Su
esterilidad se traduce por la pobreza de los esquemas clásicos que son la base
de la medicina, de la higiene, de la pedagogía y de la vida social. política y
económica. Sin embargo, existe una realidad viviente y rica en el gigantesco
conjunto de definiciones, observaciones, doctrinas, deseos y sueños que
representa el esfuerzo de los hombres hacia el conocimiento de ellos mismos. Al
lado de los sistemas y de las conjeturas de los sabios y de los filósofos, se
encuentran los sistemas positivos de la experiencia, de las generaciones
pasadas y una multitud de observaciones conducidas con el espíritu y a veces
con la técnica de la ciencia. Se trata únicamente de hacer, en estas cosas
disparatadas, una elección juiciosa.
Entre los
numerosos conceptos que se refieren al ser humano los unos son construcciones
lógicas de nuestro espíritu. No se aplican a ningún ser observable por nosotros
en el mundo. Los otros son la expresión pura y simple de la experiencia. A
tales conceptos, Bridgman ha dado el nombre de conceptos operacionales. Un
concepto operacional equivale a la operación o a una serie de operaciones, que
deben hacerse para adquirirlos. En efecto, todo conocimiento positivo depende
del empleo de cierta técnica. Cuando se dice que un objeto tiene la longitud de
un metro, ello significa que el objeto tiene la misma longitud que una varilla
de madera, o de metal cuya extensión fuera igual a la medida del metro
conservada en París en la Oficina Internacional de pesos y medidas. Es evidente
que sólo sabemos lo que podernos observar. En el caso precedente, el concepto
de longitud es sinónimo de la medida de esta longitud, los conceptos que se
relacionan con objetos colocados fuera del campo de la experiencia están, según
Bridgman, desprovistos de sentido. Igualmente una pregunta carece absolutamente
de significación, si es imposible encontrar las operaciones como acontece una,
pregunta no posee significación alguna, si es imposible encontrar las
operaciones que permiten darle una respuesta.
La precisión
de un concepto cualquiera, depende la exactitud de las operaciones que sirven
para adquirirlo. Si se define al hombre como compuesto de materia y de
conciencia, se emite una proposición vacía de sentido. Porque las relaciones de
la materia corporal y de la conciencia no han sido, hasta el presente,
conducidas al campo de la experiencia. Pero se puede dar del hombre una
definición operacional considerándolo como un todo indivisible que manifiesta
actividades físico-químicas, fisiológicas y psicológicas. En biología como en
física, los conceptos sobre los cuales es preciso edificar la, ciencia,
aquellos que permanecerán siempre verdaderos, están ligados a ciertos procesos
de observación. Por ejemplo el concepto que tenemos hoy día respecto de las
células de la corteza cerebral, con sus cuerpos piramidales, sus
prolongamientos dentríticos y su lisa enjundia, es el resultado de las técnicas
de Ramón y Cajal. Es, pues, un concepto operacional y no cambiará sino con el
progreso futuro de la técnica. Pero decir que las células cerebrales son el asiento
de los procesos mentales, es una afirmación sin valor, porque no existe medio
de observar la presencia de un proceso mental en el interior de las células
cerebrales. Únicamente el empleo de los conceptos operacionales nos permite
construir sobre terreno sólido. En el cúmulo inmenso de observaciones que
poseemos sobre nosotros mismos debemos elegir los hechos positivos que
corresponden a lo que existe, no sólo en nuestro espíritu, sino también en la
naturaleza.
Sabemos que
los conceptos operacionales que se relacionan con el hombre, los unos le son
propios, los otros pertenecen a todos los seres vivientes; los otros, en fin,
son aquellos de la química, de la física y de la mecánica. Hay tantos sistemas
diferentes como capas diferentes en la organización de la materia viva. Al
nivel de los edificios electrónicos, atómicos y moleculares, que existen en los
tejidos del hombre como en los árboles o en las nubes, es preciso emplear los
conceptos de «continuum» espacio-tiempo, de energía, de fuerza, de masa, y
también aquellos de tensión osmótica, de carga eléctrica, de iones, de
capilaridad, de permeabilidad, de difusión. Al nivel de los agregados más
grandes que las moléculas, aparecen los conceptos de “micelle", de
dispersión, de absorción, de floculación. Cuando las moléculas y sus
combinaciones han edificado las células, y las células se han asociado en
órganos y en organismos, es preciso agregar a los conceptos precedentes, los de
cromosoma, de génesis, de herencia, de adaptación, de tiempos fisiológicos, de
reflejos, de instintos, etc. Se trata de los conceptos fisiológicos propiamente
dichos. Estos coexisten con los conceptos físico-químicos, pero no le son
reductibles. En el estado más alto de su organización, existen, aparte de las
moléculas, las células y los tejidos, un conjunto compuesto de órganos, de
humores y de conciencia., Los conceptos físico-químicos y fisiológicos se hacen
insuficientes. Hay que agregar los conceptos psicológicos, que son específicos
del ser humano. Tales son la inteligencia, el sentido moral, el sentido
estético, el sentido social. A las leyes de la termo-dinámica, y a las de la
adaptación, por ejemplo, nos vemos obligados a sustituir los principios del
mínimo de esfuerzo, por el máximo de goce o de rendimiento, la persecución de
la libertad, de la igualdad, etc.
Cada sistema
de conceptos no puede emplearse de manera legítima sino en el dominio de la
ciencia a la cual pertenece. Los conceptos de la física, de la química, de la
fisiología, son aplicables a las capas superpuestas de la organización
corporal. Pero no es permitido confundir los conceptos propios de una capa
determinada, con los que son específicos de otra. Por ejemplo, la segunda ley
de la termo-dinámica indispensable al nivel molecular es inútil al nivel psicológico
donde se aplica el principio del menor esfuerzo para el máximo de goce. El
concepto de la capilaridad y el de la tensión osmótica, no alumbran lo
suficiente los problemas de la conciencia. La aplicación de un fenómeno
psicológico en términos de fisiología celular, o de mecánica electrónica, no es
más que un juego verbal. Sin embargo, los fisiólogos, del siglo XlX y sus
sucesores, que se perpetúan entre nosotros, han cometido ese error, procurando
reducir al hombre entero a la físico-química. Esta generalización injustificada
de nociones exactas, ha sido la obra de sabios excesivamente especializados. Es
indispensable que cada sistema de conceptos conserve su rango propio en la
jerarquía de las ciencias.
La confusión
de los conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos, proviene sobre todo de
la presencia, entre los hechos positivos, de residuos de sistemas científicos,
filosóficos y religiosos. La adhesión de nuestro espíritu a un sistema
cualquiera, cambia el aspecto y la significación de los fenómenos observados
por nosotros. En todos los tiempos, la humanidad ha sido contemplada a través
de cristales teñidos por las doctrinas, las creencias y las ilusiones. Son
estas nociones falsas e inexactas las que importa suprimir. Como lo escribiera
antes Claude Bernard, es preciso desembarazarse de los sistemas filosóficos y
científicos, como podría arrancarse las cadenas a una esclavitud intelectual.
Esta liberación no se ha realizado aun. Los biólogos, y sobre todo los
educadores, los economistas y los sociólogos, se encuentran frente a problemas
de una complicación extrema, cediendo a menudo a la tentación de construir
hipótesis, para elaborar en seguida artículos de fe. Los sabios se han
mantenido inmovilizados en fórmulas tan rígidas como los dogmas de una religión.
En todas las ciencias encontramos el recuerdo embarazoso de semejantes errores.
Uno de los más célebres, ha dado lugar a la gran querella de bis vitalistas y
los mecanicistas cuya futilidad nos sorprende hoy día. Los vitalistas pensaban
que el organismo era una máquina cuyas partes se integraban gracias a un factor
no físico-químico. Después de ellos, los procesos responsables de la unidad del
ser viviente, se dirigieron por un principio independiente, una entelequia, una
idea análoga a la del ingeniero que construye una máquina. Este agente
autónomo, no era una forma de energía y no creaba energía. No se ocupaba sino
de la dirección del organismo. Evidentemente, la entelequia no es un concepto
operacional. Es una pura construcción del espíritu. En suma, los vitalistas
consideraban el cuerpo como una máquina dirigida por un ingeniero a quien
llamaban entelequia. Y no se daban cuenta de que este ingeniero, esta
entelequia, no era otra cosa que su propia inteligencia. En cuanto a los
mecanicistas, creían que todos los fenómenos fisiológicos y psicológicos son
explicables por las leyes de la física, de la química y de la mecánica.
Construían también, de esa manera, una máquina de la cual ellos venían a ser el
ingeniero. En seguida, como lo hace notar Woogger, olvidaban la existencia de
este ingeniero. Este concepto no es operacional. Es evidente que el mecanicismo
y el vitalismo deben ser dejados de lado por las mismas razones que debe
dejarse de lado otro sistema cualquiera. Hace falta al mismo tiempo liberarnos
de la masa de ilusiones, errores, observaciones mal hechas, falsos problemas
perseguidos por los débiles de espíritu de la ciencia, los
pseudo-descubrimientos de los charlatanes y los sabios celebrados por la prensa
cotidiana. Y también, de aquellos trabajos tristemente inútiles, largos
estudios de cosas sin significación, inextricable confusión que se levanta como
una montaña, desde que la investigación científica se ha convertido en
profesión, como la de los maestros de escuela, pastores y empleados de banco.
Hecha, ya
esa eliminación, nos quedan los resultados de los pacientes esfuerzos de todas
las ciencias que se ocupan del hombre, y el tesoro de observaciones y
experiencias que ellas han acumulado. Basta con buscar en la historia de la
humanidad, para encontrar la expresión más o menos neta de todas estas
actividades fundamentales. Al lado de las observaciones positivas y de los
hechos evidentes, hay una cantidad de cosas que no son ni positivas ni
evidentes y que no deben ser, sin embargo, rechazadas. Ciertamente, los
conceptos operacionales solos permiten colocar el conocimiento del hombre sobre
una base sólida. Pero, únicamente también, la imaginación creadora puede
inspirarnos las conjeturas y los ensueños de donde deberá nacer el plan de las
construcciones futuras. Es preciso, pues, continuar haciéndonos preguntas que,
desde el punto de vista de la sana crítica científica, no tienen sentido
alguno. Por otra parte, aunque procuráramos prohibir a nuestro espíritu la
investigación de lo imposible y de lo inconocible, no lo lograríamos. La
curiosidad es una necesidad de nuestra naturaleza humana. Es un impulso ciego,
que no obedece a regla alguna. Nuestro espíritu se infiltra en torno de las
cosas del mundo exterior y en las profundidades de nosotros mismos, de manera
tan irresistible y carente de razón, como explora un ratoncillo con ayuda, de
sus patitas hábiles los menores detalles del sitio donde está encerrado. Es
esta curiosidad quien nos fuerza a descubrir el universo. Nos arrastra irresistiblemente
en su persecución por lo más desconocidos caminos. Y las montañas
infranqueables se desvanecen ante ellas como el humo dispersado por el viento.
II
Es
indispensable hacer un inventario completo.– Ningún aspecto del hombre debe
parecernos privilegiado.– Evitar dar una importancia exagerada a alguna parte
del mismo con perjuicio de las otras.– No limitarse a lo que es sencillo.– No
suprimir lo que es inexplicable.– El método científico es aplicable a toda la
extensión del ser humano.
Es indispensable
hacer de nosotros mismos un examen completo. La pobreza de los esquemas
clásicos proviene de que, a pesar de la extensión e nuestros conocimientos,
jamás nos hemos observado de una manera general. En efecto, no se trata de
coger el aspecto que presenta el hombre en cierta época o en ciertas
condiciones de vida, sino de conocerlo en todas sus actividades, aquellas que
se manifiestan ordinariamente y también aquellas que pueden permanecer
virtuales. Una información tal no es obtenible sino por la investigación
cuidadosa en el mundo presente y en el pasado, manifestaciones de nuestros
poderes orgánicos y mentales, e igualmente, por un examen a la vez analítico y
sintético de nuestra constitución y de nuestras relaciones físicas, químicas y
psicológicas con el medio exterior. Es preciso seguir el sabio consejo de
Descartes en el “Discurso del Método” dado a aquellos que buscan la verdad, y
dividir nuestro sujeto en tantas partes corno sea necesario, para hacer de cada
una de ellas un inventario completo. Pero debemos saber, al mismo tiempo, que
esta división no es sino un artículo metodológico, que está creado por nosotros
y que el hombre permanece siendo un todo indivisible.
No hay
territorios privilegiados. En la inmensidad de nuestro mundo interior, todo
tiene un significado. No podemos escoger únicamente lo que nos conviene a gusto
de nuestros sentimientos; de nuestra fantasía, de la forma científica y
filosófica de nuestro espíritu. La dificultad o la oscuridad de un objeto no es
razón suficiente para abandonarle. Deben emplearse todos los métodos. Lo
cualitativo es tan verdadero como lo cuantitativo. Las relaciones expresables
en lenguaje matemático no poseen una realidad mayor que las que no lo son.
Darwin, Claude Bernard y Pasteur que no pudieron describir sus descubrimientos
con fórmulas algebraicas, fueron tan grandes sabios como Newton y Einstein. La
realidad no es necesariamente clara, y sencilla. No podemos tener la seguridad
de que sea siempre inteligible para nosotros. Por lo demás, se presenta bajo
formas infinitamente variadas. Un estado de conciencia, el hueso húmero, una
llaga, son cosas igualmente verdaderas. Un fenómeno no logra su interés por la
facilidad con la cual nuestros técnicos se aplican a su estudio. Debe ser
juzgado en función, no de observador y de sus métodos, sino de sujeto, de ser
humano. El dolor de la madre que ha perdido a su hijo, la angustia del alma
mística sumergida en la noche oscura, el sufrimiento del enfermo devorado por
un cáncer, son de una evidente realidad, aunque no sean mensurables. No tenemos
derecho mayor de abandonar el estudio de los fenómenos de clarividencia que los
de la cronaxia de los nervios, bajo el pretexto de que la clarividencia no se
produce a voluntad y no se mide, mientras que la cronaxia puede medirse con un
método científico. Es preciso servirse en este inventario de todos los medios
posibles y contentarse con observar, lo que no puede medirse.
Sucede a
menudo que se da una importancia exagerada a cualquier parte a costa de las
otras. Estamos obligados a considerar en el hombre sus . diferentes aspectos:
físico-químico, anatómico, fisiológico, metapsíquico; intelectual, moral,
artístico, espiritual, económico, social, etc. Cada sabio, gracias a una
deformación social bien conocida, se imagina que conoce al ser humano mientras
que, en realidad, no ha cogido de él sino una parte minúscula. Los aspectos
más fragmentarios se consideran como capaces de expresar el todo. Y estos
aspectos son tomados al azar de la moda que, de cuando en cuando, da más importancia,
al individuo que a la sociedad, a los apetitos fisiológicos o a las actividades
espirituales, a la potencia del músculo o a la del cerebro, a la, belleza o a
la utilidad, etc. Es por ello que el hombre se nos aparece con múltiples
facetas. Elegimos arbitrariamente entre éstas las que nos convienen y olvidamos
a las otras.
Otros de los
errores consiste en cercenar del inventario parte de la realidad. Y ello se
debe a multitud de causas. Estudiamos con preferencia los sistemas fácilmente
aislables, aquellos que son únicamente abordables por métodos sencillos.
Abandonamos, en cambio, los más complejos. Nuestro espíritu gusta de la
precisión y de la seguridad de las soluciones definitivas. Existe en él una
tendencia casi irresistible a elegir los sujetos de estudio, más por su
facilidad técnica y su claridad, que por su importancia. Por esta razón, los
fisiólogos modernos se ocupan sobre todo de los fenómenos físico-químicos que
se observan en los animales vivos y abandonan los procesos fisiológicos y la
psicología. Lo mismo, los médicos se especializan en sujetos cuyas técnicas son
sencillas y ya conocidas, mucho más que en el estudio de las enfermedades
degenerativas, de las neurosis y las psicosis que exigirían la intervención de
la imaginación y la creación de nuevos métodos. Cada cual sabe, sin embargo,
que el descubrimiento de algunas leyes de la organización de la materia viva,
sería más importante que, por ejemplo, la del ritmo de las pestañas vibrátiles
de las células de la tráquea. Sin duda alguna valdría, mucho más emancipar a la
humanidad del cáncer, de la tuberculosis, de la arterioesclerosis, de la
sífilis y de los males innumerables aportados por las enfermedades mentales y
nerviosas, que absorberse en el estudio minucioso de los fenómenos
físico-químicos de importancia secundaria que se producen en el curso de las
enfermedades. Las dificultades técnicas son las que nos conducen a veces a
eliminar ciertos sujetos del dominio de la investigación científica y a
rehusarles el derecho de hacerse conocer por nosotros.
A veces, los
hechos más importantes son completamente suprimidos. Nuestro espíritu tiene una
tendencia natural a arrojar a un lado, lo que no entra en el cuadro de las
creencias científicas o filosóficas de nuestra época. Los sabios, después de
todo, son hombres. Están impregnados, por lo tanto, por los prejuicios de su
medio y de su tiempo. Creen de buena fe que lo que no es explicable por las
teorías corrientes, no existe. Durante el período en que la fisiología se
encontraba identificada a la físico-química, el período de Jacques Loeb y de
Bayliss, el estudio de los fenómenos mentales se abandonó. Nadie se interesaba
en la psicología y en las enfermedades del espíritu. Aun hoy día, la telepatía
y los otros fenómenos metapsíquicos se consideran como ilusiones por los sabios
que se interesan únicamente en el aspecto físico-químico de los procesos
fisiológicos. Los hechos más evidentes son ignorados cuando tienen una
apariencia heterodoxa. Por todas estas razones el inventario de las cosas
capaces de conducirnos a una concepción mejor del ser humano ha permanecido
incompleto. Es preciso, pues, volver a la observación ingenua de nosotros
mismos bajo todos nuestros aspectos, no abandonar ningún detalle, y describir
sencillamente lo que vemos.
En
principio, el método científico no parece aplicable al estudio de la totalidad
de nuestras actividades. Es evidente que nosotros, los observadores, no somos
capaces de penetrar en todas la regiones en que se prolonga la persona humana.
Nuestras técnicas no cogen lo que no tienen dimensiones ni peso. No alcanzan
sino las cosas colocadas en el espacio y el tiempo. Son impotentes para medir
la, vanidad, el odio, el amor, la belleza, la elevación hacia Dios del alma
religiosa, el ensueño del sabio y el del artista. Pero registran con facilidad
el aspecto fisiológico y los resultados materiales de esos estados
psicológicos. El juego frecuente de las actividades mentales y espirituales, se
expresa por cierto comportamiento, ciertos actos, cierta actitud hacia nuestros
semejantes. De este modo es como las actividad moral, estética, mística, pueden
ser exploradas por nosotros, Tenemos también a nuestra disposición los relatos
de aquellos que han viajado en esas regiones desconocidas. Pero la expresión
verbal de sus experiencias es, en general, desconcertante. Aparte del dominio
intelectual, nada es definible de manera clara. Ciertamente, la imposibilidad
de medir una cosa no significa su no existencia. Cuando se navega en la niebla,
las rocas invisibles no están por ello menos presentes. De cuando en cuando,
sus contornos amenazantes aparecen de súbito. En seguida la nube se cierra
sobre ellas. Lo mismo ocurre con la realidad evanescente de las visiones de los
artistas y sobre todo de los grandes místicos. Estas cosas, inasibles por medio
de nuestras técnicas, dejan sin embargo sobre los iniciados una visible huella.
De esta manera indirecta es como la ciencia conoce el mundo espiritual donde,
por definición, no puede penetrar. El ser humano se encuentra, pues, entero, en
la jurisdicción de las técnicas científicas.
III
Es preciso
desarrollar una ciencia verdadera del hombre.– esta es más necesaria que las
ciencias mecánicas, físicas y químicas.– Su carácter analítico y sintético.
En suma, la
critica de los conocimientos que poseemos nos proporciona nociones positivas y
numerosas. Gracias a estas nociones, podemos hacer un inventario completo de
nuestras actividades. Este inventario nos permitirá construir esquemas más
ricos que los esquemas clásicos.
Pero el progreso
así obtenido no será muy grande. Es preciso ir más lejos y edificar una ciencia
verdadera del hombre. Una ciencia que, con ayuda de todas las técnicas
conocidas, haga una exploración más profunda de nuestro mundo interior, y
realice también la necesidad de estudiar cada parte en función del conjunto.
Para desarrollar una ciencia tal, sería necesario, durante algún tiempo, alejar
nuestra atención de los progresos mecánicos, y aun en cierta medida, de la
higiene clásica, de la medicina, y del aspecto puramente material de nuestra
existencia. Cada cual se interesa en lo que aumenta la riqueza y el confort,
pero nadie se da cuenta de que es indispensable mejorar la calidad estructural,
funcional y mental de cada uno de nosotros. La salud de la inteligencia y de
los sentimientos afectivos, la disciplina moral y el desarrollo espiritual son
tan necesarios como la salud orgánica y la prevención de las enfermedades
infecciosas.
No existe
ninguna ventaja en aumentar el número de las invenciones mecánicas. Quizás,
incluso. sería conveniente dar menos importancia a los descubrimientos de la
física, d e la astronomía y de la química. Ciertamente, la ciencia pura no nos
aporta jamás directamente el mal. Pero se torna peligrosa cuando, por su
belleza fascinadora, encierra por completo nuestra inteligencia en la materia
inanimada. La humanidad debe hoy día concentrar su atención sobre sí misma y
sobre las causas de su incapacidad moral e intelectual. ¿A qué aumentar el
confort, el lujo, la belleza, la grandeza y la complicación de nuestra
civilización si nuestra, debilidad no nos permite dirigirla? – Es realmente
inútil continuar la elaboración de un modo de existencia que trae consigo la
desmoralización y la desaparición de los elementos más nobles de las grandes razas.
Valdría más ocuparnos de nosotros mismos que construir enormes telescopios para
explicar la estructura de las nebulosas, fabricar barcos rapidísimos,
automóviles de un confort supremo, radios maravillosas. ¿Cuál será el progreso
verdadero que lleguemos a obtener cuando los aviones nos transporten en escasas
horas a Europa o a la China? ¿Es acaso necesario aumentar sin cesar la
producción, a fin de que los hombres consuman una cantidad más y más grande de
cosas inútiles? No son las ciencias mecánicas, físicas y químicas las que nos
aportarán la moralidad, la inteligencia, la salud, el equilibrio nervioso, la,
seguridad, la paz.
Hace falta
que nuestra curiosidad se encamine por rutas diferentes a aquellas por donde
hasta ahora ha marchado. Debe dirigirse de lo físico y de lo fisiológico hacia
lo mental y lo espiritual. Hasta el presente, las ciencias de las cuales se,
ocupan los seres humanos, han limitado su actividad sólo a, ciertos aspectos de
ellas mismas. No han logrado sustraerse a la influencia del dualismo
cartesiano. Han estado dominadas por el mecanicismo. En filosofía, en higiene,
en medicina, lo mismo que en el estudio de la pedagogía o de la economía
política y social, la atención de los investigadores ha sido atraída sobre todo
por el aspecto orgánico, humoral o intelectual del hombre. No se ha detenido en
su forma afectiva y moral, en su vida interior, en su carácter, en sus
necesidades estéticas y religiosas, en el “substratum” común de los fenómenos
orgánicos y psicológicos, en las relaciones profundas del individuo y de su
medio mental y espiritual. Hace falta, pues, un cambio radical de orientación.
Ese cambio exige, a la vez, especialistas dedicados a las ciencias particulares
que se han dividido nuestro cuerpo y nuestro espíritu, y sabios capaces de
reunir, en conjunto, los descubrimientos de los especialistas. La ciencia nueva
debe progresar, por un doble esfuerzo de análisis y de síntesis, hacia una
concepción del hombre bastante completa y simple para servir de base a nuestra
acción.
IV
Para
analizar al hombre hacen falta multitud de técnicas.– Son las técnicas las que
han creado la división del hombre en partes.– Los especialistas.– Sus
peligros.– Fragmentación indefinida del sujeto.– La necesidad de sabios no
especializados.– Cómo mejorar los resultados de las investigaciones.–
Disminución del número de sabios y establecimiento de condiciones propias a la
creación intelectual.
El hombre no
es divisible en partes. Si se aislasen sus órganos unos de otros, dejaría de
existir. Aunque indivisible, presenta aspectos diversos. Sus aspectos son la
manifestación heterogénea de su unidad a nuestros órganos de los sentidos.
Puede compararse a una lámpara eléctrica que se muestra bajo formas diferentes
a un termómetro, a un voltímetro y a una placa fotográfica. No somos capaces de
tomarlo entero directamente en su sencillez. Le asimos por medio de nuestros
sentidos y de nuestros aparatos científicos. Siguiendo. nuestros medios de
investigación, su actividad nos aparece como física, química, fisiológica o
psicológica. A causa de su propia riqueza, exige ser analizado por técnicas
variadas. Al expresarse a nosotros por intermedió de estas técnicas adquiere
naturalmente la apariencia de la multiplicidad.
La ciencia
del hombre se sirve de todas las otras ciencias. Es una de las razones de su
dificultad. Para estudiar, por ejemplo, la influencia de un factor psicológico
sobre un individuo sensible, hace falta, emplear los procedimientos de la
medicina, de la fisiología, de la física y de la química. Supongamos, por
ejemplo, que una mala noticia se le anuncie a alguien. Este suceso psicológico
puede traducirse a la vez por un sufrimiento moral, por trastornos nerviosos,
por desórdenes de la circulación sanguínea, por modificaciones físico-químicas
de la sangre, etc. En el hombre, la más sencilla de las experiencias exige el
uso de métodos y de conceptos de muchas ciencias a la vez. Si se desea examinar
el efecto de cierto alimento animal o vegetal sobre un grupo de individuos, es
preciso conocer primero la composición química de este alimento. Y en seguida,
el estado fisiológico y psicológico de los individuos sobre los cuales deben
conducirse estos estudios, y sus caracteres ancestrales. En fin, en el curso de
la experiencia se registran las modificaciones de peso, de la talla, de la
forma del esqueleto, de la fuerza muscular, de la susceptibilidad a las
enfermedades, de los caracteres físicos, químicos y anatómicos de la sangre, de
equilibrio nervioso, de la inteligencia, del valor, de la fecundidad, de la longevidad,
etc.
Es evidente
que ningún sabio es capaz, por sí solo, de alcanzar la maestría en las técnicas
necesarias para el estudio de un solo problema humano. Asimismo, el progreso
del conocimiento de nosotros mismos exige especialistas variados. Cada,
especialista se, absorbe en el estudio de una parte del cuerpo o de la
conciencia, o de sus relaciones con el medio. Es anatomista, fisiólogo,
químico, psicólogo, médico, higienista, educador, sacerdote, sociólogo,
economista. Y cada especialidad se divide en trozos más y más pequeños. Existen
especialistas para la fisiología de las glándulas, para las vitaminas, para las
enfermedades del recto, para la educación de los niños pequeños, para la de los
adultos, para la higiene de las fábrica, para la de las prisiones, para la
psicología de todas las categorías de individuos, para la economía doméstica,
para la economía rural, etc. etc. Y gracias a, la división del trabajo, se han
desarrollado las ciencias particulares, la especialización de los sabios es indispensable.
Le resulta imposible a un especialista, engolfado activamente en la prosecución
de su propia tarea, conocer el conjunto del ser humano. Esta situación se ha
hecho necesaria por la enorme extensión de cada ciencia. Pero ofrece ciertos
peligros. Por ejemplo, Calmette, que se había, especializado en la
bacteriología, quiso impedir la propagación de la tuberculosis entre la
población de Francia. Naturalmente, prescribió el empleo de la vacuna que había
inventado. Si, en lugar de ser un especialista, hubiese tenido conocimientos
más generales de higiene y de medicina, habría aconsejado medidas que
interesaran, a la vez, a la habitación, la alimentación, el modo de trabajo y
los hábitos de vida de las gente. Un hecho análogo se produjo en Estados Unidos
en la organización de las escuelas primarias. John Dewey, que es un filósofo,
emprendió la tarea de mejorar la educación de los niños. Pero sus métodos se
dirigieron únicamente al esquema, niño que su deformación profesional le
representaba. ¿Cómo una educación tal podría convenir al niño concreto?
La
especialización extrema de los médicos es más peligrosa aún. El ser humano
enfermo, ha sido dividido en pequeñas regiones. Cada región tiene su
especialista. Cuando aquél se dedica, desde el principio de su carrera, a una
parte minúscula del cuerpo, permanece hasta tal punto ignorante del resto, que
no es capaz de conocer bien esta parte. Fenómenos análogos se producen en los
educadores, los sacerdotes, los economistas y los sociólogos que se niegan a
iniciarse en un conocimiento general del hombre, antes de limitarse a su campo
particular. La eminencia misma de un especialista lo vuelve más peligroso. A
menudo los sabios que se han distinguido de modo extraordinario por grandes
descubrimientos, o por invenciones útiles, llegan a creer que sus conocimientos
acerca de un objeto, se extienden a todos los otros. Edison, por ejemplo, no
dudaba en dar parte al público de sus puntos de vista sobre filosofía y
religión. Y el público acogía su palabra con respeto, figurándose que tenía,
sobre estos nuevos asuntos, la misma autoridad que sobre los antiguos. Y así es
como, grandes hombres, al ponerse a enseñar cosas que ignoran, retardan en
alguno de sus dominios el progreso humano, al cual han contribuido en otro. La
prensa cotidiana nos obsequia a menudo con lucubraciones sociológicas,
económicas y científicas, de industriales, banqueros, abogados, profesores,
médicos, etc. cuyo espíritu demasiado especializado es incapaz de coger, en
toda su amplitud, los grandes problemas de la hora presente. Ciertamente, los
especialistas son necesarios. La ciencia no puede progresar sin ellos, pero la
aplicación al hombre del resultado de sus esfuerzos, exige la síntesis previa
de los conocimientos dispersos del análisis.
Tal síntesis
no puede lograrse por la simple reunión de un grupo de especialistas en torno
de una mesa. Reclama el esfuerzo, no de un grupo sino de un hombre. Jamás una
obra de arte ha sido hecha por un comité de artistas, ni un gran descubrimiento
por un comité de sabios. Las síntesis de que tenemos necesidad para el progreso
del conocimiento de nosotros mismos deben elaborarse en un cerebro único. Hoy
día, los conocimientos acumulados por los especialistas permanecen
inutilizables. Porque nadie coordina las nociones adquiridas, ni se enfrenta
con el ser humano en su conjunto total. Poseemos muchos trabajadores
científicos pero pocos sabios verdaderos. Esta situación singular no proviene
de la ausencia de individuos capaces de un gran esfuerzo intelectual.
Ciertamente, las vastas síntesis exigen mucho poder mental y una resistencia
física a toda prueba. Los espíritus amplios y fuertes son más raros que los
precisos y estrechos. Es fácil llegar a ser un gran químico, un buen físico, un
buen biólogo, o un buen psicólogo. Pero, exclusivamente, los hombres
excepcionales son capaces de adquirir un conocimiento que se pueda utilizar en
numerosas ciencias a la vez. Sin embargo, existen tales hombres. Entre los que
nuestras instituciones científicas y universitarias han forzado a
especializarse con excesiva estrechez, algunos serían capaces de asir un objeto
importante en su conjunto al mismo tiempo que en sus partes. Hasta el presente,
se ha favorecido siempre a los trabajadores científicos que se aíslan en
estrecho campo, entregándose al estudio prolongado de un detalle, a veces
insignificante. A un trabajo original sin importancia se lo considera de un
valor superior al del conocimiento profundo de toda una ciencia. Los
presidentes de universidades y sus consejeros, no comprenden que los espíritus
sintéticos son tan indispensables como los espíritus analíticos. Si la
superioridad de este tipo intelectual fuere reconocida y se favoreciese su
desarrollo, los especialistas dejarían de ser peligrosos. Porque la
significación de las partes en la construcción del conjunto podría ser evaluada
justamente.
En los
comienzos de su historia, más que en su apogeo, tiene una ciencia necesidad de
espíritus superiores. Por ejemplo, hace falta más imaginación, juicio e
inteligencia para convertirse en un gran médico que para llegar a ser un gran
químico. En estos momentos, el conocimiento del hombre no puede progresar si no
es atrayendo hacia su estudio una poderosa “élite” intelectual. Debemos exigir
altas capacidades mentales a los jóvenes que desean consagrarse a la biología.
Parece que el exceso de la especialización, el aumento del número de
trabajadores científicos, y su disgregación en sociedades limitadas al estudio
de un sujeto pequeño, han conducido a un retroceso de la inteligencia. Es verdad
que la calidad de un grupo humano disminuye cuando su volumen aumenta más allá
de ciertos límites. La Corte Suprema de los Estados Unidos so compone de nueve
hombres verdaderamente eminentes por su habilidad profesional y por su
carácter. Pero si se compusiera de novecientos juristas en lugar de nueve, el
público perdería, en seguida y con razón, el respeto que siente por ella.
El mejor
medio de aumentar la inteligencia de los sabios sería disminuir su número.
Bastaría con un grupo muy pequeño de hombres de esta especie para desarrollar
los conocimientos de los cuales tenemos necesidad, si estos hombres estuviesen
dotados de imaginación, y dispusieran de potentes medios de trabajo. Cada año
derrochamos grandes sumas de dinero en investigaciones científicas porque
aquellos a quienes estas investigaciones les son confiadas no poseen en grado
bastante alto las cualidades indispensables a los conquistadores de nuevos
mundos. Y también, porque los raros hombres que poseen estas cualidades se
encuentran situados en condiciones de vida en que la creación intelectual es
imposible. Ni los laboratorios, ni los aparatos científicos, ni la excelencia
de la organización del trabajo, procuran, ellos solos, al sabio el medio que le
es necesario. La vida moderna se contrapone a la vida del espíritu. Los hombres
de ciencia se encuentran sumidos en una muchedumbre cuyos apetitos son
puramente materiales y cuyas costumbres son enteramente diferentes a las suyas.
Desgastan sus fuerzas inútilmente y pierden gran parte de su tiempo en la
persecución de las condiciones indispensables para el trabajo del pensamiento.
Ninguno de ellos es bastante rico para procurarse el aislamiento y el silencio
que cada cual podía obtener antes y de manera gratuita, aún en las grandes
ciudades. No se ha ensayado hasta el presente crear, en medio de la agitación
de la ciudad moderna, islotes de soledad donde sea posible la meditación. Sin
embargo la innovación se impone. Las altas construcciones sintéticas están
fuera del alcance de aquellos cuyo espíritu se dispersa cada día en la
confusión de los modos de vida actuales. El desarrollo de la ciencia del
hombre, más aun que el de otras ciencias, depende de un inmenso esfuerzo
intelectual. Reclama una revisión, no sólo de nuestra concepción del sabio, sino
también de las condiciones en las cuales se efectúa la investigación
científica.
V
La
observación y la experiencia en la ciencia del hombre.– La dificultad de las
experiencias comparativas.– La lentitud de los resultados.– Utilización de los
animales.– Las experiencias hechas sobre animales de inteligencia superior.– La
organización de las experiencias de larga duración.
Los seres
humanos se prestan mal a la observación y a la experiencia. No se encuentra
fácilmente entre ellos testimonios idénticos a la materia a tratar y a quienes
puedan referirse los resultados finales. Supongamos, por ejemplo, que se
pretende comparar dos métodos de educación. Se elegirán, para este estudio,
grupos de niños tan semejantes como sea posible. Si estos niños, aunque de la
misma edad y de la misma talla, pertenecen a medios sociales diferentes, si no
se alimentan de la misma manera, si no viven en la misma atmósfera psicológica,
los resultados no serán comparables. De igual modo, el estudio de los efectos
de dos formas de vida sobre los niños de una misma familia tiene escaso valor,
porque no siendo puras las razas humanas, los productos de los mismos padres
difieren a menudo los unos de los otros de una manera profunda. Por el
contrario, los resultados serán convincentes si los niños, cuyo comportamiento
se compara, bajo la influencia de condiciones diferentes, son gemelos que
provienen del mismo huevo. Se está, pues, en general, obligado a contentarse
con resultados vagos o relativos. Esta es una de las razones por lo cual la
ciencia del hombre ha progresado tan lentamente.
En las
investigaciones que se refieren a la física o a la química, y también a la
fisiología, se procura siempre aislar sistemas relativamente sencillos cuyas
condiciones se conocen con exactitud. Pero, cuando se procura estudiar al
hombre en su conjunto, y en las relaciones con su medio, esto es imposible.
También debe el observador estar provisto de gran sagacidad a fin de no
perderse en la complejidad de los fenómenos. Las dificultades resultan casi
infranqueables en los estudios retrospectivos. Estas investigaciones exigen un
espíritu muy alerta. Por cierto, hace falta recurrir rara vez a la ciencia de
la conjetura que es la historia. Pero han habido, en el pasado, ciertos sucesos
q e revelan la existencia en el hombre de potencias extraordinarias. Sería
importante conocer su génesis. ¿Cuáles son, por ejemplo, los factores que
determinaron en la época de Pericles la aparición simultánea de tantos genios?
Un fenómeno análogo se produjo durante el Renacimiento. ¿A qué causas es
preciso atribuir el florecimiento inmenso, no sólo de la inteligencia, de la
imaginación científica y de la intuición estética, sino también del vigor
físico, de la audacia, y del espíritu de aventura, de los hombres de esa época?
¿Por qué nacieron dotados de tan poderosas actividades fisiológicas y mentales?
Se concibe cuán útil resultaría conocer los detalles del modo de vivir, de la
alimentación, de la educación, del medio intelectual, moral, estético y
religioso de las épocas que precedieron inmediatamente a la aparición de
pléyades de grandes hombres.
Otra de las
dificultades de las experiencias hechas sobre seres humanos proviene de que el
observador y el objeto observado viven al mismo ritmo. Los efectos de una clase
de alimentación determinada, de una disciplina intelectual o moral, de un
cambio político o social son tardíos. Sólo al cabo de treinta o cuarenta años
se puede apreciar el valor de un método educacional. La influencia de un factor
dado sobre las actividades fisiológicas y mentales de un grupo humano no se
hacen manifiestas sino después del paso de una generación. Los éxitos
atribuidos a su propia invención por los autores de sistemas de alimentación
nuevas, de cultura física, de higiene, de educación, de moral, de economía
social, se publican siempre con excesiva premura. Sólo hoy podrían analizarse
con fruto los resultados del sistema Montessori, o de los procedimientos
educacionales de John Dewey. Hay que esperar veinticinco años para conocer la
significación de los “intelligence-tests”, hechos estos últimos años en las
escuelas por los psicólogos. Solamente siguiendo a un gran número de individuos
a través de las vicisitudes de su vida y hasta. su muerte podría conocerse, y
aun de manera groseramente aproximada, el efecto ejercido sobre ellos por
ciertos factores.
La marcha de
la humanidad nos parece muy lenta puesto que nosotros, los observadores,
formamos parte del rebaño. Cada uno de nosotros no puede hacer por sí mismo
sino escasas observaciones. Nuestra vida es demasiado corta. Y existen
experiencias que deberían ser prolongadas a lo menos durante un siglo. Sería
necesario crear instituciones tales que las observaciones y experiencias no
fueran interrumpidas por la muerte del sabio que los comenzó. Y tales organizaciones
son desconocidas aun en el dominio científico. Sin embargo revisten ya para
otro género de disciplinas. En el monasterio de Solesmes, tres generaciones
sucesivas de monjes benedictinos, en el curso de más o menos cincuenta y cinco
años, se han ocupado en reconstituir el canto gregoriano. Un método análogo
podría ser aplicable al estudio de los problemas de la biología humana. Es
preciso suplir la duración excesivamente corta de la vida de cada observador,
por medio de instituciones, en cierta forma inmortales, que permitan la
continuidad, tan prolongada como fuese necesario, de una experiencia. A la
verdad, ciertas nociones de necesidad urgente pueden adquirirse con ayuda de
animales cuya vida es corta. Para este objeto se han empleado particularmente
ratas y cuyes. Colonias compuestas de muchos millares de estos animales han
servido para el estudio de los alimentes, de su influencia sobre la rapidez del
desarrollo, la talla, las enfermedades, la longevidad. Desgraciadamente, los
cuyes y las ratas no presentan sino analogías lejanas con el hombre. Es
peligroso, por ejemplo, aplicar a los niños las conclusiones de investigaciones
hechas sobre otros animales cuya constitución es demasiado diferente a la suya.
Por lo demás, no es posible estudiar de esta manera, las modificaciones
fisiológicas que acompañan los cambios anatómicos y funcionales sufridos por el
esqueleto, los tejidos y los humores bajo la influencia del alimento, del
género de vida, etc. Al contrario, los animales más inteligentes, tales como
los monos y los perros, nos permitirían analizar los factores de la formación
mental.
Los monos, a
despecho de su desarrollo cerebral, no resultan materia buena de experiencia.
En efecto, no se conoce el “pedigree” de los individuos de los cuales se sirve.
No se les puede educar fácilmente ni en número suficientemente grande. Son
difíciles de manejar. Al contrario, es fácil procurarse perros muy
inteligentes, cuyos caracteres ancestrales son exactamente conocidos. Estos
animales se reproducen con rapidez. Son adultos al cabo de un año. La duración
total de su vida no se prolonga, en general, más allá de quince años. Pueden
hacerse en ellos observaciones psicológicas muy detalladas, sobre todo en los
perros pastores, que son sensibles, inteligentes, alertas y atentos. Gracias a
animales de este tipo, de pura raza y en suficiente número, sería posible
dilucidar el problema tan complejo de la influencia del medio sobre el
individuo. Por ejemplo, debemos buscar la manera de obtener el desarrollo
óptimo de individuos que pertenezcan a una raza dada, averiguar cuál es su
talla normal, qué aspecto es preciso imprimirles. Tenemos que descubrir cómo el
modo de vida y la alimentación moderna operan sobre la resistencia nerviosa de
los niños, sobre su inteligencia, su actividad, su audacia. Una vasta
experiencia conducida durante veinte años con muchos centenares de perros
pastores nos informaría sobre estas materias tan importantes. Esta experiencia
nos indicaría, con más rapidez que la observación sobre seres humanos, en qué
dirección es preciso modificar la alimentación y el género de vida.
Reemplazaría de manera ventajosa las experiencias fragmentarias y de demasiado
corta duración con que se contentan hoy día los especialistas de la nutrición.
Seguramente no podría substituirse del todo a las observaciones hechas sobre
los hombres. Para el desarrollo de un conocimiento definitivo, haría falta
establecer sobre grupos humanos experiencias capaces de prolongarse durante
muchas generaciones de sabios.
VI
Reconstitución
del ser humano.– Cada fragmento debe ser considerado en sus relaciones con el
todo.– Los caracteres de una síntesis utilizable.
Para
adquirir un conocimiento mejor de nosotros mismos no basta con elegir en la
masa de los conocimientos que ya poseemos aquellos que son positivos, y hacer
con su ayuda un inventario completo de las actividades humanas. No basta
tampoco con precisar de antemano por medio de nuevas observaciones y
experiencias y edificar así una verdadera ciencia del hombre. Hace falta, sobre
todo, gracias a estos documentos, construir una síntesis que pueda utilizarse.
En efecto,
el fin de este conocimiento no es satisfacer nuestra curiosidad sino
reconstruirnos a nosotros mismos y modificar nuestro medio en un sentido que
nos sea favorable. Este fin es, en cierto modo, práctico. No nos serviría,
pues, para nada, acumular una cantidad de conocimientos nuevos, si estos
conocimientos habrían de permanecer dispersos en el cerebro y en los libros de
los especialistas. La posesión de un diccionario, no da a su propietario la
cultura literaria o filosófica. Es preciso que nuestras ideas se reúnan en un
todo viviente en la inteligencia y la memoria de algunos individuos. Así, los
esfuerzos que la humanidad ha hecho y hará todavía para conocerse mejor,
resultarán fecundos. La ciencia de nosotros mismos vendrá a ser la ciencia del
porvenir. Por e! momento, debemos contentarnos con una iniciación a la vez
analítica y sintética en los caracteres del ser humano que la crítica
científica nos da a conocer como reales. En las páginas siguientes, el hombre
se nos presentará, tan ingenuamente como se presenta al observador y a sus
técnicas. Le veremos en forma de fragmentos recortados por estas técnicas. Como
sea posible, estos fragmentos volverán a ser colocados en el conjunto. Por
supuesto, un conocimiento tal es muy insuficiente, pero es seguro. No contiene
elementos metafísicos. Es igualmente empírico, porque la elección y el orden de
las observaciones, no son guiadas por principio alguno. No tratamos de probar o
negar ninguna teoría. Los diferentes aspectos del hombre están considerados tan
ingenuamente como, en el curso de ascensión de una montaña, se miran las rocas,
los torrentes, las praderas o los pinos, y aun desde el fondo del valle mismo,
la claridad de las cimas. Al azar del camino en ambos casos, se hacen las
observaciones. Sin embargo, estas observaciones son científicas. Constituyen un
cuerpo más o menos sistematizado de conocimientos. Evidentemente no poseen la
precisión de las de los astrónomos o de las de los físicos. Pero son tan
exactas como lo permiten las técnicas empleadas y la naturaleza del objetivo al
cual se aplican estas técnicas. Se sabe, por ejemplo, que los hombres están
provistos de memoria y de sentido estético y también que el páncreas secreta
insulina; que ciertas enfermedades dependen de lesiones del cerebro, que
ciertos individuos manifiestas fenómenos de clarividencia. Se pueden medir la
memoria y la actividad de la insulina, pero no la emoción estética y el sentido
moral. Las relaciones de las enfermedades mentales y del cerebro, las
características de la clarividencia, no son susceptibles de un estudio exacto.
Sin embargo, todos estos conocimientos, aunque aproximados, son efectivos.
Se puede
reprochar a este conocimiento el ser trivial e incompleto. Es trivial, porque
el cuerpo y la conciencia, la duración, la adaptación, la individualidad, son
bien conocidos por los especialistas de la anatomía, de la fisiología, de la
psicología, de la metapsíquica, de la higiene, de la medicina, de la educación,
de la religión y de la sociología. Es incompleto, porque en el número inmenso
de los hechos estamos obligados a elegir, y esta elección es necesariamente
arbitraria. Se limita a lo que nos parece más importante. Descuida el resto,
porque la síntesis debe ser corta y susceptible de ser cogida con una sola
mirada. Parece, pues, que, para ser útil, nuestro conocimiento debe ser
incompleto. Por lo demás, es la seducción de los detalles, y no su número, lo
que da a un retrato su parecido. El carácter de un individuo puede ser
expresado con mucha más fuerza por un dibujo que por una fotografía. No
trataremos de nosotros mismos, sino groseros bocetos, como esas figuras
anatómicas trazadas con tiza en una pizarra. A pesar de la supresión intencional
de los detalles, tales diseños resultarán exactos. Estarán inspirados en
conocimientos positivos y no sólo en teorías y esperanzas. Ignorarán el
vitalismo y el mecanicismo, el realismo y el nominalismo, el alma y el cuerpo,
el espíritu y la materia. Pero contendrán, en cambio, todo lo que es observable
y los hechos inexplicables que las concepciones clásicas dejan en la oscuridad.
En efecto, no descuidaremos los fenómenos que rehúsan entrar en los límites de
nuestro pensamiento habitual, pues nos conducirán tal vez a regiones hasta el
momento ignoradas por nosotros. Comprenderemos en nuestro inventario todas las
actividades manifestadas y manifestables por el individuo humano.
Nos
iniciaremos así en el conocimiento de nosotros mismos que es únicamente
descriptivo y aun muy próximo a lo concreto. Este conocimiento no tiene sino
pretensiones modestas. Será por una parte empírico, aproximativo, trivial e
incompleto, pero por otra parte, positivo e inteligible para, cada uno de
nosotros.