sábado, 27 de octubre de 2012

EL LUGAR DEL HOMBRE EN LA TIERRA, ALEXIS CARREL

El lugar del hombre en la tierra.

Por Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina

En la conducción de nuestra vida no podemos permitirnos ignorar la ordenación natural de las cosas. Es cierto que conservamos todavía la ilusión de ser los privilegiados entre todos los vivientes y de escapar a la regla común. El sentimiento de ser libres nos da una engañosa seguridad. Creemos ocupar sobre la tierra una situación muy superior a la asignada a las plantas, a los árboles y a
los animales. Conviene, sin embargo, que sepamos de modo preciso cuál es nuestro verdadero lugar en la naturaleza.


Nuestro cuerpo, como se sabe desde Aristóteles, es una unidad autónoma, cuyas partes todas están entre sí en relaciones funcionales y existen como
sirvientes del todo. Se compone de tejidos, de sangre y de espíritu. Estos tres elementos son distintos, pero inseparables unos de otros. Son igualmente
inseparables, aunque distintos, del medio físico, químico y psicológico en el cual estamos sumergidos. Todas las substancias, pues, que constituyen los tejidos y la sangre vienen de este medio, bien directamente, bien indirectamente, por mediación de las plantas y de los animales. La mayor parte de nuestro cuerpo está hecha del agua de la lluvia, de los manantiales y de los ríos. Esta agua inferior tiene en solución proporciones definidas de sales minerales cuyo origen se encuentra en el suelo. Constituye el substrato de las células y de la sangre. Como la tierra y el agua de mar, contiene sodio,
potasio, magnesio, caldo, hierro, cobre, y una cantidad de elementos más raros, como el manganeso, el cinc, el arsénico que nos aporta la carne de los animales, la leche, los granos, los cereales, las hojas de las legumbres, los tubérculos y
las raíces. Son también los animales y las plantas los que suministran las materias azoadas, las grasas, los azúcares, las sales y las vitaminas indispensables para la construcci6n de los tejidos, para su conservación y para sus gastos energéticos. Los elementos químicos que entran en la composición del cuerpo son idénticos a los que componen el sol, la una y las estrellas. No hay diferencia alguna entre el oxigeno que respiramos del planeta Marte y el oxígeno que respiramos. El hidrógeno contenido en la molécula del glicógeno del hígado y de los músculos y el calcio del esqueleto son los mismos que el hidrógeno y el calcio de las llamas cinematográficas por Mac Math en la atmósfera del sol. El hierro de los glóbulos rojos de la sangre es semejante al hierro de los meteoritos. Los átomos de sodio que flotan como niebla ligera en los espacios
intersiderales podrían ser utilizados por nuestros tejidos tan bien como los de la sal de nuestros alimentos. En suma: elementos químicos de que se halla hecho nuestro cuerpo vienen del cosmos, de la
tierra, del aire y del agua. Los elementos químicos se comportan de la misma manera dentro del cuerpo como fuera de él. Desde Claude Bernard, sabemos que las leyes de la fisiología son fundamentalmente las mismas que las de la mecánica, de la física y de la química. Los modos de ser de las cosas son invariables; por ejemplo: las leyes de las masas de la capilaridad, de la ósmosis, de la hidrodinámica, siguen siendo verdaderas en el seno de nuestros tejidos. Es posible, sin embargo, de acuerdo con la hipótesis emitida por Donnan, que ciertas leyes estadísticas cesan de obrar en los órganos celulares tan pequeños que sólo encierran algunas gruesas moléculas de materia proteica.

En suma: nuestro cuerpo es un fragmento del cosmos, dispuesto de manera muy particular, pero en el cual se manifiestas las mismas leyes que en el resto del mundo. Está constituido por los mismo elementos que su ambiente físico.

Hay también entre el hombre y su medio relaciones funcionales individibles.

El medio se acomoda al hombre y el hombre al medio. Se puede decir que el medio es para el hombre lo que la cerradura para la llave. Hombre y medio forman las dos partes de un todo. En efecto; la superficie de la tierra presenta un
conjunto de físicas y químicas excepcionales en el universo y enminentemente propias para nuestra existencia. Nuestro planeta retiene en su derrotero una atmósfera bastante densa para permitir a los vivientes obtener, aún sobre las altas montañas, el oxígeno indispensable para la respiración. Es también la atmósfera la que protege a las plantas y a los animales contra la acción nociva de los rayos solares y del frío. La atracción del globo terrestre terrestre ejerce sobre todos los cuerpos nos hace adherirnos al suelo en la medida apropiada a las necesidades de nuestra vida.

En la superficie de Júpiter nos hallaríamos inmovilizados por nuestro peso.

En la luna seríamos excesivamente ligeros. Como Henderson lo ha demostrado, el medio cósmico se adapta a la vida, sobre todo gracias a las propiedades
singulares de tres elementos: el oxígeno, el hidrógeno y el carbono, que forman el agua y el ácido carbónico. El agua y el ácido carbónico estabilizan la temperatura de la tierra. Además, el agua moviliza la mayor parte de los elemento químicos. Una ver movilizados, estos elementos penetran por todas partes y sirven de alimento a los vegetales. En fin, el hidrógeno, el oxígeno y
el ácido carbónico son los más activos de todos los elementos. Forman los compuestos más numerosos y los edificios moleculares más complejos. Gracias al
agua, que les proporciona en solución la mayor parte de las sustancias químicas, las plantas y los animales preparan los alimentos complejos que el
hombre necesita. De ese modo, el medio se adapta a la vida. Al mismo tiempo, la vida se adapta al medio. Emplea para ello dos procedimientos diferentes.

Consiste el primero en absorber o asimilar el medio. El organismo, por ejemplo, absorbe el oxígeno del aire y asimila las substancias alimenticias. El segundo procedimiento consiste en reaccionar contra el medio y en ajustar a él. Este ajustamiento se hace por un esfuerzo de los grande sistemas de adaptación. La repetición de este esfuerzo aumenta el poder de estos sistemas, es decir, de los
vasos, de los centros nerviosos, de los músculos, de las glándulas, del corazón, de todos los órganos. Esta es la razón de que el individuo, a fin de alcanzar su
desarrollo óptimo, deba luchar constantemente con su medio. La dureza de las condiciones de la vida es la condición indispensable para la ascensión de la
persona humana.

Los sabios cometen con frecuencia el extraño error de observar los fenómenos naturales como si ellos mismos se encontrasen fuera de la naturaleza.

En realidad, forman parte de un sistema material compuesto del observador y del objeto de su observación.

Nuestro espíritu, es cierto, no está encerrado en las cuatro dimensiones del espacio y del tiempo. Aun cuando estemos sumergidos en el cosmos, tenemos el sentimiento de podernos librar de él. De un modo que todavía no compremos, el espíritu es capaz de evadirse de la continuidad física. Sin embargo, continúa inseparable del cuerpo es decir, del mundo físico. Está sometido a este mundo.

Basta que el plasma sanguíneo quedé privado de ciertas sustancias químicas para que las más nobles aspiraciones del alma se desvanezcan. Cuando la glándula tiroides, por ejemplo, cesa de segregar la tiroxina en los vasos sanguíneos, ya no hay ni inteligencia, ni sentido de lo bello, ni sentido religioso. El aumento o la disminución del calcio produce un desequilibrio mental. La personalidad se
desintegra bajo la influencia del alcoholismo crónico. Si, como lo hizo Mr. Collum, se suprime completamente el manganeso de la alimentación de una rata, ésta pierde el sentido maternal. Por
el contrario, cuando se suministra un extracto de glándula pituitaria llamado prolactina a ratas vírgenes, adoptan estás a jóvenes ratas, construyendo nidos para ellas y las rodean de cuidados. Y a falta de jóvenes ratas, consagran su
amor paternal a pichones recién nacidos. Es cierto también que los sentimientos son profundamente influidos por ciertas enfermedades. Un ataque ligero de encefalitis letárgica puede producir como consecuencia una transformación de la personalidad. Cuando el treponema pálido comienza su invasión del cerebro, ilumina a veces la inteligencia con relámpagos de genio. Es cierto que el estado del espíritu se halla condicionado por el cuerpo. Las actividades intelectuales
y afectivas dependen de los condiciones físicas, químicas y fisiológicas de los órganos. Por consiguiente, del mundo cósmico.

En suma: nuestro cuerpo está hecho de agua y de elementos tomados en el aire y en la tierra. Las leyes de la física y de la química se aplican lo mismo a los
fenómenos que se realizan en el mundo interior de nuestros tejidos y de nuestros humores que a los del mundo exterior. Somos en la superficie de la tierra seres análogos a los demás seres; más próximos, sin embargo, a las plantas, los árboles y los animales, que a las rocas, las montañas, los ríos y el océano.
Formamos evidentemente parte de la naturaleza. Tenemos lazos estrechos de parentescos con los animales superiores, en particular con los chimpancés y los orangutanes. Pero les superamos inmensamente por la potencia de nuestra mente.
Gracias a nuestra inteligencia tenemos libertad de conducirnos con nos place. Es el sentimiento de la libertad lo que nos da ilusión de ser independientes de la naturaleza. Si bien cierto que somos libres, es cierto también que estamos sometidos al orden del mundo. Podemos, si lo queremos, no tener en cuenta ninguna de las leyes naturales. Sólo nuestra voluntad nos obliga a tomar en consideración las propiedades esenciales de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu, y los modos de ser del mundo que nos rodea. Podemos, si lo deseamos, descender de un barco para caminar sobre las aguas, saltar desde lo alto del Empire State Building a la Quinta Avenida, habitar gracias al hashish entre las
maravillas del país de los sueños, o abandonarnos a la corrupción de la civilización moderna. En otros términos; tenemos la facultad de comportarnos o
no según el orden que emana de las cosas. Pero jamás conseguiremos romper los lazos que nos unen al mundo del cual procedemos. La voluntad del hombre será siempre impotente para modificar la estructura del universo. Como nuestros
hermanos inferiores, los cetáceos de los mares polares, o los antropoides que viven en las selvas tropicales, formamos parte de la naturaleza. Estamos sometidos a las mismas leyes que el resto del mundo terrestre. Por razón de formar parte de la naturaleza, debemos, como lo enseña Epitecto, vivir conforme a sus órdenes. Tenemos que ser lo que somos en nuestra esencia de ser. (*)

(*) Fuente: Alexis Carrel, La conducta en la vida,

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EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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sábado, 27 de octubre de 2012

EL LUGAR DEL HOMBRE EN LA TIERRA, ALEXIS CARREL

El lugar del hombre en la tierra.

Por Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina

En la conducción de nuestra vida no podemos permitirnos ignorar la ordenación natural de las cosas. Es cierto que conservamos todavía la ilusión de ser los privilegiados entre todos los vivientes y de escapar a la regla común. El sentimiento de ser libres nos da una engañosa seguridad. Creemos ocupar sobre la tierra una situación muy superior a la asignada a las plantas, a los árboles y a
los animales. Conviene, sin embargo, que sepamos de modo preciso cuál es nuestro verdadero lugar en la naturaleza.


Nuestro cuerpo, como se sabe desde Aristóteles, es una unidad autónoma, cuyas partes todas están entre sí en relaciones funcionales y existen como
sirvientes del todo. Se compone de tejidos, de sangre y de espíritu. Estos tres elementos son distintos, pero inseparables unos de otros. Son igualmente
inseparables, aunque distintos, del medio físico, químico y psicológico en el cual estamos sumergidos. Todas las substancias, pues, que constituyen los tejidos y la sangre vienen de este medio, bien directamente, bien indirectamente, por mediación de las plantas y de los animales. La mayor parte de nuestro cuerpo está hecha del agua de la lluvia, de los manantiales y de los ríos. Esta agua inferior tiene en solución proporciones definidas de sales minerales cuyo origen se encuentra en el suelo. Constituye el substrato de las células y de la sangre. Como la tierra y el agua de mar, contiene sodio,
potasio, magnesio, caldo, hierro, cobre, y una cantidad de elementos más raros, como el manganeso, el cinc, el arsénico que nos aporta la carne de los animales, la leche, los granos, los cereales, las hojas de las legumbres, los tubérculos y
las raíces. Son también los animales y las plantas los que suministran las materias azoadas, las grasas, los azúcares, las sales y las vitaminas indispensables para la construcci6n de los tejidos, para su conservación y para sus gastos energéticos. Los elementos químicos que entran en la composición del cuerpo son idénticos a los que componen el sol, la una y las estrellas. No hay diferencia alguna entre el oxigeno que respiramos del planeta Marte y el oxígeno que respiramos. El hidrógeno contenido en la molécula del glicógeno del hígado y de los músculos y el calcio del esqueleto son los mismos que el hidrógeno y el calcio de las llamas cinematográficas por Mac Math en la atmósfera del sol. El hierro de los glóbulos rojos de la sangre es semejante al hierro de los meteoritos. Los átomos de sodio que flotan como niebla ligera en los espacios
intersiderales podrían ser utilizados por nuestros tejidos tan bien como los de la sal de nuestros alimentos. En suma: elementos químicos de que se halla hecho nuestro cuerpo vienen del cosmos, de la
tierra, del aire y del agua. Los elementos químicos se comportan de la misma manera dentro del cuerpo como fuera de él. Desde Claude Bernard, sabemos que las leyes de la fisiología son fundamentalmente las mismas que las de la mecánica, de la física y de la química. Los modos de ser de las cosas son invariables; por ejemplo: las leyes de las masas de la capilaridad, de la ósmosis, de la hidrodinámica, siguen siendo verdaderas en el seno de nuestros tejidos. Es posible, sin embargo, de acuerdo con la hipótesis emitida por Donnan, que ciertas leyes estadísticas cesan de obrar en los órganos celulares tan pequeños que sólo encierran algunas gruesas moléculas de materia proteica.

En suma: nuestro cuerpo es un fragmento del cosmos, dispuesto de manera muy particular, pero en el cual se manifiestas las mismas leyes que en el resto del mundo. Está constituido por los mismo elementos que su ambiente físico.

Hay también entre el hombre y su medio relaciones funcionales individibles.

El medio se acomoda al hombre y el hombre al medio. Se puede decir que el medio es para el hombre lo que la cerradura para la llave. Hombre y medio forman las dos partes de un todo. En efecto; la superficie de la tierra presenta un
conjunto de físicas y químicas excepcionales en el universo y enminentemente propias para nuestra existencia. Nuestro planeta retiene en su derrotero una atmósfera bastante densa para permitir a los vivientes obtener, aún sobre las altas montañas, el oxígeno indispensable para la respiración. Es también la atmósfera la que protege a las plantas y a los animales contra la acción nociva de los rayos solares y del frío. La atracción del globo terrestre terrestre ejerce sobre todos los cuerpos nos hace adherirnos al suelo en la medida apropiada a las necesidades de nuestra vida.

En la superficie de Júpiter nos hallaríamos inmovilizados por nuestro peso.

En la luna seríamos excesivamente ligeros. Como Henderson lo ha demostrado, el medio cósmico se adapta a la vida, sobre todo gracias a las propiedades
singulares de tres elementos: el oxígeno, el hidrógeno y el carbono, que forman el agua y el ácido carbónico. El agua y el ácido carbónico estabilizan la temperatura de la tierra. Además, el agua moviliza la mayor parte de los elemento químicos. Una ver movilizados, estos elementos penetran por todas partes y sirven de alimento a los vegetales. En fin, el hidrógeno, el oxígeno y
el ácido carbónico son los más activos de todos los elementos. Forman los compuestos más numerosos y los edificios moleculares más complejos. Gracias al
agua, que les proporciona en solución la mayor parte de las sustancias químicas, las plantas y los animales preparan los alimentos complejos que el
hombre necesita. De ese modo, el medio se adapta a la vida. Al mismo tiempo, la vida se adapta al medio. Emplea para ello dos procedimientos diferentes.

Consiste el primero en absorber o asimilar el medio. El organismo, por ejemplo, absorbe el oxígeno del aire y asimila las substancias alimenticias. El segundo procedimiento consiste en reaccionar contra el medio y en ajustar a él. Este ajustamiento se hace por un esfuerzo de los grande sistemas de adaptación. La repetición de este esfuerzo aumenta el poder de estos sistemas, es decir, de los
vasos, de los centros nerviosos, de los músculos, de las glándulas, del corazón, de todos los órganos. Esta es la razón de que el individuo, a fin de alcanzar su
desarrollo óptimo, deba luchar constantemente con su medio. La dureza de las condiciones de la vida es la condición indispensable para la ascensión de la
persona humana.

Los sabios cometen con frecuencia el extraño error de observar los fenómenos naturales como si ellos mismos se encontrasen fuera de la naturaleza.

En realidad, forman parte de un sistema material compuesto del observador y del objeto de su observación.

Nuestro espíritu, es cierto, no está encerrado en las cuatro dimensiones del espacio y del tiempo. Aun cuando estemos sumergidos en el cosmos, tenemos el sentimiento de podernos librar de él. De un modo que todavía no compremos, el espíritu es capaz de evadirse de la continuidad física. Sin embargo, continúa inseparable del cuerpo es decir, del mundo físico. Está sometido a este mundo.

Basta que el plasma sanguíneo quedé privado de ciertas sustancias químicas para que las más nobles aspiraciones del alma se desvanezcan. Cuando la glándula tiroides, por ejemplo, cesa de segregar la tiroxina en los vasos sanguíneos, ya no hay ni inteligencia, ni sentido de lo bello, ni sentido religioso. El aumento o la disminución del calcio produce un desequilibrio mental. La personalidad se
desintegra bajo la influencia del alcoholismo crónico. Si, como lo hizo Mr. Collum, se suprime completamente el manganeso de la alimentación de una rata, ésta pierde el sentido maternal. Por
el contrario, cuando se suministra un extracto de glándula pituitaria llamado prolactina a ratas vírgenes, adoptan estás a jóvenes ratas, construyendo nidos para ellas y las rodean de cuidados. Y a falta de jóvenes ratas, consagran su
amor paternal a pichones recién nacidos. Es cierto también que los sentimientos son profundamente influidos por ciertas enfermedades. Un ataque ligero de encefalitis letárgica puede producir como consecuencia una transformación de la personalidad. Cuando el treponema pálido comienza su invasión del cerebro, ilumina a veces la inteligencia con relámpagos de genio. Es cierto que el estado del espíritu se halla condicionado por el cuerpo. Las actividades intelectuales
y afectivas dependen de los condiciones físicas, químicas y fisiológicas de los órganos. Por consiguiente, del mundo cósmico.

En suma: nuestro cuerpo está hecho de agua y de elementos tomados en el aire y en la tierra. Las leyes de la física y de la química se aplican lo mismo a los
fenómenos que se realizan en el mundo interior de nuestros tejidos y de nuestros humores que a los del mundo exterior. Somos en la superficie de la tierra seres análogos a los demás seres; más próximos, sin embargo, a las plantas, los árboles y los animales, que a las rocas, las montañas, los ríos y el océano.
Formamos evidentemente parte de la naturaleza. Tenemos lazos estrechos de parentescos con los animales superiores, en particular con los chimpancés y los orangutanes. Pero les superamos inmensamente por la potencia de nuestra mente.
Gracias a nuestra inteligencia tenemos libertad de conducirnos con nos place. Es el sentimiento de la libertad lo que nos da ilusión de ser independientes de la naturaleza. Si bien cierto que somos libres, es cierto también que estamos sometidos al orden del mundo. Podemos, si lo queremos, no tener en cuenta ninguna de las leyes naturales. Sólo nuestra voluntad nos obliga a tomar en consideración las propiedades esenciales de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu, y los modos de ser del mundo que nos rodea. Podemos, si lo deseamos, descender de un barco para caminar sobre las aguas, saltar desde lo alto del Empire State Building a la Quinta Avenida, habitar gracias al hashish entre las
maravillas del país de los sueños, o abandonarnos a la corrupción de la civilización moderna. En otros términos; tenemos la facultad de comportarnos o
no según el orden que emana de las cosas. Pero jamás conseguiremos romper los lazos que nos unen al mundo del cual procedemos. La voluntad del hombre será siempre impotente para modificar la estructura del universo. Como nuestros
hermanos inferiores, los cetáceos de los mares polares, o los antropoides que viven en las selvas tropicales, formamos parte de la naturaleza. Estamos sometidos a las mismas leyes que el resto del mundo terrestre. Por razón de formar parte de la naturaleza, debemos, como lo enseña Epitecto, vivir conforme a sus órdenes. Tenemos que ser lo que somos en nuestra esencia de ser. (*)

(*) Fuente: Alexis Carrel, La conducta en la vida,

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