jueves, 2 de octubre de 2014

El cuento LOS DIEZ TOROS, del maestro zen Kahuan, escrito en el siglo XII -d.n.e.-, refleja una profunda enseñanza sobre el arte de la doma de la mente y de las pasiones del Espíritu, y el alcance del sublime estado del satori o el despertar progresivo de la conciencia, el cual ha sido fuente de constante inspiración.


EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

©Giuseppe Isgró C.


-“Dentro de cada ser reposa algo maravilloso:
el deseo innato de perfección”-.
Mario Salas



El cuento LOS DIEZ TOROS, del maestro zen Kahuan, escrito en el siglo XII -d.n.e.-, refleja una profunda enseñanza sobre el arte de la doma de la mente  y de las pasiones del Espíritu, y el alcance del sublime estado del satori o el despertar progresivo de la conciencia, el cual ha sido fuente de constante inspiración.
En el comienzo, el ser, centrado en la búsqueda del “toro”, en los escenarios del mundo, infatigablemente va apartando los elevados obstáculos, los espejismos de las apariencias, alejándose por los desconocidos caminos de la vida.
Lógicamente, al desconocer el destino hacia el cual se dirige, en cualquier lugar al que llega, éste no representa nada para él o para ella; no encuentra al “toro”, y al llegar la noche, con ganas de descansar, lo que alcanza a oír es únicamente la sinfonía de los “grillos”, semejante al “canto de sirenas” a que se refiere Homero, durante la travesía del regreso de Ulises a Itaca, en el lugar en que ellas se encontraban, cuando el inmortal héroe, inteligentemente, solicitó que se le amarrase, taponándoles, al mismo tiempo, los oídos, para librarse de la influencia de su efecto.
Empero, cabe plantearse: -“Sea cual fuere el lugar en que se encuentre el “toro”, -realmente está perdido? -Es preciso salir a buscarlo por lugares lejanos o distantes de aquel en que, cada quien, se encuentra?    -Cuál es la razón de haber perdido el contacto con el “toro”? -Por qué, al salir en su búsqueda, no se encuentran las huellas?
-Qué hechos ha llevado a cabo el ser, en la respectiva polaridad negativa de los valores universales, -o faltas en la práctica de las virtudes-, que le inhiben la percepción clara de la realidad, viendo muchos caminos que representan espejismos, precisando detectar, sin embargo, el único que conduce a la unidad de la propia naturaleza con la fuente universal?
Pese a no haber interrumpido jamás la conexión divina con el Ser Universal, sólo la conciencia de la unidad permite que fluya la luz, la energía, la sabiduría, el poder y el amor.
-Cuál es el camino verdadero? Quién es el caminante? Dónde se encuentra la fuente o la suprema meta que en cada etapa se precisa alcanzar? Los diamantes que constituyen el preciado tesoro se encuentran en campos lejanos o en el propio, aquí y ahora, donde el ser se encuentra?
-Por qué hay que ir tan lejos, afanándose, innecesariamente, en vez de aquietarse y en la profundidad de la mina interior encontrar el tesoro: “el toro”, domarlo y utilizarlo en la realización de la gran tarea?  Qué es el toro? Quién es el toro? Dónde se encuentra? Cómo hallarlo? Cómo domarlo? Quién ha de domarlo? Cuándo? Por qué?
Caminando a lo largo del cauce del río de la vida, a la sombra de frondosos árboles, el ser, buscando con afán, va descubriendo huellas. Aún bajo las apariencias de los múltiples hechos de la vida diaria, comienza a verlas y empieza a seguir su rastro. Es preciso encontrar lo más sublime de la esencia de la vida, como cumbre de la auténtica montaña existencial.
Entonces, el ser realiza un gran descubrimiento: -en ese entorno de escasa maleza es imposible que puedan esconderse las huellas del toro  “más que la propia nariz cuando se mira al cielo”.
Al mirar al cielo, abstrayéndose de la nariz, se entra, automáticamente, en un estado de interiorización, -en el nivel alfa”, emancipando la conciencia de los sentidos físicos, lo cual permite  percibir con los sentidos del Espíritu, intuyendo las nuevas realidades que le otorgan la visión de líder: es decir, la percepción intuitiva y la inspiración espiritual.
Entonces, comprendiendo la realidad, comienza a ver las huellas del toro, percibiendo que todas las cosas se van tejiendo en el laboratorio del “yo”, dándose cuenta de que, como es adentro es afuera; que, para encontrar algo en el mundo exterior es preciso, antes, identificarlo dentro de la conciencia, en el yo interior. El ser se pregunta: -Cómo distinguir la realidad de las falsas apariencias y del espejismo existencial?
Empero, los destellos de la luz interior que van asomándose, comienzan a señalarle el camino y a guiarle en su recorrido.
El ser comienza a percibir el “toro”. Se percata, también, del canto del ruiseñor que antes le pasaba desapercibido y se da cuenta de que el sol es cálido, comenzando a disfrutarlo; la frescura de la suave brisa,  en su piel, le produce una sensación agradable, y el verdor de los sauces a lo largo de la orilla del río por donde, pausadamente, va pasando, recrea su vista y le permite experimentar la emoción de la armonía interior. Se percata, una vez más, de que, en estos despejados parajes es imposible que ningún toro pueda esconderse y de que es factible encontrar sus huellas y seguirlas con acrecentada confianza.
Comienza a imaginar, en su mente, el alcance de la meta y el encuentro con el “toro”, visualizándolo, cual lo haría un experimentado artista; al imaginarlo, lo sintoniza; al sintonizarlo, lo ubica y abre el camino para ir a su encuentro, lo cual acontece como si fuera una coincidencia casual.
Cuando se escucha el bramido del toro se puede descubrir el origen del cual proviene. Tan pronto como se adquiera la conciencia de la totalidad de los seis sentidos, -el sexto es la imaginación o visión del Espíritu- se entra por la puerta que permite ver con claridad la realidad total en ambas dimensiones: la física y la espiritual. Entonces, a donde quiera que vaya, el ser, sea cual fuere el estado en que se encuentre, consciente de que su fuerza es siempre la misma en la bonanza que en la ausencia de la abundancia, en el triunfo, al igual que en el intervalo en que se está gestando, centrando con mayor intensidad su atención, en todas partes descubre las huellas que busca y a lo lejos la “silueta del toro” que va volviéndose más nítida. Los maestros zen comparan el estado de unidad alcanzado con “la sal en el agua”, el color en la pintura, el sabor en los alimentos, el olor en los perfumes y la melodía en la música, conscientes de que ninguna cosa puede apartarse de su propio ser, sea cual fuere el lugar en que se encuentre.
El ser, en intensa acción, es capaz de agarrar al toro, percibiendo que su poder y voluntad son inagotables; asciende por encima de “las nieblas” a la elevada comprensión del Espíritu, manteniéndose firme, en lo más profundo de su ser.
Después del largo tiempo de vivir el “toro” en la espesa selva de la vida, finalmente, el ser lo ha aprehendido. El espejismo del paisaje le había demorado la percepción de lo que está más allá de las apariencias, viendo claramente, ahora, la auténtica quintaesencia de las cosas.
El “toro”, buscando “hierba más dulce” vagaba sin rumbo por los campos; era preciso domar su terca tozudez y someterla, dócilmente, al freno voluntario de la práctica del noble sendero óctuple, es decir: recta opinión, recto propósito, recta palabra, recta acción, rectos medios de sustentamiento de vida, recto esfuerzo, recta atención y recta concentración. Empero, para lograr tal cosa, el ser precisaba utilizar el látigo de su voluntad y la soga de su imaginación para abrir, con ésta, el cauce del nuevo camino por donde habrían de correr las corrientes vivificantes de la sabiduría, del amor, de la luz y del poder abundante, conducentes a la meta suprema.
Era preciso domar, entrenando al toro, transformándolo al estado de ductilidad, para que con naturalidad y sin esfuerzo, obedeciese al conductor.
Cuando en la mente surge un pensamiento, por la ley de asociación le sigue otro análogo; si el primero es lúcido, los siguientes son luminosos. Empero, por la ilusión derivada de la falta de objetividad, la realidad percibida suele ser falsa. El ser precisa estar atento para que sólo entren en la mente pensamientos verdaderos, “rectos”, acordes con los valores universales, que propicien la práctica de todas las virtudes y el cultivo de todas las ciencias, filosofías y artes, para alcanzar el supremo conocimiento de la vida.
A estas alturas, el ser se ha percatado de que el conductor del toro es él, -su propio Espíritu- y con delicia le monta, regresando tranquilo a su propia casa. Al anochecer entona la voz de su flauta, alcanza la armonía suprema de las esferas del universo y dirige el ritmo potencialmente infinito de su propio ser, en perfecta sintonía y por la ley de la atracción, todos quienes vibren al unísono con él se le unirán en la realización de la gran obra.
Ya el toro ha sido encontrado y domado; la lucha ha terminado. El ser, montado en el toro, observa las nubes arriba en el cielo. Sigue avanzando hacia la suprema meta, evitando que nada ni nadie le distraiga ni le detenga.
Papus, -Gerard Encausse-, comparaba al ser humano con un coche, un caballo y el cochero, donde el cuerpo es el coche, el caballo, el alma, y el cochero, el Espíritu. Por lo cual, el toro es el alma, instrumento sutil del Espíritu, que le une al cuerpo, y canal de las emociones, deseos y pasiones que precisan ser gobernadas. Quien monta al toro-alma, es el Espíritu-cochero, y a través del alma, -hilo de plata o peri-Espíritu-, el Espíritu domina el cuerpo.
En la búsqueda del toro, el ser se ha dado cuenta de que él es algo más que el cuerpo; al encontrar el toro y atarlo con la soga de la imaginación –visión del Espíritu-, percibe que en el otro extremo de la soga con que ató al toro, se encuentra él que no es el cuerpo, ni el toro, y de que el primero es su vehículo que sumisamente debe obedecerle como instrumento de su voluntad, y que el toro es el ligamen que le une al cuerpo, por medio del cual le dirige y controla, utilizando el látigo de su voluntad para conducirle dócilmente. Otro descubrimiento importante que realiza, es el de que, los tres, cuerpo, alma y Espíritu conforman una unidad y que, trascendiendo la visión de la dimensión física, con la del Espíritu, ve una realidad mayor que le otorga un conocimiento real de sí mismo y de los grandes misterios de la vida; desde la percepción del Espíritu se da cuenta, también, de su unidad con la fuente de la vida, de donde recibe el auténtico poder que sustenta su fortaleza recién descubierta y de que, intermitentemente vive en ambas dimensiones: la física y la espiritual.
Cabalgando el Espíritu sobre el alma que le sirve de vehículo, a la cual se encuentra atado el coche, ha llegado a casa, a la fuente, al centro vibratorio universal, de donde, realmente, nunca ha salido ni se ha separado, salvo que las apariencias de las espesas nubes le impedían percatarse de que se encontraba en casa. El ser, ahora se encuentra sereno y en perfecto descanso, ya no hay toro separado siendo un todo unido y coherente, formando la unidad consigo y con la fuente, donde el caminante, el camino y la fuente, conforman el Uno: la perfecta e indestructible unidad cósmica con el Ser Universal. Ha llegado el dorado amanecer, disfrutando la dicha del reposo, por cuanto, allí, en la fuente, todo es vida, exhuberancia y armonía, belleza y vitalidad, amor y felicidad, meta y realización, regocijo e impasibilidad y trabajo asiduo en la realización de la Gran Obra, en renovadas jornadas que conducen siempre a un más allá en esferas de conciencia evolutiva.
En la interiorización del ser, ya no se precisa ni el látigo de la propia voluntad ni la soga de la imaginación; la unión es indestructible, eterna y creativa, todo fluye con desapego, en armonía con el infinito y bajo la égida de la voluntad divina, de la cual cada quien se convierte en un instrumento. Aquí el ser pone su voluntad al servicio de la del Ser Universal; ya no utiliza la visión de la propia imaginación, sino la percepción global de los atributos divinos, o guía de los valores universales, que como sentidos cósmicos habrán de orientarle en la práctica de todas las virtudes, en su eterna carrera.
Una es la ley cósmica que, eternamente y en forma inmutable, rige todo. El toro representa un aspecto temporal del ser mientras alcanza a percibir la unidad consigo y con la fuente, descentrándose del  propio ego. El camino se perfila luminoso en el eterno presente y el caminante, en cualquier recodo del mismo, ya se encuentra en el centro del universo.
La trascendencia del alma y del Espíritu, del “Toro” y del “Yo”, donde el látigo-voluntad, la soga-imaginación, el cochero-Espíritu, y el toro-alma, se mezclan en la “Nada”, trascendiendo la dimensión física de la existencia, por medio de la humildad y de la centralización de la propia atención en la fuente, donde, al igual que Ulises, cuando a la pregunta de Polifemo de quien era, cuál era su nombre, aquel le responde: -”Nadie”; -“mi nombre es Nadie”; y cuando los compañeros de Polifemo, al acudir en su ayuda, al oírles gritar, preguntándole quién le molestaba y le hacía daño, le responde: -“Nadie” me molesta; “Nadie” me hace daño; y si nadie le molestaba y nadie le hacía daño, los compañeros entendieron que no había nada de que preocuparse y se fueron; allí reside el supremo poder de alcanzar la TRASCENDENCIA, descentrándose del ego y alcanzando la unidad total con la fuente universal. Si Ulises, en cambio, le hubiese dicho: -“Yo soy Ulises, el fértil en recursos”, se habría convertido en un elemento ausente de fortaleza cuando los compañeros de Polifemo acudieron en su ayuda; se alcanza la verdadera potencia del ser mediante la “TRASCENDENCIA” del ser en perfecta unión con la fuente.
El ser descubre la inmensa claridad del cielo que ninguna nube puede opacar, por encontrarse más allá del nivel donde éstas suelen circular, es decir, ha trascendido el nivel de nubosidad existencial, alcanzado la esfera mental donde siempre brilla la eterna luz.
Aquí, el ser ha encontrado el sendero de quienes le han precedido en el camino y de quienes ha seguido, sin darse cuenta, su luz, indicando la fuente en que se encuentra el Ser Universal y la sabiduría de sus atributos divinos, de cuya conexión permanente ha adquirido conciencia.
Se percata de que se han dado demasiados pasos y recorrido inmensos caminos, para regresar a la fuente, de la que, jamás, debió de haber salido ni alejado, y de la cual, paradójicamente, no se ha movido, por cuanto, todo es la fuente, y váyase a donde se fuere, siempre se permanecerá en ella, aunque se deje de tener conciencia del hecho.
-De que sirve “alejarse”, ilusoriamente, si luego es preciso desandar el camino? Los diamantes no están en los lejanos campos ajenos; se encuentran en el propio patio. Percibe que el camino de los demás seres no es su propio camino; su camino es él mismo; empero, también es el caminante; y, aún más, forma una unidad permanente e indestructible con la fuente; sorpresa, el ser, también es la fuente.
Se da cuenta de que es preciso vivir en el refugio del “yo”, en conexión divina, ajenos a lo que se encuentra afuera, que no es más que el espejismo.  Aquí, en la fuente interior, el río de la luz, de la sabiduría, del poder y del amor, fluye serena y apaciblemente, y todo el camino está rodeado de flores hermosas, de vivaces coloridos que le dan armonía e invitan al éxtasis, conducente al satori, a la iluminación, que permite el darse cuenta del sentido de la vida, de la unidad cósmica perfecta e indisoluble con el Ser Universal, y la percepción,  cara a cara, de la Rueda de la vida, -el Círculo y el Signo Más-.
La verdad es diáfana, clara y simple, y se expresa en la quietud de la conciencia intuitiva, por medio de los sentimientos, en concordancia con los valores universales. Todo se va transformando bajo su prístina luz; empero, a través del desapego, las creaciones expansivas del universo van fluyendo tal como deben hacerlo, en armonía con todos y con el Todo, de acuerdo con los planes trazados por el Supremo Artífice. Aquí la apariencia de la destrucción es el preámbulo de las nuevas construcciones, por cuanto todo existe desde siempre, nada se crea ni se destruye, sino que todo va pasando, en la espiral evolutiva, de un estado a otro, de lo sólido a lo fluido, de lo líquido a lo vaporoso, de la energía a la condensación de la materia y de ésta a aquella; de la vía húmeda a la seca y de la seca a la húmeda, sin límites algunos en las variantes, en el espacio y en el tiempo, en las esferas universales del eterno presente.
Ahora, frente al ser, todo el paisaje adquiere nueva vida y éste descubre, con agradable asombro, que la mayor suma de poder se canaliza cuando no se ejerce poder alguno sobre nadie, excepto sobre sí mismo, para domar al “toro”: su alma y las pasiones de su Espíritu; las apariencias de sus propias formas han sido trascendidas y se encuentra feliz, sosegado, humilde y profundamente agradecido con el Gran Todo.
-De que le serviría, a cada quien,  alardear si aún le queda la eternidad por recorrer y a los que les siguen, atrás, es su deber ayudarles, guiándoles en el camino, para que también trasciendan a la fuente interior donde el caminante y el camino son lo mismo y todos representan al Gran Dador.
Teniendo el ser, todo dentro de sí, sin saberlo, se precisa ayudarle a descubrirlo; entonces, en vez de ufanarse y engreírse, creyéndose más, es preciso percibir que en todos los seres, independientemente del nivel evolutivo en que se encuentren,  existen  análogos y complementarios tesoros que compartir, cuyo secreto supremo consiste en dar y en recibir.
Ver en los demás lo mismo que hay en cada ser: la esencia divina del Ser Universal, implica observar más allá de las apariencias, cuidando cada eslabón de la gran cadena de la fraternidad, donde la seguridad de todos depende de la solidez del eslabón menos fuerte, el cual es preciso fortalecer, en bien de todos.
Entonces, en plena armonía, cada quien se mezcla con sus iguales, por la ley de afinidad, disfrutando la cooperación, dando y recibiendo, ayudando todos al Supremo Artífice, en la expansión de la Creación, en el eterno ahora.
El Espíritu, despojado de superfluas vestimentas, se deja ver claramente, tal como es, fluyendo su luz, iluminando su camino y entre todos los seres, el universo.
El ser irradia la potente luz de su Espíritu; quien le observa la comparte, ya que la conexión con la fuente le permite irradiarla en forma inagotable, canalizando, al mismo tiempo, la paz, el amor, la fuerza y la armonía, la belleza y el equilibrio.
Dando y recibiendo, cada quien comparte sus propios tesoros y la inagotable felicidad en el camino de la vida.
Adelante.





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EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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jueves, 2 de octubre de 2014

El cuento LOS DIEZ TOROS, del maestro zen Kahuan, escrito en el siglo XII -d.n.e.-, refleja una profunda enseñanza sobre el arte de la doma de la mente y de las pasiones del Espíritu, y el alcance del sublime estado del satori o el despertar progresivo de la conciencia, el cual ha sido fuente de constante inspiración.


EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

©Giuseppe Isgró C.


-“Dentro de cada ser reposa algo maravilloso:
el deseo innato de perfección”-.
Mario Salas



El cuento LOS DIEZ TOROS, del maestro zen Kahuan, escrito en el siglo XII -d.n.e.-, refleja una profunda enseñanza sobre el arte de la doma de la mente  y de las pasiones del Espíritu, y el alcance del sublime estado del satori o el despertar progresivo de la conciencia, el cual ha sido fuente de constante inspiración.
En el comienzo, el ser, centrado en la búsqueda del “toro”, en los escenarios del mundo, infatigablemente va apartando los elevados obstáculos, los espejismos de las apariencias, alejándose por los desconocidos caminos de la vida.
Lógicamente, al desconocer el destino hacia el cual se dirige, en cualquier lugar al que llega, éste no representa nada para él o para ella; no encuentra al “toro”, y al llegar la noche, con ganas de descansar, lo que alcanza a oír es únicamente la sinfonía de los “grillos”, semejante al “canto de sirenas” a que se refiere Homero, durante la travesía del regreso de Ulises a Itaca, en el lugar en que ellas se encontraban, cuando el inmortal héroe, inteligentemente, solicitó que se le amarrase, taponándoles, al mismo tiempo, los oídos, para librarse de la influencia de su efecto.
Empero, cabe plantearse: -“Sea cual fuere el lugar en que se encuentre el “toro”, -realmente está perdido? -Es preciso salir a buscarlo por lugares lejanos o distantes de aquel en que, cada quien, se encuentra?    -Cuál es la razón de haber perdido el contacto con el “toro”? -Por qué, al salir en su búsqueda, no se encuentran las huellas?
-Qué hechos ha llevado a cabo el ser, en la respectiva polaridad negativa de los valores universales, -o faltas en la práctica de las virtudes-, que le inhiben la percepción clara de la realidad, viendo muchos caminos que representan espejismos, precisando detectar, sin embargo, el único que conduce a la unidad de la propia naturaleza con la fuente universal?
Pese a no haber interrumpido jamás la conexión divina con el Ser Universal, sólo la conciencia de la unidad permite que fluya la luz, la energía, la sabiduría, el poder y el amor.
-Cuál es el camino verdadero? Quién es el caminante? Dónde se encuentra la fuente o la suprema meta que en cada etapa se precisa alcanzar? Los diamantes que constituyen el preciado tesoro se encuentran en campos lejanos o en el propio, aquí y ahora, donde el ser se encuentra?
-Por qué hay que ir tan lejos, afanándose, innecesariamente, en vez de aquietarse y en la profundidad de la mina interior encontrar el tesoro: “el toro”, domarlo y utilizarlo en la realización de la gran tarea?  Qué es el toro? Quién es el toro? Dónde se encuentra? Cómo hallarlo? Cómo domarlo? Quién ha de domarlo? Cuándo? Por qué?
Caminando a lo largo del cauce del río de la vida, a la sombra de frondosos árboles, el ser, buscando con afán, va descubriendo huellas. Aún bajo las apariencias de los múltiples hechos de la vida diaria, comienza a verlas y empieza a seguir su rastro. Es preciso encontrar lo más sublime de la esencia de la vida, como cumbre de la auténtica montaña existencial.
Entonces, el ser realiza un gran descubrimiento: -en ese entorno de escasa maleza es imposible que puedan esconderse las huellas del toro  “más que la propia nariz cuando se mira al cielo”.
Al mirar al cielo, abstrayéndose de la nariz, se entra, automáticamente, en un estado de interiorización, -en el nivel alfa”, emancipando la conciencia de los sentidos físicos, lo cual permite  percibir con los sentidos del Espíritu, intuyendo las nuevas realidades que le otorgan la visión de líder: es decir, la percepción intuitiva y la inspiración espiritual.
Entonces, comprendiendo la realidad, comienza a ver las huellas del toro, percibiendo que todas las cosas se van tejiendo en el laboratorio del “yo”, dándose cuenta de que, como es adentro es afuera; que, para encontrar algo en el mundo exterior es preciso, antes, identificarlo dentro de la conciencia, en el yo interior. El ser se pregunta: -Cómo distinguir la realidad de las falsas apariencias y del espejismo existencial?
Empero, los destellos de la luz interior que van asomándose, comienzan a señalarle el camino y a guiarle en su recorrido.
El ser comienza a percibir el “toro”. Se percata, también, del canto del ruiseñor que antes le pasaba desapercibido y se da cuenta de que el sol es cálido, comenzando a disfrutarlo; la frescura de la suave brisa,  en su piel, le produce una sensación agradable, y el verdor de los sauces a lo largo de la orilla del río por donde, pausadamente, va pasando, recrea su vista y le permite experimentar la emoción de la armonía interior. Se percata, una vez más, de que, en estos despejados parajes es imposible que ningún toro pueda esconderse y de que es factible encontrar sus huellas y seguirlas con acrecentada confianza.
Comienza a imaginar, en su mente, el alcance de la meta y el encuentro con el “toro”, visualizándolo, cual lo haría un experimentado artista; al imaginarlo, lo sintoniza; al sintonizarlo, lo ubica y abre el camino para ir a su encuentro, lo cual acontece como si fuera una coincidencia casual.
Cuando se escucha el bramido del toro se puede descubrir el origen del cual proviene. Tan pronto como se adquiera la conciencia de la totalidad de los seis sentidos, -el sexto es la imaginación o visión del Espíritu- se entra por la puerta que permite ver con claridad la realidad total en ambas dimensiones: la física y la espiritual. Entonces, a donde quiera que vaya, el ser, sea cual fuere el estado en que se encuentre, consciente de que su fuerza es siempre la misma en la bonanza que en la ausencia de la abundancia, en el triunfo, al igual que en el intervalo en que se está gestando, centrando con mayor intensidad su atención, en todas partes descubre las huellas que busca y a lo lejos la “silueta del toro” que va volviéndose más nítida. Los maestros zen comparan el estado de unidad alcanzado con “la sal en el agua”, el color en la pintura, el sabor en los alimentos, el olor en los perfumes y la melodía en la música, conscientes de que ninguna cosa puede apartarse de su propio ser, sea cual fuere el lugar en que se encuentre.
El ser, en intensa acción, es capaz de agarrar al toro, percibiendo que su poder y voluntad son inagotables; asciende por encima de “las nieblas” a la elevada comprensión del Espíritu, manteniéndose firme, en lo más profundo de su ser.
Después del largo tiempo de vivir el “toro” en la espesa selva de la vida, finalmente, el ser lo ha aprehendido. El espejismo del paisaje le había demorado la percepción de lo que está más allá de las apariencias, viendo claramente, ahora, la auténtica quintaesencia de las cosas.
El “toro”, buscando “hierba más dulce” vagaba sin rumbo por los campos; era preciso domar su terca tozudez y someterla, dócilmente, al freno voluntario de la práctica del noble sendero óctuple, es decir: recta opinión, recto propósito, recta palabra, recta acción, rectos medios de sustentamiento de vida, recto esfuerzo, recta atención y recta concentración. Empero, para lograr tal cosa, el ser precisaba utilizar el látigo de su voluntad y la soga de su imaginación para abrir, con ésta, el cauce del nuevo camino por donde habrían de correr las corrientes vivificantes de la sabiduría, del amor, de la luz y del poder abundante, conducentes a la meta suprema.
Era preciso domar, entrenando al toro, transformándolo al estado de ductilidad, para que con naturalidad y sin esfuerzo, obedeciese al conductor.
Cuando en la mente surge un pensamiento, por la ley de asociación le sigue otro análogo; si el primero es lúcido, los siguientes son luminosos. Empero, por la ilusión derivada de la falta de objetividad, la realidad percibida suele ser falsa. El ser precisa estar atento para que sólo entren en la mente pensamientos verdaderos, “rectos”, acordes con los valores universales, que propicien la práctica de todas las virtudes y el cultivo de todas las ciencias, filosofías y artes, para alcanzar el supremo conocimiento de la vida.
A estas alturas, el ser se ha percatado de que el conductor del toro es él, -su propio Espíritu- y con delicia le monta, regresando tranquilo a su propia casa. Al anochecer entona la voz de su flauta, alcanza la armonía suprema de las esferas del universo y dirige el ritmo potencialmente infinito de su propio ser, en perfecta sintonía y por la ley de la atracción, todos quienes vibren al unísono con él se le unirán en la realización de la gran obra.
Ya el toro ha sido encontrado y domado; la lucha ha terminado. El ser, montado en el toro, observa las nubes arriba en el cielo. Sigue avanzando hacia la suprema meta, evitando que nada ni nadie le distraiga ni le detenga.
Papus, -Gerard Encausse-, comparaba al ser humano con un coche, un caballo y el cochero, donde el cuerpo es el coche, el caballo, el alma, y el cochero, el Espíritu. Por lo cual, el toro es el alma, instrumento sutil del Espíritu, que le une al cuerpo, y canal de las emociones, deseos y pasiones que precisan ser gobernadas. Quien monta al toro-alma, es el Espíritu-cochero, y a través del alma, -hilo de plata o peri-Espíritu-, el Espíritu domina el cuerpo.
En la búsqueda del toro, el ser se ha dado cuenta de que él es algo más que el cuerpo; al encontrar el toro y atarlo con la soga de la imaginación –visión del Espíritu-, percibe que en el otro extremo de la soga con que ató al toro, se encuentra él que no es el cuerpo, ni el toro, y de que el primero es su vehículo que sumisamente debe obedecerle como instrumento de su voluntad, y que el toro es el ligamen que le une al cuerpo, por medio del cual le dirige y controla, utilizando el látigo de su voluntad para conducirle dócilmente. Otro descubrimiento importante que realiza, es el de que, los tres, cuerpo, alma y Espíritu conforman una unidad y que, trascendiendo la visión de la dimensión física, con la del Espíritu, ve una realidad mayor que le otorga un conocimiento real de sí mismo y de los grandes misterios de la vida; desde la percepción del Espíritu se da cuenta, también, de su unidad con la fuente de la vida, de donde recibe el auténtico poder que sustenta su fortaleza recién descubierta y de que, intermitentemente vive en ambas dimensiones: la física y la espiritual.
Cabalgando el Espíritu sobre el alma que le sirve de vehículo, a la cual se encuentra atado el coche, ha llegado a casa, a la fuente, al centro vibratorio universal, de donde, realmente, nunca ha salido ni se ha separado, salvo que las apariencias de las espesas nubes le impedían percatarse de que se encontraba en casa. El ser, ahora se encuentra sereno y en perfecto descanso, ya no hay toro separado siendo un todo unido y coherente, formando la unidad consigo y con la fuente, donde el caminante, el camino y la fuente, conforman el Uno: la perfecta e indestructible unidad cósmica con el Ser Universal. Ha llegado el dorado amanecer, disfrutando la dicha del reposo, por cuanto, allí, en la fuente, todo es vida, exhuberancia y armonía, belleza y vitalidad, amor y felicidad, meta y realización, regocijo e impasibilidad y trabajo asiduo en la realización de la Gran Obra, en renovadas jornadas que conducen siempre a un más allá en esferas de conciencia evolutiva.
En la interiorización del ser, ya no se precisa ni el látigo de la propia voluntad ni la soga de la imaginación; la unión es indestructible, eterna y creativa, todo fluye con desapego, en armonía con el infinito y bajo la égida de la voluntad divina, de la cual cada quien se convierte en un instrumento. Aquí el ser pone su voluntad al servicio de la del Ser Universal; ya no utiliza la visión de la propia imaginación, sino la percepción global de los atributos divinos, o guía de los valores universales, que como sentidos cósmicos habrán de orientarle en la práctica de todas las virtudes, en su eterna carrera.
Una es la ley cósmica que, eternamente y en forma inmutable, rige todo. El toro representa un aspecto temporal del ser mientras alcanza a percibir la unidad consigo y con la fuente, descentrándose del  propio ego. El camino se perfila luminoso en el eterno presente y el caminante, en cualquier recodo del mismo, ya se encuentra en el centro del universo.
La trascendencia del alma y del Espíritu, del “Toro” y del “Yo”, donde el látigo-voluntad, la soga-imaginación, el cochero-Espíritu, y el toro-alma, se mezclan en la “Nada”, trascendiendo la dimensión física de la existencia, por medio de la humildad y de la centralización de la propia atención en la fuente, donde, al igual que Ulises, cuando a la pregunta de Polifemo de quien era, cuál era su nombre, aquel le responde: -”Nadie”; -“mi nombre es Nadie”; y cuando los compañeros de Polifemo, al acudir en su ayuda, al oírles gritar, preguntándole quién le molestaba y le hacía daño, le responde: -“Nadie” me molesta; “Nadie” me hace daño; y si nadie le molestaba y nadie le hacía daño, los compañeros entendieron que no había nada de que preocuparse y se fueron; allí reside el supremo poder de alcanzar la TRASCENDENCIA, descentrándose del ego y alcanzando la unidad total con la fuente universal. Si Ulises, en cambio, le hubiese dicho: -“Yo soy Ulises, el fértil en recursos”, se habría convertido en un elemento ausente de fortaleza cuando los compañeros de Polifemo acudieron en su ayuda; se alcanza la verdadera potencia del ser mediante la “TRASCENDENCIA” del ser en perfecta unión con la fuente.
El ser descubre la inmensa claridad del cielo que ninguna nube puede opacar, por encontrarse más allá del nivel donde éstas suelen circular, es decir, ha trascendido el nivel de nubosidad existencial, alcanzado la esfera mental donde siempre brilla la eterna luz.
Aquí, el ser ha encontrado el sendero de quienes le han precedido en el camino y de quienes ha seguido, sin darse cuenta, su luz, indicando la fuente en que se encuentra el Ser Universal y la sabiduría de sus atributos divinos, de cuya conexión permanente ha adquirido conciencia.
Se percata de que se han dado demasiados pasos y recorrido inmensos caminos, para regresar a la fuente, de la que, jamás, debió de haber salido ni alejado, y de la cual, paradójicamente, no se ha movido, por cuanto, todo es la fuente, y váyase a donde se fuere, siempre se permanecerá en ella, aunque se deje de tener conciencia del hecho.
-De que sirve “alejarse”, ilusoriamente, si luego es preciso desandar el camino? Los diamantes no están en los lejanos campos ajenos; se encuentran en el propio patio. Percibe que el camino de los demás seres no es su propio camino; su camino es él mismo; empero, también es el caminante; y, aún más, forma una unidad permanente e indestructible con la fuente; sorpresa, el ser, también es la fuente.
Se da cuenta de que es preciso vivir en el refugio del “yo”, en conexión divina, ajenos a lo que se encuentra afuera, que no es más que el espejismo.  Aquí, en la fuente interior, el río de la luz, de la sabiduría, del poder y del amor, fluye serena y apaciblemente, y todo el camino está rodeado de flores hermosas, de vivaces coloridos que le dan armonía e invitan al éxtasis, conducente al satori, a la iluminación, que permite el darse cuenta del sentido de la vida, de la unidad cósmica perfecta e indisoluble con el Ser Universal, y la percepción,  cara a cara, de la Rueda de la vida, -el Círculo y el Signo Más-.
La verdad es diáfana, clara y simple, y se expresa en la quietud de la conciencia intuitiva, por medio de los sentimientos, en concordancia con los valores universales. Todo se va transformando bajo su prístina luz; empero, a través del desapego, las creaciones expansivas del universo van fluyendo tal como deben hacerlo, en armonía con todos y con el Todo, de acuerdo con los planes trazados por el Supremo Artífice. Aquí la apariencia de la destrucción es el preámbulo de las nuevas construcciones, por cuanto todo existe desde siempre, nada se crea ni se destruye, sino que todo va pasando, en la espiral evolutiva, de un estado a otro, de lo sólido a lo fluido, de lo líquido a lo vaporoso, de la energía a la condensación de la materia y de ésta a aquella; de la vía húmeda a la seca y de la seca a la húmeda, sin límites algunos en las variantes, en el espacio y en el tiempo, en las esferas universales del eterno presente.
Ahora, frente al ser, todo el paisaje adquiere nueva vida y éste descubre, con agradable asombro, que la mayor suma de poder se canaliza cuando no se ejerce poder alguno sobre nadie, excepto sobre sí mismo, para domar al “toro”: su alma y las pasiones de su Espíritu; las apariencias de sus propias formas han sido trascendidas y se encuentra feliz, sosegado, humilde y profundamente agradecido con el Gran Todo.
-De que le serviría, a cada quien,  alardear si aún le queda la eternidad por recorrer y a los que les siguen, atrás, es su deber ayudarles, guiándoles en el camino, para que también trasciendan a la fuente interior donde el caminante y el camino son lo mismo y todos representan al Gran Dador.
Teniendo el ser, todo dentro de sí, sin saberlo, se precisa ayudarle a descubrirlo; entonces, en vez de ufanarse y engreírse, creyéndose más, es preciso percibir que en todos los seres, independientemente del nivel evolutivo en que se encuentren,  existen  análogos y complementarios tesoros que compartir, cuyo secreto supremo consiste en dar y en recibir.
Ver en los demás lo mismo que hay en cada ser: la esencia divina del Ser Universal, implica observar más allá de las apariencias, cuidando cada eslabón de la gran cadena de la fraternidad, donde la seguridad de todos depende de la solidez del eslabón menos fuerte, el cual es preciso fortalecer, en bien de todos.
Entonces, en plena armonía, cada quien se mezcla con sus iguales, por la ley de afinidad, disfrutando la cooperación, dando y recibiendo, ayudando todos al Supremo Artífice, en la expansión de la Creación, en el eterno ahora.
El Espíritu, despojado de superfluas vestimentas, se deja ver claramente, tal como es, fluyendo su luz, iluminando su camino y entre todos los seres, el universo.
El ser irradia la potente luz de su Espíritu; quien le observa la comparte, ya que la conexión con la fuente le permite irradiarla en forma inagotable, canalizando, al mismo tiempo, la paz, el amor, la fuerza y la armonía, la belleza y el equilibrio.
Dando y recibiendo, cada quien comparte sus propios tesoros y la inagotable felicidad en el camino de la vida.
Adelante.





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