sábado, 30 de mayo de 2015

L A L U Z



 

L A L U Z

Autor: Aldo Lavagnini

 "Era la luz verdadera que alumbra a
todo hombre que viene a este mundo."
(JUAN I - 9)



El objeto interior iniciático y filosófico hacia el cual converge todo el simbolismo masónico, puede resumirse en las palabras búsqueda o revelación de la luz.
La Logia, síntesis local, imagen pequeña y expresión particular de la Orden, se halla, como lo hemos visto, orientada, o sea dispuesta y dirigida en la dirección en que se encuentra o aparece la luz. A su vez, esta luz material, que afecta nuestro ojo físico y nos da la visión externa del mundo fenoménico, es emblemática de otras dos formas de luz, de las cuales la primera brilla y la otra se halla todavía latente en su fuero interior.

La primera de estas dos luces simbólicas es la luz de la inteligencia, representada alegóricamente por la estrella flameante, como signo del hombre y de sus facultades, que obedecen a la ley quinaria, precisamente como los sentidos y sus órganos físicos. Esta luz intelectual, o sea la facultad interior de ver y reconocer las cosas exteriores, tiene como símbolos más apropiados Hércules y Mercurio, así como la luz física está representada por Helios y por Venus, en su aspecto de armonía fecunda y creadora de la naturaleza.

Estas dos formas de luz son conocidas y familiares a todo hombre, dado que alumbran respectivamente el mundo exterior de la experiencia física, y el mundo interior de la conciencia y de la razón. Pero, hay otro género de luz, superior a estas dos, y generalmente latente y oscura para el hombre, hasta que no se despierta en él su íntima percepción.

Esta luz espiritual, que representan mitológicamente Apolo y Minerva es el principio de toda inspiración y se llama con feliz expresión la verdadera luz, precisamente como la denominan a la vez el evangelio juanítico (to phos to alethinón) y las constituciones masónicas de Anderson (true light).

Las primeras de estas tres luces son las luces respectivamente objetiva y subjetiva, alumbrando la una nuestros sentidos y la otra nuestra inteligencia. En cuanto a la tercera, su carácter es más profundo y misterioso, dado que trasciende tanto la una como la otra, aunque sea la esencia, o lo real en ambas, la luz Eterna e Inmanente que constantemente resplandece en el dominio de la relatividad, de la apariencia y de la contingencia. Sólo cuando nuestra propia conciencia se reconoce más profundamente a sí misma, adquiere la capacidad de percibirla y reconocerla como la única y más verdadera luz, de la cual las otras dos formas —que alumbran los sentidos y las facultades ordinarias de la mente— no son sino 'aspectos relativos y comparativamente ilusorios, pues no tienen realidad en mismas, sino únicamente en cuanto participan de la realidad propia de la última y la expresan.

Estas tres luces —la luz de la naturaleza, la luz humana y la Divina— que presiden respectivamente al mundo fenoménico de las formas, al mundo intelectual de las ideas, y al mundo nouménico de la absoluta realidad, están representadas en la Logia por los tres puntos cardinales del Sur, del Norte y del Oriente, en donde se sientan las luces simbólicas que la dirigen y presiden en sus trabajos. La primera desarrolla en nosotros la capacidad de apreciar la belleza, la armonía y el orden que presiden a la naturaleza; la segunda se manifiesta en nuestras propias facultades internas y en su expresión activa y operativa (Fuerza); y la tercera estimula en nosotros la Sabiduría, que nace y se desarrolla, por medio del discernimiento de la verdadera realidad.

El hombre se hace simbólicamente masón —o sea, llega a ponerse en contacto consciente y constructivo con la Suprema Realidad Planeadora y Constructora del Universo— al percibir esta luz, pues la conciencia de esta Trascendente Realidad lo inicia (o sea, lo hace ingresar o nacer) en una nueva manera de ser, en una nueva visión de la vida y de las cosas, así como de su propia relación con el principio íntimo de éstas y con el mundo v las condiciones externas que lo rodean. Pues, esta Luz del Oriente es aquella que, de ahora en adelante, tiene que orientar u ordenar constructivamente todos sus pensamientos, palabras y acciones.

Sin embargo, no se llega a la percepción de la Luz Trascendente —o sea, al discernimiento de la verdadera realidad— sino como resultado de una serie de viajes; o sea, por medio de etapas sucesivas de progreso en cada una de las cuales tiene uno que enfrentarse con ciertos obstáculos o experiencias, que le es menester superar o resolver, para que en cada etapa se le permita ir adelante, o proceder.

Cada uno de estos viajes o conjuntos de experiencias implica y efectúa una determinada purificación, representada simbólicamente por la naturaleza del elemento que preside a la misma, librando la naturaleza interna del individuo —que es pura conciencia, y por ende también Luz y Verdad— de alguna forma particular de ilusión.

Toda ilusión y todo error es, pues, una forma de impureza de los medios o vehículos de que aquél se sirve, y que forman su personalidad. En otras palabras, la Vida Interna por su origen divina y perfecta, se afirma sobre la impureza de los vehículos en que se expresa —resultado de la evolución natural, que es involución de la Realidad nouménica en la apariencia fenoménica— de manera que la propia expresión, purificada por medio de los viajes (o experiencias), se acerca siempre más a la Verdad inherente (o verdadera luz), manifestando su implícita virtud.

Todas las posibles, y por supuesto, infinitamente variadas experiencias de la vida, se resumen simbólicamente en tres viajes fundamentales que también indican los tres tipos de purificación que respectivamente se relacionan con el dominio de los pensamientos, de los sentimientos y de la voluntad. A su vez cada viaje se halla precedido por un estado preliminar de reflexión, o concentración en uno mismo, en el cual encuentra uno el primer vislumbre de la luz, e igualmente nace la determinación de viajar o progresar, en las dos direcciones, de su reconocimiento primero, y luego de su expresión.

Esta experiencia preliminar familiar a todos los masones como estancia en el llamado cuarto de reflexión, es de por sí algo profundamente significativo. En las antiguas iniciaciones, o sea en los misterios que precedieron y preludieron a la Masonería en su forma, actual (en la que, de la misma manera, se halla la semilla de su porvenir), el candidato era conducido v dejado solo, por algún tiempo, en una gruta o lugar subterráneo, en obscuridad casi completa y en presencia de símbolos o imágenes —casi siempre de un carácter fúnebre o lúgubre— sobre
los cuales tenia que reflexionar.

Se trataba, pues, de una prueba, análoga a la de la propia semilla, cuando se pone en el seno de la tierra labrada, para que pueda germinar y crecer, abriéndose su propio camino hacia la luz, por medio del esfuerzo interior, hacia abajo con las raíces, y hacia arriba con las hojas, o sea en la dirección vertical (u oriental) de las aspiraciones latentes en ese germen. El candidato a la iniciación es precisamente esa semilla, que oculta en sí mismo, en un estado latente, sus posibilidades espirituales, cuyo desarrollo empieza con la reacción interior a esa primera prueba, para luego afirmarse y crecer con las siguientes; dado que todas las pruebas son, esencialmente, oportunidades y medios de crecimiento y progreso.

La prueba del cuarto de reflexión la encontramos a menudo en la vida externa, cuando las experiencias de éstas, especialmente los dolores, decepciones y contrariedades, nos llevan o nos inclinan hacia un estado de comparativa soledad, en el cual nos hallamos enfrente de nosotros mismos, tratando de comprender la razón y el sentido de aquellas experiencias, y cómo podemos salir satisfactoriamente de las mismas. Muchas veces el alma se encuentra, en esa condición de desolación, como si fuera casi destruida, o literalmente hecha pedazos; o sea en un estado de muerte interior, en la que han de manifestarse las posibilidades hasta entonces latentes de la Vida Interna, impulsándola hacia el nuevo nacimiento o resurrección de que es en sí semilla y poder. Y, según esto se verifique, la vida renace literalmente, o vuelve a rehacerse sobre la destrucción del pasado así superado.

El despojo de los metales que se verifica al ingresar en el cuarto de reflexión, es un índice de que los valores materiales y morales, que nos han servido hasta entonces, y sobre los cuales habíamos construido nuestra existencia, aparece como si nos fueran quitados por la fatalidad externa, o bien cesaran de ser apreciados y poderse utilizar. De todos modos, nos es preciso buscar nuevos valores, en substitución de aquellos de que ya no nos es dado servirnos — valores adecuados a las nuevas condiciones, que nos permiten enfrentar y superar.

Pero, ese despojo tiene también un más profundo sentido filosófico. Para buscar la Verdad (la verdadera luz), es preciso previamente despojarnos de todas las opiniones preconcebidas, y especialmente de las creencias (científicas, filosóficas y religiosas) que, más bien que ser fruto maduro de la reflexión y del discernimiento, provienen de nuestra educación y de la sugestión del medio en que vivimos, en el que se aceptan como moneda corriente, pero cuyo brillo no registe la claridad de la luz meridiana de la Verdad, en donde pierden, por consiguiente, todo valor y toda efectividad.

Es igualmente necesario despojarnos, por medio del discernimiento, de todo aquello cuyo valor y utilidad sean puramente aparentes: de todas las posesiones ficticias, que no pertenecen a nuestro ser real; pues todas estas cosas que ocupan y dominan nuestra conciencia, por su misma presencia nos impiden reconocer, apreciar y buscar los valores verdaderos, que son como la perla preciosa del parangón evangélico, para comprar la cual el que la encuentre se halla dispuesto a vender o deshacerse de todo lo que tiene. Así es la Verdad: para poderla adquirir se precisa estar dispuestos a vender o dejar todos aquellos valores transitorios que no rigen en su comparación con los valores reales, que son los únicos que pueden darnos certidumbre y seguridad. Sólo en ese estado de desnudez filosófica, de quien se haya librado de los inciertos valores profanos, puede sernos franqueado el umbral del Templo en que se encuentra la Verdad y nos es dado conocerla.

La palabra templo, derivando de una raíz (temes o tamas) que tiene el sentido originario de obscuridad, manifiesta haber significado, en un principio, un lugar obscuro (caverna, hipogeo o cripta); como aquellos de los que tenemos ejemplos en la antigüedad histórica del Oriente y prehistórica del Occidente. Muchísimos subterráneos y verdaderos templos, cavados en la roca, pueden admirarse aún hoy en la India.

Ahora, esa obscuridad relaciona el templo con el cuarto de reflexión, pues los dos indican el lugar en que se oculta y se encuentra, en estado latente, aquella Luz Divina que ha de buscar el iniciado, o sea la luz verdadera para encontrar la cual las mismas tinieblas, con relación a la luz externa, representan la condición más favorable. ¿No es esa obscuridad, que simboliza también en su nombre Leto, la madre de Apolo y Diana, la verdadera madre de la luz que alumbra por igual el día de la conciencia objetiva y la noche de la subjetiva? ¿Cómo pudiera, esa misma luz verdadera, encontrarse, sino apartándose temporalmente del dominio ilusorio de la ordinaria luz de los sentidos externos y de las facultades internas, que sólo pueden hacernos desviar del Camino Recto de esa búsqueda?

Esta condición indispensable para encontrar en las profundidades internas de nuestro ser la Luz Verdadera —que nos da el sentido de lo real, y el más genuino criterio de la Verdad—, tiene como otro problema el de la venda que cubre los ojos del recipiendario, al emprender sus viajes en el camino que ha de llevarle a reconocerla. Al franqueársele con ese objeto la puerta del Templo, ha de estar, pues, en estado de voluntaria ceguera, con relación a la luz exterior, además de encontrarse en la "desnudez filosófica" de que hemos hablado, poniendo al descubierto su corazón; que hace patente su mejor buena voluntad, así como el pie que le hará reconocer las asperezas del camino y la rodilla que demuestra su humildad y la interna devoción; con las cuales sólo pueden superarse los obstáculos y dificultades que se encuentran esparcidos sobre sus pasos, y constituyen otras tantas oportunidades, o gradas en la senda de su progreso.

Todos los viajes se dirigen al principio hacia el Oriente, o sea el lugar de origen o Manantial de la Luz; así como la mente se encamina, para buscar la Verdad, desde los efectos a las causas, desde los fenómenos a las fuerzas o principios que los originan, desde el mundo concreto de la sensación al mundo abstracto de la pura ideación. Pero, ese estudio inductivo de las leyes y principios que gobierna la naturaleza exterior y las experiencias de nuestra propia vida individual, quedaría estéril e infructuoso, si no fuera luego aplicado y comprobado en el dominio de los efectos. De aquí la necesidad de emprender luego un nuevo viaje de vuelta hacia el occidente, para llevar en las experiencias de la vida externa la nueva luz que ha sido encontrada en la búsqueda anterior.

"La ida y la vuelta son, en realidad, las mitades de un único viaje o ciclo de estudio y experiencia, de reflexión y actividad, y la segunda es el complemento indispensable de la primera. Hay, pues, una unidad esencial que, por igual, sirve de fundamento a las experiencias externas del mundo fenoménico e internas de la realidad espiritual, o sea, al mundo concreto de los objetos (representado por el Occidente) y al dominio puramente abstracto de las ideas (que simboliza el Oriente).

Oriente y Occidente son dos aspectos de una Suprema y única Realidad, que es el río del que constituyen respectivamente el Manantial y la desembocadura, y que además se halla en todo el recorrido del mismo.

De aquí la necesidad de buscar esa única realidad en esos dos polos opuestos, en lo que se halla, por así decirlo, entretejida toda la trama del universo. Pues la luz que en el Oriente se revela en su pureza originaria, y así puede ser percibida y reconocida como tal, se halla igualmente al Occidente, pero de una manera oculta y velada, y debe buscarse —como se buscaba a Osirís en los misterios egipcios— así sepultada en el dominio de las sombras o formas exteriores, que la encierran; como aquel en el arcón, que le había preparado su malvado hermano Set-Tifón, personificación de la obscuridad combatiendo la luz.

La primera parte del viaje, o sea la búsqueda de la verdadera luz (que sólo podemos ver como tal en el principio u origen de las cosas), es el camino áspero que se dirige del occidente al oriente en la región obscura del Norte, en donde nos sirve para orientarnos la estrella polar, fulcro del mundo físico y emblema del eje inmóvil, descansando sobre el cual y moviéndose en su derredor, parecen desarrollarse, en el Tiempo y en el Espacio, todos los fenómenos contingentes.

El progreso es particularmente difícil y trabajoso, dado que se trata de ascender lugares más elevados (condiciones de conciencia que se hallan más cerca del olímpico dominio de la Realidad Trascendente), y el camino se halla sembrado de obstáculos mayores: precisa trepar sobre las rocas que, con motivo de su solidez, se parecen a aquellos principios más firmes —morales y filosóficos — sobre los cuales podemos sentarnos y descansar, basando en ellos nuestros pensamientos y nuestra conducta en la vida. Pero ese descanso sólo puede ser contemporáneo: la vida es un progreso continuado, que no admite detenciones o paradas verdaderas, sino sólo etapas sucesivas, siendo cada una el presupuesto de la otra.

Delante de nosotros, se halla una peña más elevada —un lugar más próximo y cercano a la Verdad. Es menester descender, para poder nuevamente subir y conquistarlo. Así pues, por medio de una larga serie de ascensos y de descensos, se cumple ese viaje que nos lleva siempre más cerca de aquellos lugares, en que el día y la mañana tienen su nacimiento. Llegaremos tan cerca como pueda nuestro ojo resistir esa luz deslumbrante; e igualmente puedan nuestros pulmones soportar el aire sutil y rarefacto que se halla en todas las regiones elevadas tanto del mundo físico, como del espiritual.

El primero de los viajes es, también, la prueba del aire: la prueba que espera a todo aquel que quiera elevarse y ascender. Cuando se llegue a las regiones filosóficas de la pura abstracción hay, sobre todo, que vencer el vértigo que pueden causarnos, pues nos parece muchas veces estar sin asiento, y como suspendidos en el espacio, a la merced de los vientos que pueden barremos y hacernos precipitar nuevamente sobre aquella misma realidad, concreta, por encima de la cual por medio de una comprensión superior, parecíamos habernos elevado.

También representa, esa prueba del aire, nuestra inherente firmeza de propósito por medio de la cual, haciendo nuestro firme apoyo la roca de la Verdad, y los principios morales a los cuales hemos determinado conformarnos, estamos capacitados para enfrentarnos animosamente y sin vacilar, con las falsas creencias, opiniones y corrientes hostiles del mundo exterior, sin que éstas tengan el poder de hacernos caer en el abandono de esos principios, de los que nuestra propia conciencia íntima nos da la seguridad.

Encontramos la prueba, en esta forma, en nuestro camino de regreso, del Oriente al Occidente, cuando se traía sobre todo de aplicar, probar y hacer efectivos aquellos principios y verdades que hemos reconocido más justos y reales. Esos principios, leyes y verdades abstractas han de demostrarse en su aplicación en las diferentes experiencias de la vida, por medio de la cual nuestro primer convencimiento se hace a la vez más firme y más valioso. Cuando la Verdad logra hacerse operativa en estas experiencias, en cuanto llega a dominarlas, trasmutando los efectos por medio de las causas en que tienen su origen y su fundamento, entonces esa Verdad es para nosotros la luz creativa1 que obra constructivamente en nuestro fuero interno, haciendo igualmente fecunda la vida exterior.

Por consiguiente, el viaje de regreso sólo puede efectuarse en esa luminosa región del Sur, que hemos visto ser el asiento de Venus, como principio de la armonía creadora de la naturaleza, aprovechando y utilizando con ese objeto todas indistintamente las experiencias que se nos presenten, cuyo resultado ha de ser en definitiva benéfico y constructor.

La prueba del aire es también la primera que encuentra el embrión de la planta, al abrirse su camino, desde la obscuridad protectora de la tierra y de la semilla, verticalmente, hacia la luz. Viniendo en contacto con ese elemento, móvil y frío, cuyas corrientes poderosas abaten y arrebatan, a veces, los árboles más fuertes debe aprender a resistirle y aprovecharlo útilmente, apoyándose e inmergiéndose en el mismo, en su crecimiento, y sacando de aquél su propio alimento; por ser el oxígeno el más indispensable entre los elementos sostenedores y activadores de la vida orgánica.

Lo mismo ha de hacer quien se abre —por sus esfuerzos, y por su íntimo anhelo hacia la luz— su propio camino hacia la Verdad que es fuerza, vida y alimento. Pues, aquello mismo que tiene el poder de abatirnos y hacernos caer, cuando sepamos aprovecharlo, se hará nuestro apoyo y el medio de nuestra elevación y crecimiento. Que el uno y el otro de estos dos efectos contrarios sea aquel que esa influencia produce en nuestra vida, estriba precisamente en nuestra propia actitud interna, o sea en el dominio y control constructivo que sepamos realizar sobre nuestros propios pensamientos.

Pues nuestro enemigo, en ningún caso se halla afuera, sino que está dentro de nosotros mismos, en las propias tendencias negativas de los pensamientos y en los errores y falsas creencias que hemos aceptado y reconocido, formando la simiente de la cizaña que crece y se manifiesta en el campo de la vida externa, junto con las espigas sabrosas de nuestros pensamientos positivos y constructores, que son los que expresan sabiduría y verdad.

La propias corrientes hostiles y todos los vientos contrarios que parecen soplar en. contra de nosotros, han sido por así decirlo, involuntariamente creados, llamados, atraídos y producidos por la actitud interior negativa de la mente y toda nuestra oposición en contra de ellos no haría más que acrecer su violencia. Pero podemos utilizarlos sabiamente, eligiendo con el ideal que nos guía la dirección de la marcha, dado que con el mismo viento puede un barco ir en dos rumbos contrarios, y hacia su puerto o su destrucción, según sabe aprovechar su empuje, disponiendo oportunamente las velas.

El segundo viaje, que hace el candidato antes de ser recibido masón, representa una etapa sucesiva en la cual, en razón del progreso hecho anteriormente el camino resulta más fácil y menores son los obstáculos que sobre el mismo se encuentran. Esto se debe tanto a la crecida fuerza y capacidad de superar las dificultades, por lo cual éstas cesan de ser tales, así como al dominio adquirido sobre los pensamientos, cuya actividad creativa y causativa se manifiesta, según proceden la experiencia y el discernimiento de una manera siempre más constructiva y armoniosa.

En lugar de los ruidos más burdos y desordenados del primer viaje, alusivos a los vientos impetuosos de la destrucción, y al estado en que nos encontramos cuando nos dominen los errores y los pensamientos que no hemos aprendido a controlar, se oye ahora el toque suave y argentino de las espadas. Estas indican los combates que se verifican, sin embargo de una manera leal y ordenada, a la luz de nuestro mejor discernimiento, entre opuestos sentimientos y emociones que, a la vez, quieren dominarnos. El lugar de ese combate es nuestro propio corazón, el manantial interior de las aguas de la vida que necesitan purificarse, así como nuestros pensamientos.

La misma prueba del agua la encuentra la plantita en su crecimiento, cuando sobre ella se abaten las lluvias, cuyas gotas, animadas por una moción en sentido contrario al de su crecimiento, son como otras tantas espadas que aparentan dirigirse en su contra para destruir y anonadar su esfuerzo hacia la luz. Sin embargo esa lluvia no deja de ser benéfica, en cuanto purifica el aire y lo hace más claro y transparente, mientras riega y refresca la tierra: también se refresca la plantita, resistiendo esa prueba, y absorbiendo con su raíz la humedad benéfica que será para ella un nuevo elemento favorable para su crecimiento al mismo tiempo que le quita las escorias que pudieran depositarse en su superficie, llevadas por el aire y los animales.

Lo propio sucede con el hombre, que sale purificado del combate de las emociones, según aprende a dominarlas armonizándolas con sus aspiraciones superiores; y de las lágrimas que resultan de todas las  emociones negativas y que, regando el órgano de la vista, hacen a ésta más clara, serena y despejada.

Sin ningún ruido tiene lugar el tercer viaje, alusivo a una fase más elevada de, progreso y purificación. Mientras en el primero se trata sobre todo del dominio de los pensamientos —pues a ellos se les deben todas las dificultades y obstáculos que el hombre puede encontrar sobre el sendero de su vida— y que han de ser clarificados, iluminados y coordinados constructivamente, conociendo y aprovechando la Luz de la Verdad; y en el segundo se trata de controlar y dominar todos aquellos sentimientos y emociones que manifiestan imperfectamente la Vida Interna y tratan de impedir el progreso según los anhelos más elevados de ésta; en el tercero se aprende, de la misma manera, a purificar la voluntad de todos aquellos hábitos e instintos, cuya influencia se ejerce en un sentido opuesto a la conservación y al progreso evolutivo de la existencia.

Sobre los hábitos y los instintos, que constituyen lo que se ha llamado la mente subconsciente descansa, pues, como un edificio sobre sus cimientos, el templo de nuestra existencia orgánica y activa. En estos fundamentos, además del factor individual, concurre la herencia atávica y la de la raza, cuya base es mental aunque se consideren a menudo como atributos propios e inseparables del plasma vital, o bien de los más pequeños, ultramicroscópicos, elementos morfológicos. El dominio y la purificación de esos hábitos e instintos, de manera que estén en perfecta armonía con la voluntad de nuestra Vida Elevada —incluyendo las intenciones y motivos que pueden impulsarnos a la acción— es precisamente la tarea a la que aluden el tercer viaje y la prueba del fuego, anticipándosele como programa iniciático al recipiendario, aquello mismo que encontrará nuevamente en forma más directa en los grados superiores.

La regeneración individual es, pues, aquello que ha de salir de la prueba del fuego, como nos lo muestra la narración mitológica de Demeter que pone al niño Demofonte, confiado a sus cuidados, en la llama del hogar, para que se purificara de sus escorias (o instintos) mortales, y se hiciera inmortal.

Así la Luz de la Verdad, después de haber brillado claramente en la mente, como principio ordenador de los pensamientos, y luego en el corazón, purificando y ordenando constructivamente, las emociones, desciende en las mismas profundidades de los instintos y hábitos arraigados en la carne —que constituyen el infierno de la vida individual — con objeto de salvarlos, o sea purificarlos y ennoblecerlos. De esta manera la misma luz o Verbo Divino se hace carne y habita en nosotros', y según le recibamos nos da "potestad de ser hechos hijos de Dios" o sea, hijos conscientes de la verdadera luz, que en nosotros brillará eternamente.

Habiendo encontrado y recibido la Luz, el iniciado, de la misma manera, recibe y encuentra la palabra que es sagrada, en cuanto renovadora y ennoblecedora de su ser y de su vida. Esa Palabra es la misma Luz, que se presenta al oído del entendimiento, después de haber sido percibida por el ojo del discernimiento. La Luz y la Palabra igualmente hacen, al masón, constituyendo de ahora en adelante el propio Logos o Centro Divino y principio constructor y ordenador de la logia de su propia vida renovada —desde sus funciones instintivas al cielo de los pensamientos y de las inspiraciones— en virtud y por medio del mismo. Puede ahora dignamente ceñírsele el mandil como emblema de la pura conciencia constructiva que ha nacido en él, al encontrar y recibir esa Luz verdadera que de ahora en adelante lo orienta y lo guía en todos sus pasos, iluminando su existencia y derramándose y esparciéndose en su derredor, con el místico aroma de la virtud, que siempre la acompaña y la demuestra.


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EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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sábado, 30 de mayo de 2015

L A L U Z



 

L A L U Z

Autor: Aldo Lavagnini

 "Era la luz verdadera que alumbra a
todo hombre que viene a este mundo."
(JUAN I - 9)



El objeto interior iniciático y filosófico hacia el cual converge todo el simbolismo masónico, puede resumirse en las palabras búsqueda o revelación de la luz.
La Logia, síntesis local, imagen pequeña y expresión particular de la Orden, se halla, como lo hemos visto, orientada, o sea dispuesta y dirigida en la dirección en que se encuentra o aparece la luz. A su vez, esta luz material, que afecta nuestro ojo físico y nos da la visión externa del mundo fenoménico, es emblemática de otras dos formas de luz, de las cuales la primera brilla y la otra se halla todavía latente en su fuero interior.

La primera de estas dos luces simbólicas es la luz de la inteligencia, representada alegóricamente por la estrella flameante, como signo del hombre y de sus facultades, que obedecen a la ley quinaria, precisamente como los sentidos y sus órganos físicos. Esta luz intelectual, o sea la facultad interior de ver y reconocer las cosas exteriores, tiene como símbolos más apropiados Hércules y Mercurio, así como la luz física está representada por Helios y por Venus, en su aspecto de armonía fecunda y creadora de la naturaleza.

Estas dos formas de luz son conocidas y familiares a todo hombre, dado que alumbran respectivamente el mundo exterior de la experiencia física, y el mundo interior de la conciencia y de la razón. Pero, hay otro género de luz, superior a estas dos, y generalmente latente y oscura para el hombre, hasta que no se despierta en él su íntima percepción.

Esta luz espiritual, que representan mitológicamente Apolo y Minerva es el principio de toda inspiración y se llama con feliz expresión la verdadera luz, precisamente como la denominan a la vez el evangelio juanítico (to phos to alethinón) y las constituciones masónicas de Anderson (true light).

Las primeras de estas tres luces son las luces respectivamente objetiva y subjetiva, alumbrando la una nuestros sentidos y la otra nuestra inteligencia. En cuanto a la tercera, su carácter es más profundo y misterioso, dado que trasciende tanto la una como la otra, aunque sea la esencia, o lo real en ambas, la luz Eterna e Inmanente que constantemente resplandece en el dominio de la relatividad, de la apariencia y de la contingencia. Sólo cuando nuestra propia conciencia se reconoce más profundamente a sí misma, adquiere la capacidad de percibirla y reconocerla como la única y más verdadera luz, de la cual las otras dos formas —que alumbran los sentidos y las facultades ordinarias de la mente— no son sino 'aspectos relativos y comparativamente ilusorios, pues no tienen realidad en mismas, sino únicamente en cuanto participan de la realidad propia de la última y la expresan.

Estas tres luces —la luz de la naturaleza, la luz humana y la Divina— que presiden respectivamente al mundo fenoménico de las formas, al mundo intelectual de las ideas, y al mundo nouménico de la absoluta realidad, están representadas en la Logia por los tres puntos cardinales del Sur, del Norte y del Oriente, en donde se sientan las luces simbólicas que la dirigen y presiden en sus trabajos. La primera desarrolla en nosotros la capacidad de apreciar la belleza, la armonía y el orden que presiden a la naturaleza; la segunda se manifiesta en nuestras propias facultades internas y en su expresión activa y operativa (Fuerza); y la tercera estimula en nosotros la Sabiduría, que nace y se desarrolla, por medio del discernimiento de la verdadera realidad.

El hombre se hace simbólicamente masón —o sea, llega a ponerse en contacto consciente y constructivo con la Suprema Realidad Planeadora y Constructora del Universo— al percibir esta luz, pues la conciencia de esta Trascendente Realidad lo inicia (o sea, lo hace ingresar o nacer) en una nueva manera de ser, en una nueva visión de la vida y de las cosas, así como de su propia relación con el principio íntimo de éstas y con el mundo v las condiciones externas que lo rodean. Pues, esta Luz del Oriente es aquella que, de ahora en adelante, tiene que orientar u ordenar constructivamente todos sus pensamientos, palabras y acciones.

Sin embargo, no se llega a la percepción de la Luz Trascendente —o sea, al discernimiento de la verdadera realidad— sino como resultado de una serie de viajes; o sea, por medio de etapas sucesivas de progreso en cada una de las cuales tiene uno que enfrentarse con ciertos obstáculos o experiencias, que le es menester superar o resolver, para que en cada etapa se le permita ir adelante, o proceder.

Cada uno de estos viajes o conjuntos de experiencias implica y efectúa una determinada purificación, representada simbólicamente por la naturaleza del elemento que preside a la misma, librando la naturaleza interna del individuo —que es pura conciencia, y por ende también Luz y Verdad— de alguna forma particular de ilusión.

Toda ilusión y todo error es, pues, una forma de impureza de los medios o vehículos de que aquél se sirve, y que forman su personalidad. En otras palabras, la Vida Interna por su origen divina y perfecta, se afirma sobre la impureza de los vehículos en que se expresa —resultado de la evolución natural, que es involución de la Realidad nouménica en la apariencia fenoménica— de manera que la propia expresión, purificada por medio de los viajes (o experiencias), se acerca siempre más a la Verdad inherente (o verdadera luz), manifestando su implícita virtud.

Todas las posibles, y por supuesto, infinitamente variadas experiencias de la vida, se resumen simbólicamente en tres viajes fundamentales que también indican los tres tipos de purificación que respectivamente se relacionan con el dominio de los pensamientos, de los sentimientos y de la voluntad. A su vez cada viaje se halla precedido por un estado preliminar de reflexión, o concentración en uno mismo, en el cual encuentra uno el primer vislumbre de la luz, e igualmente nace la determinación de viajar o progresar, en las dos direcciones, de su reconocimiento primero, y luego de su expresión.

Esta experiencia preliminar familiar a todos los masones como estancia en el llamado cuarto de reflexión, es de por sí algo profundamente significativo. En las antiguas iniciaciones, o sea en los misterios que precedieron y preludieron a la Masonería en su forma, actual (en la que, de la misma manera, se halla la semilla de su porvenir), el candidato era conducido v dejado solo, por algún tiempo, en una gruta o lugar subterráneo, en obscuridad casi completa y en presencia de símbolos o imágenes —casi siempre de un carácter fúnebre o lúgubre— sobre
los cuales tenia que reflexionar.

Se trataba, pues, de una prueba, análoga a la de la propia semilla, cuando se pone en el seno de la tierra labrada, para que pueda germinar y crecer, abriéndose su propio camino hacia la luz, por medio del esfuerzo interior, hacia abajo con las raíces, y hacia arriba con las hojas, o sea en la dirección vertical (u oriental) de las aspiraciones latentes en ese germen. El candidato a la iniciación es precisamente esa semilla, que oculta en sí mismo, en un estado latente, sus posibilidades espirituales, cuyo desarrollo empieza con la reacción interior a esa primera prueba, para luego afirmarse y crecer con las siguientes; dado que todas las pruebas son, esencialmente, oportunidades y medios de crecimiento y progreso.

La prueba del cuarto de reflexión la encontramos a menudo en la vida externa, cuando las experiencias de éstas, especialmente los dolores, decepciones y contrariedades, nos llevan o nos inclinan hacia un estado de comparativa soledad, en el cual nos hallamos enfrente de nosotros mismos, tratando de comprender la razón y el sentido de aquellas experiencias, y cómo podemos salir satisfactoriamente de las mismas. Muchas veces el alma se encuentra, en esa condición de desolación, como si fuera casi destruida, o literalmente hecha pedazos; o sea en un estado de muerte interior, en la que han de manifestarse las posibilidades hasta entonces latentes de la Vida Interna, impulsándola hacia el nuevo nacimiento o resurrección de que es en sí semilla y poder. Y, según esto se verifique, la vida renace literalmente, o vuelve a rehacerse sobre la destrucción del pasado así superado.

El despojo de los metales que se verifica al ingresar en el cuarto de reflexión, es un índice de que los valores materiales y morales, que nos han servido hasta entonces, y sobre los cuales habíamos construido nuestra existencia, aparece como si nos fueran quitados por la fatalidad externa, o bien cesaran de ser apreciados y poderse utilizar. De todos modos, nos es preciso buscar nuevos valores, en substitución de aquellos de que ya no nos es dado servirnos — valores adecuados a las nuevas condiciones, que nos permiten enfrentar y superar.

Pero, ese despojo tiene también un más profundo sentido filosófico. Para buscar la Verdad (la verdadera luz), es preciso previamente despojarnos de todas las opiniones preconcebidas, y especialmente de las creencias (científicas, filosóficas y religiosas) que, más bien que ser fruto maduro de la reflexión y del discernimiento, provienen de nuestra educación y de la sugestión del medio en que vivimos, en el que se aceptan como moneda corriente, pero cuyo brillo no registe la claridad de la luz meridiana de la Verdad, en donde pierden, por consiguiente, todo valor y toda efectividad.

Es igualmente necesario despojarnos, por medio del discernimiento, de todo aquello cuyo valor y utilidad sean puramente aparentes: de todas las posesiones ficticias, que no pertenecen a nuestro ser real; pues todas estas cosas que ocupan y dominan nuestra conciencia, por su misma presencia nos impiden reconocer, apreciar y buscar los valores verdaderos, que son como la perla preciosa del parangón evangélico, para comprar la cual el que la encuentre se halla dispuesto a vender o deshacerse de todo lo que tiene. Así es la Verdad: para poderla adquirir se precisa estar dispuestos a vender o dejar todos aquellos valores transitorios que no rigen en su comparación con los valores reales, que son los únicos que pueden darnos certidumbre y seguridad. Sólo en ese estado de desnudez filosófica, de quien se haya librado de los inciertos valores profanos, puede sernos franqueado el umbral del Templo en que se encuentra la Verdad y nos es dado conocerla.

La palabra templo, derivando de una raíz (temes o tamas) que tiene el sentido originario de obscuridad, manifiesta haber significado, en un principio, un lugar obscuro (caverna, hipogeo o cripta); como aquellos de los que tenemos ejemplos en la antigüedad histórica del Oriente y prehistórica del Occidente. Muchísimos subterráneos y verdaderos templos, cavados en la roca, pueden admirarse aún hoy en la India.

Ahora, esa obscuridad relaciona el templo con el cuarto de reflexión, pues los dos indican el lugar en que se oculta y se encuentra, en estado latente, aquella Luz Divina que ha de buscar el iniciado, o sea la luz verdadera para encontrar la cual las mismas tinieblas, con relación a la luz externa, representan la condición más favorable. ¿No es esa obscuridad, que simboliza también en su nombre Leto, la madre de Apolo y Diana, la verdadera madre de la luz que alumbra por igual el día de la conciencia objetiva y la noche de la subjetiva? ¿Cómo pudiera, esa misma luz verdadera, encontrarse, sino apartándose temporalmente del dominio ilusorio de la ordinaria luz de los sentidos externos y de las facultades internas, que sólo pueden hacernos desviar del Camino Recto de esa búsqueda?

Esta condición indispensable para encontrar en las profundidades internas de nuestro ser la Luz Verdadera —que nos da el sentido de lo real, y el más genuino criterio de la Verdad—, tiene como otro problema el de la venda que cubre los ojos del recipiendario, al emprender sus viajes en el camino que ha de llevarle a reconocerla. Al franqueársele con ese objeto la puerta del Templo, ha de estar, pues, en estado de voluntaria ceguera, con relación a la luz exterior, además de encontrarse en la "desnudez filosófica" de que hemos hablado, poniendo al descubierto su corazón; que hace patente su mejor buena voluntad, así como el pie que le hará reconocer las asperezas del camino y la rodilla que demuestra su humildad y la interna devoción; con las cuales sólo pueden superarse los obstáculos y dificultades que se encuentran esparcidos sobre sus pasos, y constituyen otras tantas oportunidades, o gradas en la senda de su progreso.

Todos los viajes se dirigen al principio hacia el Oriente, o sea el lugar de origen o Manantial de la Luz; así como la mente se encamina, para buscar la Verdad, desde los efectos a las causas, desde los fenómenos a las fuerzas o principios que los originan, desde el mundo concreto de la sensación al mundo abstracto de la pura ideación. Pero, ese estudio inductivo de las leyes y principios que gobierna la naturaleza exterior y las experiencias de nuestra propia vida individual, quedaría estéril e infructuoso, si no fuera luego aplicado y comprobado en el dominio de los efectos. De aquí la necesidad de emprender luego un nuevo viaje de vuelta hacia el occidente, para llevar en las experiencias de la vida externa la nueva luz que ha sido encontrada en la búsqueda anterior.

"La ida y la vuelta son, en realidad, las mitades de un único viaje o ciclo de estudio y experiencia, de reflexión y actividad, y la segunda es el complemento indispensable de la primera. Hay, pues, una unidad esencial que, por igual, sirve de fundamento a las experiencias externas del mundo fenoménico e internas de la realidad espiritual, o sea, al mundo concreto de los objetos (representado por el Occidente) y al dominio puramente abstracto de las ideas (que simboliza el Oriente).

Oriente y Occidente son dos aspectos de una Suprema y única Realidad, que es el río del que constituyen respectivamente el Manantial y la desembocadura, y que además se halla en todo el recorrido del mismo.

De aquí la necesidad de buscar esa única realidad en esos dos polos opuestos, en lo que se halla, por así decirlo, entretejida toda la trama del universo. Pues la luz que en el Oriente se revela en su pureza originaria, y así puede ser percibida y reconocida como tal, se halla igualmente al Occidente, pero de una manera oculta y velada, y debe buscarse —como se buscaba a Osirís en los misterios egipcios— así sepultada en el dominio de las sombras o formas exteriores, que la encierran; como aquel en el arcón, que le había preparado su malvado hermano Set-Tifón, personificación de la obscuridad combatiendo la luz.

La primera parte del viaje, o sea la búsqueda de la verdadera luz (que sólo podemos ver como tal en el principio u origen de las cosas), es el camino áspero que se dirige del occidente al oriente en la región obscura del Norte, en donde nos sirve para orientarnos la estrella polar, fulcro del mundo físico y emblema del eje inmóvil, descansando sobre el cual y moviéndose en su derredor, parecen desarrollarse, en el Tiempo y en el Espacio, todos los fenómenos contingentes.

El progreso es particularmente difícil y trabajoso, dado que se trata de ascender lugares más elevados (condiciones de conciencia que se hallan más cerca del olímpico dominio de la Realidad Trascendente), y el camino se halla sembrado de obstáculos mayores: precisa trepar sobre las rocas que, con motivo de su solidez, se parecen a aquellos principios más firmes —morales y filosóficos — sobre los cuales podemos sentarnos y descansar, basando en ellos nuestros pensamientos y nuestra conducta en la vida. Pero ese descanso sólo puede ser contemporáneo: la vida es un progreso continuado, que no admite detenciones o paradas verdaderas, sino sólo etapas sucesivas, siendo cada una el presupuesto de la otra.

Delante de nosotros, se halla una peña más elevada —un lugar más próximo y cercano a la Verdad. Es menester descender, para poder nuevamente subir y conquistarlo. Así pues, por medio de una larga serie de ascensos y de descensos, se cumple ese viaje que nos lleva siempre más cerca de aquellos lugares, en que el día y la mañana tienen su nacimiento. Llegaremos tan cerca como pueda nuestro ojo resistir esa luz deslumbrante; e igualmente puedan nuestros pulmones soportar el aire sutil y rarefacto que se halla en todas las regiones elevadas tanto del mundo físico, como del espiritual.

El primero de los viajes es, también, la prueba del aire: la prueba que espera a todo aquel que quiera elevarse y ascender. Cuando se llegue a las regiones filosóficas de la pura abstracción hay, sobre todo, que vencer el vértigo que pueden causarnos, pues nos parece muchas veces estar sin asiento, y como suspendidos en el espacio, a la merced de los vientos que pueden barremos y hacernos precipitar nuevamente sobre aquella misma realidad, concreta, por encima de la cual por medio de una comprensión superior, parecíamos habernos elevado.

También representa, esa prueba del aire, nuestra inherente firmeza de propósito por medio de la cual, haciendo nuestro firme apoyo la roca de la Verdad, y los principios morales a los cuales hemos determinado conformarnos, estamos capacitados para enfrentarnos animosamente y sin vacilar, con las falsas creencias, opiniones y corrientes hostiles del mundo exterior, sin que éstas tengan el poder de hacernos caer en el abandono de esos principios, de los que nuestra propia conciencia íntima nos da la seguridad.

Encontramos la prueba, en esta forma, en nuestro camino de regreso, del Oriente al Occidente, cuando se traía sobre todo de aplicar, probar y hacer efectivos aquellos principios y verdades que hemos reconocido más justos y reales. Esos principios, leyes y verdades abstractas han de demostrarse en su aplicación en las diferentes experiencias de la vida, por medio de la cual nuestro primer convencimiento se hace a la vez más firme y más valioso. Cuando la Verdad logra hacerse operativa en estas experiencias, en cuanto llega a dominarlas, trasmutando los efectos por medio de las causas en que tienen su origen y su fundamento, entonces esa Verdad es para nosotros la luz creativa1 que obra constructivamente en nuestro fuero interno, haciendo igualmente fecunda la vida exterior.

Por consiguiente, el viaje de regreso sólo puede efectuarse en esa luminosa región del Sur, que hemos visto ser el asiento de Venus, como principio de la armonía creadora de la naturaleza, aprovechando y utilizando con ese objeto todas indistintamente las experiencias que se nos presenten, cuyo resultado ha de ser en definitiva benéfico y constructor.

La prueba del aire es también la primera que encuentra el embrión de la planta, al abrirse su camino, desde la obscuridad protectora de la tierra y de la semilla, verticalmente, hacia la luz. Viniendo en contacto con ese elemento, móvil y frío, cuyas corrientes poderosas abaten y arrebatan, a veces, los árboles más fuertes debe aprender a resistirle y aprovecharlo útilmente, apoyándose e inmergiéndose en el mismo, en su crecimiento, y sacando de aquél su propio alimento; por ser el oxígeno el más indispensable entre los elementos sostenedores y activadores de la vida orgánica.

Lo mismo ha de hacer quien se abre —por sus esfuerzos, y por su íntimo anhelo hacia la luz— su propio camino hacia la Verdad que es fuerza, vida y alimento. Pues, aquello mismo que tiene el poder de abatirnos y hacernos caer, cuando sepamos aprovecharlo, se hará nuestro apoyo y el medio de nuestra elevación y crecimiento. Que el uno y el otro de estos dos efectos contrarios sea aquel que esa influencia produce en nuestra vida, estriba precisamente en nuestra propia actitud interna, o sea en el dominio y control constructivo que sepamos realizar sobre nuestros propios pensamientos.

Pues nuestro enemigo, en ningún caso se halla afuera, sino que está dentro de nosotros mismos, en las propias tendencias negativas de los pensamientos y en los errores y falsas creencias que hemos aceptado y reconocido, formando la simiente de la cizaña que crece y se manifiesta en el campo de la vida externa, junto con las espigas sabrosas de nuestros pensamientos positivos y constructores, que son los que expresan sabiduría y verdad.

La propias corrientes hostiles y todos los vientos contrarios que parecen soplar en. contra de nosotros, han sido por así decirlo, involuntariamente creados, llamados, atraídos y producidos por la actitud interior negativa de la mente y toda nuestra oposición en contra de ellos no haría más que acrecer su violencia. Pero podemos utilizarlos sabiamente, eligiendo con el ideal que nos guía la dirección de la marcha, dado que con el mismo viento puede un barco ir en dos rumbos contrarios, y hacia su puerto o su destrucción, según sabe aprovechar su empuje, disponiendo oportunamente las velas.

El segundo viaje, que hace el candidato antes de ser recibido masón, representa una etapa sucesiva en la cual, en razón del progreso hecho anteriormente el camino resulta más fácil y menores son los obstáculos que sobre el mismo se encuentran. Esto se debe tanto a la crecida fuerza y capacidad de superar las dificultades, por lo cual éstas cesan de ser tales, así como al dominio adquirido sobre los pensamientos, cuya actividad creativa y causativa se manifiesta, según proceden la experiencia y el discernimiento de una manera siempre más constructiva y armoniosa.

En lugar de los ruidos más burdos y desordenados del primer viaje, alusivos a los vientos impetuosos de la destrucción, y al estado en que nos encontramos cuando nos dominen los errores y los pensamientos que no hemos aprendido a controlar, se oye ahora el toque suave y argentino de las espadas. Estas indican los combates que se verifican, sin embargo de una manera leal y ordenada, a la luz de nuestro mejor discernimiento, entre opuestos sentimientos y emociones que, a la vez, quieren dominarnos. El lugar de ese combate es nuestro propio corazón, el manantial interior de las aguas de la vida que necesitan purificarse, así como nuestros pensamientos.

La misma prueba del agua la encuentra la plantita en su crecimiento, cuando sobre ella se abaten las lluvias, cuyas gotas, animadas por una moción en sentido contrario al de su crecimiento, son como otras tantas espadas que aparentan dirigirse en su contra para destruir y anonadar su esfuerzo hacia la luz. Sin embargo esa lluvia no deja de ser benéfica, en cuanto purifica el aire y lo hace más claro y transparente, mientras riega y refresca la tierra: también se refresca la plantita, resistiendo esa prueba, y absorbiendo con su raíz la humedad benéfica que será para ella un nuevo elemento favorable para su crecimiento al mismo tiempo que le quita las escorias que pudieran depositarse en su superficie, llevadas por el aire y los animales.

Lo propio sucede con el hombre, que sale purificado del combate de las emociones, según aprende a dominarlas armonizándolas con sus aspiraciones superiores; y de las lágrimas que resultan de todas las  emociones negativas y que, regando el órgano de la vista, hacen a ésta más clara, serena y despejada.

Sin ningún ruido tiene lugar el tercer viaje, alusivo a una fase más elevada de, progreso y purificación. Mientras en el primero se trata sobre todo del dominio de los pensamientos —pues a ellos se les deben todas las dificultades y obstáculos que el hombre puede encontrar sobre el sendero de su vida— y que han de ser clarificados, iluminados y coordinados constructivamente, conociendo y aprovechando la Luz de la Verdad; y en el segundo se trata de controlar y dominar todos aquellos sentimientos y emociones que manifiestan imperfectamente la Vida Interna y tratan de impedir el progreso según los anhelos más elevados de ésta; en el tercero se aprende, de la misma manera, a purificar la voluntad de todos aquellos hábitos e instintos, cuya influencia se ejerce en un sentido opuesto a la conservación y al progreso evolutivo de la existencia.

Sobre los hábitos y los instintos, que constituyen lo que se ha llamado la mente subconsciente descansa, pues, como un edificio sobre sus cimientos, el templo de nuestra existencia orgánica y activa. En estos fundamentos, además del factor individual, concurre la herencia atávica y la de la raza, cuya base es mental aunque se consideren a menudo como atributos propios e inseparables del plasma vital, o bien de los más pequeños, ultramicroscópicos, elementos morfológicos. El dominio y la purificación de esos hábitos e instintos, de manera que estén en perfecta armonía con la voluntad de nuestra Vida Elevada —incluyendo las intenciones y motivos que pueden impulsarnos a la acción— es precisamente la tarea a la que aluden el tercer viaje y la prueba del fuego, anticipándosele como programa iniciático al recipiendario, aquello mismo que encontrará nuevamente en forma más directa en los grados superiores.

La regeneración individual es, pues, aquello que ha de salir de la prueba del fuego, como nos lo muestra la narración mitológica de Demeter que pone al niño Demofonte, confiado a sus cuidados, en la llama del hogar, para que se purificara de sus escorias (o instintos) mortales, y se hiciera inmortal.

Así la Luz de la Verdad, después de haber brillado claramente en la mente, como principio ordenador de los pensamientos, y luego en el corazón, purificando y ordenando constructivamente, las emociones, desciende en las mismas profundidades de los instintos y hábitos arraigados en la carne —que constituyen el infierno de la vida individual — con objeto de salvarlos, o sea purificarlos y ennoblecerlos. De esta manera la misma luz o Verbo Divino se hace carne y habita en nosotros', y según le recibamos nos da "potestad de ser hechos hijos de Dios" o sea, hijos conscientes de la verdadera luz, que en nosotros brillará eternamente.

Habiendo encontrado y recibido la Luz, el iniciado, de la misma manera, recibe y encuentra la palabra que es sagrada, en cuanto renovadora y ennoblecedora de su ser y de su vida. Esa Palabra es la misma Luz, que se presenta al oído del entendimiento, después de haber sido percibida por el ojo del discernimiento. La Luz y la Palabra igualmente hacen, al masón, constituyendo de ahora en adelante el propio Logos o Centro Divino y principio constructor y ordenador de la logia de su propia vida renovada —desde sus funciones instintivas al cielo de los pensamientos y de las inspiraciones— en virtud y por medio del mismo. Puede ahora dignamente ceñírsele el mandil como emblema de la pura conciencia constructiva que ha nacido en él, al encontrar y recibir esa Luz verdadera que de ahora en adelante lo orienta y lo guía en todos sus pasos, iluminando su existencia y derramándose y esparciéndose en su derredor, con el místico aroma de la virtud, que siempre la acompaña y la demuestra.


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