jueves, 21 de noviembre de 2013

LAS ACTIVIDADES MENTALES




LAS ACTIVIDADES MENTALES
Dr. Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina

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El concepto operacional de la conciencia.– El alma y el cuerpo. – Preguntas que no tienen sentido.– La introspección y el estudio del comportamiento.

Al mismo tiempo que actividades fisiológicas, el cuerpo manifiesta actividades mentales. Mientras que las actividades orgánicas se muestran por medio del trabajo mecánico, por el calor, la energía eléctrica, las trasformaciones químicas, susceptibles de ser medidas por las técnicas de la física y de la química, las manifestaciones de la conciencia revelan procesos diferentes, aquellos que se emplean en la introspección y el estudio del comportamiento humano. El concepto de conciencia es equivalente al análisis, hecho por nosotros, de lo que en nosotros pasa, y también de ciertas actividades claramente visibles entre nuestros semejantes. Resulta agradable distinguir estas actividades en lo intelectual, moral, estético, religioso y social. En suma el cuerpo y el alma son perspectivas cogidas del mismo objeto con ayuda dé métodos diferentes, de abstracciones hechas por nuestro espíritu de un ser único. La antítesis de la materia y del espíritu no es sino la oposición de dos órdenes de técnica. El error de Descartes ha sido creer en la realidad de estas abstracciones y contemplar como heterogéneos lo físico y lo moral. Este dualismo ha constituido un peso grave en la historia del conocimiento del hombre. Ha creado el falso problema de las relaciones del alma y del cuerpo. No ha habido lugar de examinar la naturaleza de estas relaciones, porque no observábamos ni alma ni cuerpo, sino únicamente un ser compuesto cuyas actividades fisiológicas y mentales hemos dividido arbitrariamente.
Por cierto, se continuará, siempre hablando del alma como una entidad, como se habla de la caída del sol y del amanecer, refiriéndose, por supuesto, al hecho de asomarse el sol en el horizonte, como si tal fenómeno aconteciera, y aunque la humanidad sabe perfectamente, de Galileo acá, que el sol permanece inmóvil. El alma es el aspecto específico de nuestra naturaleza, aspecto que nos distingue de todos los otros seres vivientes. La curiosidad que a nuestro respecto experimentamos, nos arrastra, por fuerza, a procurar desentrañar problemas insolubles, preguntas que científicamente, no tienen sentido alguno. ¿Cuál es la naturaleza del pensamiento, esa cosa extraña que vive en nosotros sin consumir una cantidad de energía apreciable? ¿Cuáles son sus relaciones con las formas conocidas de la energía, física? El espíritu vive casi inadvertido en el seno de la naturaleza viva, y sin embargo es la potencia más colosal que existe en este mundo. Ha, trastornado la superficie de la tierra; ha construido y destruido civilizaciones y ha creado nuestro Universo sideral. ¿Es un producto de las células cerebrales como la insulina lo es del páncreas y la bilis del hígado? ¿Cuáles son, de entre las células, las precursoras del pensamiento? ¿A expensas de qué sustancias se elabora éste? ¿Proviene de un elemento preexistente, como la glucosa del glucógeno o la fibrina del fibrinógeno?.¿Se trata, acaso, de una energía diferente de las energías estudiadas por la física que no se expresa por las mismas leyes y se produce por medio de las mismas células de la base cortical del cerebro? Por el contrario, ¿es preciso considerar el pensamiento como un ser inmaterial, que existe fuera del espacio y del tiempo, fuera de las dimensiones del Universo cósmico, y se inserta, por desconocidos procedimientos, en nuestro cerebro que vendría a ser la condición indispensable de estas manifestaciones y determinaría sus caracteres? En todas las épocas, en todos los países, los grandes filósofos han consagrado su vida al examen de estos problemas cuya solución no han logrado encontrar.
Estas preguntas nos las haremos siempre, aunque sabemos demasiado bien que es imposible responder a ellas. Para los hombres de ciencia no tienen sentido alguno, a menos que nuevas técnicas nos permitan aprehender mejor las manifestaciones de la conciencia. Para progresar en el conocimiento de este aspecto esencial, específico del ser humano, hace falta contentarnos con el estudio minucioso de los fenómenos que podemos coger con nuestros métodos de observación y sus relaciones con las actividades fisiológicas. Es indispensable hacer una observación tan completa como sea posible de esta comarca cuyo horizonte se pierde por todos sus costados en un terrible enredo.
El hombre se compone de la totalidad de las actividades observables actualmente en él y de las que ha manifestado en el pasado. Las funciones que en ciertas épocas y en ciertos medios permanecen virtuales y aquellas que existen de manera constante, poseen idéntica realidad. Los escritos de Ruisbroeck, el admirable, contienen tantas verdades como contienen los de Claude Bernard. El Ornamento de las Bodas Espirituales y La Introducción a la Medicina Experimental describen aspectos, los unos más raros, los otros más comunes, del mismo ser. Las formas de la actividad humana que considera Platón son tan específicas de nuestra naturaleza como el hambre, la sed, el apetito sexual y la pasión por la riqueza. Desde el Renacimiento, hemos cometido el error de dar arbitrariamente una situación privilegiada a ciertos aspectos de nosotros mismos. Hemos separado la materia del espíritu. Hemos atribuido una realidad más profunda a la una que a la otra. La fisiología y la medicina se han ocupado, sobre todo, de las manifestaciones del cuerpo y de los desórdenes orgánicos cuya expresión se encuentra en lesiones microscópicas de los tejidos. La sociología ha considerado al hombre casi únicamente desde el punto de vista de su capacidad de dirigir las máquinas, del trabajo que es capaz de efectuar, de su aptitud para consumir, de su valor económico. La higiene se ha interesado en la salud, en los medios de aumentar la población, en la prevención de las enfermedades infecciosas y en cuanto puede acrecentar su bienestar fisiológico. La pedagogía ha dirigido sus esfuerzos hacia el desarrollo intelectual y muscular de los niños. Pero todas estas ciencias han desdeñado el estudio de la conciencia en la totalidad de sus aspectos. Habrían debido examinar al hombre a la luz convergente de la fisiología y de la psicología. Habrían debido utilizar equitativamente los estudios proporcionados por la introspección y el comportamiento. Una y otra de estas técnicas alcanzan el mismo objeto. Pero la una le observa desde el interior y la otra coge sus manifestaciones exteriores. No hay razón alguna para dar a ésta más razón que a aquella. Ambas poseen igual derecho a nuestra confianza.

II
Las actividades intelectuales. – La certidumbre científica. – La intuición. – Clarividencia y telepatía.

La existencia de la inteligencia es un producto inmediato de la observación. Esta facultad de comprender las relaciones de las cosas, toma en cada individuo cierto valor y cierta forma. La inteligencia puede medirse con ayuda de técnicas adecuadas. Estas medidas se dirigen a una forma convencional, esquematizada, de esta función. No dan sino una noción incompleta del valor intelectual de los seres humanos pero permiten dividirlos aproximadamente en categorías. Resultan útiles para la elección de hombres aptos, si se trata de un trabajo sencillo, tal como el de un obrero de fábrica o de un empleadillo de almacén o banco. Sin embargo, estas técnicas nos han revelado hechos de verdadera importancia: la debilidad de espíritu en la mayor parte de los individuos. Se encuentra, en efecto, una inmensa diferencia en la cantidad y calidad de inteligencia destinada a cada cual. Desde este punto de vista, ciertos hombres son gigantes y la mayoría enanos. Cada cual nace con capacidades intelectuales diferentes, pero, grandes o pequeñas, estas capacidades exigen para manifestarse un ejercicio constante y también ciertas condiciones mal definidas del medio. La observación completa y profunda de las cosas, el hábito del razonamiento preciso, el estudio de la lógica, el uso del lenguaje matemático, la disciplina interior, aumentan la potencia intelectual. Por el contrario, las observaciones incompletas y prematuras, el paso rápido de una impresión a la otra, la multiplicidad de imágenes, la ausencia de reglamentación y esfuerzo, impiden el desarrollo del espíritu. Es fácil comprobar cuan poco inteligentes son los niños que han vivido en medio de la muchedumbre, entre una cantidad de gentes y de acontecimientos, en trenes y automóviles, en el tumulto de la calle, ante una pantalla cinematográfica, y en las escuelas, donde la concentración intelectual es desconocida. Existen otros factores que facilitan o traban el desarrollo de la inteligencia. Estos se encuentran sobre todo, en la forma de llevar la vida y en las costumbres alimenticias. Pero sus efectos son escasamente conocidos. Se diría que la abundancia de la alimentación, el exceso de los deportes, impiden el progreso psicológico. Los atletas, son, en general, poco inteligentes. Es probable que el espíritu exija, para alcanzar su grado máximo, un conjunto de condiciones que se han encontrado únicamente en ciertas épocas. La humanidad no ha procurado jamás descubrir la naturaleza de estas condiciones. No poseemos conocimiento alguno acerca de la génesis de la inteligencia. ¡Y nos figuramos ingenuamente que podemos desarrollarla por el entrenamiento de la memoria y los ejercicios practicados en las escuelas!
La sola inteligencia no es capaz de engendrar la ciencia, pero es un elemento indispensable a su creación. La ciencia fortifica la inteligencia, de la cual no es, sin embargo, sino un aspecto. Ha aportado a la humanidad una actitud intelectual nueva: la certidumbre que dan la experiencia y el razonamiento. Esta certidumbre es muy diferente de aquella que llamamos la fe, por cuanto esta última es más profunda, tanto, que no puede conmoverse ni perturbarse por argumento alguno. Tiene cierta semejanza con la certidumbre de los clarividentes. Y, cosa extraña, no permanece por entero ausente en la construcción de la ciencia. Es verdad que los grandes descubrimientos científicos no son obra de la inteligencia sola. Los sabios geniales además del poder de observar y comprender, poseen otras cualidades: la intuición y la imaginación creadora. Por medio de la intuición, cogen lo que para los otros hombres permanece oculto y perciben las relaciones entre fenómenos en apariencia aislados, adivinando así la existencia de ignorados tesoros. Todos los grandes hombres han estado dotados de intuición. Un verdadero jefe no tiene necesidad de “tests” psicológicos ni de fichas indicadoras, para elegir a sus subordinados. Un buen juez sabe, sin perderse en los detalles de la argumentación legal, y aun a veces, apoyándose, de Cardozo acá, en consideraciones falsas, hacer exacta justicia. Un gran sabio se orienta espontáneamente en la dirección en que hay un descubrimiento que hacer. Este es el fenómeno que antes se designaba con la palabra inspiración.
Entre los sabios se encuentran dos formas de espíritu, los lógicos y los intuitivos. La ciencia debe sus progresos tanto a uno como a otro de estos tipos intelectuales. Los matemáticos, aunque de estructura puramente lógica, emplean, sin embargo, la intuición. Entre los matemáticos, los hay intuitivos y los hay lógicos, analistas y geómetras.
Hermitte y Weirerstrass eran intuitivos. Riemann y Bertrand, lógicos. Los descubrimientos que la intuición hace deben ser siempre ensayados por la lógica. En la vida, ordinaria, como en la ciencia, la intuición es un medio poderoso, pero peligroso en extremo, porque a veces resulta difícil distinguirla de la mera ilusión. Aquellos que se dejan guiar únicamente por ella están expuestos a todo género de errores, porque no siempre resulta fiel. Sólo los grandes hombres o aquellos simples de corazón puro, pueden ser conducidos por ella hacia las altas cimas de la vida mental y espiritual. Es una extraña facultad. Coger la realidad sin ayuda del razonamiento, nos parece inexplicable. En cierta forma, sin embargo, la intuición parece ser un razonamiento rápido, extremadamente rápido, producto de una observación instantánea. Es probable que el conocimiento que los grandes médicos tienen del estado y del porvenir de sus enfermos, sea de esta naturaleza. Fenómenos análogos tienen lugar, cuando se juzga en un instante el valor de un hombre y se adivina sus cualidades y sus vicios. Pero bajo otras formas, la intuición se produce con ausencia total de observación y de razonamiento, A veces alcanzamos el fin deseado sin saber donde se encuentra y aun, sin conocer el medio de lograrlo. Se diría que este modo de conocimiento se acerca a la clarividencia, esta facultad que Charles Richet llama el sexto sentido. La existencia de la clarividencia y de la telepatía es un producto inmediato de la observación [[1]]. Los clarividentes cogen, sin que para ello intervengan los sentidos, los pensamientos de otra persona. Perciben, asimismo, los acontecimientos más o menos alejados en el espacio y en el tiempo. Esta facultad es excepcional. No se desarrolla sino en número muy pequeño de individuos, pero existe en estado rudimentario en muchas personas. Se ejerce sin esfuerzo y de manera espontánea. Resulta muy sencilla para los que la poseen. Les procura, de ciertas cosas, un conocimiento más seguro que el que obtienen por medio de los órganos de los sentidos. Les resulta tan sencillo adivinar los pensamientos de una persona, como analizar la expresión de su rostro. Pero, ver y sentir, son palabras que no expresan exactamente lo que ocurre en su conciencia. No miran ni buscan: saben. La lectura de los pensamientos y de los sentimientos parece estar emparentada a la vez con la inspiración científica, estética y religiosa, además de estarlo con los fenómenos telepáticos. En multitud de casos, se establece una comunicación instantánea, en el momento de la muerte o de un peligro grave, entre un individuo y otro. El moribundo o la víctima del accidente, aun cuando este accidente no sea seguido de la muerte, aparece un instante bajo su aspecto habitual a un amigo. A menudo, el alucinatorio personaje permanece silencioso. A. veces habla y anuncia su muerte. Más rara vez aún, el clarividente ve, a gran distancia, una escena, un individuo, un paisaje, que describe minuciosa y exactamente. Numerosas personas que no poseen de un modo ordinario el don de la clarividencia logran una o dos veces en el curso de su vida, la experiencia de una comunicación telepática.
Así es cómo el conocimiento del mundo exterior llega a nosotros a veces por vías diferentes de los órganos sensoriales. Es verdad que el pensamiento puede comunicarse de un ser humano a otro, aún a gran distancia, Estos hechos que son del resorte de la nueva ciencia, de la metapsíquica, deben ser aceptados tales como son ya que forman parte de la realidad. Expresan un aspecto mal conocido del ser humano. Explican, quizás, la extraña lucidez que poseen ciertos hombres. ¡Qué penetración formidable lograría aquel que estuviera disciplinado al mismo tiempo de inteligencia disciplinada y de aptitudes telepáticas! Ciertamente, la inteligencia que nos ha dado el dominio del mundo material, no es cosa sencilla. De ella, conocemos sólo una forma, la que procuramos desarrollar en las escuelas. Pero esta forma no es sino un aspecto de la maravillosa facultad, constituida por el poder. de coger la realidad, el juicio, la voluntad, la atención la intuición y quizás la clarividencia, que da al hombre la posibilidad de comprender a sus semejantes y a su medio.

III
Las actividades afectivas y morales.– Los sentimientos y el metabolismo.– El temperamento.– El carácter innato de las actividades morales.– Técnicas para el estudio del sentido moral.– La belleza. moral.

La actividad intelectual es, a la vez, distinta e indistinta del oleaje siempre en movimiento de nuestros otros estados de conciencia. Es un modo de ser característico de nosotros mismos, y cambia con nosotros. Se puede comparar a un film cinematográfico que registrara las fases sucesivas de una historia, pero la composición de cuya superficie sensible, variara de un extremo a otro. Es más semejante aún a las grandes marejadas del océano, cuyas cimas y profundidades, reflejaran de diferente manera las nubes que recorren el cielo. En efecto, proyecta sus visiones sobre el fondo sin cesar cambiante de nuestros estados afectivos, de nuestro dolor o de nuestra alegría, de nuestro amor y de nuestro odio. Para estudiarla, la separarnos artificialmente del todo del que forma parte. Pero aquel que piensa, observa o que razona, se siente al mismo tiempo feliz o desgraciado, perturbado o en calma, excitado o deprimido por sus apetitos, sus repulsiones o sus deseos. Así el mundo se nos presenta con un rostro diferente, según los estados afectivos y fisiológicos que constituyen la marejada de nuestra conciencia durante la actividad intelectual. Todos saben que el amor, el odio, la cólera y el temor, son capaces de aportar el desorden aun dentro de la lógica. Estas pasiones exigen, para manifestarse, modificaciones de los cambios químicos. Los cambios se acrecientan tanto más, cuanto los movimientos emotivos son más intensos. Por el contrario, como se sabe perfectamente, el trabajo intelectual no los modifica. Las actividades afectivas están muy cerca de las actividades fisiológicas. Constituyen lo que llamamos el temperamento. El temperamento varía de un individuo a otro, de una raza a la otra. Es una mezcla de caracteres mentales, fisiológicos y estructurales: es el hombre, propiamente dicho. Es lo que da a cada cual su pequeñez, su mediocridad o su fuerza. ¿Cuál es la causa del debilitamiento del temperamento en ciertos grupos sociales y en ciertas naciones? Se diría que la violencia de los sentimientos afectivos aumenta o disminuye a medida que aumenta la riqueza, que se extiende la educación, que la alimentación mejora. Al mismo tiempo se ve también a las funciones emotivas separarse de la inteligencia y exagerar algunos de sus aspectos. Quizás la educación moderna nos ha aportado formas de vida, de educación y de alimentación que tienden a dar a los hombres las cualidades de los animales domésticos o a desarrollar de manera inarmónica sus impulsos afectivos.
La actividad moral es equivalente a la aptitud que posee el ser humano de imponerse a sí mismo una regla de conducta de elegir entre muchos actos posibles, el que considera como bueno, de liberarse de su egoísmo y de su maldad. Crea en él el sentimiento de una obligación, de un deber. En general, permanece en estado virtual, y sin embargo no puede dudarse de su realidad. Si el sentido moral no existiese, Sócrates no hubiese bebido la cicuta. Aun hoy día se le encuentra en ciertos grupos sociales y en ciertos países, y a veces en muy alto grado. Ha existido en todas las épocas. Ha mostrado su importancia primordial en el curso de la historia. Tiene a la vez algo de la inteligencia y del sentido estético y religioso. Nos hace distinguir el bien del mal y elegir el bien con preferencia al mal. En el individuo altamente civilizado la voluntad y la inteligencia son una sola y misma, cosa y dan a nuestros actos su valor moral.
Como la actividad intelectual, el sentido moral proviene de cierto estado estructural y funcional de nuestro cuerpo.
Este depende, a la vez, de la constitución inmanente de nuestros tejidos y de nuestro espíritu y también de factores fisiológicos y mentales que obran sobre cada uno de nosotros durante nuestro desarrollo. En “Le Fondement de la Morale”, Schopenhauer comprueba que los seres humanos tienen tendencias innatas al egoísmo, a la maldad o a la piedad. Como Gallavardín ha dicho, existen entre nosotros egoístas puros a quienes la felicidad o la desdicha de sus semejantes les es igualmente indiferente. Hay otros que experimentan un placer en contemplar el infortunio y el sufrimiento de los demás, y aún en provocarlo. Hay, en fin, otros que sufren verdaderamente con el dolor de todo ser humano. Este poder de simpatía engendra la bondad, la caridad y los actos que de allí derivan. La capacidad de sentir el sufrimiento de los otros hace al ser moral que se esfuerce en disminuir entre los hombres el dolor y el peso de la vida. Cada uno de nosotros nace bueno, mediocre o malvado. Pero, lo mismo que la inteligencia, el sentido moral es susceptible de desarrollarse por medio de la educación, la disciplina y la voluntad.
La definición del bien y el mal está basada a la vez en la razón y en la experiencia milenaria de la humanidad. Corresponde a exigencias fundamentales de la vida individual y social. En ciertos detalles se manifiesta arbitraria. Pero en una época dada y en un país dado, debe ser la misma para todos los individuos. El bien es sinónimo de justicia, de caridad y de belleza. El mal, de egoísmo, de maldad y de fealdad. En la sociedad moderna, las reglas teóricas de la conducta se encuentran basadas sobre los vestigios de la moral cristiana. Pero casi no existe ya una persona que se someta a ellos. El hombre moderno ha arrojado toda disciplina para satisfacer sus apetitos. Sin embargo, las morales biológicas e industriales no poseen valor práctico, porque son artificiales y no consideran sino un aspecto del ser humano. Ignoran las actividades psicológicas mis esenciales. No nos procuran una armadura suficientemente sólida y completa para protegernos contra nuestros vicios inmanentes.
A fin de conservar su equilibrio mental y orgánico, cada individuo está obligado a mantener una regla interior. El Estado puede imponer por la fuerza la legalidad, pero no las leyes de la moral. Cada cual debe comprender la necesidad de hacer el bien y de evitar el mal, y someterse a esta necesidad por un esfuerzo de su propia voluntad. La Iglesia católica en su profundo conocimiento de la psicología humana, ha, colocado las actividades morales sobre las intelectuales. Los individuos a quienes honra más que a todos los otros, no son ciertamente los conductores de pueblos, ni lo sabios, ni los filósofos. Son los santos, es decir, aquellos que de manera heroica han sido virtuosos. Cuando se estudia a los habitantes de la Ciudad Nueva, se advierte la necesidad práctica del sentido moral. Inteligencia, voluntad y moralidad, son funciones muy vecinas las unas de las otras. Pero el sentido moral es más importante que la inteligencia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura moral se altera. En las investigaciones de la psicología humana, no hemos dado, hasta el presente, a las actividades morales el lugar que merecen. El sentido moral es susceptible de un estudio tan positivo como el de la inteligencia. Ciertamente este estudio es difícil. Pero los aspectos del sentido moral en los individuos y en los grupos de individuos son fácilmente reconocibles. Es posible, del mismo modo, analizar las consecuencias fisiológicas, psicológicas y sociales de la moralidad. Ciertamente, estas investigaciones no pueden hacerse dentro de un laboratorio. Pero existe todavía un grupo no pequeño de seres humanos en que los caracteres del sentido moral, su ausencia o su presencia, se manifiestan de una manera evidente. La actividad moral, como la inteligencia, se encuentra en el dominio de las técnicas científicas.
Nosotros no hemos tenido jamás ocasión de observar en la sociedad moderna, individuos cuya conducta se encuentre inspirada por la moral. Sin embargo, tales individuos existen. Es imposible dejar de distinguirlos cuando se les encuentra. La belleza moral deja un inolvidable recuerdo a aquel que aun una sola vez, la ha contemplado. Nos conmueve más que la belleza de la naturaleza o la de la ciencia. Da, al que la posee, un extraño e inexplicable poder. Aumenta la fuerza de la inteligencia. Establece la paz entre los hombres. Y es, aún más que la ciencia, el arte y la religión, la base de la civilización humana.

lV
El sentimiento estético.– La supresión de la actividad estética en la vida moderna; – El arte popular.– La belleza.

El sentimiento estético existe entre los seres humanos más primitivos así como en los más civilizados. Sobrevive aún a la desaparición de la inteligencia, porque los idiotas y los locos son capaces de hacer arte. La creación de formas o de series de sonidos que despiertan en aquellos que los miran o escuchan, una emoción estética, es una necesidad elemental de nuestra naturaleza. El hombre ha contemplado siempre con alegría, los animales, las flores, los árboles, el cielo, el mar y las montañas. Antes de que se iniciara la aurora de la civilización, empleó ya sus groseros utensilios en reproducir en madera, en marfil y en piedra, el perfil de los seres vivientes. Hoy día mismo, cuando no destruye su sentido estético la educación, el modo de vivir y el trabajo de la fábrica, experimenta un placer fabricando objetos según su propia inspiración. Y experimenta, además, una alegría estética absorbiéndose en esta obra. Hay todavía en Europa, y sobre todo en Francia, cocineros, salchicheros, talladores en piedra, carpinteros, herreros, cuchilleros, mecánicos, que son verdaderos artistas. El pastelero que fabrica, una hermosa torta y esculpe en mantequilla, casas, hombres y animales; el herrero que crea una chapa muy bella; el que construye un hermoso mueble, el que bosqueja una grosera estatua o dibuja una tela de lana o de seda, experimenta un placer análogo al del escultor, pintor, músico o arquitecto que laboran en sus obras respectivas.
Si la actividad estética permanece virtual en la mayor parte de los individuos, es porque la civilización industrial nos ha rodeado de espectáculos feos, groseros y vulgares. Además, nos ha trasformado en máquinas. El obrero pasa, su vida repitiendo millones de veces cada día el mismo gesto. No fabrica sino una sola pieza de un objeto determinado; jamás el objeto entero. No puede servirse de su inteligencia. Es el caballo ciego que da vueltas todo el día en torno de la noria para sacar agua del pozo. El industrialismo impide el uso de las actividades de ]a conciencia que son capaces de dar cada día al hombre un poco de alegría. El sacrificio del espíritu en favor de la materia, por la civilización moderna, ha sido un error. Un error tanto más peligroso, cuanto que no provoca ningún sentimiento de rebeldía y es aceptado tan fácilmente por todos, como la vida malsana de las grandes ciudades y la prisión de la fábrica. Sin embargo, los hombres que experimentan un placer estético, aun rudimentario, en su trabajo son más felices que aquellos que producen únicamente para consumir. Es cierto que la industria en su forma actual, ha quitado al obrero toda originalidad y toda alegría. La estupidez y la tristeza de la civilización presente se debe, al menos en parte, a la supresión de las formas elementales de la alegría estética en la vida cotidiana.
La actividad estética se manifiesta a la vez en la creación y en la contemplación de la belleza. Es absolutamente desinteresada. Se diría que en el goce artístico, la conciencia sale de si misma y se absorbe en otro ser. La belleza es una corriente irrefrenable de alegría para el que sabe descubrirla porque se encuentra en todas partes. Sale de las manos que modela o que fabrican la loza grosera, de los que cortan la leña y construyen en seguida un mueble, de los que tiñen la seda y tallan el mármol, de los que cortan y reparan los tejidos humanos. Vive en el arte sangriento de los grandes cirujanos, como en el de los pintores, músicos y poetas. Existe en los cálculos de Galileo, en las visiones del Dante, en las experiencias de Pasteur, en la salida y en la puesta del sol, en las tormentas del invierno, en las altas montañas. Y más punzante se torna aun en la inmensidad del mundo sideral y en el de los átomos, en la inexpresable armonía del cerebro humano, en el alma del hombre que se sacrifica oscuramente por la salud de los otros. Y en cada una de sus formas, permanece el huésped desconocido de la sustancia cerebral, creadora, del rostro del Universo.
El sentido de la belleza no se desarrolla de manera espontánea. No existe en nuestra conciencia sino en estado potencial. En ciertas épocas, en ciertas circunstancias permanece virtual. Puede aun desaparecer en los pueblos que antaño le poseían en alto grado. Así es como la Francia destruye las bellezas naturales y desprecia los recuerdos de su pasado. Los descendientes de los hombres que han concebido el monasterio del Monte San Miguel, no comprenden su esplendor. Aceptan con alegría la indescriptible belleza de las casas modernas de la Bretaña y la Normandía y sobre todo de los alrededores de París. Lo mismo que el Monte San Miguel, el propio París y la mayor parte de las ciudades y aldeas de Francia, han sido deshonradas por un odioso comercialismo. Con el sentido moral, el sentido de la belleza, durante el curso de la civilización, se desarrolla, alcanza su apogeo y se desvanece.

V
La actividad mística. Las técnicas de la mística. Concepto operacional de la experiencia mística.

Entre los hombres modernos no observamos casi nunca las manifestaciones de la actividad mística o del sentimiento religioso [[2]]. Aún en su forma más rudimentaria, el sentido místico es excepcional, mucho más excepcional aún que el sentido moral. Sin embargo, forma parte de nuestras actividades esenciales. La humanidad está marcada con huella más profunda por el sentimiento religioso que por el pensamiento filosófico. En la ciudad antigua, la religión era la base de la vida familiar y social. El suelo de Europa está cubierto aún de catedrales y ruinas de templos que levantaron nuestros antepasados. Hoy día, a la verdad, apenas si comprendemos su significación. Para la mayor parte de las civilizaciones, las iglesias no son sino museos donde reposan las religiones muertas. La actitud de los turistas que profanan las catedrales de Europa, da señales manifiestas del punto hasta donde la vida moderna ha obliterado el sentimiento religioso. La actividad mística ha sido desterrada de casi todas las religiones. Su propia significación ha sido olvidada, y a este olvido se encuentra ligada, probablemente, la decadencia de las iglesias. Porque la vida de una religión depende de los hogares de actividad mística que esta religión sea capaz de crear. Sin embargo, el sentimiento religioso ha seguido siendo, en la vida moderna, una función necesaria en la existencia de algunos individuos de alta cultura. Y, extraño fenómeno, las grandes órdenes religiosas no tienen bastante sitio en sus monasterios para recibir a los jóvenes que quieren, por la vía del ascetismo y de la mística, penetrar en el mundo espiritual.
La actividad religiosa, como la actividad moral, toma los mis varia dos aspectos. En su estado más rudimentario es una inspiración vaga hacia un poder que sobrepasa las formas materiales y mentales de nuestro mundo, una especie de plegaria no formulada, la persecución de una belleza más absoluta que la del arte y de la ciencia. Se mantiene vecina a la actividad estética como que la percepción de la belleza conduce hacia la actividad mística. Por lo demás, los ritos religiosos se asocian a las diferentes formas del arte. Por ello, el canto se transforma fácilmente en plegaria. La belleza que persigue el místico, es más rica y más indefinible que la que persigue el artista. No reviste forma alguna. No se puede expresar en ningún lenguaje. Se oculta en las cosas del mundo visible y se manifiesta a un número escaso de hombres. Exige la elevación del espíritu hacia un ser que es la corriente de todo, hacia un poder, un centro de fuerzas que los místicos cristianos llaman Dios. En todas las épocas y en todas las razas, ha habido individuos que poseen en alto grado este sentido particular. La mística cristiana expresa la forma más elevada de la actividad religiosa. Está mejor ligada a las otras actividades de la conciencia que las místicas hindúes o tibetanas, como que ha tenido sobre los místicos asiáticos la ventaja de recibir desde su más remota edad, las lecciones de Grecia y de Roma. Cogió de una, la inteligencia; de la otra, el orden y la medida.
En su estado más puro, comporta una técnica muy laboriosa y una, estricta disciplina. Desde luego, exige la práctica del ascetismo, y es tan imposible abordarla sin un aprendizaje ascético como convertirse en atleta sin someterse a entrenamiento físico alguno. La iniciación en el ascetismo es dura, de modo que pocos hombres tienen valor suficiente para enrolarse en la vida mística. El que quiere emprender este rudo viaje, debe renunciar a si mismo y a las cosas de este mundo. Permanece en seguida, en las tinieblas de la noche oscura. Experimenta los sufrimientos de la vida purgativa, mientras llora su indignidad y su debilidad solicitando, para todo ello, la gracia de Dios. Poco a poco, se desprende de si mismo. Su plegaria se convierte en contemplación. Penetra entonces en la vida iluminativa sin que pueda describir lo que ve. Cuando quiere expresar lo que siente utiliza, corno San Juan de la Cruz, el lenguaje carnal. Su espíritu huye del espacio y del tiempo. Se pone en contacto con una cosa inefable. Alcanza la vida unitiva. Contempla a Dios y actúa con él.
En la vida de todos los grandes místicos se suceden las mismas etapas. Debemos aceptar su experiencia tal corno ellos nos la dan. Sólo los que han vivido por si mismos la existencia del rezo pueden juzgarla. La persecución de Dos es, en efecto, empresa absolutamente personal. Gracias a cierta actividad de su conciencia, el hombre tiende hacia una realidad invisible que reside en el mundo material y se extiende más allá de él. Osa lanzarse entonces en la más audaz de las aventuras. Puede considerársele como un héroe o como un loco. Pero no hay que preguntarse si la experiencia mística es verdadera o falsa, si es una autosugestión, una alucinación, o bien si representa un viaje del alma fuera de las dimensiones de nuestro mundo y su contacto con una realidad superior. Debemos contentarnos con tener de ella un concepto operacional. Es eficaz en sí misma. Da lo que pide al que la practica. Le aporta el renunciamiento la paz, la riqueza interior, la fuerza, el amor, Dios. Es tan real como la inspiración estética. Para el místico, como para el artista, la belleza que contempla es la sola verdad.

Vl
Las relaciones de las actividades de la conciencia entre sí. – La inteligencia y el sentido moral.– Los individuos inarmónicos.

Estas actividades fundamentales no difieren las unas de las otras. Sus límites son artificiales. Pero estos supuestos límites nos resultan cómodos para la descripción de las manifestaciones de la conciencia. La actividad humana puede compararse a una ameba cuyos miembros múltiples y transitorios, los pseudopodios, están formados con una sustancia única. Es análoga también al desarrollo de “films” superpuestos que permanecen indescifrables, a menos de ser separados los unos de los otros. Todo ocurre, como si el substratum corporal durante el curso de su deslizamiento en el tiempo, mostrase. aspectos simultáneos de su unidad, aspectos que nuestras técnicas dividen en fisiológicas y mentales. Bajo su aspecto mental, nuestra actividad modifica sin cesar su forma, su calidad, su intensidad. Y es este fenómeno esencialmente sencillo el que describimos como una asociación de funciones diferentes. La pluralidad de las manifestaciones mentales es sólo la expresión de una necesidad metodológica. Para describir la conciencia, estamos obligados a dividirla. Lo mismo que los pseudopodios de la ameba son la ameba misma, los aspectos de nuestra conciencia somos nosotros mismos y se confunden en nuestra unidad. La inteligencia es casi inútil al que no posee sino ella. El intelectual puro es un ser incompleto, desdichado, porque es incapaz de alcanzar lo que comprende. La capacidad de darse cuenta de las relaciones de las cosas no es fecunda, sino asociada a otras actividades, tales como el sentido moral; el sentido afectivo, la voluntad, el juicio, la imaginación y cierta fuerza orgánica. Sólo puede utilizarse al precio de un esfuerzo. El que desea poseer la ciencia, se prepara para ello, con el ejercicio de durísimos trabajos y se somete a una especie de ascetismo. Sin el ejercicio de la voluntad, la inteligencia permanece, dispersa y estéril, mientras tanto que una vez disciplinada, se hace capaz de perseguir la verdad. Pero no la logra en su plenitud, si no la ayuda el sentido moral. Los grandes sabios son siempre de una honestidad intelectual profunda. Persiguen la realidad, por dónde aquella los conduce. No procuran jamás, sustituirla con sus propios deseos, ni ocultarla cuando molesta. El hombre que quiere contemplar la verdad, debe establecer la calma dentro de sí mismo. Es preciso que su espíritu llegue a ser como el agua muerta de un lago. Las actividades afectivas, sin embargo, son indispensables al progreso de la inteligencia, pero deben reducirse a esa pasión que Pasteur llamaba el dios interior: el entusiasmo. El pensamiento no se agranda sino en aquellos que son capaces de amor y de odio, y es por ello que exige además de la ayuda de las otras actividades de la conciencia, las del cuerpo. Aunque alcance las altas cimas, se ilumina de intuición y de imaginación creadora, constituyendo para ella una armadura a, la vez moral y orgánica.
El desarrollo exclusivo de las actividades afectivas, estéticas o místicas, produce hombres inferiores, espíritus falsos, estrechos, visionarios. A menudo observamos tipos tales, aunque hoy día la educación intelectual se les conceda a todos. No se necesita una alta cultura de la inteligencia para fecundar el sentido estético y el sentido místico, y producir artistas, poetas, religiosos, todos aquellos que contemplan, en fin, con desinteresado mirar, los diversos aspectos de la belleza. Lo mismo ocurre con el juicio y el sentido moral, pero estas últimas actividades pueden, casi, bastarse a si mismas. Dan al que las posee la aptitud para la felicidad. Parecen fortificar todas las otras actividades, aún las orgánicas. Y es preciso tomarlas en cuenta ante todo dentro del desarrollo de la educación, porque aseguran el equilibrio del individuo. Constituyen un sólido elemento del edificio social. Para los miembros anónimos de las grandes naciones, el sentido moral es mucho más importante que la inteligencia.
La repartición de las actividades mentales varía mucho, según los diferentes grupos sociales. La mayor parte de los hombres civilizados no manifiestan sino una forma rudimentaria de conciencia, y sólo son capaces del trabajo fácil que en la sociedad moderna asegura la supervivencia del individuo. Producen, consumen, satisfacen sus apetitos fisiológicos. Sienten asimismo placer en asistir en grandes muchedumbres a los espectáculos deportivos, en contemplar “films” cinematográficos groseros y pueriles, en movilizarse rápidamente sin esfuerzo o en contemplar un objeto que se mueve rápidamente. Son blandos, emotivos, perversos, lascivos y violentos. No tienen sentido moral ni sentido estético, ni sentido religioso. Su número es muy considerable. Han engendrado un inmenso tropel de niños cuya inteligencia permanece rudimentaria. Proveen una parte de la población de tres millones de criminales que viven en este país [[3]] y con toda libertad y también de una muchedumbre de débiles de espíritu que colman con su número las instituciones especiales para ellos.
La mayoría de los criminales no están en las prisiones. Pertenecen a una clase superior. Entre ellos, cómo entre los idiotas, han permanecido atrofiadas ciertas actividades de la conciencia. Pero el criminal nato de Lombroso no existe. Existen únicamente los defectivos que llegan a ser criminales. En realidad, la mayor parte de los criminales son hombres normales. Hay algunos, incluso, cuya inteligencia es superior. Así, pues, los sociólogos, no han tenido ocasión de encontrarlos en las prisiones. Entre los gangsters, entre los financistas, cuyas proezas conocemos por la prensa cotidiana, la función intelectual y ciertas funciones afectivas y estéticas son normales y a veces superiores. Pero el sentido moral no se ha desarrollado en ellos. Existe, pues, entre nosotros una cantidad considerable de gentes entre las cuales sólo algunas de las actividades fundamentales se manifiestan. Esta falta de armonía del mundo de la conciencia es uno de los fenómenos más característicos de esta época. Hemos logrado asegurar la salud orgánica de la población de la ciudad moderna; pero a pesar de las inmensas sumas que se han gastado en la educación, ha sido imposible desarrollar sus actividades intelectuales y morales. Aun entre aquellos que constituyen la “élite” de esta población, las manifestaciones de la conciencia carecen a menudo de armonía y de fuerza. Las funciones elementales están mal agrupadas, son de mala calidad y de intensidad débil. Sucede también que una o muchas de entre ellas se mantengan por completo ausentes. Se puede comparar la conciencia de la mayoría de las personas a un recipiente que contuviese agua de dudosa calidad, en pequeño volumen y bajo débil presión. Y sólo la de algunos individuos puede compararse a un receptáculo cuyo contenido fuese agua pura bajo alta presión.
Los hombres más felices y más útiles están hechos de un conjunto armonioso de actividades intelectuales y morales. Es la cualidad de éstas actividades y la igualdad de su desarrollo, lo que da a este tipo su superioridad sobre los demás. Pero su intensidad determina el nivel social de un individuo dado y hace de él un almacenero o un gerente de banco, un médico insignificante o un profesor célebre, un alcalde de aldea o un Presidente de los Estados Unidos. El desarrollo completo de los seres humanos debe ser la finalidad de nuestros esfuerzos. Sólo sobre ellos puede edificarse una civilización sólida. Existe además una clase de hombres que, aunque tan inarmónicos como los criminales y los locos, son indispensables en la sociedad moderna: los individuos geniales. Estos individuos se caracterizan por el desarrollo monstruoso de alguna de sus actividades psicológicas. Un gran artista, un gran sabio, un gran filósofo, es por lo general un hombre cualquiera del cual se ha hipertrofiado alguna función. Puede compararse a un tumor que brotara sobre un organismo normal. Estos seres no equilibrados son, por lo general, desgraciados. Pero producen grandes obras de las cuales aprovecha la sociedad entera. Su inarmonía engendra el progreso de la civilización. La humanidad no ha ganado nada jamás con el esfuerzo de la muchedumbre. Ha marchado hacia adelante por la pasión de algunos individuos, por la llama de su inteligencia, por su ideal de caridad, de ciencia o de belleza.

Vll
Las relaciones de las actividades mentales y fisiológicas.– La influencia de las glándulas sobre el espíritu.– El hombre piensa con su cerebro y con todos sus órganos.

Las actividades mentales dependen evidentemente, de las actividades fisiológicas. Observamos modificaciones orgánicas que corresponden a la sucesión de nuestros estados de conciencia. A la inversa, existen fenómenos psicológicos que se determinan por ciertos estados funcionales de los órganos. En suma, el conjunto formado por el cuerpo y la conciencia es susceptible de ser modificado lo mismo por factores orgánicos que por factores mentales. El espíritu se confunde con el cuerpo como la forma con el mármol de la estatua. No se podría cambiar la forma sin romper el mármol. Nosotros suponemos que el cerebro es el asiento de las actividades psicológicas, porque una lesión de este órgano produce desórdenes inmediatos y profundos en la conciencia. Probablemente al nivel de la sustancia gris, el espíritu, según la expresión de Bergson, se inserta en la materia. En el niño, la inteligencia y el cerebro se desarrollan de un modo simultáneo. En los momentos de la atrofia senil de los centros nerviosos, la inteligencia disminuye. La presencia, de las espiroquetas de la sífilis, en torno de las células piramidales, trae consigo el delirio de grandeza. Cuando el virus de la encefalitis letárgica ataca, los núcleos centrales, determina profundos trastornos en la personalidad. Bajo la influencia del alcohol, que penetra por la sangre hasta las células cerebrales, se manifiestan modificaciones temporales de la actividad mental. El descenso de la presión arterial, producido por una hemorragia, suprime las actividades de la conciencia. En suma, las manifestaciones de la vida mental son solidarias del estado del encéfalo.
Estas observaciones no bastan para demostrar que el cerebro constituya, por él solo, el órgano de la conciencia. En efecto, no se compone exclusivamente de materia nerviosa. Consiste también en un medio en el cual se encuentran sumergidas las células, y cuya composición se halla reglamentada por la del suero sanguíneo. Y el suero sanguíneo depende de las secreciones glandulares, extendidas por el cuerpo entero. Todos los órganos están, pues, presentes en la corteza cerebral, por intermedio de la sangre y de la linfa. Nuestros estados de conciencia se encuentran ligados a la constitución química de los humores del cerebro, tanto como a la estructura de las células. Cuando el medio interior está privado de la secreción de las glándulas suprarrenales, el enfermo cae en una depresión profunda. Parece un animal de sangre fría. Los desórdenes funcionales de la glándula tiroides traen consigo, ya excitación nerviosa y mental o ya apatía. En las familias en que las lesiones de esta glándula son hereditarias, existen idiotas morales, débiles de espíritu y criminales. Todos saben hasta qué punto las enfermedades del hígado, del estómago y del intestino modifican la personalidad de las gentes. Es verdad que las células de los órganos liberan en el medio interior sustancias que obran sobre nuestra actividad mental y espiritual.
De todas las glándulas, el testículo posee la influencia mayor sobre la fuerza y la calidad del espíritu. Los grandes poetas, los artistas de genio, los santos, lo mismo que los conquistadores, son por lo general fuertemente sexuales. La supresión de las glándulas sexuales, aún en el individuo adulto, produce modificaciones en su estado mental. Después de la extirpación de los ovarios, las mujeres se hacen apáticas y pierden parte de su actividad intelectual o de su sentido moral. La personalidad de los hombres que han sufrido la castración, se altera de manera más o menos notable. La perversidad histórica de Abelardo ante el amor y el sacrificio apasionado de Eloísa, fue producida, sin duda, por la salvaje mutilación que los padres de esta última le hicieron sufrir. Los grandes artistas han sido, casi siempre, grandes amantes. Se diría que cierto estado de las glándulas sexuales es indispensable en la inspiración. El amor estimula el espíritu cuando no alcanza su objeto. Si Beatriz hubiese llegado a ser la querida del Dante posiblemente la Divina Comedia no existiría. Los místicos emplean a menudo las expresiones del Cantar de los cantares. Parece que sus apetitos sexuales insatisfechos les impulsan con más ardor por el camino del renunciamiento y del dar de si mismos. La mujer de un obrero puede exigir cada día a su marido el cumplimiento de sus obligaciones conyugales, pero la de un artista o la de un filósofo no lo logra a menudo. Es un hecho conocido que los excesos sexuales perturban, en cierto modo, la actividad intelectual. Se diría que la inteligencia exige para manifestarse en toda su potencia, a la vez la presencia de glándulas sexuales bien desarrolladas y la represión temporal del apetito sexual. Freud ha hablado con justa razón de la importancia capital de los impulsos sexuales en las actividades de la conciencia. Sin embargo estas observaciones se refieren a los enfermos. Es preciso no generalizar respecto de estas conclusiones cuando se trata de gentes normales y, sobre todo, si hemos de referirnos a los que poseen un sistema nervioso resistente y son perfectamente dueños de sí. En tanto que los débiles, los nerviosos, los desequilibrados, se tornan más y más anormales tras la represión forzosa de sus apetitos sexuales, los seres bien constituidos se tornan más fuertes aún si practican esta clase de ascetismo.
La estrecha, dependencia de las actividades de la conciencia y de las actividades fisiológicas, concuerda mal con la concepción clásica que sitúa el alma en el cerebro. En realidad, el cuerpo entero parece ser el substratum de las energías mentales y espirituales. El pensamiento es tan hijo de las glándulas de secreción interna como lo es de la corteza cerebral. La integridad del organismo es indispensable a las manifestaciones de la conciencia..El hombre piensa, ama, sufre, admira y ora, a la vez, con su cerebro y con todos sus órganos.

VlIl
La influencia de las actividades mentales sobre los órganos.– La vida moderna y la salud.– Los estados místicos y las actividades nerviosas.– La plegaria.– Las curaciones milagrosas.

Todos los estados de la conciencia tienen probablemente una expresión orgánica. Las emociones se acompañan, como todos lo saben de modificaciones de la circulación de la sangre. Determinan, por intermedio de los nervios vaso-motores, la dilatación o la contracción de las pequeñas arterias. El placer enrojece el semblante. La cólera, el miedo, lo empalidecen. En ciertas personas, una mala noticia puede provocar la contracción de las arterias coronarias, la anemia del corazón y la muerte súbita. Por el aumento ola disminución de la circulación local, los estados afectivos obran sobre todas las glándulas, exageran o detienen sus secreciones o aún modifican sus actividades químicas. La vista y el deseo de un alimento determinan la salivación. Este fenómeno se produce aún en ausencia del alimento. Pavlov observa en sus perros provistos de fístulas salivares que secreción puede ser determinada, no sólo por la vista del alimento mismo sino aún por el sonido de una campana, si en otras ocasiones esta campana sonó mientras se alimentaba el animal. Las emociones ponen en juego mecanismos complejos. Cuando se provoca el sentimiento del miedo en un gato, como lo hizo Cannon en una célebre experiencia, las glándulas suprarrenales se dilatan, segregando adrenalina. La adrenalina aumenta la presión sanguínea y la rapidez de la circulación, y pone todo el organismo en estado de actividad para el ataque o la defensa. Pero si el gran simpático ha sido previamente seccionado, el fenómeno no se produce. Por intermedio de este nervio se modifican las secreciones glandulares.
Se concibe pues, cómo la envidia, el odio, el miedo, cuando estos sentimientos son habituales pueden cambios orgánicos y verdaderas enfermedades. Las preocupaciones afectan profundamente a la salud. Los hombres de negocios, que no saben defenderse contra ellas, mueren jóvenes. Los viejos clínicos pensaban aún que los sufrimientos prolongados, la inquietud persistente, preparan el desarrollo del cáncer. Las emociones determinan en los individuos particularmente sensibles modificaciones notables en los tejidos y en los humores. Los cabellos de una mujer belga, condenada a muerte por los alemanes, emblanquecieron de una manera repentina durante la noche que precedió a la ejecución. En el curso de un bombardeo, apareció sobre el brazo de otra mujer una erupción de la piel, una especie de urticaria. Después del estallido de cada obús la erupción crecía y enrojecía más y más. Joltrain ha probado que un choque moral es capaz de producir modificaciones marcadas en la sangre. En individuos que habían experimentado un gran terror, se encontró un número más pequeño de glóbulos blancos, un descenso de la presión arterial, una disminución del tiempo de coagulación del plasma sanguíneo. En el estado físico-químico del suero se produjeron todavía modificaciones más profundas. La expresión “hacerse mala sangre” es literalmente verdadera. El pensamiento puede engendrar lesiones orgánicas. La inestabilidad de la vida moderna, la incesante agitación, la falta de seguridad, crean estados de conciencia que entrañan desórdenes nerviosos y estructurales del estómago y del intestino, desnutrición y el paso de los microbios intestinales a la circulación. La colitis y las infecciones de los riñones y de la vejiga que la acompañan, son el resultado lejano de desequilibrios mentales y morales. Estas enfermedades son casi desconocidas en los grupos sociales en que la vida sigue siendo sencilla o menos agitada, o donde la inquietud es menos constante. Del mismo modo, aquellos que saben conservar la calma interior en medio del tumulto de la ciudad moderna, permanecen al abrigo de los desórdenes nerviosos y viscerales.
Las actividades fisiológicas deben permanecer inconscientes. Se trastornan cuando nuestra atención se dirige hacia ellas. Así, pues, el psicoanálisis, al fijar el espíritu de los enfermos sobre ellos mismos, da por resultado el desequilibrarles más. Es mejor, para sentirse bien, salir de sí mismo gracias a un esfuerzo que no disperse la atención. Cuando se ordena la actividad con relación a un fin preciso, es cuando las funciones orgánicas y mentales se armonizan más completamente. La unificación de los deseos, la atención del espíritu en una dirección única, provoca una especie de paz interior. El hombre se concentra por la meditación como por la acción. Pero no le basta contemplar la belleza del mar, de las montañas y de las nubes, las obras maestras de los artistas y de los poetas, las grandes construcciones del pensamiento filosófico o las fórmulas matemáticas que expresan las leyes naturales. Debe ser un alma que lucha por alcanzar un ideal moral, que busca la luz en medio de la oscuridad de las cosas y aún que, recorriendo los caminos de la mística, renuncia a si misma, para lograr el substratum indivisible de este mundo.
La unificación de las actividades de la conciencia determina una armonía mayor de las funciones viscerales y nerviosas. En los grupos sociales en que el sentido moral y la inteligencia se desarrollan, simultáneamente las enfermedades de la nutrición y de los nervios, la criminalidad y la locura son raras. Los individuos son más felices. Pero cuando éstas se tornan más intensas y más especializadas, las funciones mentales pueden traer consigo desórdenes en la salud. Los que persiguen un ideal moral, religioso o científico, no buscan ni la seguridad fisiológica ni la longevidad. Han hecho el sacrificio de sí mismos. Parece también que algunos estados de conciencia producen modificaciones patológicas en el organismo. La mayor parte de los grandes místicos ha sufrido física y moralmente, a lo menos durante una parte de su vida. Por lo demás, la contemplación puede ir acompañada de fenómenos nerviosos que se asemejan a los de la historia y a los de la clarividencia. A menudo, en la historia de los santos, se lee la descripción de éxtasis, lectura de pensamientos, visiones de acontecimientos que pasan lejos, y a veces de levitaciones. Muchos de los grandes místicos cristianos, habrían manifestado este extraño fenómeno, según el testimonio de sus compañeros. El sujeto, absorto en su plegaria, totalmente insensible a las cosas del mundo exterior, se habría levantado dulcemente a varios pies sobre el suelo. Pero hasta el presente no ha sido posible someter estos hechos extraordinarios a la crítica científica.
Ciertas actividades espirituales pueden acompañarse de modificaciones, ya anatómicas, ya funcionales de los tejidos y de los órganos. Se observan estos fenómenos orgánicos en las más variadas circunstancias, entre las cuales se encuentra el estado de plegaria. Es preciso entender por plegaria, no la sencilla recitación maquinal de una fórmula sino una elevación mística, en que la conciencia se absorbe en la contemplación del principio inmanente y trascendental del mundo. Este estado psicológico no es intelectual. Es incomprensible para los filósofos y los hombres de ciencia, e inaccesible para ellos. Pero se diría que los simples pueden sentir a Dios con la facilidad con que sienten el calor del sol o la bondad de un amigo. La plegaria que se acompaña con efectos orgánicos presenta ciertos caracteres particulares. Primeramente, es desinteresada en absoluto. El hombre se ofrece a Dios corno la tela al pintor o el mármol al escultor. Al mismo tiempo le pide gracia, le expone sus necesidades y, sobre todo, las de sus semejantes. Por lo general, no sana el que ora por sí mismo; sana el que ora por los demás. Este tipo de plegaria exige, como previa condición, el renunciamiento de si mismo, o sea una forma, muy elevada del ascetismo. Los modestos, los ignorantes, los pobres, son más capaces de este abandono que los ricos y los intelectuales. Desde este punto de vista, la plegaria desencadena a veces un extraño fenómeno, el milagro.
En todos los países, en todas las épocas, se ha creído en la existencia de milagros [[4]], en la, curación más o menos rápida de los enfermos, en los sitios de peregrinaje, en ciertos santuarios. Pero a continuación del fuerte impulso de la ciencia, durante el siglo XlX, esta creencia desapareció por completo. Se admitió en general que el milagro no sólo no existía sino que no podía existir. Lo mismo que las leyes de la termodinámica hacen imposible el movimiento perpetuo, las leyes fisiológicas se oponen al milagro. Esta actitud es todavía la que toman la mayor parte de los fisiólogos y de los médicos. Sin embargo, no tiene en cuenta las observaciones que poseemos hoy. Los casos más importantes han sido recogidos por el “Bureau Médical de Lourdes”. Nuestra concepción actual de la influencia de la plegaria sobre los estados patológicos se encuentra, basada sobre la observación de los enfermos, que, casi instantáneamente, han sido curados de diversas afecciones tales como la tuberculosis ósea o peritoneal, abscesos fríos, heridas supurantes, lupus, cáncer, etc. El proceso de curación cambia poco de un individuo a otro. A menudo un gran dolor y en seguida el sentimiento repentino de la curación completa. En algunos segundos, en algunos minutos y, a lo más en algunas horas, las heridas se cicatrizan, desaparecen los síntomas generales y el apetito retorna. A veces, los desórdenes funcionales se desvanecen antes que la lesión anatómica. Las deformaciones óseas del mal de Pott. Los ganglios cancerosos persisten a menudo dos o tres días después del momento de la curación. El milagro se caracteriza sobre todo por una aceleración extrema de los procesos de reparación orgánica. Es indudable que el ritmo de la cicatrización de las lesiones anatómicas es mucho más elevado que el ritmo normal. La única condición indispensable para que el fenómeno acontezca es la plegaria. Pero no es necesario que el propio enfermo ore, o que sea él quien posea la fe religiosa. Basta que alguien a su lado se mantenga en estado de plegaria. Hechos tales son de alta significación. Manifiestan la realidad de ciertas relaciones, de naturaleza aún, desconocida, entre los procesos psicológicos y orgánicos. Dan prueba de la importancia objetiva de las actividades espirituales de las cuales los higienistas, los médicos, los educadores, y los sociólogos no han pensado en ocuparse jamás. Nos abren un mundo nuevo.

IX
La influencia del medio social sobre la inteligencia, el sentido estético, el sentido moral y el sentido religioso. – Detención del desarrollo de la conciencia.

Las actividades de la conciencia están tan profundamente influidas por el medio social como lo están por el medio interior de nuestro cuerpo. Del mismo modo que las actividades fisiológicas, se fortifican por el ejercicio. Impulsados por las necesidades ordinarias de la vida, los órganos, los huesos y los músculos, funcionan de manera, incesante. Se desarrollan, pues, espontáneamente. Pero según la forma de existencia, su desarrollo es más o menos completo. La conformación orgánica, muscular y esquelética de un guía de los Alpes, es bastante superior a la de un habitante de Nueva York. Sin embargo, este último posee actividades fisiológicas suficientes para su existencia sedentaria. No ocurre lo mismo con las actividades mentales, que no se desarrollan jamás de manera espontánea. El hijo del sabio no hereda ninguno de los conocimientos de su padre. Colocado solo en una isla desierta, no sería superior a nuestros antepasados de “Cro-Magnon”. Las funciones mentales permanecen virtuales en ausencia de la educación y de un medio en que la inteligencia, el sentido moral, el sentido estético y el sentido religioso de nuestros antepasados han dejado su huella. Es el carácter del medio psicológico quien determina en gran medida el número, la calidad y la intensidad de las manifestaciones de la conciencia de cada individuo. Si este medio es demasiado pobre, la inteligencia y el sentido moral no se desarrollan. Si es malo, estas actividades se tornan viciosas. Estamos sumergidos en un medio social como las células del cuerpo en el medio interior. Y como aquéllas, somos incapaces de defendernos de la influencia de lo que nos rodea. El cuerpo se protege mejor contra el mundo cósmico que la conciencia contra el mundo psicológico. Se guarda contra las incursiones de los agentes físicos y químicos gracias a la piel y a la mucosa intestinal. La conciencia, por el contrario, posee fronteras enteramente abiertas. Está expuesta a todas las incursiones intelectuales y espirituales del medio social. Siguiendo la naturaleza de esas incursiones, se desarrolla de manera normal o defectuosa.
La inteligencia de cada cual depende, en gran parte, de la educación que ha recibido, del medio en que ha vivido, de su disciplina interior y de las ideas que son corrientes en la época y en el grupo de que forma parte. Se constituye por el estudio metódico de las humanidades y de la ciencia, por el hábito de la lógica en el pensamiento y por el empleo del lenguaje matemático. Los maestros de escuela, los profesores de la universidad, las bibliotecas, los laboratorios, los libros, las revistas, bastan al desarrollo del espíritu. Únicamente los libros son verdaderamente esenciales. Es posible vivir en un medio social poco inteligente y poseer alta cultura. La formación del espíritu es, en suma, fácil. No ocurre lo mismo con la formación de las actividades morales, estéticas y religiosas. La influencia del medio sobre estos aspectos de la conciencia es mucho más sutil. No basta seguir un curso para llegar a distinguir el bien del mal, lo feo de lo bello. La moral; el arte y la religión no se enseñan como la gramática, las matemáticas y la historia. Comprender y sentir son cosas profundamente diferentes. La enseñanza formal no llega jamás sino hasta la inteligencia. No se puede coger la significación de la moral, del arte y de la mística sino en los medios en que estas cosas están presentes y forman parte de la vida cotidiana de cada uno. Para desarrollarse, la inteligencia exige solamente ejercicio, mientras que las otras actividades de la conciencia exigen un medio, un grupo de seres humanos a la existencia de los cuales tienen que incorporarse.
Nuestra civilización no ha logrado crear hasta el presente un medio conveniente para nuestras actividades mentales. El débil valor intelectual y moral de la mayor parte de los hombres modernos, debe atribuirse, en gran parte, a la insuficiencia y a la mala composición de su atmósfera psicológica. La primacía de la materia, el utilitarismo, que constituyen los dogmas de la religión industrial, han conducido a la supresión de la cultura intelectual, de la moral y de la belleza, tales como fueron comprendidas antaño por las naciones cristianas, madres de la ciencia moderna. Al mismo tiempo, los cambios en la moda de la existencia han traído consigo la disolución de los grupos familiares y sociales que poseían su individualidad y sus propias tradiciones. La cultura no se mantiene en parte alguna. La enorme difusión de los periódicos, de la radiofonía y del cine, ha nivelado las clases intelectuales de la sociedad hasta el extremo más vasto. La radiofonía especialmente lleva al dominio de cada cual la vulgaridad que busca la masa. La inteligencia se generaliza más y más, a pesar de la excelencia de los cursos de los colegios y de las universidades. Coexiste a menudo con conocimientos científicos avanzados. Los escolares y los estudiantes amoldan su espíritu a la estupidez de los programas radiofónicos y cinematográficos a los cuales se habitúan. No sólo el medio social no favorece el desarrollo de la inteligencia, sino que se opone a él. A la verdad, se muestra más propicio a la percepción de la belleza. Los más grandes músicos de Europa están hoy día en América. Los museos más soberbios se organizan para mostrar sus tesoros al público. El arte industrial se desarrolla con rapidez y sobre todo la arquitectura ha entrado en un período nuevo. Monumentos de una belleza grandiosa han transformado el aspecto de las ciudades. Cada cual puede, si quiere, cultivar, al menos en cierta medida, sus facultades estéticas.
No ocurre otro tanto con la sensibilidad moral. El medio social la ignora de la manera más completa, como que la ha suprimido. Inspira a todo el mundo la irresponsabilidad. Aquellos que distinguen el bien del mal, aquellos que trabajan, aquellos que son previsores, permanecen pobres y son considerados como seres inferiores. A menudo, son castigados severamente. La mujer que tiene muchos hijos y se ocupa de su educación en lugar de su propia carrera, adquiere reputación de un ser débil de espíritu. Si un hombre ha economizado un poco de dinero para su mujer y la educación de sus hijos, este dinero le es robado por osados financistas. O bien, le es arrebatado por el gobierno para distribuirlo a aquellos a quienes su imprevisión y la de los industriales, banqueros y economistas, han reducido a la miseria. Los sabios y los artistas que dan la prosperidad a todos, la salud y la belleza, viven y mueren pobres. Al mismo tiempo aquellos que han robado gozan en paz del dinero de los otros. Los “gangsters” están protegidos por los políticos y son respetados por la policía. Son los héroes que los niños imitan en sus juegos y admiran en seguida en el cinematógrafo.
La posesión de la riqueza es todo, y lo justifica todo. Un hombre rico, haga lo que haga, repudie a su mujer porque es vieja, abandone a su madre sin socorros, robe al que le ha confiado su dinero, siempre conserva la consideración de sus amigos. Florece la homosexualidad, como que la moral sexual ha sido suprimida. Los psicoanalistas dirigen a los hombres y a las mujeres en sus relaciones conyugales. El bien y el mal, lo justo y lo injusto no existen. Las prisiones guardan solamente a aquellos criminales poco inteligentes o mal equilibrados. Los otros, mucho más numerosos, viven en libertad. Se mezclan de manera íntima al resto de la población que no se ofusca por ello. En un medio social semejante, el desarrollo del sentido moral es imposible. Otro tanto ocurre con el sentido religioso. Los pastores han racionalizarlo la religión, arrancando de ella todo elemento místico. Sin embargo no han logrado atraer a los hombres modernos. En sus iglesias semi vacías predican inútilmente una fábula moral. Se encuentran reducidos al papel de gendarmes que ayudan a conservar, en interés de los ricos, el marco de la sociedad actual. O bien, a ejemplo de los políticos, adulan la sentimentalidad y la ininteligencia de las masas.
Es casi imposible al hombre moderno defenderse contra esta atmósfera psicológica. Cada cual sufre fatalmente la influencia de las gentes con las cuales vive. Si se encuentra desde la infancia en compañía de criminales o de ignorantes, se convierte a sí mismo en criminal o en ignorante. No escapa a su medio sino por el aislamiento o por la fuga. Ciertos hombres se refugian en si mismos y así encuentran la soledad en medio de la muchedumbre. “Tú puedes a la hora que quieres – dijo Marco Aurelio – recogerte en ti mismo. Ningún retiro es más tranquilo, ni perturbado por hombre alguno que el que se encuentra, en la propia alma”. Pero hoy día, nadie es capaz de tal energía moral. Nos es, pues, imposible luchar victoriosamente contra nuestro medio social.

X
Las enfermedades mentales.– Los débiles de espíritu, los locos y las criminales.– Nuestra ignorancia de las enfermedades mentales.– Medio y herencia.– La debilidad de espíritu en los perros.– La vida moderna y la salud psicológica.

El espíritu no es tan sólido como el cuerpo. Es cosa digna de observación que las enfermedades mentales, ellas solas, son más numerosas que todas las otras enfermedades juntas. Los hospitales destinados a los locos, llenos hasta los bordes, no pueden recibir a todos los que tienen necesidad de ser internados. En el Estado de Nueva York, una persona de cada veintidós, en determinado momento de su vida, debe entrar, según C. W. Beers, en un hospicio de alienados. En el conjunto de la población de los Estados Unidos, existen ocho veces más personas internadas por debilidad de espíritu o locura, que por tuberculosis. Cada año alrededor de 68.000 casos nuevos se admiten en las instituciones en que se cuida a los locos. Si las admisiones continúan con esta velocidad, más de un millón de niños y de jóvenes que se encuentran hoy día en escuelas y colegios serán, en un momento dado, colocados en un hospital para enfermedades mentales. En 1932, los hospitales dependientes de los Estados contenían 340.000 locos. Había además 8l.289 idiotas y epilépticos hospitalizados y 10.95l en libertad. Esta estadística no comprende a los locos atendidos en hospitales privados. En el conjunto del país hay 500.000 débiles de espíritu. Por lo demás, las inspecciones hechas por el Comité Nacional de Higiene Mental, han demostrado que, por lo menos 400.000 niños educados en las escuelas públicas, poseen una inteligencia excesivamente baja para seguir sus clases útilmente. En realidad, el número de personas que presentan trastornos mentales sobrepasa en mucho a esta cifra. Se estima que muchas centenas de miles de individuos no hospitalizados padecen de psiconeurosis. Estas cifras demuestran hasta qué punto es grande la fragilidad de la conciencia de los hombres civilizados y la importancia que posee para la sociedad moderna el problema de esta fragilidad, siempre en aumento. Las enfermedades del espíritu se tornan amenazantes. Son bastante más peligrosas que la tuberculosis, el cáncer, las afecciones del corazón y de los riñones, y aún que el tifus, la peste y el cólera. Su peligro no proviene sólo de que aumentan el número de criminales, sino y especialmente, de que deterioran más y más las razas blancas. No hay mucha mayor cantidad de débiles de espíritu y de locos entre los criminales que en el resto de la población. Es verdad que se ve gran número de anormales en las prisiones, pero, como ya lo hemos mencionado, sólo una cantidad muy débil de los criminales están en prisión. Y aquellos que se dejan prender por la policía y condenar por los tribunales, son precisamente los deficientes. La frecuencia de las enfermedades mentales indica gravísima falla en la civilización moderna. No hay, pues, duda de que la forma de vida que llevamos conduce a todo género de trastornos del espíritu.
La medicina moderna no ha logrado asegurar a todos la posesión normal de las actividades que son verdaderamente específicas del hombre. Está muy lejos de proteger la inteligencia contra sus desconocidos enemigos. Conoce, claro está, los síntomas de las enfermedades mentales y los diferentes tipos de la debilidad del espíritu, pero ignora por completo la naturaleza de estos desórdenes. No sabe si estas enfermedades son debidas a lesiones estructurales del cerebro, o a cambios en la composición del medio interior, o a ambas causas a la vez. Es probable que las actividades nerviosas y psicológicas dependan simultáneamente del estado del cerebro y de las sustancias liberadas en el aparato circulatorio por las glándulas endocrinas que la sangre conduce a las células del encéfalo. Sin duda, los desórdenes funcionales de estas glándulas pueden, lo mismo que las lesiones anatómicas del cerebro, producir neurosis y psicosis. Un conocimiento, aunque fuera completo de estos fenómenos, no nos haría progresar demasiado. La patología del espíritu tiene su llave en la psicología, lo mismo que la de los órganos tiene la suya en fisiología. Pero la fisiología es una ciencia mientras que la psicología no lo es. La psicología espera su Claude Bernard o su Pasteur. Está en el mismo estado en que estaba la cirugía en la época en que los cirujanos eran barberos, y también en el estado en que estaba la química untes de Lavoisier, en tiempo de los alquimistas. Ello no quiere decir que debamos culpar a los psicólogos modernos y a sus métodos por la insuficiencia de sus conocimientos. Es la extrema complejidad del tema la que provoca nuestra ignorancia. No existen técnicas que permitan penetrar en el mundo desconocido de las células nerviosas, de sus fibras de proyección y de asociación, y de los procesos cerebrales y mentales.
Es imposible descubrir relaciones exactas entre los síntomas esquizofrénicos, por ejemplo, y las alteraciones estructurales de la corteza cerebral. Las esperanzas de Kroepelin no se han realizado. El estudio anatómico de las enfermedades mentales no ha dado mucha luz sobre su naturaleza. Quizás ni siquiera existe la localización espacial de los desórdenes del espíritu. Ciertos síntomas pueden atribuirse a desórdenes de la sucesión temporal de los fenómenos, a modificación del valor del tiempo por los elementos nerviosos de un sistema funcional. Sabemos, por otra parte, que las destrucciones celulares, producidas en ciertas regiones, sea por las espiroquetas de la sífilis, sea por el agente desconocido de la encefalitis letárgica, engendran modificaciones sumamente definidas de la personalidad. Este conocimiento es vago, incierto, en vías de formación. Es indispensable no esperar que sea completo y que la naturaleza de las enfermedades mentales sea conocida, para desarrollar una higiene del espíritu verdaderamente efectiva.
El conocimiento de las causas de las enfermedades mentales sería más importante que el de su naturaleza. Podría conducir, por sí solo a la prevención de estas enfermedades. La debilidad de espíritu y la locura, parecen ser el rescate que debemos pagar por la civilización industrial y los cambios en el modo de vivir, consecuencia de este mismo. Por lo demás, a menudo forman parte del patrimonio hereditario recibido por cada cual. Se manifiestan especialmente en los grupos humanos cuyo sistema nervioso está ya desequilibrado. En las familias neuróticas, aparecen individuos extraños, excesivamente sensibles, donde suele despuntar el loco o el de espíritu débil. Sin embargo, las enfermedades mentales se manifiestan también en las familias que hasta el momento permanecían indemnes, lo que significa, ciertamente, que existe en la producción de la locura otros factores que los factores hereditarios. Es preciso, pues, investigar de qué modo la vida moderna obra sobre la patología del espíritu.
A menudo se observa en las generaciones sucesivas de perros de pura raza un aumento del nerviosismo. A veces, aparecen individuos comparables a los débiles de espíritu y aún a los locos. Este fenómeno se produce entre los animales educados en condiciones extremadamente artificiales y alimentados de una manera muy diferente a la de sus antepasados, los perros pastores que se batían contra los lobos. Se diría que en las condiciones nuevas de la vida, tanto en el animal como en el hombre, ciertos factores tienden a modificar el sistema nervioso de un modo desfavorable. Pero hacen falta experiencias de larga duración, para obtener un conocimiento preciso del mecanismo de este fenómeno. Las condiciones que favorecen el desarrollo de la debilidad de espíritu y de la locura circulatoria, se manifiestan sobre todo en los grupos sociales en que la vida es inquieta, irregular y agitada, el alimento pobre o excesivamente refinado, la sífilis frecuente, el sistema nervioso perturbado ya, y de donde ha desaparecido la disciplina moral, mientras el egoísmo, la irresponsabilidad, la dispersión, son la regla, en tanto la selección natural no desempeña papel alguno. Hay, seguramente, alguna relación entre estos factores y la aparición de la psicosis. Nuestra vida actual presenta un vicio fundamental que aun permanece oculto. En las condiciones nuevas de existencia que hemos creado, las más específicas de nuestras actividades se desarrollan de manera incompleta. Se diría, que en medio de las maravillas de la civilización moderna, la personalidad humana tiende a disolverse,


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EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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jueves, 21 de noviembre de 2013

LAS ACTIVIDADES MENTALES




LAS ACTIVIDADES MENTALES
Dr. Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina

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El concepto operacional de la conciencia.– El alma y el cuerpo. – Preguntas que no tienen sentido.– La introspección y el estudio del comportamiento.

Al mismo tiempo que actividades fisiológicas, el cuerpo manifiesta actividades mentales. Mientras que las actividades orgánicas se muestran por medio del trabajo mecánico, por el calor, la energía eléctrica, las trasformaciones químicas, susceptibles de ser medidas por las técnicas de la física y de la química, las manifestaciones de la conciencia revelan procesos diferentes, aquellos que se emplean en la introspección y el estudio del comportamiento humano. El concepto de conciencia es equivalente al análisis, hecho por nosotros, de lo que en nosotros pasa, y también de ciertas actividades claramente visibles entre nuestros semejantes. Resulta agradable distinguir estas actividades en lo intelectual, moral, estético, religioso y social. En suma el cuerpo y el alma son perspectivas cogidas del mismo objeto con ayuda dé métodos diferentes, de abstracciones hechas por nuestro espíritu de un ser único. La antítesis de la materia y del espíritu no es sino la oposición de dos órdenes de técnica. El error de Descartes ha sido creer en la realidad de estas abstracciones y contemplar como heterogéneos lo físico y lo moral. Este dualismo ha constituido un peso grave en la historia del conocimiento del hombre. Ha creado el falso problema de las relaciones del alma y del cuerpo. No ha habido lugar de examinar la naturaleza de estas relaciones, porque no observábamos ni alma ni cuerpo, sino únicamente un ser compuesto cuyas actividades fisiológicas y mentales hemos dividido arbitrariamente.
Por cierto, se continuará, siempre hablando del alma como una entidad, como se habla de la caída del sol y del amanecer, refiriéndose, por supuesto, al hecho de asomarse el sol en el horizonte, como si tal fenómeno aconteciera, y aunque la humanidad sabe perfectamente, de Galileo acá, que el sol permanece inmóvil. El alma es el aspecto específico de nuestra naturaleza, aspecto que nos distingue de todos los otros seres vivientes. La curiosidad que a nuestro respecto experimentamos, nos arrastra, por fuerza, a procurar desentrañar problemas insolubles, preguntas que científicamente, no tienen sentido alguno. ¿Cuál es la naturaleza del pensamiento, esa cosa extraña que vive en nosotros sin consumir una cantidad de energía apreciable? ¿Cuáles son sus relaciones con las formas conocidas de la energía, física? El espíritu vive casi inadvertido en el seno de la naturaleza viva, y sin embargo es la potencia más colosal que existe en este mundo. Ha, trastornado la superficie de la tierra; ha construido y destruido civilizaciones y ha creado nuestro Universo sideral. ¿Es un producto de las células cerebrales como la insulina lo es del páncreas y la bilis del hígado? ¿Cuáles son, de entre las células, las precursoras del pensamiento? ¿A expensas de qué sustancias se elabora éste? ¿Proviene de un elemento preexistente, como la glucosa del glucógeno o la fibrina del fibrinógeno?.¿Se trata, acaso, de una energía diferente de las energías estudiadas por la física que no se expresa por las mismas leyes y se produce por medio de las mismas células de la base cortical del cerebro? Por el contrario, ¿es preciso considerar el pensamiento como un ser inmaterial, que existe fuera del espacio y del tiempo, fuera de las dimensiones del Universo cósmico, y se inserta, por desconocidos procedimientos, en nuestro cerebro que vendría a ser la condición indispensable de estas manifestaciones y determinaría sus caracteres? En todas las épocas, en todos los países, los grandes filósofos han consagrado su vida al examen de estos problemas cuya solución no han logrado encontrar.
Estas preguntas nos las haremos siempre, aunque sabemos demasiado bien que es imposible responder a ellas. Para los hombres de ciencia no tienen sentido alguno, a menos que nuevas técnicas nos permitan aprehender mejor las manifestaciones de la conciencia. Para progresar en el conocimiento de este aspecto esencial, específico del ser humano, hace falta contentarnos con el estudio minucioso de los fenómenos que podemos coger con nuestros métodos de observación y sus relaciones con las actividades fisiológicas. Es indispensable hacer una observación tan completa como sea posible de esta comarca cuyo horizonte se pierde por todos sus costados en un terrible enredo.
El hombre se compone de la totalidad de las actividades observables actualmente en él y de las que ha manifestado en el pasado. Las funciones que en ciertas épocas y en ciertos medios permanecen virtuales y aquellas que existen de manera constante, poseen idéntica realidad. Los escritos de Ruisbroeck, el admirable, contienen tantas verdades como contienen los de Claude Bernard. El Ornamento de las Bodas Espirituales y La Introducción a la Medicina Experimental describen aspectos, los unos más raros, los otros más comunes, del mismo ser. Las formas de la actividad humana que considera Platón son tan específicas de nuestra naturaleza como el hambre, la sed, el apetito sexual y la pasión por la riqueza. Desde el Renacimiento, hemos cometido el error de dar arbitrariamente una situación privilegiada a ciertos aspectos de nosotros mismos. Hemos separado la materia del espíritu. Hemos atribuido una realidad más profunda a la una que a la otra. La fisiología y la medicina se han ocupado, sobre todo, de las manifestaciones del cuerpo y de los desórdenes orgánicos cuya expresión se encuentra en lesiones microscópicas de los tejidos. La sociología ha considerado al hombre casi únicamente desde el punto de vista de su capacidad de dirigir las máquinas, del trabajo que es capaz de efectuar, de su aptitud para consumir, de su valor económico. La higiene se ha interesado en la salud, en los medios de aumentar la población, en la prevención de las enfermedades infecciosas y en cuanto puede acrecentar su bienestar fisiológico. La pedagogía ha dirigido sus esfuerzos hacia el desarrollo intelectual y muscular de los niños. Pero todas estas ciencias han desdeñado el estudio de la conciencia en la totalidad de sus aspectos. Habrían debido examinar al hombre a la luz convergente de la fisiología y de la psicología. Habrían debido utilizar equitativamente los estudios proporcionados por la introspección y el comportamiento. Una y otra de estas técnicas alcanzan el mismo objeto. Pero la una le observa desde el interior y la otra coge sus manifestaciones exteriores. No hay razón alguna para dar a ésta más razón que a aquella. Ambas poseen igual derecho a nuestra confianza.

II
Las actividades intelectuales. – La certidumbre científica. – La intuición. – Clarividencia y telepatía.

La existencia de la inteligencia es un producto inmediato de la observación. Esta facultad de comprender las relaciones de las cosas, toma en cada individuo cierto valor y cierta forma. La inteligencia puede medirse con ayuda de técnicas adecuadas. Estas medidas se dirigen a una forma convencional, esquematizada, de esta función. No dan sino una noción incompleta del valor intelectual de los seres humanos pero permiten dividirlos aproximadamente en categorías. Resultan útiles para la elección de hombres aptos, si se trata de un trabajo sencillo, tal como el de un obrero de fábrica o de un empleadillo de almacén o banco. Sin embargo, estas técnicas nos han revelado hechos de verdadera importancia: la debilidad de espíritu en la mayor parte de los individuos. Se encuentra, en efecto, una inmensa diferencia en la cantidad y calidad de inteligencia destinada a cada cual. Desde este punto de vista, ciertos hombres son gigantes y la mayoría enanos. Cada cual nace con capacidades intelectuales diferentes, pero, grandes o pequeñas, estas capacidades exigen para manifestarse un ejercicio constante y también ciertas condiciones mal definidas del medio. La observación completa y profunda de las cosas, el hábito del razonamiento preciso, el estudio de la lógica, el uso del lenguaje matemático, la disciplina interior, aumentan la potencia intelectual. Por el contrario, las observaciones incompletas y prematuras, el paso rápido de una impresión a la otra, la multiplicidad de imágenes, la ausencia de reglamentación y esfuerzo, impiden el desarrollo del espíritu. Es fácil comprobar cuan poco inteligentes son los niños que han vivido en medio de la muchedumbre, entre una cantidad de gentes y de acontecimientos, en trenes y automóviles, en el tumulto de la calle, ante una pantalla cinematográfica, y en las escuelas, donde la concentración intelectual es desconocida. Existen otros factores que facilitan o traban el desarrollo de la inteligencia. Estos se encuentran sobre todo, en la forma de llevar la vida y en las costumbres alimenticias. Pero sus efectos son escasamente conocidos. Se diría que la abundancia de la alimentación, el exceso de los deportes, impiden el progreso psicológico. Los atletas, son, en general, poco inteligentes. Es probable que el espíritu exija, para alcanzar su grado máximo, un conjunto de condiciones que se han encontrado únicamente en ciertas épocas. La humanidad no ha procurado jamás descubrir la naturaleza de estas condiciones. No poseemos conocimiento alguno acerca de la génesis de la inteligencia. ¡Y nos figuramos ingenuamente que podemos desarrollarla por el entrenamiento de la memoria y los ejercicios practicados en las escuelas!
La sola inteligencia no es capaz de engendrar la ciencia, pero es un elemento indispensable a su creación. La ciencia fortifica la inteligencia, de la cual no es, sin embargo, sino un aspecto. Ha aportado a la humanidad una actitud intelectual nueva: la certidumbre que dan la experiencia y el razonamiento. Esta certidumbre es muy diferente de aquella que llamamos la fe, por cuanto esta última es más profunda, tanto, que no puede conmoverse ni perturbarse por argumento alguno. Tiene cierta semejanza con la certidumbre de los clarividentes. Y, cosa extraña, no permanece por entero ausente en la construcción de la ciencia. Es verdad que los grandes descubrimientos científicos no son obra de la inteligencia sola. Los sabios geniales además del poder de observar y comprender, poseen otras cualidades: la intuición y la imaginación creadora. Por medio de la intuición, cogen lo que para los otros hombres permanece oculto y perciben las relaciones entre fenómenos en apariencia aislados, adivinando así la existencia de ignorados tesoros. Todos los grandes hombres han estado dotados de intuición. Un verdadero jefe no tiene necesidad de “tests” psicológicos ni de fichas indicadoras, para elegir a sus subordinados. Un buen juez sabe, sin perderse en los detalles de la argumentación legal, y aun a veces, apoyándose, de Cardozo acá, en consideraciones falsas, hacer exacta justicia. Un gran sabio se orienta espontáneamente en la dirección en que hay un descubrimiento que hacer. Este es el fenómeno que antes se designaba con la palabra inspiración.
Entre los sabios se encuentran dos formas de espíritu, los lógicos y los intuitivos. La ciencia debe sus progresos tanto a uno como a otro de estos tipos intelectuales. Los matemáticos, aunque de estructura puramente lógica, emplean, sin embargo, la intuición. Entre los matemáticos, los hay intuitivos y los hay lógicos, analistas y geómetras.
Hermitte y Weirerstrass eran intuitivos. Riemann y Bertrand, lógicos. Los descubrimientos que la intuición hace deben ser siempre ensayados por la lógica. En la vida, ordinaria, como en la ciencia, la intuición es un medio poderoso, pero peligroso en extremo, porque a veces resulta difícil distinguirla de la mera ilusión. Aquellos que se dejan guiar únicamente por ella están expuestos a todo género de errores, porque no siempre resulta fiel. Sólo los grandes hombres o aquellos simples de corazón puro, pueden ser conducidos por ella hacia las altas cimas de la vida mental y espiritual. Es una extraña facultad. Coger la realidad sin ayuda del razonamiento, nos parece inexplicable. En cierta forma, sin embargo, la intuición parece ser un razonamiento rápido, extremadamente rápido, producto de una observación instantánea. Es probable que el conocimiento que los grandes médicos tienen del estado y del porvenir de sus enfermos, sea de esta naturaleza. Fenómenos análogos tienen lugar, cuando se juzga en un instante el valor de un hombre y se adivina sus cualidades y sus vicios. Pero bajo otras formas, la intuición se produce con ausencia total de observación y de razonamiento, A veces alcanzamos el fin deseado sin saber donde se encuentra y aun, sin conocer el medio de lograrlo. Se diría que este modo de conocimiento se acerca a la clarividencia, esta facultad que Charles Richet llama el sexto sentido. La existencia de la clarividencia y de la telepatía es un producto inmediato de la observación [[1]]. Los clarividentes cogen, sin que para ello intervengan los sentidos, los pensamientos de otra persona. Perciben, asimismo, los acontecimientos más o menos alejados en el espacio y en el tiempo. Esta facultad es excepcional. No se desarrolla sino en número muy pequeño de individuos, pero existe en estado rudimentario en muchas personas. Se ejerce sin esfuerzo y de manera espontánea. Resulta muy sencilla para los que la poseen. Les procura, de ciertas cosas, un conocimiento más seguro que el que obtienen por medio de los órganos de los sentidos. Les resulta tan sencillo adivinar los pensamientos de una persona, como analizar la expresión de su rostro. Pero, ver y sentir, son palabras que no expresan exactamente lo que ocurre en su conciencia. No miran ni buscan: saben. La lectura de los pensamientos y de los sentimientos parece estar emparentada a la vez con la inspiración científica, estética y religiosa, además de estarlo con los fenómenos telepáticos. En multitud de casos, se establece una comunicación instantánea, en el momento de la muerte o de un peligro grave, entre un individuo y otro. El moribundo o la víctima del accidente, aun cuando este accidente no sea seguido de la muerte, aparece un instante bajo su aspecto habitual a un amigo. A menudo, el alucinatorio personaje permanece silencioso. A. veces habla y anuncia su muerte. Más rara vez aún, el clarividente ve, a gran distancia, una escena, un individuo, un paisaje, que describe minuciosa y exactamente. Numerosas personas que no poseen de un modo ordinario el don de la clarividencia logran una o dos veces en el curso de su vida, la experiencia de una comunicación telepática.
Así es cómo el conocimiento del mundo exterior llega a nosotros a veces por vías diferentes de los órganos sensoriales. Es verdad que el pensamiento puede comunicarse de un ser humano a otro, aún a gran distancia, Estos hechos que son del resorte de la nueva ciencia, de la metapsíquica, deben ser aceptados tales como son ya que forman parte de la realidad. Expresan un aspecto mal conocido del ser humano. Explican, quizás, la extraña lucidez que poseen ciertos hombres. ¡Qué penetración formidable lograría aquel que estuviera disciplinado al mismo tiempo de inteligencia disciplinada y de aptitudes telepáticas! Ciertamente, la inteligencia que nos ha dado el dominio del mundo material, no es cosa sencilla. De ella, conocemos sólo una forma, la que procuramos desarrollar en las escuelas. Pero esta forma no es sino un aspecto de la maravillosa facultad, constituida por el poder. de coger la realidad, el juicio, la voluntad, la atención la intuición y quizás la clarividencia, que da al hombre la posibilidad de comprender a sus semejantes y a su medio.

III
Las actividades afectivas y morales.– Los sentimientos y el metabolismo.– El temperamento.– El carácter innato de las actividades morales.– Técnicas para el estudio del sentido moral.– La belleza. moral.

La actividad intelectual es, a la vez, distinta e indistinta del oleaje siempre en movimiento de nuestros otros estados de conciencia. Es un modo de ser característico de nosotros mismos, y cambia con nosotros. Se puede comparar a un film cinematográfico que registrara las fases sucesivas de una historia, pero la composición de cuya superficie sensible, variara de un extremo a otro. Es más semejante aún a las grandes marejadas del océano, cuyas cimas y profundidades, reflejaran de diferente manera las nubes que recorren el cielo. En efecto, proyecta sus visiones sobre el fondo sin cesar cambiante de nuestros estados afectivos, de nuestro dolor o de nuestra alegría, de nuestro amor y de nuestro odio. Para estudiarla, la separarnos artificialmente del todo del que forma parte. Pero aquel que piensa, observa o que razona, se siente al mismo tiempo feliz o desgraciado, perturbado o en calma, excitado o deprimido por sus apetitos, sus repulsiones o sus deseos. Así el mundo se nos presenta con un rostro diferente, según los estados afectivos y fisiológicos que constituyen la marejada de nuestra conciencia durante la actividad intelectual. Todos saben que el amor, el odio, la cólera y el temor, son capaces de aportar el desorden aun dentro de la lógica. Estas pasiones exigen, para manifestarse, modificaciones de los cambios químicos. Los cambios se acrecientan tanto más, cuanto los movimientos emotivos son más intensos. Por el contrario, como se sabe perfectamente, el trabajo intelectual no los modifica. Las actividades afectivas están muy cerca de las actividades fisiológicas. Constituyen lo que llamamos el temperamento. El temperamento varía de un individuo a otro, de una raza a la otra. Es una mezcla de caracteres mentales, fisiológicos y estructurales: es el hombre, propiamente dicho. Es lo que da a cada cual su pequeñez, su mediocridad o su fuerza. ¿Cuál es la causa del debilitamiento del temperamento en ciertos grupos sociales y en ciertas naciones? Se diría que la violencia de los sentimientos afectivos aumenta o disminuye a medida que aumenta la riqueza, que se extiende la educación, que la alimentación mejora. Al mismo tiempo se ve también a las funciones emotivas separarse de la inteligencia y exagerar algunos de sus aspectos. Quizás la educación moderna nos ha aportado formas de vida, de educación y de alimentación que tienden a dar a los hombres las cualidades de los animales domésticos o a desarrollar de manera inarmónica sus impulsos afectivos.
La actividad moral es equivalente a la aptitud que posee el ser humano de imponerse a sí mismo una regla de conducta de elegir entre muchos actos posibles, el que considera como bueno, de liberarse de su egoísmo y de su maldad. Crea en él el sentimiento de una obligación, de un deber. En general, permanece en estado virtual, y sin embargo no puede dudarse de su realidad. Si el sentido moral no existiese, Sócrates no hubiese bebido la cicuta. Aun hoy día se le encuentra en ciertos grupos sociales y en ciertos países, y a veces en muy alto grado. Ha existido en todas las épocas. Ha mostrado su importancia primordial en el curso de la historia. Tiene a la vez algo de la inteligencia y del sentido estético y religioso. Nos hace distinguir el bien del mal y elegir el bien con preferencia al mal. En el individuo altamente civilizado la voluntad y la inteligencia son una sola y misma, cosa y dan a nuestros actos su valor moral.
Como la actividad intelectual, el sentido moral proviene de cierto estado estructural y funcional de nuestro cuerpo.
Este depende, a la vez, de la constitución inmanente de nuestros tejidos y de nuestro espíritu y también de factores fisiológicos y mentales que obran sobre cada uno de nosotros durante nuestro desarrollo. En “Le Fondement de la Morale”, Schopenhauer comprueba que los seres humanos tienen tendencias innatas al egoísmo, a la maldad o a la piedad. Como Gallavardín ha dicho, existen entre nosotros egoístas puros a quienes la felicidad o la desdicha de sus semejantes les es igualmente indiferente. Hay otros que experimentan un placer en contemplar el infortunio y el sufrimiento de los demás, y aún en provocarlo. Hay, en fin, otros que sufren verdaderamente con el dolor de todo ser humano. Este poder de simpatía engendra la bondad, la caridad y los actos que de allí derivan. La capacidad de sentir el sufrimiento de los otros hace al ser moral que se esfuerce en disminuir entre los hombres el dolor y el peso de la vida. Cada uno de nosotros nace bueno, mediocre o malvado. Pero, lo mismo que la inteligencia, el sentido moral es susceptible de desarrollarse por medio de la educación, la disciplina y la voluntad.
La definición del bien y el mal está basada a la vez en la razón y en la experiencia milenaria de la humanidad. Corresponde a exigencias fundamentales de la vida individual y social. En ciertos detalles se manifiesta arbitraria. Pero en una época dada y en un país dado, debe ser la misma para todos los individuos. El bien es sinónimo de justicia, de caridad y de belleza. El mal, de egoísmo, de maldad y de fealdad. En la sociedad moderna, las reglas teóricas de la conducta se encuentran basadas sobre los vestigios de la moral cristiana. Pero casi no existe ya una persona que se someta a ellos. El hombre moderno ha arrojado toda disciplina para satisfacer sus apetitos. Sin embargo, las morales biológicas e industriales no poseen valor práctico, porque son artificiales y no consideran sino un aspecto del ser humano. Ignoran las actividades psicológicas mis esenciales. No nos procuran una armadura suficientemente sólida y completa para protegernos contra nuestros vicios inmanentes.
A fin de conservar su equilibrio mental y orgánico, cada individuo está obligado a mantener una regla interior. El Estado puede imponer por la fuerza la legalidad, pero no las leyes de la moral. Cada cual debe comprender la necesidad de hacer el bien y de evitar el mal, y someterse a esta necesidad por un esfuerzo de su propia voluntad. La Iglesia católica en su profundo conocimiento de la psicología humana, ha, colocado las actividades morales sobre las intelectuales. Los individuos a quienes honra más que a todos los otros, no son ciertamente los conductores de pueblos, ni lo sabios, ni los filósofos. Son los santos, es decir, aquellos que de manera heroica han sido virtuosos. Cuando se estudia a los habitantes de la Ciudad Nueva, se advierte la necesidad práctica del sentido moral. Inteligencia, voluntad y moralidad, son funciones muy vecinas las unas de las otras. Pero el sentido moral es más importante que la inteligencia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura moral se altera. En las investigaciones de la psicología humana, no hemos dado, hasta el presente, a las actividades morales el lugar que merecen. El sentido moral es susceptible de un estudio tan positivo como el de la inteligencia. Ciertamente este estudio es difícil. Pero los aspectos del sentido moral en los individuos y en los grupos de individuos son fácilmente reconocibles. Es posible, del mismo modo, analizar las consecuencias fisiológicas, psicológicas y sociales de la moralidad. Ciertamente, estas investigaciones no pueden hacerse dentro de un laboratorio. Pero existe todavía un grupo no pequeño de seres humanos en que los caracteres del sentido moral, su ausencia o su presencia, se manifiestan de una manera evidente. La actividad moral, como la inteligencia, se encuentra en el dominio de las técnicas científicas.
Nosotros no hemos tenido jamás ocasión de observar en la sociedad moderna, individuos cuya conducta se encuentre inspirada por la moral. Sin embargo, tales individuos existen. Es imposible dejar de distinguirlos cuando se les encuentra. La belleza moral deja un inolvidable recuerdo a aquel que aun una sola vez, la ha contemplado. Nos conmueve más que la belleza de la naturaleza o la de la ciencia. Da, al que la posee, un extraño e inexplicable poder. Aumenta la fuerza de la inteligencia. Establece la paz entre los hombres. Y es, aún más que la ciencia, el arte y la religión, la base de la civilización humana.

lV
El sentimiento estético.– La supresión de la actividad estética en la vida moderna; – El arte popular.– La belleza.

El sentimiento estético existe entre los seres humanos más primitivos así como en los más civilizados. Sobrevive aún a la desaparición de la inteligencia, porque los idiotas y los locos son capaces de hacer arte. La creación de formas o de series de sonidos que despiertan en aquellos que los miran o escuchan, una emoción estética, es una necesidad elemental de nuestra naturaleza. El hombre ha contemplado siempre con alegría, los animales, las flores, los árboles, el cielo, el mar y las montañas. Antes de que se iniciara la aurora de la civilización, empleó ya sus groseros utensilios en reproducir en madera, en marfil y en piedra, el perfil de los seres vivientes. Hoy día mismo, cuando no destruye su sentido estético la educación, el modo de vivir y el trabajo de la fábrica, experimenta un placer fabricando objetos según su propia inspiración. Y experimenta, además, una alegría estética absorbiéndose en esta obra. Hay todavía en Europa, y sobre todo en Francia, cocineros, salchicheros, talladores en piedra, carpinteros, herreros, cuchilleros, mecánicos, que son verdaderos artistas. El pastelero que fabrica, una hermosa torta y esculpe en mantequilla, casas, hombres y animales; el herrero que crea una chapa muy bella; el que construye un hermoso mueble, el que bosqueja una grosera estatua o dibuja una tela de lana o de seda, experimenta un placer análogo al del escultor, pintor, músico o arquitecto que laboran en sus obras respectivas.
Si la actividad estética permanece virtual en la mayor parte de los individuos, es porque la civilización industrial nos ha rodeado de espectáculos feos, groseros y vulgares. Además, nos ha trasformado en máquinas. El obrero pasa, su vida repitiendo millones de veces cada día el mismo gesto. No fabrica sino una sola pieza de un objeto determinado; jamás el objeto entero. No puede servirse de su inteligencia. Es el caballo ciego que da vueltas todo el día en torno de la noria para sacar agua del pozo. El industrialismo impide el uso de las actividades de ]a conciencia que son capaces de dar cada día al hombre un poco de alegría. El sacrificio del espíritu en favor de la materia, por la civilización moderna, ha sido un error. Un error tanto más peligroso, cuanto que no provoca ningún sentimiento de rebeldía y es aceptado tan fácilmente por todos, como la vida malsana de las grandes ciudades y la prisión de la fábrica. Sin embargo, los hombres que experimentan un placer estético, aun rudimentario, en su trabajo son más felices que aquellos que producen únicamente para consumir. Es cierto que la industria en su forma actual, ha quitado al obrero toda originalidad y toda alegría. La estupidez y la tristeza de la civilización presente se debe, al menos en parte, a la supresión de las formas elementales de la alegría estética en la vida cotidiana.
La actividad estética se manifiesta a la vez en la creación y en la contemplación de la belleza. Es absolutamente desinteresada. Se diría que en el goce artístico, la conciencia sale de si misma y se absorbe en otro ser. La belleza es una corriente irrefrenable de alegría para el que sabe descubrirla porque se encuentra en todas partes. Sale de las manos que modela o que fabrican la loza grosera, de los que cortan la leña y construyen en seguida un mueble, de los que tiñen la seda y tallan el mármol, de los que cortan y reparan los tejidos humanos. Vive en el arte sangriento de los grandes cirujanos, como en el de los pintores, músicos y poetas. Existe en los cálculos de Galileo, en las visiones del Dante, en las experiencias de Pasteur, en la salida y en la puesta del sol, en las tormentas del invierno, en las altas montañas. Y más punzante se torna aun en la inmensidad del mundo sideral y en el de los átomos, en la inexpresable armonía del cerebro humano, en el alma del hombre que se sacrifica oscuramente por la salud de los otros. Y en cada una de sus formas, permanece el huésped desconocido de la sustancia cerebral, creadora, del rostro del Universo.
El sentido de la belleza no se desarrolla de manera espontánea. No existe en nuestra conciencia sino en estado potencial. En ciertas épocas, en ciertas circunstancias permanece virtual. Puede aun desaparecer en los pueblos que antaño le poseían en alto grado. Así es como la Francia destruye las bellezas naturales y desprecia los recuerdos de su pasado. Los descendientes de los hombres que han concebido el monasterio del Monte San Miguel, no comprenden su esplendor. Aceptan con alegría la indescriptible belleza de las casas modernas de la Bretaña y la Normandía y sobre todo de los alrededores de París. Lo mismo que el Monte San Miguel, el propio París y la mayor parte de las ciudades y aldeas de Francia, han sido deshonradas por un odioso comercialismo. Con el sentido moral, el sentido de la belleza, durante el curso de la civilización, se desarrolla, alcanza su apogeo y se desvanece.

V
La actividad mística. Las técnicas de la mística. Concepto operacional de la experiencia mística.

Entre los hombres modernos no observamos casi nunca las manifestaciones de la actividad mística o del sentimiento religioso [[2]]. Aún en su forma más rudimentaria, el sentido místico es excepcional, mucho más excepcional aún que el sentido moral. Sin embargo, forma parte de nuestras actividades esenciales. La humanidad está marcada con huella más profunda por el sentimiento religioso que por el pensamiento filosófico. En la ciudad antigua, la religión era la base de la vida familiar y social. El suelo de Europa está cubierto aún de catedrales y ruinas de templos que levantaron nuestros antepasados. Hoy día, a la verdad, apenas si comprendemos su significación. Para la mayor parte de las civilizaciones, las iglesias no son sino museos donde reposan las religiones muertas. La actitud de los turistas que profanan las catedrales de Europa, da señales manifiestas del punto hasta donde la vida moderna ha obliterado el sentimiento religioso. La actividad mística ha sido desterrada de casi todas las religiones. Su propia significación ha sido olvidada, y a este olvido se encuentra ligada, probablemente, la decadencia de las iglesias. Porque la vida de una religión depende de los hogares de actividad mística que esta religión sea capaz de crear. Sin embargo, el sentimiento religioso ha seguido siendo, en la vida moderna, una función necesaria en la existencia de algunos individuos de alta cultura. Y, extraño fenómeno, las grandes órdenes religiosas no tienen bastante sitio en sus monasterios para recibir a los jóvenes que quieren, por la vía del ascetismo y de la mística, penetrar en el mundo espiritual.
La actividad religiosa, como la actividad moral, toma los mis varia dos aspectos. En su estado más rudimentario es una inspiración vaga hacia un poder que sobrepasa las formas materiales y mentales de nuestro mundo, una especie de plegaria no formulada, la persecución de una belleza más absoluta que la del arte y de la ciencia. Se mantiene vecina a la actividad estética como que la percepción de la belleza conduce hacia la actividad mística. Por lo demás, los ritos religiosos se asocian a las diferentes formas del arte. Por ello, el canto se transforma fácilmente en plegaria. La belleza que persigue el místico, es más rica y más indefinible que la que persigue el artista. No reviste forma alguna. No se puede expresar en ningún lenguaje. Se oculta en las cosas del mundo visible y se manifiesta a un número escaso de hombres. Exige la elevación del espíritu hacia un ser que es la corriente de todo, hacia un poder, un centro de fuerzas que los místicos cristianos llaman Dios. En todas las épocas y en todas las razas, ha habido individuos que poseen en alto grado este sentido particular. La mística cristiana expresa la forma más elevada de la actividad religiosa. Está mejor ligada a las otras actividades de la conciencia que las místicas hindúes o tibetanas, como que ha tenido sobre los místicos asiáticos la ventaja de recibir desde su más remota edad, las lecciones de Grecia y de Roma. Cogió de una, la inteligencia; de la otra, el orden y la medida.
En su estado más puro, comporta una técnica muy laboriosa y una, estricta disciplina. Desde luego, exige la práctica del ascetismo, y es tan imposible abordarla sin un aprendizaje ascético como convertirse en atleta sin someterse a entrenamiento físico alguno. La iniciación en el ascetismo es dura, de modo que pocos hombres tienen valor suficiente para enrolarse en la vida mística. El que quiere emprender este rudo viaje, debe renunciar a si mismo y a las cosas de este mundo. Permanece en seguida, en las tinieblas de la noche oscura. Experimenta los sufrimientos de la vida purgativa, mientras llora su indignidad y su debilidad solicitando, para todo ello, la gracia de Dios. Poco a poco, se desprende de si mismo. Su plegaria se convierte en contemplación. Penetra entonces en la vida iluminativa sin que pueda describir lo que ve. Cuando quiere expresar lo que siente utiliza, corno San Juan de la Cruz, el lenguaje carnal. Su espíritu huye del espacio y del tiempo. Se pone en contacto con una cosa inefable. Alcanza la vida unitiva. Contempla a Dios y actúa con él.
En la vida de todos los grandes místicos se suceden las mismas etapas. Debemos aceptar su experiencia tal corno ellos nos la dan. Sólo los que han vivido por si mismos la existencia del rezo pueden juzgarla. La persecución de Dos es, en efecto, empresa absolutamente personal. Gracias a cierta actividad de su conciencia, el hombre tiende hacia una realidad invisible que reside en el mundo material y se extiende más allá de él. Osa lanzarse entonces en la más audaz de las aventuras. Puede considerársele como un héroe o como un loco. Pero no hay que preguntarse si la experiencia mística es verdadera o falsa, si es una autosugestión, una alucinación, o bien si representa un viaje del alma fuera de las dimensiones de nuestro mundo y su contacto con una realidad superior. Debemos contentarnos con tener de ella un concepto operacional. Es eficaz en sí misma. Da lo que pide al que la practica. Le aporta el renunciamiento la paz, la riqueza interior, la fuerza, el amor, Dios. Es tan real como la inspiración estética. Para el místico, como para el artista, la belleza que contempla es la sola verdad.

Vl
Las relaciones de las actividades de la conciencia entre sí. – La inteligencia y el sentido moral.– Los individuos inarmónicos.

Estas actividades fundamentales no difieren las unas de las otras. Sus límites son artificiales. Pero estos supuestos límites nos resultan cómodos para la descripción de las manifestaciones de la conciencia. La actividad humana puede compararse a una ameba cuyos miembros múltiples y transitorios, los pseudopodios, están formados con una sustancia única. Es análoga también al desarrollo de “films” superpuestos que permanecen indescifrables, a menos de ser separados los unos de los otros. Todo ocurre, como si el substratum corporal durante el curso de su deslizamiento en el tiempo, mostrase. aspectos simultáneos de su unidad, aspectos que nuestras técnicas dividen en fisiológicas y mentales. Bajo su aspecto mental, nuestra actividad modifica sin cesar su forma, su calidad, su intensidad. Y es este fenómeno esencialmente sencillo el que describimos como una asociación de funciones diferentes. La pluralidad de las manifestaciones mentales es sólo la expresión de una necesidad metodológica. Para describir la conciencia, estamos obligados a dividirla. Lo mismo que los pseudopodios de la ameba son la ameba misma, los aspectos de nuestra conciencia somos nosotros mismos y se confunden en nuestra unidad. La inteligencia es casi inútil al que no posee sino ella. El intelectual puro es un ser incompleto, desdichado, porque es incapaz de alcanzar lo que comprende. La capacidad de darse cuenta de las relaciones de las cosas no es fecunda, sino asociada a otras actividades, tales como el sentido moral; el sentido afectivo, la voluntad, el juicio, la imaginación y cierta fuerza orgánica. Sólo puede utilizarse al precio de un esfuerzo. El que desea poseer la ciencia, se prepara para ello, con el ejercicio de durísimos trabajos y se somete a una especie de ascetismo. Sin el ejercicio de la voluntad, la inteligencia permanece, dispersa y estéril, mientras tanto que una vez disciplinada, se hace capaz de perseguir la verdad. Pero no la logra en su plenitud, si no la ayuda el sentido moral. Los grandes sabios son siempre de una honestidad intelectual profunda. Persiguen la realidad, por dónde aquella los conduce. No procuran jamás, sustituirla con sus propios deseos, ni ocultarla cuando molesta. El hombre que quiere contemplar la verdad, debe establecer la calma dentro de sí mismo. Es preciso que su espíritu llegue a ser como el agua muerta de un lago. Las actividades afectivas, sin embargo, son indispensables al progreso de la inteligencia, pero deben reducirse a esa pasión que Pasteur llamaba el dios interior: el entusiasmo. El pensamiento no se agranda sino en aquellos que son capaces de amor y de odio, y es por ello que exige además de la ayuda de las otras actividades de la conciencia, las del cuerpo. Aunque alcance las altas cimas, se ilumina de intuición y de imaginación creadora, constituyendo para ella una armadura a, la vez moral y orgánica.
El desarrollo exclusivo de las actividades afectivas, estéticas o místicas, produce hombres inferiores, espíritus falsos, estrechos, visionarios. A menudo observamos tipos tales, aunque hoy día la educación intelectual se les conceda a todos. No se necesita una alta cultura de la inteligencia para fecundar el sentido estético y el sentido místico, y producir artistas, poetas, religiosos, todos aquellos que contemplan, en fin, con desinteresado mirar, los diversos aspectos de la belleza. Lo mismo ocurre con el juicio y el sentido moral, pero estas últimas actividades pueden, casi, bastarse a si mismas. Dan al que las posee la aptitud para la felicidad. Parecen fortificar todas las otras actividades, aún las orgánicas. Y es preciso tomarlas en cuenta ante todo dentro del desarrollo de la educación, porque aseguran el equilibrio del individuo. Constituyen un sólido elemento del edificio social. Para los miembros anónimos de las grandes naciones, el sentido moral es mucho más importante que la inteligencia.
La repartición de las actividades mentales varía mucho, según los diferentes grupos sociales. La mayor parte de los hombres civilizados no manifiestan sino una forma rudimentaria de conciencia, y sólo son capaces del trabajo fácil que en la sociedad moderna asegura la supervivencia del individuo. Producen, consumen, satisfacen sus apetitos fisiológicos. Sienten asimismo placer en asistir en grandes muchedumbres a los espectáculos deportivos, en contemplar “films” cinematográficos groseros y pueriles, en movilizarse rápidamente sin esfuerzo o en contemplar un objeto que se mueve rápidamente. Son blandos, emotivos, perversos, lascivos y violentos. No tienen sentido moral ni sentido estético, ni sentido religioso. Su número es muy considerable. Han engendrado un inmenso tropel de niños cuya inteligencia permanece rudimentaria. Proveen una parte de la población de tres millones de criminales que viven en este país [[3]] y con toda libertad y también de una muchedumbre de débiles de espíritu que colman con su número las instituciones especiales para ellos.
La mayoría de los criminales no están en las prisiones. Pertenecen a una clase superior. Entre ellos, cómo entre los idiotas, han permanecido atrofiadas ciertas actividades de la conciencia. Pero el criminal nato de Lombroso no existe. Existen únicamente los defectivos que llegan a ser criminales. En realidad, la mayor parte de los criminales son hombres normales. Hay algunos, incluso, cuya inteligencia es superior. Así, pues, los sociólogos, no han tenido ocasión de encontrarlos en las prisiones. Entre los gangsters, entre los financistas, cuyas proezas conocemos por la prensa cotidiana, la función intelectual y ciertas funciones afectivas y estéticas son normales y a veces superiores. Pero el sentido moral no se ha desarrollado en ellos. Existe, pues, entre nosotros una cantidad considerable de gentes entre las cuales sólo algunas de las actividades fundamentales se manifiestan. Esta falta de armonía del mundo de la conciencia es uno de los fenómenos más característicos de esta época. Hemos logrado asegurar la salud orgánica de la población de la ciudad moderna; pero a pesar de las inmensas sumas que se han gastado en la educación, ha sido imposible desarrollar sus actividades intelectuales y morales. Aun entre aquellos que constituyen la “élite” de esta población, las manifestaciones de la conciencia carecen a menudo de armonía y de fuerza. Las funciones elementales están mal agrupadas, son de mala calidad y de intensidad débil. Sucede también que una o muchas de entre ellas se mantengan por completo ausentes. Se puede comparar la conciencia de la mayoría de las personas a un recipiente que contuviese agua de dudosa calidad, en pequeño volumen y bajo débil presión. Y sólo la de algunos individuos puede compararse a un receptáculo cuyo contenido fuese agua pura bajo alta presión.
Los hombres más felices y más útiles están hechos de un conjunto armonioso de actividades intelectuales y morales. Es la cualidad de éstas actividades y la igualdad de su desarrollo, lo que da a este tipo su superioridad sobre los demás. Pero su intensidad determina el nivel social de un individuo dado y hace de él un almacenero o un gerente de banco, un médico insignificante o un profesor célebre, un alcalde de aldea o un Presidente de los Estados Unidos. El desarrollo completo de los seres humanos debe ser la finalidad de nuestros esfuerzos. Sólo sobre ellos puede edificarse una civilización sólida. Existe además una clase de hombres que, aunque tan inarmónicos como los criminales y los locos, son indispensables en la sociedad moderna: los individuos geniales. Estos individuos se caracterizan por el desarrollo monstruoso de alguna de sus actividades psicológicas. Un gran artista, un gran sabio, un gran filósofo, es por lo general un hombre cualquiera del cual se ha hipertrofiado alguna función. Puede compararse a un tumor que brotara sobre un organismo normal. Estos seres no equilibrados son, por lo general, desgraciados. Pero producen grandes obras de las cuales aprovecha la sociedad entera. Su inarmonía engendra el progreso de la civilización. La humanidad no ha ganado nada jamás con el esfuerzo de la muchedumbre. Ha marchado hacia adelante por la pasión de algunos individuos, por la llama de su inteligencia, por su ideal de caridad, de ciencia o de belleza.

Vll
Las relaciones de las actividades mentales y fisiológicas.– La influencia de las glándulas sobre el espíritu.– El hombre piensa con su cerebro y con todos sus órganos.

Las actividades mentales dependen evidentemente, de las actividades fisiológicas. Observamos modificaciones orgánicas que corresponden a la sucesión de nuestros estados de conciencia. A la inversa, existen fenómenos psicológicos que se determinan por ciertos estados funcionales de los órganos. En suma, el conjunto formado por el cuerpo y la conciencia es susceptible de ser modificado lo mismo por factores orgánicos que por factores mentales. El espíritu se confunde con el cuerpo como la forma con el mármol de la estatua. No se podría cambiar la forma sin romper el mármol. Nosotros suponemos que el cerebro es el asiento de las actividades psicológicas, porque una lesión de este órgano produce desórdenes inmediatos y profundos en la conciencia. Probablemente al nivel de la sustancia gris, el espíritu, según la expresión de Bergson, se inserta en la materia. En el niño, la inteligencia y el cerebro se desarrollan de un modo simultáneo. En los momentos de la atrofia senil de los centros nerviosos, la inteligencia disminuye. La presencia, de las espiroquetas de la sífilis, en torno de las células piramidales, trae consigo el delirio de grandeza. Cuando el virus de la encefalitis letárgica ataca, los núcleos centrales, determina profundos trastornos en la personalidad. Bajo la influencia del alcohol, que penetra por la sangre hasta las células cerebrales, se manifiestan modificaciones temporales de la actividad mental. El descenso de la presión arterial, producido por una hemorragia, suprime las actividades de la conciencia. En suma, las manifestaciones de la vida mental son solidarias del estado del encéfalo.
Estas observaciones no bastan para demostrar que el cerebro constituya, por él solo, el órgano de la conciencia. En efecto, no se compone exclusivamente de materia nerviosa. Consiste también en un medio en el cual se encuentran sumergidas las células, y cuya composición se halla reglamentada por la del suero sanguíneo. Y el suero sanguíneo depende de las secreciones glandulares, extendidas por el cuerpo entero. Todos los órganos están, pues, presentes en la corteza cerebral, por intermedio de la sangre y de la linfa. Nuestros estados de conciencia se encuentran ligados a la constitución química de los humores del cerebro, tanto como a la estructura de las células. Cuando el medio interior está privado de la secreción de las glándulas suprarrenales, el enfermo cae en una depresión profunda. Parece un animal de sangre fría. Los desórdenes funcionales de la glándula tiroides traen consigo, ya excitación nerviosa y mental o ya apatía. En las familias en que las lesiones de esta glándula son hereditarias, existen idiotas morales, débiles de espíritu y criminales. Todos saben hasta qué punto las enfermedades del hígado, del estómago y del intestino modifican la personalidad de las gentes. Es verdad que las células de los órganos liberan en el medio interior sustancias que obran sobre nuestra actividad mental y espiritual.
De todas las glándulas, el testículo posee la influencia mayor sobre la fuerza y la calidad del espíritu. Los grandes poetas, los artistas de genio, los santos, lo mismo que los conquistadores, son por lo general fuertemente sexuales. La supresión de las glándulas sexuales, aún en el individuo adulto, produce modificaciones en su estado mental. Después de la extirpación de los ovarios, las mujeres se hacen apáticas y pierden parte de su actividad intelectual o de su sentido moral. La personalidad de los hombres que han sufrido la castración, se altera de manera más o menos notable. La perversidad histórica de Abelardo ante el amor y el sacrificio apasionado de Eloísa, fue producida, sin duda, por la salvaje mutilación que los padres de esta última le hicieron sufrir. Los grandes artistas han sido, casi siempre, grandes amantes. Se diría que cierto estado de las glándulas sexuales es indispensable en la inspiración. El amor estimula el espíritu cuando no alcanza su objeto. Si Beatriz hubiese llegado a ser la querida del Dante posiblemente la Divina Comedia no existiría. Los místicos emplean a menudo las expresiones del Cantar de los cantares. Parece que sus apetitos sexuales insatisfechos les impulsan con más ardor por el camino del renunciamiento y del dar de si mismos. La mujer de un obrero puede exigir cada día a su marido el cumplimiento de sus obligaciones conyugales, pero la de un artista o la de un filósofo no lo logra a menudo. Es un hecho conocido que los excesos sexuales perturban, en cierto modo, la actividad intelectual. Se diría que la inteligencia exige para manifestarse en toda su potencia, a la vez la presencia de glándulas sexuales bien desarrolladas y la represión temporal del apetito sexual. Freud ha hablado con justa razón de la importancia capital de los impulsos sexuales en las actividades de la conciencia. Sin embargo estas observaciones se refieren a los enfermos. Es preciso no generalizar respecto de estas conclusiones cuando se trata de gentes normales y, sobre todo, si hemos de referirnos a los que poseen un sistema nervioso resistente y son perfectamente dueños de sí. En tanto que los débiles, los nerviosos, los desequilibrados, se tornan más y más anormales tras la represión forzosa de sus apetitos sexuales, los seres bien constituidos se tornan más fuertes aún si practican esta clase de ascetismo.
La estrecha, dependencia de las actividades de la conciencia y de las actividades fisiológicas, concuerda mal con la concepción clásica que sitúa el alma en el cerebro. En realidad, el cuerpo entero parece ser el substratum de las energías mentales y espirituales. El pensamiento es tan hijo de las glándulas de secreción interna como lo es de la corteza cerebral. La integridad del organismo es indispensable a las manifestaciones de la conciencia..El hombre piensa, ama, sufre, admira y ora, a la vez, con su cerebro y con todos sus órganos.

VlIl
La influencia de las actividades mentales sobre los órganos.– La vida moderna y la salud.– Los estados místicos y las actividades nerviosas.– La plegaria.– Las curaciones milagrosas.

Todos los estados de la conciencia tienen probablemente una expresión orgánica. Las emociones se acompañan, como todos lo saben de modificaciones de la circulación de la sangre. Determinan, por intermedio de los nervios vaso-motores, la dilatación o la contracción de las pequeñas arterias. El placer enrojece el semblante. La cólera, el miedo, lo empalidecen. En ciertas personas, una mala noticia puede provocar la contracción de las arterias coronarias, la anemia del corazón y la muerte súbita. Por el aumento ola disminución de la circulación local, los estados afectivos obran sobre todas las glándulas, exageran o detienen sus secreciones o aún modifican sus actividades químicas. La vista y el deseo de un alimento determinan la salivación. Este fenómeno se produce aún en ausencia del alimento. Pavlov observa en sus perros provistos de fístulas salivares que secreción puede ser determinada, no sólo por la vista del alimento mismo sino aún por el sonido de una campana, si en otras ocasiones esta campana sonó mientras se alimentaba el animal. Las emociones ponen en juego mecanismos complejos. Cuando se provoca el sentimiento del miedo en un gato, como lo hizo Cannon en una célebre experiencia, las glándulas suprarrenales se dilatan, segregando adrenalina. La adrenalina aumenta la presión sanguínea y la rapidez de la circulación, y pone todo el organismo en estado de actividad para el ataque o la defensa. Pero si el gran simpático ha sido previamente seccionado, el fenómeno no se produce. Por intermedio de este nervio se modifican las secreciones glandulares.
Se concibe pues, cómo la envidia, el odio, el miedo, cuando estos sentimientos son habituales pueden cambios orgánicos y verdaderas enfermedades. Las preocupaciones afectan profundamente a la salud. Los hombres de negocios, que no saben defenderse contra ellas, mueren jóvenes. Los viejos clínicos pensaban aún que los sufrimientos prolongados, la inquietud persistente, preparan el desarrollo del cáncer. Las emociones determinan en los individuos particularmente sensibles modificaciones notables en los tejidos y en los humores. Los cabellos de una mujer belga, condenada a muerte por los alemanes, emblanquecieron de una manera repentina durante la noche que precedió a la ejecución. En el curso de un bombardeo, apareció sobre el brazo de otra mujer una erupción de la piel, una especie de urticaria. Después del estallido de cada obús la erupción crecía y enrojecía más y más. Joltrain ha probado que un choque moral es capaz de producir modificaciones marcadas en la sangre. En individuos que habían experimentado un gran terror, se encontró un número más pequeño de glóbulos blancos, un descenso de la presión arterial, una disminución del tiempo de coagulación del plasma sanguíneo. En el estado físico-químico del suero se produjeron todavía modificaciones más profundas. La expresión “hacerse mala sangre” es literalmente verdadera. El pensamiento puede engendrar lesiones orgánicas. La inestabilidad de la vida moderna, la incesante agitación, la falta de seguridad, crean estados de conciencia que entrañan desórdenes nerviosos y estructurales del estómago y del intestino, desnutrición y el paso de los microbios intestinales a la circulación. La colitis y las infecciones de los riñones y de la vejiga que la acompañan, son el resultado lejano de desequilibrios mentales y morales. Estas enfermedades son casi desconocidas en los grupos sociales en que la vida sigue siendo sencilla o menos agitada, o donde la inquietud es menos constante. Del mismo modo, aquellos que saben conservar la calma interior en medio del tumulto de la ciudad moderna, permanecen al abrigo de los desórdenes nerviosos y viscerales.
Las actividades fisiológicas deben permanecer inconscientes. Se trastornan cuando nuestra atención se dirige hacia ellas. Así, pues, el psicoanálisis, al fijar el espíritu de los enfermos sobre ellos mismos, da por resultado el desequilibrarles más. Es mejor, para sentirse bien, salir de sí mismo gracias a un esfuerzo que no disperse la atención. Cuando se ordena la actividad con relación a un fin preciso, es cuando las funciones orgánicas y mentales se armonizan más completamente. La unificación de los deseos, la atención del espíritu en una dirección única, provoca una especie de paz interior. El hombre se concentra por la meditación como por la acción. Pero no le basta contemplar la belleza del mar, de las montañas y de las nubes, las obras maestras de los artistas y de los poetas, las grandes construcciones del pensamiento filosófico o las fórmulas matemáticas que expresan las leyes naturales. Debe ser un alma que lucha por alcanzar un ideal moral, que busca la luz en medio de la oscuridad de las cosas y aún que, recorriendo los caminos de la mística, renuncia a si misma, para lograr el substratum indivisible de este mundo.
La unificación de las actividades de la conciencia determina una armonía mayor de las funciones viscerales y nerviosas. En los grupos sociales en que el sentido moral y la inteligencia se desarrollan, simultáneamente las enfermedades de la nutrición y de los nervios, la criminalidad y la locura son raras. Los individuos son más felices. Pero cuando éstas se tornan más intensas y más especializadas, las funciones mentales pueden traer consigo desórdenes en la salud. Los que persiguen un ideal moral, religioso o científico, no buscan ni la seguridad fisiológica ni la longevidad. Han hecho el sacrificio de sí mismos. Parece también que algunos estados de conciencia producen modificaciones patológicas en el organismo. La mayor parte de los grandes místicos ha sufrido física y moralmente, a lo menos durante una parte de su vida. Por lo demás, la contemplación puede ir acompañada de fenómenos nerviosos que se asemejan a los de la historia y a los de la clarividencia. A menudo, en la historia de los santos, se lee la descripción de éxtasis, lectura de pensamientos, visiones de acontecimientos que pasan lejos, y a veces de levitaciones. Muchos de los grandes místicos cristianos, habrían manifestado este extraño fenómeno, según el testimonio de sus compañeros. El sujeto, absorto en su plegaria, totalmente insensible a las cosas del mundo exterior, se habría levantado dulcemente a varios pies sobre el suelo. Pero hasta el presente no ha sido posible someter estos hechos extraordinarios a la crítica científica.
Ciertas actividades espirituales pueden acompañarse de modificaciones, ya anatómicas, ya funcionales de los tejidos y de los órganos. Se observan estos fenómenos orgánicos en las más variadas circunstancias, entre las cuales se encuentra el estado de plegaria. Es preciso entender por plegaria, no la sencilla recitación maquinal de una fórmula sino una elevación mística, en que la conciencia se absorbe en la contemplación del principio inmanente y trascendental del mundo. Este estado psicológico no es intelectual. Es incomprensible para los filósofos y los hombres de ciencia, e inaccesible para ellos. Pero se diría que los simples pueden sentir a Dios con la facilidad con que sienten el calor del sol o la bondad de un amigo. La plegaria que se acompaña con efectos orgánicos presenta ciertos caracteres particulares. Primeramente, es desinteresada en absoluto. El hombre se ofrece a Dios corno la tela al pintor o el mármol al escultor. Al mismo tiempo le pide gracia, le expone sus necesidades y, sobre todo, las de sus semejantes. Por lo general, no sana el que ora por sí mismo; sana el que ora por los demás. Este tipo de plegaria exige, como previa condición, el renunciamiento de si mismo, o sea una forma, muy elevada del ascetismo. Los modestos, los ignorantes, los pobres, son más capaces de este abandono que los ricos y los intelectuales. Desde este punto de vista, la plegaria desencadena a veces un extraño fenómeno, el milagro.
En todos los países, en todas las épocas, se ha creído en la existencia de milagros [[4]], en la, curación más o menos rápida de los enfermos, en los sitios de peregrinaje, en ciertos santuarios. Pero a continuación del fuerte impulso de la ciencia, durante el siglo XlX, esta creencia desapareció por completo. Se admitió en general que el milagro no sólo no existía sino que no podía existir. Lo mismo que las leyes de la termodinámica hacen imposible el movimiento perpetuo, las leyes fisiológicas se oponen al milagro. Esta actitud es todavía la que toman la mayor parte de los fisiólogos y de los médicos. Sin embargo, no tiene en cuenta las observaciones que poseemos hoy. Los casos más importantes han sido recogidos por el “Bureau Médical de Lourdes”. Nuestra concepción actual de la influencia de la plegaria sobre los estados patológicos se encuentra, basada sobre la observación de los enfermos, que, casi instantáneamente, han sido curados de diversas afecciones tales como la tuberculosis ósea o peritoneal, abscesos fríos, heridas supurantes, lupus, cáncer, etc. El proceso de curación cambia poco de un individuo a otro. A menudo un gran dolor y en seguida el sentimiento repentino de la curación completa. En algunos segundos, en algunos minutos y, a lo más en algunas horas, las heridas se cicatrizan, desaparecen los síntomas generales y el apetito retorna. A veces, los desórdenes funcionales se desvanecen antes que la lesión anatómica. Las deformaciones óseas del mal de Pott. Los ganglios cancerosos persisten a menudo dos o tres días después del momento de la curación. El milagro se caracteriza sobre todo por una aceleración extrema de los procesos de reparación orgánica. Es indudable que el ritmo de la cicatrización de las lesiones anatómicas es mucho más elevado que el ritmo normal. La única condición indispensable para que el fenómeno acontezca es la plegaria. Pero no es necesario que el propio enfermo ore, o que sea él quien posea la fe religiosa. Basta que alguien a su lado se mantenga en estado de plegaria. Hechos tales son de alta significación. Manifiestan la realidad de ciertas relaciones, de naturaleza aún, desconocida, entre los procesos psicológicos y orgánicos. Dan prueba de la importancia objetiva de las actividades espirituales de las cuales los higienistas, los médicos, los educadores, y los sociólogos no han pensado en ocuparse jamás. Nos abren un mundo nuevo.

IX
La influencia del medio social sobre la inteligencia, el sentido estético, el sentido moral y el sentido religioso. – Detención del desarrollo de la conciencia.

Las actividades de la conciencia están tan profundamente influidas por el medio social como lo están por el medio interior de nuestro cuerpo. Del mismo modo que las actividades fisiológicas, se fortifican por el ejercicio. Impulsados por las necesidades ordinarias de la vida, los órganos, los huesos y los músculos, funcionan de manera, incesante. Se desarrollan, pues, espontáneamente. Pero según la forma de existencia, su desarrollo es más o menos completo. La conformación orgánica, muscular y esquelética de un guía de los Alpes, es bastante superior a la de un habitante de Nueva York. Sin embargo, este último posee actividades fisiológicas suficientes para su existencia sedentaria. No ocurre lo mismo con las actividades mentales, que no se desarrollan jamás de manera espontánea. El hijo del sabio no hereda ninguno de los conocimientos de su padre. Colocado solo en una isla desierta, no sería superior a nuestros antepasados de “Cro-Magnon”. Las funciones mentales permanecen virtuales en ausencia de la educación y de un medio en que la inteligencia, el sentido moral, el sentido estético y el sentido religioso de nuestros antepasados han dejado su huella. Es el carácter del medio psicológico quien determina en gran medida el número, la calidad y la intensidad de las manifestaciones de la conciencia de cada individuo. Si este medio es demasiado pobre, la inteligencia y el sentido moral no se desarrollan. Si es malo, estas actividades se tornan viciosas. Estamos sumergidos en un medio social como las células del cuerpo en el medio interior. Y como aquéllas, somos incapaces de defendernos de la influencia de lo que nos rodea. El cuerpo se protege mejor contra el mundo cósmico que la conciencia contra el mundo psicológico. Se guarda contra las incursiones de los agentes físicos y químicos gracias a la piel y a la mucosa intestinal. La conciencia, por el contrario, posee fronteras enteramente abiertas. Está expuesta a todas las incursiones intelectuales y espirituales del medio social. Siguiendo la naturaleza de esas incursiones, se desarrolla de manera normal o defectuosa.
La inteligencia de cada cual depende, en gran parte, de la educación que ha recibido, del medio en que ha vivido, de su disciplina interior y de las ideas que son corrientes en la época y en el grupo de que forma parte. Se constituye por el estudio metódico de las humanidades y de la ciencia, por el hábito de la lógica en el pensamiento y por el empleo del lenguaje matemático. Los maestros de escuela, los profesores de la universidad, las bibliotecas, los laboratorios, los libros, las revistas, bastan al desarrollo del espíritu. Únicamente los libros son verdaderamente esenciales. Es posible vivir en un medio social poco inteligente y poseer alta cultura. La formación del espíritu es, en suma, fácil. No ocurre lo mismo con la formación de las actividades morales, estéticas y religiosas. La influencia del medio sobre estos aspectos de la conciencia es mucho más sutil. No basta seguir un curso para llegar a distinguir el bien del mal, lo feo de lo bello. La moral; el arte y la religión no se enseñan como la gramática, las matemáticas y la historia. Comprender y sentir son cosas profundamente diferentes. La enseñanza formal no llega jamás sino hasta la inteligencia. No se puede coger la significación de la moral, del arte y de la mística sino en los medios en que estas cosas están presentes y forman parte de la vida cotidiana de cada uno. Para desarrollarse, la inteligencia exige solamente ejercicio, mientras que las otras actividades de la conciencia exigen un medio, un grupo de seres humanos a la existencia de los cuales tienen que incorporarse.
Nuestra civilización no ha logrado crear hasta el presente un medio conveniente para nuestras actividades mentales. El débil valor intelectual y moral de la mayor parte de los hombres modernos, debe atribuirse, en gran parte, a la insuficiencia y a la mala composición de su atmósfera psicológica. La primacía de la materia, el utilitarismo, que constituyen los dogmas de la religión industrial, han conducido a la supresión de la cultura intelectual, de la moral y de la belleza, tales como fueron comprendidas antaño por las naciones cristianas, madres de la ciencia moderna. Al mismo tiempo, los cambios en la moda de la existencia han traído consigo la disolución de los grupos familiares y sociales que poseían su individualidad y sus propias tradiciones. La cultura no se mantiene en parte alguna. La enorme difusión de los periódicos, de la radiofonía y del cine, ha nivelado las clases intelectuales de la sociedad hasta el extremo más vasto. La radiofonía especialmente lleva al dominio de cada cual la vulgaridad que busca la masa. La inteligencia se generaliza más y más, a pesar de la excelencia de los cursos de los colegios y de las universidades. Coexiste a menudo con conocimientos científicos avanzados. Los escolares y los estudiantes amoldan su espíritu a la estupidez de los programas radiofónicos y cinematográficos a los cuales se habitúan. No sólo el medio social no favorece el desarrollo de la inteligencia, sino que se opone a él. A la verdad, se muestra más propicio a la percepción de la belleza. Los más grandes músicos de Europa están hoy día en América. Los museos más soberbios se organizan para mostrar sus tesoros al público. El arte industrial se desarrolla con rapidez y sobre todo la arquitectura ha entrado en un período nuevo. Monumentos de una belleza grandiosa han transformado el aspecto de las ciudades. Cada cual puede, si quiere, cultivar, al menos en cierta medida, sus facultades estéticas.
No ocurre otro tanto con la sensibilidad moral. El medio social la ignora de la manera más completa, como que la ha suprimido. Inspira a todo el mundo la irresponsabilidad. Aquellos que distinguen el bien del mal, aquellos que trabajan, aquellos que son previsores, permanecen pobres y son considerados como seres inferiores. A menudo, son castigados severamente. La mujer que tiene muchos hijos y se ocupa de su educación en lugar de su propia carrera, adquiere reputación de un ser débil de espíritu. Si un hombre ha economizado un poco de dinero para su mujer y la educación de sus hijos, este dinero le es robado por osados financistas. O bien, le es arrebatado por el gobierno para distribuirlo a aquellos a quienes su imprevisión y la de los industriales, banqueros y economistas, han reducido a la miseria. Los sabios y los artistas que dan la prosperidad a todos, la salud y la belleza, viven y mueren pobres. Al mismo tiempo aquellos que han robado gozan en paz del dinero de los otros. Los “gangsters” están protegidos por los políticos y son respetados por la policía. Son los héroes que los niños imitan en sus juegos y admiran en seguida en el cinematógrafo.
La posesión de la riqueza es todo, y lo justifica todo. Un hombre rico, haga lo que haga, repudie a su mujer porque es vieja, abandone a su madre sin socorros, robe al que le ha confiado su dinero, siempre conserva la consideración de sus amigos. Florece la homosexualidad, como que la moral sexual ha sido suprimida. Los psicoanalistas dirigen a los hombres y a las mujeres en sus relaciones conyugales. El bien y el mal, lo justo y lo injusto no existen. Las prisiones guardan solamente a aquellos criminales poco inteligentes o mal equilibrados. Los otros, mucho más numerosos, viven en libertad. Se mezclan de manera íntima al resto de la población que no se ofusca por ello. En un medio social semejante, el desarrollo del sentido moral es imposible. Otro tanto ocurre con el sentido religioso. Los pastores han racionalizarlo la religión, arrancando de ella todo elemento místico. Sin embargo no han logrado atraer a los hombres modernos. En sus iglesias semi vacías predican inútilmente una fábula moral. Se encuentran reducidos al papel de gendarmes que ayudan a conservar, en interés de los ricos, el marco de la sociedad actual. O bien, a ejemplo de los políticos, adulan la sentimentalidad y la ininteligencia de las masas.
Es casi imposible al hombre moderno defenderse contra esta atmósfera psicológica. Cada cual sufre fatalmente la influencia de las gentes con las cuales vive. Si se encuentra desde la infancia en compañía de criminales o de ignorantes, se convierte a sí mismo en criminal o en ignorante. No escapa a su medio sino por el aislamiento o por la fuga. Ciertos hombres se refugian en si mismos y así encuentran la soledad en medio de la muchedumbre. “Tú puedes a la hora que quieres – dijo Marco Aurelio – recogerte en ti mismo. Ningún retiro es más tranquilo, ni perturbado por hombre alguno que el que se encuentra, en la propia alma”. Pero hoy día, nadie es capaz de tal energía moral. Nos es, pues, imposible luchar victoriosamente contra nuestro medio social.

X
Las enfermedades mentales.– Los débiles de espíritu, los locos y las criminales.– Nuestra ignorancia de las enfermedades mentales.– Medio y herencia.– La debilidad de espíritu en los perros.– La vida moderna y la salud psicológica.

El espíritu no es tan sólido como el cuerpo. Es cosa digna de observación que las enfermedades mentales, ellas solas, son más numerosas que todas las otras enfermedades juntas. Los hospitales destinados a los locos, llenos hasta los bordes, no pueden recibir a todos los que tienen necesidad de ser internados. En el Estado de Nueva York, una persona de cada veintidós, en determinado momento de su vida, debe entrar, según C. W. Beers, en un hospicio de alienados. En el conjunto de la población de los Estados Unidos, existen ocho veces más personas internadas por debilidad de espíritu o locura, que por tuberculosis. Cada año alrededor de 68.000 casos nuevos se admiten en las instituciones en que se cuida a los locos. Si las admisiones continúan con esta velocidad, más de un millón de niños y de jóvenes que se encuentran hoy día en escuelas y colegios serán, en un momento dado, colocados en un hospital para enfermedades mentales. En 1932, los hospitales dependientes de los Estados contenían 340.000 locos. Había además 8l.289 idiotas y epilépticos hospitalizados y 10.95l en libertad. Esta estadística no comprende a los locos atendidos en hospitales privados. En el conjunto del país hay 500.000 débiles de espíritu. Por lo demás, las inspecciones hechas por el Comité Nacional de Higiene Mental, han demostrado que, por lo menos 400.000 niños educados en las escuelas públicas, poseen una inteligencia excesivamente baja para seguir sus clases útilmente. En realidad, el número de personas que presentan trastornos mentales sobrepasa en mucho a esta cifra. Se estima que muchas centenas de miles de individuos no hospitalizados padecen de psiconeurosis. Estas cifras demuestran hasta qué punto es grande la fragilidad de la conciencia de los hombres civilizados y la importancia que posee para la sociedad moderna el problema de esta fragilidad, siempre en aumento. Las enfermedades del espíritu se tornan amenazantes. Son bastante más peligrosas que la tuberculosis, el cáncer, las afecciones del corazón y de los riñones, y aún que el tifus, la peste y el cólera. Su peligro no proviene sólo de que aumentan el número de criminales, sino y especialmente, de que deterioran más y más las razas blancas. No hay mucha mayor cantidad de débiles de espíritu y de locos entre los criminales que en el resto de la población. Es verdad que se ve gran número de anormales en las prisiones, pero, como ya lo hemos mencionado, sólo una cantidad muy débil de los criminales están en prisión. Y aquellos que se dejan prender por la policía y condenar por los tribunales, son precisamente los deficientes. La frecuencia de las enfermedades mentales indica gravísima falla en la civilización moderna. No hay, pues, duda de que la forma de vida que llevamos conduce a todo género de trastornos del espíritu.
La medicina moderna no ha logrado asegurar a todos la posesión normal de las actividades que son verdaderamente específicas del hombre. Está muy lejos de proteger la inteligencia contra sus desconocidos enemigos. Conoce, claro está, los síntomas de las enfermedades mentales y los diferentes tipos de la debilidad del espíritu, pero ignora por completo la naturaleza de estos desórdenes. No sabe si estas enfermedades son debidas a lesiones estructurales del cerebro, o a cambios en la composición del medio interior, o a ambas causas a la vez. Es probable que las actividades nerviosas y psicológicas dependan simultáneamente del estado del cerebro y de las sustancias liberadas en el aparato circulatorio por las glándulas endocrinas que la sangre conduce a las células del encéfalo. Sin duda, los desórdenes funcionales de estas glándulas pueden, lo mismo que las lesiones anatómicas del cerebro, producir neurosis y psicosis. Un conocimiento, aunque fuera completo de estos fenómenos, no nos haría progresar demasiado. La patología del espíritu tiene su llave en la psicología, lo mismo que la de los órganos tiene la suya en fisiología. Pero la fisiología es una ciencia mientras que la psicología no lo es. La psicología espera su Claude Bernard o su Pasteur. Está en el mismo estado en que estaba la cirugía en la época en que los cirujanos eran barberos, y también en el estado en que estaba la química untes de Lavoisier, en tiempo de los alquimistas. Ello no quiere decir que debamos culpar a los psicólogos modernos y a sus métodos por la insuficiencia de sus conocimientos. Es la extrema complejidad del tema la que provoca nuestra ignorancia. No existen técnicas que permitan penetrar en el mundo desconocido de las células nerviosas, de sus fibras de proyección y de asociación, y de los procesos cerebrales y mentales.
Es imposible descubrir relaciones exactas entre los síntomas esquizofrénicos, por ejemplo, y las alteraciones estructurales de la corteza cerebral. Las esperanzas de Kroepelin no se han realizado. El estudio anatómico de las enfermedades mentales no ha dado mucha luz sobre su naturaleza. Quizás ni siquiera existe la localización espacial de los desórdenes del espíritu. Ciertos síntomas pueden atribuirse a desórdenes de la sucesión temporal de los fenómenos, a modificación del valor del tiempo por los elementos nerviosos de un sistema funcional. Sabemos, por otra parte, que las destrucciones celulares, producidas en ciertas regiones, sea por las espiroquetas de la sífilis, sea por el agente desconocido de la encefalitis letárgica, engendran modificaciones sumamente definidas de la personalidad. Este conocimiento es vago, incierto, en vías de formación. Es indispensable no esperar que sea completo y que la naturaleza de las enfermedades mentales sea conocida, para desarrollar una higiene del espíritu verdaderamente efectiva.
El conocimiento de las causas de las enfermedades mentales sería más importante que el de su naturaleza. Podría conducir, por sí solo a la prevención de estas enfermedades. La debilidad de espíritu y la locura, parecen ser el rescate que debemos pagar por la civilización industrial y los cambios en el modo de vivir, consecuencia de este mismo. Por lo demás, a menudo forman parte del patrimonio hereditario recibido por cada cual. Se manifiestan especialmente en los grupos humanos cuyo sistema nervioso está ya desequilibrado. En las familias neuróticas, aparecen individuos extraños, excesivamente sensibles, donde suele despuntar el loco o el de espíritu débil. Sin embargo, las enfermedades mentales se manifiestan también en las familias que hasta el momento permanecían indemnes, lo que significa, ciertamente, que existe en la producción de la locura otros factores que los factores hereditarios. Es preciso, pues, investigar de qué modo la vida moderna obra sobre la patología del espíritu.
A menudo se observa en las generaciones sucesivas de perros de pura raza un aumento del nerviosismo. A veces, aparecen individuos comparables a los débiles de espíritu y aún a los locos. Este fenómeno se produce entre los animales educados en condiciones extremadamente artificiales y alimentados de una manera muy diferente a la de sus antepasados, los perros pastores que se batían contra los lobos. Se diría que en las condiciones nuevas de la vida, tanto en el animal como en el hombre, ciertos factores tienden a modificar el sistema nervioso de un modo desfavorable. Pero hacen falta experiencias de larga duración, para obtener un conocimiento preciso del mecanismo de este fenómeno. Las condiciones que favorecen el desarrollo de la debilidad de espíritu y de la locura circulatoria, se manifiestan sobre todo en los grupos sociales en que la vida es inquieta, irregular y agitada, el alimento pobre o excesivamente refinado, la sífilis frecuente, el sistema nervioso perturbado ya, y de donde ha desaparecido la disciplina moral, mientras el egoísmo, la irresponsabilidad, la dispersión, son la regla, en tanto la selección natural no desempeña papel alguno. Hay, seguramente, alguna relación entre estos factores y la aparición de la psicosis. Nuestra vida actual presenta un vicio fundamental que aun permanece oculto. En las condiciones nuevas de existencia que hemos creado, las más específicas de nuestras actividades se desarrollan de manera incompleta. Se diría, que en medio de las maravillas de la civilización moderna, la personalidad humana tiende a disolverse,


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